Nacimiento de Adriana
No podría relatar el nacimiento de Adriana sin remontarme meses atrás al mismo y es que, durante el transcurso del embarazo, no solo ella y mi cuerpo se transformaron para que el milagro ocurriera, también se transformó radicalmente la idea que tenía de como transcurría un nacimiento.
Previa a esa revolución de esquemas, mi visión del parto era una mujer aterrada en una cama obstétrica, a la que mejor le iría el nombre de cama de las torturas, en una sala fría y excesivamente iluminada, con desconocidos de bata verde manipulando sus zonas más íntimas, y un dolor terrible que hace gritar y desear por encima de todas las cosas que te atraviesen la espalda con una aguja larguísima, para terminar así con un sufrimiento tan inhumano.
Lo curioso es que pienso que esa visión probablemente se hubiera hecho realidad si no hubiera descubierto el antídoto a ese miedo tan enraizado en mí. Un antídoto simple y al alcance pero sobre todo muy eficaz: INFORMACIÓN. Pronto comencé a devorar libros y relatos de partos, comprendí el proceso fisiológico, supe de los riesgos provocados por epidurales, oxitocina, maniobras varias desaconsejadas por la OMS pero que están al orden del día en nuestros hospitales... y lo más sorprendente y esperanzador, descubrí que había mujeres de carne y hueso que no sólo buscaban tener un parto natural no medicalizado, sino que además lo DISFRUTABAN y salían del mismo EMPODERADAS como nunca. No cabía duda en mí, anhelaba sentir mi cuerpo en todo su potencial, si todo iba bien no iba a ser yo la que me interpusiera a lo que la naturaleza sabe hacer a la perfección.
Así fue como llegué al noveno mes deseando que no hubiera ningún problema que me impidiera disfrutar en su totalidad de mi parto, sin intervenciones más allá del acompañamiento, quería darle a mi pequeña una bienvenida como se merecía, sin sustancias químicas artificiales que le hicieran más arduo el ya de por sí traumático proceso de nacer. Tiempo atrás había solicitado cambio a un hospital con un protocolo respetuoso para madre y bebé, tenía listo mi plan de parto, hasta había conseguido sentar a mi chico una hora para resumirle las fases del parto, el porqué de mis decisiones y cómo él podía ayudarme defendiendo el parto que ya entonces los dos queríamos para recibir a nuestra hija.
Según se acercaba el fin del embarazo, empezaba a estar un tanto inquieta... me habían vaticinado tantas personas que se me adelantaría el parto debido al volumen y posición de mi tripa, que me lo llegué a creer y, según pasaba el tiempo, crecía en mí el temor a una inducción. Pero Adriana hizo oídos sordos y esperó sin prisas a la semana 40. Fue una noche del domingo al lunes cuando comencé con contracciones, justo al poco de expulsar parte del tapón mucoso. Eran fuertes como para tener que salir de la cama pero aun irregulares viniendo en un rango de 4 a 15 minutos... adopté una posición sentada en una silla mirando hacia el respaldo en el cual me apoyaba sobre una almohada entre contracción y contracción. Así pasé la noche excitada, feliz y sin miedos, mi cuerpo había empezado a abrirse por sí mismo, el principio para poder recibir a mi pequeña como había soñado!
