Cuando son lentejas
¿Qué pasa cuando tus opciones se reducen a un solo hospital donde sabes que el respeto y la buena praxis brillan por su ausencia?
Para muchos de nosotros el término “turismo obstétrico” es bien conocido, ya sea por vivencia propia o por afinidad.
Si nos valemos de nuestra querida RAE para desgranar la expresión, nos encontramos:
- Turismo: (Del inglés tourism.) m. Actividad o hecho de viajar por placer.
- Obstétrico: adj. Perteneciente o relativo a la obstetricia. (Del lat. obstetricĭa) f. Med. Parte de la medicina que trata de la gestación, el parto y el puerperio.
Me pregunto cómo es esto entonces…
- “Turismo obstétrico”: Actividad o hecho de viajar para tener un parto placentero… O por el placer de que no me destrocen el parto.
Algo así, supongo.
Muchas mujeres recurren a esta alternativa cuando comprueban que su hospital de referencia dista mucho de ser el lugar idóneo para traer al mundo a sus hijos. Y entonces comienzan un periplo de búsqueda incesante de información, visitas, entrevistas, hasta que dan con aquel que les inspira algo más de confianza y depositan en él sus esperanzas. Digo que depositan en él sus esperanzas porque, incluso habiendo recibido todo tipo de garantías y promesas por parte del hospital o profesional en cuestión, aun así hay veces que se la pegan. Así que ojo, siempre.
En el mejor de los casos la cosa se queda en un turismo local o como mucho limítrofe.
Si tienes la suerte de vivir próxima a una ciudad con varias opciones hospitalarias y encontrar además entre ellas alguna decente, podrás solicitar un traslado o contratar los servicios privados del profesional elegido.
Si no eres de las afortunadas, te tocará añadir a lo anterior un largo, a veces larguísimo viaje hasta llegar a la tierra prometida, con el consiguiente aumento de costes, esfuerzo y trastorno. Porque hay muchos lugares en este país donde las opciones se reducen a una. Un solo hospital en la ciudad. Un solo lugar donde parir.
Si tienes “posibles” y apoyos, agarras la cartera y la barriga y te vas cual Erasmus al destino elegido… “Hola, soy la de fuera, que vengo para asegurarme de que no me hagan nada…”
Otras veces se opta por el parto domiciliario por eliminación. Sí. Porque puedes decidir parir en casa por deseo expreso o por falta de alternativas. Otra cosa es que después descubras sus bondades. En cualquier caso, la cartera bien cerquita, que te va a hacer falta.
Pero hay un caso más, aparte de estos. Las mujeres que viven en lugares con una sola opción hospitalaria y que no tienen los apoyos ni la cartera en condiciones para costearse un desplazamiento o un parto domiciliario.
Esas mujeres que no tienen más remedio que parir en un hospital donde saben positivamente que no se practica el respeto, ni las recomendaciones de la OMS, ni la Estrategia de Atención al Parto Normal, ni nada de nada.
Y son mujeres que se acercan porque quieren saber e informarse. Y tras conocer sus circunstancias piensas que no van a volver, que no querrán seguir escuchando si para ellas no hay alternativas. Pero vuelven, al siguiente mes, y al otro, y cada vez más informadas. Y te dan una de las lecciones más grandes de tu vida. Porque se enfrentan a su realidad con una valentía que jamás has visto antes y en lugar de esconder la cabeza como los avestruces, la miran de frente y pelean contra ella hasta el final. Son esas mujeres que con toda la información en la mano se presentan trimestre tras trimestre en un lugar hostil repleto de malas caras y luchan por que se cumplan sus derechos y los de sus hijos, a pesar de ser juzgadas, etiquetadas y ridiculizadas. Mujeres que presentan planes de parto y preguntan, aun a sabiendas de que sus preguntas no serán bien recibidas. Mujeres que cuestionan, que se niegan, que se enfrentan a aquellos que estarán el día de su parto.
Y muchas vuelven después con las manos en sus heridas pero no ves signos de derrota, ves la fuerza y el desafío en sus ojos, porque saben que pelearon como jabatas por conseguir un parto digno y que pueden y deben estar orgullosas. Mujeres que, cuando están listas, vuelven al lugar donde fueron maltratadas y reclaman, denuncian y alzan la cabeza con la certeza de que sus cuerpos pueden parir pero que no les dejaron y que a la próxima será diferente.
Esas son las mujeres que cambian el mundo, las que pelean en primera línea del campo de batalla, con sus cuerpos como escudo y su sabiduría como arma.
Mi más profunda admiración y agradecimiento a todas ellas.
Foto de Elsa Rouvière