Matronas y enfermeras a pie de guerra: La invisibilidad del trabajo sanitario femenino en la contienda española (1936-1939)
Por Lola Ruiz Berdún
Este texto lo encontramos en la publicación Ciencia y Técnica entre la Paz y la Guerra. 1714, 1814, 1914 / Francisco A. González Redondo (coord.). Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, 2015.
Las notas de la autora no las hemos recogido en esta entrada debido a la extensión del texto, se pueden leer tanto las notas como la bibliografía en la publicación original.
1. INTRODUCCIÓN
Es innegable que la Guerra Civil que se inició en España en 1936 marcó un antes y un después en la vida de toda la población. Entre la abundante bibliografía referida a este terrible momento histórico, han aumentado considerablemente los trabajos cuyo interés se centra en la recuperación del papel que tuvieron las mujeres durante el conflicto bélico. Este estudio es una aproximación inicial, de lo que será uno más amplio, que pretende incidir en esta recuperación, centrándose en el trabajo sanitario desarrollado por las mujeres durante la guerra.
Durante los años que duró el Conflicto, el personal sanitario que deseaba continuar en su actividad laboral habitual debía demostrar ser afín al régimen imperante en el territorio en el que estaba ubicado su centro de trabajo. Muchas matronas, enfermeras y practicantas continuaron realizando su labor profesional durante los años que duró la guerra; otras, por el contrario, dejaron sus puestos de trabajo para incorporarse a labores sanitarias en hospitales militares del frente o de la retaguardia.
Para la realización de este trabajo ha sido fundamental la labor de búsqueda documental en diversos archivos. De especial relevancia es la correspondencia que mantuvieron dos dirigentes sanitarias del bando sublevado, María Rosa Urraca Pastor y Mercedes Milá Noya; correspondencia entre ambas, pero también con otras personalidades relacionadas con la sanidad durante la guerra civil y que nos ayudan a comprender las vicisitudes por las que pasó uno de los bandos; dicha correspondencia se conserva en el Archivo General Militar de Ávila (AGMAV). El resto de documentación archivística se ha consultado en el Archivo General Central de la Defensa (AGCD) y en el Archivo General de la Administración (AGA).
2. EL TRABAJO DE LAS MATRONAS Y LAS ENFERMERAS PROFESIONALES DURANTE LA GUERRA
Tras los primeros meses de desconcierto, ambos bandos empezaron a organizarse para lo que se preveía una larga campaña. El Gobierno republicano decretó la movilización de todo el personal sanitario creando dos grupos de profesionales: los destinados a la vanguardia y los destinados a la retaguardia (BOE 19/11/1936).
Eufemia Llorente de Domingo, que antes del estallido de la guerra ejercía como matrona independiente (figura 1), colaboró en la instalación de un hospital de sangre en la Iglesia de San Ramón, donde prestó sus servicios como practicante en los primeros meses de la contienda. Según consta en su expediente, desarrollar su función de matrona se hacía muy difícil por los problemas que existían durante la noche en las calles de Madrid. Su segundo destino fue el hospital de sangre de Pacífico, tras lo cual fue militarizada por el Gobierno republicano y asimilada a alférez, pasando a desarrollar su actividad en el hospital que se había ubicado en el Hotel Palace. En diciembre de 1937 fue asimilada al grado de teniente, percibiendo un sueldo de 5.000 pesetas. Entre las matronas que decidieron seguir con su actividad habitual encontramos a Ángeles Mateos Díaz, destinada en la Casa de Socorro de Chamartín de la Rosa (AGCD, Causa 10.362, leg. 5941) o a Josefa Martínez López, que continuó trabajando como matrona en la sociedad de asistencia médica ‘La Equitativa’, como lo había hecho durante los últimos dieciocho años (AGCD, Causa 52.047, leg. 3636).
Figura 1. Anuncio de prestación de servicios profesionales de Eufemia Llorente de Domingo en 1928 (La Matrona. Revista técnica y profesional ilustrada, 2(13).
Por otro lado, la necesidad de proteger a la población civil, especialmente vulnerable durante la guerra, propició que se desarrollasen nuevas estructuras sanitarias. Además de los niños, las mujeres embarazadas fueron otro de los objetivos a proteger. Con esta finalidad se organizaron maternidades improvisadas en lugares alejados de las zonas de mayor peligro, como Madrid, donde las embarazadas pudieran ser evacuadas en sus últimos meses de gestación. En la figura 2 podemos observar el Palacio de los Gosálvez, en la localidad de Villalgordo del Júcar, un edificio que fue reconvertido en albergue para embarazadas y sus hijos de hasta catorce años durante la guerra civil; el que los hijos menores pudiesen acompañar a sus madres aseguraba que éstas acudieran a los centros de maternidad [TÉBAR TOBOSO, 2008].
