Por Ana R.
Hace más de dos años y medio conocí a una mujer que acababa de pasar por una cesárea.
Ella decía que se había sentido respetada, le dejaron hacer piel con piel en quirófano y, a pesar de que mientras la cosían su bebé estuvo con el padre, salió del quirófano enganchado en la teta. Y hasta hoy.
No fue a reanimación, estuvo con su nueva familia todo el tiempo. Incluso una psicóloga fue a verla, a preguntarle cómo estaba. Y ella, pobre incauta, le contestó que muy feliz.
Recuerdo muy bien la primera vez que esta mujer contó su historia en voz alta, en una reunión abierta de El Parto es Nuestro. Hablaba, entre lágrimas, de una inducción de tres horas por estreptococo positivo y bolsa rota, que acabó en una cesárea innecesaria. Pero, eso sí, respetada.
Hace mucho tiempo que no veo a esa mujer, y espero no verla nunca más... porque esa mujer era yo.
Para aquella mujer la violencia obstétrica consistía en insultos, en separaciones de horas, en sufrir procedimientos innecesarios (o no) sin ser informada, en ser tratada como un mero recipiente. No sabía que hay otro tipo de violencia, ésa que nos produce síndrome de Estocolmo y nos hace agradecer a los profesionales que se autodenominan respetuosos que no nos hayamos muerto en el parto. No sabía de los lobos con piel de cordero.
Un día aquella mujer que fui se dijo en voz alta: yo he sufrido violencia obstétrica.
Me hicieron tactos cada hora o menos, con estreptococo positivo.
Me amenazaron con separarme de mi hijo si el parto no empezaba ya.
Me indujeron a las doce horas de romper la bolsa.
Y en tres horas, a las cinco de la tarde, decidieron que ya no iba a dilatar, y que me rajaban el útero. Nos sometieron a mi hijo y a mí a un riesgo innecesario, ya que la cesárea tiene más riesgos que un parto vaginal normal.
Sí. Yo he sufrido violencia obstétrica.
Gracias a aquella mujer que lloró en aquella reunión, hoy sé que una cesárea, si no es necesaria, no puede ser respetada. Da igual que la disfracen con un acompañante en quirófano, con el piel con piel o con el trato más exquisito del mundo.
Entonces, ¿hay cesáreas respetadas? Claro. Hay cesáreas necesarias. Es más, la cesárea es una operación maravillosa, que puede salvar a madres y a bebés. Es un lujo que tenemos en el primer mundo, tener hospitales donde se pueden hacer cesáreas con plenas garantías.
Y un parto por cesárea puede ser hermoso, claro que puede serlo. Ese 15% de nacimientos que tienen que acabar por vía abdominal deberían ser tan hermosos como los que acaban por vía vaginal.
Con acompañante, sin separaciones innecesarias, garantizando el piel con piel desde el mismo momento del nacimiento.
Guardando silencio mientras nace el bebé, dejando a la madre que, si quiere, lo vea salir.
Evitando que el quirófano se parezca más al camarote de los hermanos Marx que a un lugar donde una madre espera vivir uno de los momentos más intensos de su vida.
Sí. Hay cesáreas respetadas... Pero sólo lo pueden ser las que son necesarias.
Una presentación de nalgas, una cesárea previa, o dos, o tres, un parto múltiple, o uno que no sea tan rápido como quieren los protocolos del hospital, no son motivos para una cesárea.
Esas no pueden ser respetadas.
Aunque las envuelvan en papel celofán.