Marta Parra Casado
8 Nov 2013
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3 comentarios

"La ciudad es mi sala de lactancia"

Las mujeres se mueven. Y la Maternidad ha resultado, en muchas de ellas, un aliciente en este despertar a reivindicaciones esenciales relacionadas con sus hijas e hijos y con ellas mismas. Una reivindicación de la maternidad y crianza como algo maravilloso, difícil, poderoso, respetuoso, contradictorio, saludable y miles de adjetivos más, en los que prima entender que el bebé, el hijo o hija (la otra persona) tiene necesidades saludables que no son solo caprichos. Porque engendrar, parir, lactar, criar… son procesos en los que el aprendizaje social actual nos ha hecho olvidarnos de algo tan sabio y necesario como el instinto, relegado a un cajón en esta sociedad tecnológica y racional.

El parto, la lactancia, la crianza son momentos cruciales que las mujeres han decidido empezar a vivir conforme a lo que cada una busca, quiere y necesita. Isabel Aler, socióloga de la Universidad de Sevilla, ha teorizado acerca de las “madres insumisas”, recogido en el Capítulo 3: Sociología de la Maternidad en España, del libro “Maternidad y Salud: Ciencia, Conciencia y Experiencia“, publicado por el Ministerio de Sanidad en 2012:

La lactancia es un estado poderoso en el que muchas mujeres sienten la fuerza de su maternidad, y deciden vivir con naturalidad un hecho fisiológico y de supervivencia, también emocionalmente muy intenso. Pero no siempre esto se entiende así, y muchas veces a las madres se nos invita a ir a otro lugar a amamantar, “para estar más cómodas”, para estar tranquilas, “por decoro”, etc. En el mejor de los casos, las madres nos vemos relegadas a unos espacios llamados “sala de lactancia”, generalmente junto a los aseos, o incluso dentro de ellos. Un espacio sin luz natural, que huele mal, retirado o escondido, con un cubo enorme para tirar los pañales. Y en esas condiciones, la madre se ve sentada en una silla, al lado de los pañales de otras muchas familias, dentro de la zona de aseos… para alimentar a su bebé… Es evidente que si a cualquier adulto nos mandaran al baño a comer, lo interpretaríamos como un castigo o un insulto.

El tabú de la lactancia materna en público afecta hasta a los iconos y símbolos más elementales, evitando la imagen explícita del pecho de la madre, que es sustituido por el biberón, como símbolo del amamantamiento, en un ridículo esfuerzo por indicar algo que, en realidad, se quiere evitar (esconder). A raíz de tener que soportar demasiadas veces estas situaciones, las mujeres comenzaron a moverse bajo el lema “mi sala de lactancia es el mundo“.

Nanufacture, una tienda de productos de maternidad en Valencia comenzó diseñando una bolsa en la que en una frase se resume todo:

http://mamaquieroteta.blogspot.com.es/2010/07/esta-es-mi-sala-de-lactancia.html

Y el eslogan dio lugar a un abrumador movimiento de conquista para la lactancia de cualquier espacio: las mujeres iban haciéndose fotos en distintas situaciones de cotidianidad, y las colgaban en Facebook, para normalizar la idea de que la lactancia es un derecho que está por encima del lugar, y por encima de las personas que “controlan” los lugares.

Este verano, en una piscina de Erandio (Bizkaia), una madre que estaba sentada al borde de la piscina infantil, amamantando a su hija, fue “invitada” a dejar de hacerlo, debido a que podía ensuciar la piscina con los restos de leche y habría que desinfectarla. No es la primera vez que ocurre, siendo frecuentes este tipo de prohibiciones en museos, restaurantes, piscinas públicas o centros comerciales. Cada vez que se da una situación así, las mujeres se conectan y “hacen una tetada” a las puertas del lugar del incidente. Una "tetada" consiste en que muchas mujeres con sus hijos e hijas se sientan en el espacio público a la entrada del establecimiento o edificio, a dar el pecho, en un acto de rebeldía y reivindicación pacífica, en el que se ocupa un espacio público para llamar la atención acerca del incidente, dando teta a sus bebés y a sus hijos en lactancia prolongada.

Protesta en Fort Lauderdale (EE UU) en favor de las madres lactantes en 2006 después de que una mujer fuese expulsada de un avión Delta en Vermont por amamantar a su hijo de un mes.

La lactancia no pertenece exclusivamente a la esfera privada de las mujeres. Será cada bebé y cada madre los que establezcan sus pautas de alimentación y cuidados, en el entorno que quieran hacerlo y en el momento que quieran hacerlo. Las mujeres se mueven. Y dicho movimiento precisa y se produce en un espacio concreto. El espacio público ha sufrido en las últimas décadas algunas modificaciones en el modo de ser usado y “controlado”: los niños han sido expulsados de la calle y llevados a parques encintados en vallas de colores primarios, los adolescentes han sustituido las pipas en el parque por los paseos por centros comerciales, el banco de la calle se ha vaciado y sustituido por la terraza del bar (donde hay que consumir), los paseos tranquilos miran ahora a un escaparate.

