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Por Elena
El que somos una sociedad que tiene prisa no es nada nuevo. Todo, absolutamente todo, parece mejorable si se puede hacer más rápido.
No voy a ser yo ahora la que te diga que te tomes un minuto en admirar la forma de las nubes, que vivas el presente, o que des las gracias a la vida por respirar y levantarte cada mañana. No sería más que otra forma de apremiarte a que realices tu camino personal.
Estamos conectados a todo hoy en día, y desconectados del todo de nosotros mismos. En esto, llega un día que te embarazas. Y tu cuerpo de mujer, prácticamente ajeno a la era de las prisas, y la desconexión con una misma, hace lo que ha perfeccionado durante milenios. Gesta un bebé. Lo gesta sin prisa y sin pausa. Tu cuerpo, tu útero, trabajan perfectamente.
Mientras tú te vuelves loca preparando la eco 4D, el maxicosi, controlándote el peso, evitando el sushi y pegándote verdaderas lloreras por lo que no puedes controlar, la Naturaleza impasible sigue adelante. Te dará señales.
En la atención al parto quien te atiende también vive en la sociedad de la prisa. Unos, tendrán prisa por temas muy tangibles, como una agenda. Otros, tendrán motivos más difusos, porque no es que se les acabe el tiempo. Es que sencillamente, ya no saben esperar. ¡No sabemos! Esperar no está de moda, esperar está visto como una maldita pérdida de tiempo. Desde la mujer a la que no esperan más, hasta aquella que ya de parto le apremian por no poder justificar qué hace esta mujer aquí ingresada “sin hacer nada”. Entre las prisas de unos y otros, y muchas veces de la misma parturienta, la Naturaleza queda arrinconada, sin voz ni voto.
Qué pocas mujeres reconocen la labor de los pródromos. Qué pocas mujeres le dejan hacer al cuerpo. Qué pocas mujeres resisten las constantes invitaciones (en algunos casos exigencias) a empezar de una vez. O a acabar de una vez.
Porque, es que parece que tu bebé… pues como que estaría mejor fuera que dentro ¿no? Aquí fuera le podemos ver, tocar, le podemos ayudar, le podemos observar, podemos meterle prisa a hacer esto o aquello. Si ya está a término, ¿para qué esperar? ¿Por qué no lanzarle desde ya a la cultura de las prisas donde vivimos, a la ilusión del control? ¿Por qué hay madres prácticamente obligadas a inducirse para no ponerse a todo un hospital en su contra? O el caso de otras madres que a pesar de llevar un embarazo tranquilas y seguras, de repente hacen propias las prisas de otros, sienten la necesidad imperiosa de tener a su bebé fuera donde no sólo dependa de ella su bienestar.
Cada inducción que se hace a una madre por motivos peregrinos que no implican el bienestar de ella ni del bebé, es una bofetada a la Naturaleza. A ese Ente impasible que te entrega a tu bebé y al que, en vez de cogerlo junto con Ella y mecerlo juntos, se le apremia de malas maneras.
Durante el embarazo de mi segunda hija yo pensaba muy ufana que estaba conectada con ella y conmigo. Como mi experiencia previa había sido una cesárea de riesgo en la que ni me había acordado de la madre Naturaleza más que para cagarme en ella, me parecía que esto de estar tranquila sin más debía de ser la conexión esa de la que todo el mundo hablaba. Me puse de parto en la 40+6, muy estándar yo. Tuve un parto natural, donde aguanté, porque me había informado bien, porque mi cuerpo hacía todo sin que mi yo consciente pudiese replicar nada. Me comían las prisas por acabar pero la Naturaleza, aún invisible a mis ojos trabajaba.
Y cuando nació Lara, según me la saqué de entre las piernas y la alcé, me miraba, con esos ojos que no logran enfocar pero te miran. Y allí estaba. La Naturaleza que me la entregaba. Naturaleza que percibí conscientemente y me impresionó el sentirla. El momento del nacimiento de Lara fue tan intenso que ahora me doy cuenta de la brutal desconexión que había tenido conmigo misma. Juntas, resbaladizas, esa mirada sabia que quedó grabada para siempre en un instante eterno.
Qué afortunada soy de haberlo podido ver y reconocer.