Según fue amaneciendo, las contracciones fueron bajando de intensidad y distanciándose. Parecía que mojaba las braguitas por lo que cogimos rumbo al hospital antes de que mi chico marchara a trabajar. Una vez allí me llevaron a monitores. Hugo descubrió que uno de los numeritos del aparato era la fuerza de las contracciones y se entretenía avisándome de cuando se avecinaba una. Me molestaba un poco que supiera antes que yo cuando vendría el dolor pero parecía divertirse tanto que le dejé hacer. No contento con avisarme sobre su llegada, comentaba la intensidad de las mismas siendo su sonrisa mayor a tono con la fuerza de la contracción, lo que hizo que a mí también me diera la risa tonta, "paaaaraa... no me hagas reír... aaaahh". Finalmente miraron si tenía pérdida de líquido pero no encontraron rastro. Conocía a esa matrona que me atendía, era la que dio la charla en la presentación de la maternidad del hospital. Si no recordaba mal, nos había contado que en Reino Unido atendió un parto de 48 horas... según la preparación al parto sabía perfectamente que debía estar en casa hasta tres horas una vez comenzadas las contracciones periódicas pero quise saber su opinión respecto a ese tiempo, esperando oír justo lo que me dijo: si lo que buscaba era un parto natural, mejor olvidar el reloj y cuantas más horas en casa mejor, cuatro, cinco, seis horas...
Yo que soy de la mancha pero que bien pudiera pasar por vasca, me tomé al pie de la letra sus palabras. Aquel día apenas comí, cuando Hugo vino a medio día yo ya estaba de nuevo con contracciones fuertes irregulares y, al poco de marcharse, sobre las 16, comencé entonces si con contracciones de parto. El dolor se hizo más intenso y prolongado, como oleadas poderosas que estremecían mi cuerpo y arrastraban todo pensamiento dejando mi mente a solas con mi respiración.
Pasé casi toda la tarde en la misma posición que había adoptado la noche anterior, a horcajadas sobre la silla, hasta las 21 que regresó Hugo. Todo ese tiempo no me sentí sola, mi pequeña estaba conmigo, ella había comenzado todo esto y muy pronto la tendría entre mis brazos. También estaba mi perrita Dana que esa tarde no me perseguía como siempre para que le diera su paseo. Aun así agradecí mucho que Hugo llegara, había vomitado un zumo con la mala suerte de que las gafas terminaron encima del charco y yo no encontraba el momento de recogerlas y limpiarlas. Qué situación tan patética!
Una vez recuperada la visión fui a darme un baño mientras Hugo sacaba a Dana. Pasé mucho tiempo en la bañera, el agua calentita aplacando el dolor. Lo siguiente que recuerdo es a Hugo preparándose para ir a dormir... y fue ahí cuando algo hizo clic en mi cerebro, ¿cuándo pensaba ir al hospital? era media noche, llevaba ocho horas de parto y comenzaba a sospechar que las ganas que tenía de ir al baño sin que aquello concluyera, igual no era estreñimiento... así pues como pude me vestí y nos pusimos rumbo al hospital.
Madrid estaba en calma y en quince minutos entrábamos a urgencias. Yo ya no estaba para bromas, durante las contracciones no soportaba que me hablaran, mucho menos que me tocaran, y así se lo debí hacer saber a Hugo que esperaba pacientemente en silencio cuando me venía alguna. Esta vez en monitores tan sólo miraba preocupado el monitor, "¿qué pasa Hugo?"- "las contracciones no son tan fuertes como esta mañana ni de lejos, de más de cien han pasado a trece"- "¿cómo??", no podía ser, me estaba retorciendo en el sillón... supuse que se trataba de otra escala de medida pero también se me pasó por la cabeza que igual ni estaba dilatando, que por algún problema eran tan dolorosas sin que fueran efectivas... cuál fue mi alegría cuando la matrona que me hizo el tacto me dijo sorprendida que estaba de 6 cm. Me preguntó si me dolía y si estaba tomando algo de homeopatía (¿el que hay de homeopatía que ayude al dolor de parto??). Debo de exteriorizar poco el dolor porque a esas alturas aquello ya era serio. En las braguitas se veía que, entonces sí, estaba perdiendo algo de líquido.