Otro de estos establecimientos destinados al refugio de las mujeres embarazadas de Madrid -y de sus hijos pequeños- estuvo ubicado en la localidad almeriense de Vélez Rubio; su principal impulsor fue el médico republicano Salvador Martínez Laroca [QUIROSA-CHEYROUZE MUÑOZ y LENTISCO PUCHE, 2003]. El edificio, que había sido un convento, tenía capacidad para unas trescientas personas. La fotógrafa húngara Kati Horna visitó el centro en el verano de 1937 realizando una serie de fotografías que se pueden ver en Pelizzon [2011, p. 143-152].
Es difícil establecer cómo se realizaba la selección de personal para este tipo de establecimientos y los emolumentos que percibían matronas y enfermeras en estos centros, que probablemente fuesen muy variados. Como ejemplo podemos apuntar que la enfermera María Alonso percibió la cantidad de 55 pesetas por sus servicios del 10 al 31 de agosto de 1937 en la Residencia Infantil de Masarrochas; era ésta una de las colonias que implantó el Gobierno republicano en el Levante español para niños que provenían de zonas conflictivas, como Madrid, y donde podrían llevar una vida mejor alejados de los bombardeos (MECD, AGA (05) 1.3. 31/1346).
Fig. 2. Dos matronas o enfermeras asomadas al balcón en la Maternidad de Villalgordo del Júcar (MECD;AGA,(09) 17.12 51/21132 sobre 1).
3. LAS ENFERMERAS VOLUNTARIAS
Ambos bandos se aplicaron en la creación de cursillos acelerados que otorgasen nociones básicas de cuidados enfermeros a aquellas mujeres que quisieran colaborar voluntariamente con su trabajo en algún hospital. El nombre de ‘enfermera’ se hizo extensivo tanto a aquellas que tenían una formación oficial como a las que solamente habían realizado el cursillo. Sin embargo, tal como se puntualizaba en una carta escrita por la Presidenta de las Damas Enfermeras de la Asamblea General de la Cruz Roja y dirigida a Mercedes Milá, no tenían las mismas funciones:
"Remito a usted adjunta la solicitud de la Srta. María Márquez, quien como usted ve desea prestar sus servicios en un Hospital del frente. Tal vez usted pueda complacerla pues la Cruz Roja ya sabe usted que no tiene Hospitales en el frente. Esta señorita no es, en realidad enfermera, sino ayudante pues solo ha hecho los cursillos…" (AGMAV, C. 42069, 6/40).
La Asociación de Mujeres Antifascistas fue una de las organizaciones del bando republicano que se encargó de promover cursillos acelerados de enfermeras. Estas nuevas ‘enfermeras’ se encargarían en muchos casos de sustituir a las Hermanas de la Caridad que realizaban funciones asistenciales en los hospitales de la zona republicana [GONZÁLEZ MARTÍNEZ, 1999, p. 146]. En el bando sublevado tan solo la Cruz Roja y la Falange eran las instituciones autorizadas para organizar cursos (AGMAV, C. 42069, 6/3). Mujeres pertenecientes a organizaciones como Acción Católica nutrían estos cursillos de enfermeras ávidas de acudir al frente (AGMAV, C. 42069, 6/12).