Recuperar el espacio para la cuidadanía, (colectivo que cuida) implica normalizar el uso del espacio público que acoge estas relaciones: la plaza, el parque, el asiento de la calle, la entrada del supermercado, el autobús, la acera en sombra en verano, etc. Y normalizar la lactancia como acto natural implica recuperar cualquier espacio público o privado, abierto o cerrado en el que un bebé es amamantado. La ciudad, el espacio común, puede y debe ser receptora de esta actividad, con normalidad, con la normalidad de quien se come una bolsa de patatas fritas en una estación del Metro o merienda un bocadillo en un parque o se toma un caramelo. Porque el espacio que necesitan una madre para amamantar o un bebé para mamar es cualquier espacio. Así de grande, así de sencillo. Utilizar la ciudad, el espacio público para amamantar a nuestros hijos e hijas es una forma de recuperar espacios sociales y físicos, espacios robados, esponjar la esfera privada en la que se había encerrado la Maternidad de manera forzada.

La lactancia no quiere llegar solo al espacio físico, sino también al espacio (como importancia) que tiene en la sociedad: en los medios de comunicación, en las empresas, en la publicidad, en las conversaciones, en las leyes que recogen derechos fundamentales, etc. Y se está consiguiendo: el asociacionismo e internet han permitido expandir este movimiento de empoderamiento de las mujeres y sus hijos, desde un nivel formal, como la Iniciativa para la Humanización de la Asistencia al Nacimiento y la Lactancia, de UNICEF, como las innumerables asociaciones de lactancia que han visto la luz en los últimos años, en cada pueblo y ciudad, organizadas de diversas maneras:

En este sentido, la asociación El Parto es Nuestro lleva diez años reivindicando los derechos de las madres en relación al parto, nacimiento y lactancia, desarrollando un activismo y concienciación ciudadana muy interesantes, a través (entre otras herramientas) de su blog:

Pero no solo en España, ya que como cualquier situación injusta, es algo que de modo espontáneo, ocurre en muchas otras partes del mundo:

Porque normalizar el acto sublime de amamantar es defender el derecho del bebé a ser alimentado, y el de la madre a ofrecérselo cuando el hijo o hija lo demanda: comida, bebida y cariño, en cualquier lugar y en cualquier momento. Más información histórica sobre lactancia aquí.

¡¡¡Porque la lactancia también necesita su espacio!!!

Adri (unverified)
9 Nov 2013
Sí. Se trata de recuperar algo que hasta no hace tanto, formaba parte de la normalidad o de lo cotidiano...O quizá no, quizá las mujeres de antes, me refiero a la generación de nuestras bisabuelas y abuelas, sólo lo hacían de manera instintiva, porque tampoco había muchas más alternativas para criar y sacar adelante a la prole. Desconozco a qué nivel de presión se sometía dicho acto en el ámbito público, pero imagino que no era algo habitual hasta hace años, porque ni siquiera a día de hoy una amplia mayoría de la sociedad lo practica o lo entiende como algo natural. Por su parte la crianza natural y el amamantamiento, en el espacio privado, sufrieron una fuerte transformación ya en la época de nuestras abuelas con la aparición de las primeras medidas alternativas de alimentación infantil. En mi familia, por lo que recuerdo, las madres (que amamantaban hace tres décadas), en las reuniones familiares, se retiraban a habitaciones de la casa en las que se encontraban a solas. Quizá para escapar de las miradas familiares, quizá por cuestión de moda, quizá por tranquilidad, por comodidad. Yo era pequeña, recuerdo que había dos cosas que no comprendía: la primera era por qué los bebés no estaban con sus madres en las habitaciones, fui a conocer a mi hermana y me desoló no encontrarla en la habitación junto a mi madre; la segunda era qué comían los bebés y si bebían agua (todo aquello realmente me preocupaba)... Me costó años ver a un bebé ser amamantado por su madre. No era una imagen posible en el ámbito público, tampoco habitual en el ámbito cercano. Si acaso algo especialmente reservado al ámbito familiar. Digo todo esto porque quizá este movimiento no sea propiamente una reconquista del espacio público, sino una conquista en toda regla. Una acción mucho más transgresora, trascendental y de mayor calado de lo que nos imaginamos. Puede que esta forma de entender la vida, la crianza, la humanidad esté siendo devuelta al espacio exterior, desarrollada a plena luz del sol, de una manera renovada, después de muchos cientos de años. Puede que estas acciones y movimientos sean la expresión más interesante de un profundo cambio social incipiente, pero ciertamente arraigado en muchos de nosotros. En cualquier caso, y sea lo que sea, me gusta y lo defiendo. Un saludo a todas, Adri