De camino a la sala de dilatación/paritorio me sentía como en una nube, me asomaba media sonrisilla como si estuviera colocada, ¿sería el efecto de las endorfinas? Me preguntó si iba a querer epidural, "pues de momento vamos a seguir sin ella" le contesto... sabía que más adelante podría ser complicado que me la administraran pero tenía las ideas claras. Me llevaron al paritorio con la bañera de partos, era una sala enorme que estaba congelada. No tenía intención de usar la bañera, tenía mucho frío, pero estaba ilusionada con usar el fular colgado del techo, mi matrona nos contó que estar "suspendida" reducía el dolor hasta en un 60 %. Me llevé un chasco, sólo estaba el acople pero nada a lo que agarrarme.
Pronto vino a recibirme Ana, la matrona que me atendería el parto, con la auxiliar. Era una chica muy joven, dulce y atenta, que me imprimió mucha confianza desde el principio. Como pude comprobar, mi intuición no me engañó. La auxiliar me facilitó una pelota de pilates sin tan siquiera yo pedirla y Ana me sugirió tomarme una ducha caliente todo el tiempo que quisiera hasta más tarde que me pondrían monitores inalámbricos. Así lo hice, estuve mucho tiempo disfrutando del chorro calentito pero cuando terminé seguía teniendo frío. Me senté en la pelota de pilates, muy cerca del radiador eléctrico que trajeron, y allí estuve balanceándome horas al ritmo de la música que cuidadosamente había elegido. Poner tu propia música en esos momentos contrarresta un poco el ambiente del hospital. Ana pasaba de vez en cuando a ver qué tal estaba, siempre hablando muy flojito y sólo si veía que no estaba en medio de una contracción.
Me encontraba muy tranquila, en algún momento cantaba al bebé nuestra canción, a veces caminaba un poco, la mayor parte del tiempo seguía balanceándome en la pelota. Fui perdiendo líquido a trompicones, cuando ya pensaba que habría expulsado todo, una nueva contracción arrastraba gran cantidad de líquido. No sé qué hora sería cuando Ana me pidió hacerme un tacto y ya estaba de 9 cm. El siguiente tacto fue a las 6 de la mañana, estaba en completa. Hacía tiempo que tenía muchas ganas de empujar pero Ana me dijo que la niña aún seguía alta y que intentara contenerme en la medida de lo posible. Fue duro resistir las embestidas de cada contracción sin empujar. Aparte de que era complicado, no me sentía a gusto "yendo en contra de mi cuerpo".
Por primera vez en la noche me tumbé en la cama y creo que llegué a dormitar. Una enfermera desconocida entró diciendo que la ginecóloga (¿qué ginecóloga?!) me había mandado suero porque el bebé parecía algo dormido. No tuve ni que hablar, a saber qué cara pondría Hugo para que la enfermera se fuera sin más cuando le dijo que no tenía vía, ¡ese es mi chico defendiendo el plan de parto! Me hubiera gustado alguna explicación, el latido del bebé parecía estar bien, entorno a las 150 pulsaciones, igual había aprovechado para descansar un poquito a la par que yo, ¿qué problema había?
Sea lo que fuere a partir de ese momento empecé a dejar el estado de serenidad que me venía acompañando. Miraba cada dos por tres el enorme reloj de la sala al que había ignorado hasta ese momento, empecé a sentirme mal por mi familia que había venido desde Ciudad Real y llevaba toda la noche en vela esperando, también me inquietaba el cambio de turno, tenía miedo de que me siguiera atendiendo aquella otra matrona que entró hablando alto sobre sueros y se marchó bruscamente sin más... pero por otra parte no podía creer que Ana se hubiera marchado sin despedirse, la acababa de conocer pero mi intuición me decía que eso no era propio de ella.
Me pareció una eternidad hasta que regresó, ¡qué alivio! Tenía pensado que pariría en una postura "buena" para mi periné pero para entonces las contracciones empezaron a distanciarse tanto que decidí que pariría en silla de partos. Supuse que sería la forma más "rápida", total verticalidad para aprovechar mejor la fuerza de las espaciadas contracciones. Me dijeron que tenían que limpiar la silla y se marcharon. Llegó un punto en el que necesitaba que me atendieran, no podía esperar, pero seguían diciéndome que estaban limpiando la silla...
