La placenta, árbol de la vida
Además de las funciones nutricional, pulmonar, endocrina y de evacuación, la barrera placentaria asegura la protección física y biológica del pequeño humano durante su gestación. La placenta protege al feto en sus membranas (“la bolsa de las aguas”), un envoltorio suave y resistente, a la vez que contiene el líquido amniótico, manteniéndolo estéril y a temperatura constante. Aunque algunos tóxicos como el alcohol, el tabaco o ciertos fármacos logran traspasarla, la placenta resguarda al bebé de gran número de sustancias nocivas y agentes patógenos actuando de filtro.
La placenta es un órgano único, esencial en la asombrosa formación de cada ser humano. No es de extrañar que sea venerada en muchas culturas y se ritualice la culminación de su labor, a menudo enterrándola junto a un árbol. Algunas etnias de Uganda, Nigeria o Ghana, como los igbo, consideran que la placenta es hermana gemela del bebé y debe ser sepultada siguiendo un ceremonial específico.
A la entrada del pueblo animista de Tiabelé,
en Burkina Faso, junto a la gran higuera sagrada,
se halla el cerro en el que se entierran las placentas
de los niños de la comunidad.
En países de Asia, como Indonesia o Malasia, también es común honrar a la placenta como un hermano protector del bebé. Esta creencia no está muy alejada de las circunstancias biológicas en que se forma la placenta, pues se separa del primer grupo de células que forma al embrión y crece a la par con él, manteniendo su mismo ADN. También los indígenas americanos Quechua y Aymara en el sur, y los Navajo, en el norte, otorgan un carácter sagrado a la placenta. En China se conserva disecada como sustancia de vida y de salud para ser utilizada en medicina.
Las palabras que designan a la placenta también pueden evocar esta veneración ancestral: en Islandia es llamada “fylgia” que significa “ángel de la guarda” y para los maori de Nueva Zelanda es “whenua” la misma palabra que designa a la tierra. En nuestro idioma, “placenta” tiene origen grecolatino y significa torta redondeada y plana (y agradable, “placentera”), expresión que comenzó a utilizarse en los primeros tratados de medicina en latín, en el s. XVI, para describirla.
Son muchas las formas posibles de honrar, despedir o utilizar la placenta tras el parto, incluido el desprendimiento natural de la placenta en los llamados nacimientos loto.
La medicalización del parto ha favorecido que la placenta se considere un desecho orgánico más entre los residuos hospitalarios, e incluso que algunas clínicas se lucren con su venta a laboratorios de cosmética o que se utilicen para operaciones de córnea, dentro del mismo hospital, y muchas veces sin el consentimiento de la mujer. Muchas madres y padres que desean conservar la placenta -o tan solo mostrar agradecimiento tocándola y mirándola unos minutos-, a menudo se encuentran con obstáculos e incomprensión. Afortunadamente, son cada vez más las mujeres que exigen apropiarse de sus partos y también de sus placentas, tanto si dan a luz en casa como en el hospital. Las mujeres estamos redescubriendo así el valor y el poder de nuestros cuerpos y de este órgano polivalente que es pieza fundamental del milagroso desarrollo del bebé en el útero.
Para leer más: ¿Qué ocurre con la placenta?
Fotos de las placentas y del pueblo Tiabelé: de Ana Castillo.
Última foto: Un nacimiento loto.
Gracias y felicidades! Que disfrutes de las semanas que te quedan de “unión placentaria” con tu bebé y que tengáis un bello y respetado encuentro.
Un texto muy interesante. En nuestro pais no se habla de placenta salvo cuando da problemas (hematomas,desprendimiento, calcificaciones...). A mi me parece un órgano muy interesante y6 como bien dice merece nuestro respeto.
Nuria M