Los motivos para prestar servicios de manera voluntaria eran muy variados. Muchas jóvenes acudieron a los diversos llamamientos inspiradas por ideales románticos, ideológicos o patrióticos. En algunas ocasiones las razones esgrimidas para ser trasladadas a un hospital concreto se basaban en motivos familiares, como el hecho de tener hijos luchando en un frente próximo al hospital al que querían ser destinadas (AGMAV, C. 42069, 6/38); en otras ocasiones un hijo ingresado en un hospital era un motivo incuestionable para solicitar ser trasladada a algún centro concreto:
"(…) tiene un hijo que ha sido evacuado del frente con tuberculosis muy avanzada y enviado a Mondariz, y que ella que es enfermera civil titulada, desea muy vivamente obtener un puesto en aquel hospital prestando sus servicios gratuitamente con tal de poder asistir a su hijo en sus últimos momentos, que ella estima próximos. Me ha traído el adjunto certificado de adhesión a nuestra Causa y como su petición me parece muy razonable y me ha dado lástima, si es posible conseguir que esta señora se vea privada de asistir a su hijo en el momento de su muerte, me he permitido molestarla a usted con el ruego de que haga cuanto esté en su mano para complacerla…"
Había dos tipos de enfermeras voluntarias: las internas, a las que se proporcionaba alojamiento y manutención, y las externas que vivían por su cuenta. Tener acceso a alojamiento y manutención fue también una de las causas que movió a algunas mujeres a trabajar como voluntarias en unos momentos en los que pasar hambre era la tónica general. En algunas ciudades existían refugios para personas evacuadas de la ‘zona roja’, pero no podían permanecer en ellos más de ocho días. Sabina Martínez Vitorero fue una enfermera de los Centros de Higiene de Madrid que aprovechó un permiso retribuido por enfermedad para huir de la capital y ponerse a las órdenes del bando sublevado en agosto de 1937 (G.R. 03/08/1937). A pesar de ser practicante, enfermera titulada e instructora de sanidad, se conformó con una recomendación para prestar sus servicios como voluntaria en un hospital del frente a cambio de techo y comida (AGMAV, C. 42069, 6/73, 6/74, 6/75).
4. LA ORGANIZACIÓN DEL BANDO SUBLEVADO
En el bando sublevado la organización del personal sanitario recaía en manos de dos mujeres: Mercedes Milá Noya y María Rosa Urraca Pastor. El Jefe Provincial de Sanidad de Madrid había encargado a Mercedes Milá que organizase el personal de enfermería del hospital improvisado en el Hotel Ritz, pero avisada de una posible persecución política huyó de la capital, poniéndose en Salamanca a las órdenes de Francisco Franco [BESCÓS TORRES, 1982]. Fue nombrada Inspectora General de todo el personal femenino de hospitales, tanto profesional como auxiliar y voluntario, el 24 de marzo de 1937 (BOE 26/03/1937). Por su parte, María Rosa Urraca Pastor era la Delegada Nacional de Frentes y Hospitales.
A través de parte de la correspondencia que mantuvieron entre sí - y con otras personas-, puede comprobarse cómo ambas mujeres ejercían un control férreo sobre las enfermeras. Las visitas de inspección a los hospitales que estaban bajo su competencia en todo el territorio nacional eran algo habitual, a pesar de las dificultades que esto pudiera suponer en un periodo bélico. A María Rosa Urraca le preocupaba extraordinariamente la moral de las enfermeras y en alguna ocasión realizó denuncias injustificadas sin haber comprobado antes la veracidad de los hechos, como se desprende de esta carta dirigida a Mercedes Milá, en julio de 1937:
"(…) en el pueblo de Barcia, uno de los mejores de la zona occidental asturiana situados a tres kms. de Luarca, existe según dice textualmente la carta a la que aludo, un Hospital militar regentado por una chica joven de 19 años. Que la moralidad en dicho establecimiento se halla algo en crisis y la administración de igual manera. No hay ninguna monja."
Trasladada la consulta al comandante médico jefe de las fuerzas militares de Asturias, su respuesta fue contundente en cuanto a negar todas las acusaciones que dudasen de la moralidad y administración del establecimiento. Aseguraba que la edad de la persona que hacía las funciones de jefa de personal femenino rondaba los treinta años y manifestaba su extrañeza dado que no había tenido noticia de que Mª Rosa Urraca hubiese visitado el establecimiento. También consideraba no necesario, aunque sí conveniente, la posibilidad de que dos Hijas de la Caridad se incorporasen al hospital… (AGMAV, C. 42069, 6/186, 6/187, 6/188, 6/189).
De esta forma se intentaba contribuir a sostener el modelo ideal de enfermera que, tras la guerra, quedó reflejado en la obra de Concha Espina Princesas del martirio [ANDINA DÍAZ, 2004]. Para contribuir al mantenimiento de la moral religiosa entre las voluntarias, entre las actividades que tenían que realizar las enfermeras de los hospitales del bando sublevado se incluía el acudir a misa y realizar ejercicios espirituales antes de iniciar cada día su labor (AGMAV, C. 42069, 6/154, 6/155). No podían concurrir a sitios públicos vestidas de uniforme, ni maquillarse si tenían el uniforme puesto (AGMAV, C. 42069, 6/106).