No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin estaba todo listo, pero... ¿todo? lo más imprescindible, las contracciones, se hacían las interesantes apareciendo menos de lo que deseábamos. Deambulaba por la sala observándoles de reojo: Ana mirando al infinito, la auxiliar haciendo gestos de impaciencia y mirando el móvil, Hugo parecía estar OK y yo maldecía para mis adentros no tener un torrente de contracciones. Esto hacía que cada vez que hubiera una me animaran a empujar como una posesa... pero no funcionaba, es más, me molestaba, y no pude evitar soltar una reprimenda al pobre Hugo y como pude me contuve de pedirle callar también a la auxiliar. Únicamente toleraba escuchar a Ana como si solo ella pudiera tener voz en ese asunto.
Me sentía impotente y atrapada por el maldito miedo que había regresado. Por una parte miedo al dolor (puñetera ginecóloga que en la última eco me comentó lo mucho que tendría que empujar porque la niña era cabezona, ¡con lo pequeña que soy yo!), por otra parte temía hacerle daño al bebe privándolo de oxígeno. Perdí la confianza en mi cuerpo, me parecía tan complicado que la niña pudiera salir por ahí... llegué a pensar que me tendrían que hacer una cesárea... llevaríamos media hora cuando Ana me comentó preocupada que las contracciones estaban muy distanciadas y que sería bueno ponerme oxitocina. Mi primera reacción fue de desagrado pero al final accedí. Aunque no había evidencias de sufrimiento fetal, me agobiaba mucho pensar que mi pequeña estuviera mucho tiempo ahí encajada. Ana me prometió que usaría una dosis mínima.
No sé qué dosis me administraría finalmente pero recuerdo como iba subiéndola con un mando hasta que hizo el efecto deseado. Ana me animaba en cada contracción y, aunque en mi plan de parto había pedido que no quería pujos dirigidos, lo cierto es que lo agradecí, sabía que decir para contrarrestar mis "no puedooo" "dueeelee" "la estoy asfixiandoooo". En una de las contracciones me debió pillar mirando atemorizada los latidos del bebé porque arrancó los sensores de mi cuerpo. Al igual que sus palabras, el no estar monitorizada también funcionó. Conseguí abandonarme a los pujos, emitía un sonido gutural cada vez que concentraba toda la fuerza de mi cuerpo en empujar. Unos empujones más, o muchos, pues aunque lo recuerdo corto según Hugo fueron unas dos horas de expulsivo... y sentí la piel tirante a más no poder, ¡el aro de fuego! La auxiliar ya me había quitado la bata y Ana sostenía un espejo en el que pude ver coronar la cabecita de mi bebé, es una imagen imborrable. Como lo será la carita asustada de mi niña con los ojos como platos cuando me la acercaron al siguiente empujón (ahora me arrepiento de no haberles recordado que hubiera más oscuridad), eran las 8:45. Explosión de sentimientos, mi pequeña sobre mí ya en la cama. Qué bonito, qué bendición, qué milagro... pero que poco duró la completa felicidad...
Adriana estaba "quejicosa", lo que médicamente llamaron distrés respiratorio, por lo que Ana nos dijo que sería bueno que la viera el pediatra. Vinieron rápido y se la llevaron tras aspirarle las mucosidades. Pasarían casi tres larguísimas horas hasta que pude volver a tenerla en mis brazos...
Al principio estaba tranquila, algo en mi interior me decía que la niña estaba perfecta y me la traerían pronto. El turno de Ana había terminado pero, pese a que sus compañeras insistían en que marchara, me asistió durante el alumbramiento y después para suturarme. Sufrí un desgarro grado dos que le llevó un buen rato. Era molesto pese a la anestesia local, seguro que con mi bebé encima el recuerdo hubiera sido totalmente distinto. Agradecí a Ana que se quedara, se me hubiera hecho más duro de haberme atendido otra persona. Me dijo que por eso lo hacía. Hablamos del parto, también de nosotras, era de origen manchego como yo, le dije que escribiría el relato del parto, que a mí me había ayudado mucho leer los relatos de tantas otras mujeres.