Los hospitales situados en los frentes eran un destino codiciado por las enfermeras voluntarias. Fue tal el éxito que se obtuvo en el bando sublevado con el reclutamiento de enfermeras voluntarias que pronto fue un problema el exceso de solicitudes (AGMAV, C. 42069, 6/35). Esta situación se complicaba al irse clausurando hospitales por el cierre de los diversos frentes, como sucedió con el frente Norte. Incluso equipar con uniformes al personal de enfermería resultó ser un problema por la escasez de tela; fue necesario solicitar un permiso de importación para poder traer de Francia la suficiente cantidad de tela que permitiese confeccionar los uniformes (AGMAV, C. 42069, 6/66). En los hospitales militares el trabajo no era retribuido, por lo que habitualmente estos estaban atendidos por enfermeras voluntarias, mientras que las enfermeras profesionales, que cobraban un sueldo, actuaban en otros centros sanitarios como los dependientes de la Cruz Roja (AGMAV, C. 42069, 6/43, 6/35, 6/36, 6/37). Sin embargo, incluso en los hospitales de la Cruz Roja, las enfermeras profesionales empezaron a ser desplazadas por las voluntarias, que no pedían sueldo; esta situación produjo los consiguientes enfrentamientos entre ambos tipos de enfermeras (AGMAV, C. 42069, 6/47, 6/48, 6/49, 6/50).
Esta situación de exceso de personal no parecía ser compartida por el bando republicano. A pesar de la ayuda internacional proporcionada por el Socorro Rojo y otras organizaciones, la escasez de personal para atender a un número creciente de heridos pudo ser uno de los factores que contribuyeron a que el bando republicano perdiese la guerra. Mientras el bando sublevado concentraba sus esfuerzos en ganar la contienda, el bando republicano debía afrontar las situaciones excepcionales, a la vez que continuaba con las actividades propias del Gobierno: en enero de 1938 se realizó una convocatoria pública para proveer plazas de personal sanitario remunerado destinado a la formación de Unidades Médicas Rurales (Gaceta 31/01/1938); finalizado el plazo de presentación de instancias hubo que ampliarlo, muy probablemente por una insuficiencia en el número de candidatos (Gaceta 15/02/1938). Esta falta de personal favorecía que adolescentes recién salidas de la niñez se formasen y prestasen servicios como enfermeras [VÍA, 1966].
4. VENCEDORAS Y VENCIDAS
A pesar de encontrarse en el bando vencedor, las recompensas recibidas por las mujeres que colaboraron con su trabajo durante la guerra fueron muy diferentes a las de los hombres. Mientras que a los soldados que habían participado en la guerra se les eximía del servicio militar, el trabajo prestado por las enfermeras durante la Contienda no se consideró lo suficientemente importante como para liberarlas de que tuvieran que realizar el servicio social en el nuevo régimen franquista [TORRES PENELLA, RAMIÓ JOFRÉ y VALLS MOLIN, 2012]. El modelo de feminidad propugnado por el bando franquista incidía en los requisitos de abnegación y sacrificio a los que debía estar dispuesta una mujer y, por consiguiente, cualquier enfermera:
"(…) la forma de proporcionar personal por el Servicio Social no resulta conveniente para los Hospitales de Guerra por las razones siguientes: (…) 3º Los Hospitales de Guerra no se pueden emplear para que las enfermeras hagan por medio de ellos el servicio que les convenga, es al revés, son las enfermeras las que han de estar supeditadas a las conveniencias del hospital y al servicio del mismo…" (AGMAV, C. 42069, 6/53).
Haber permanecido en el puesto de trabajo en una zona dominada por la República durante la guerra fue un motivo de sospecha suficiente para el aparato represor que se estableció nada más terminar la contienda. Mientras las sanitarias pertenecientes al bando vencedor recibían condecoraciones y accedían a puestos de trabajo por el turno de excombatientes, las del bando republicano sufrieron, en diversa medida, el castigo destinado a los perdedores. Bien con repercusión para su actividad laboral, en forma de largos años de encarcelamiento [RUIZ-BERDÚN y GOMIS, 2012a], en forma de destierro [RUIZ -BERDÚN y GOMIS, 2012b], o incluso pagando con su vida el haber pertenecido al grupo de españoles que perdió la guerra.