Cuando Ana acabó el trabajo se marchó y vinieron otras enfermeras. Intenté ir al baño pero no pude sola... no sentía nada de dolor pero estaba muy mareada, me faltaba el aire. Hugo iba y venía, yo le regañaba cuando le veía aparecer, no quería que dejara sola a Adriana, pero el estaba preocupado por mí. Pasaron muchas enfermeras distintas, todas ellas apretaban mi tripa para que expulsara lo que aun pudiera retener, era desagradable. Sentía mi cuerpo ajeno con aquella barriga aun tan grande pero ya tan vacía... extrañé que no siguiera ahí mi bebé, crecía a ritmo forzado la urgencia de ir en su busca.
Hugo volvió esta vez con una foto de Adriana, tenía lo que luego supe se llamaba gafas de oxígeno y sensores, pero nadie le había explicado qué le sucedía. Se me cayó el alma al suelo, tenía que recuperarme rápido porque no tenía pinta de que me la fueran a traer. Intenté levantarme de nuevo pero me seguía faltando el aire. Pedía comida, hacía día y medio que apenas había probado bocado y llevaba dos noches en vela, estaba segura de que el mareo se iría si llenaba el estómago, pero sólo me daban suero. Tras mucha súplica me dijeron que podía tomar zumo... llevaba tomando zumo todo el parto, necesitaba algo más contundente. Hugo me dio galletas de contrabando que me supieron a poco, recuerdo desear un buen plato de la paella que prepara mi madre.
Cuando estaba ligeramente mejor, sobre las 11, me subieron a planta. Me confortó ver a mis padres y a mi hermano ya en la habitación pero fue un encuentro muy breve, mi hija me necesitaba tanto como yo a ella.
Si el plan de parto me lo respetaron, no puedo decir lo mismo del plan de nacimiento. Ahí estaba mi niña con suero cuando no tuvo ninguna hipoglucemia, y con una tetina mojada en sacarosa. Nada más llegar me ayudaron a ponérmela encima y se enganchó perfectamente al pecho. Tengo un recuerdo agridulce de aquel día, el subidón del parto y de ver la carita a mi bebé fue tintándose de preocupación... hasta media noche, y tras mucha insistencia por mi parte, no vino ningún médico a explicarme qué estaba pasando, no hay derecho a que se tenga en vilo de esa forma a unos padres. Se le diagnosticó sepsis neonatal. A los cinco días el cultivo dio negativo, nunca sabremos si realmente tuvo algún principio de infección.
Por mucho que los hospitales quieran vendernos que son respetuosos con madre y bebé, pro lactancia materna, etc... no lo están haciendo bien mientras no cuiden a la par a mamás y bebés. Una vez terminado mi ingreso de dos días no tuve una cama en la que echarme durante otros largos seis días más, llegué a tener alucinaciones de todo el tiempo que pasé sin dormir. Adriana se recuperó muy rápido y pronto le quitaron cables y sensores pero, debido al tratamiento con antibióticos, no podía llevármela, ni siquiera se me permitía acercarla a una ventana para que le diera un poco el sol. Fueron tantos días en la penumbra que se me caían los lagrimones cuando por fin pude sentir el viento glacial sobre mi cara y la luz solar acariciándonos a mí y a mi bebé, LIBRES al fin...
Mis agradecimientos al parto es nuestro que fue gran fuente de información y coraje, a Ana la matrona de barajas por compartir su sabiduría con tanto sentido del humor, a Ana de Torrejón por desempeñar su profesión de forma tan amorosa y respetuosa, y, por último, a todas las mujeres que compartieron y comparten sus vivencias de partos.
Este relato fue originalmente escrito en:
http://mama-novata-a-la-aventura.blogspot.se/2015/04/parto.html