Respeto por y para todas
Una amiga mía siempre dice que cuando hay un “día de” -lo que sea-, es que el resto del año es para llorar. El día de la mujer, el día del cáncer de mama, el día de la madre… Obviamente, no son ejemplos escogidos al azar, pero os animo a probar con cualquier “día de” que se os ocurra. Por supuesto, estos “días de” o “semanas de” son para visibilizar, concienciar, reivindicar y procurar conseguir mejoras. Y es maravilloso que existan.
Pero en el caso del parto respetado, muchas veces dudo de su eficacia porque me pregunto cuán cohibidas, cuán limitadas estamos. Hasta a la hora de reivindicar. Hasta para reclamar lo que es nuestro por derecho. Muchas veces tengo la sensación de que nos quedamos en una tímida, cortés y medida introducción de nuestras reivindicaciones. ¡Nunca nos darán más de lo que pedimos, el no ya lo tenemos!
Otra de mis dudas viene del enfoque que le damos. ¿A quién le pedimos en un parto respeto? Sí, por supuesto, a los profesionales que nos atienden, a las autoridades e instituciones que delimitan este ámbito. Pero me parece que nos quedamos cortas en las ambiciones. Me parece que señalamos hacia otros un problema que es mucho más amplio y del que todas, en mayor o menor medida, somos partícipes. No podemos exigir respeto a los demás sin hacer, también, un trabajo interno de tolerancia.
Queremos un parto respetado
Un parto en el que se respete a las mujeres y sus bebés. Un parto en el que se respete la integridad, los derechos, la dignidad y las decisiones de la mujer. Un parto en el que la mujer sea el centro de su propia vivencia. Un parto en el que tanto la madre como el bebé reciben una atención de calidad y acorde a sus preferencias. ¿De qué nos sirve tener infraestructuras de calidad y profesionales ultra cualificados si nos tratan como meros contenedores de bebés? Queremos un parto en el que quienes nos atiendan sean conscientes de que se trata de un acontecimiento único, íntimo, intenso y que dejará una huella imborrable en nuestra memoria. Queremos un parto humanizado.
Y eso, concretamente ¿a qué situaciones es aplicable? ¿A un parto lo más natural posible? ¿Con epidural? ¿En casa asistido por una matrona? ¿En el hospital? ¿Instrumental? ¿Por cesárea? ¿Cuál de estas opciones no es candidata a ser un parto respetado, humanizado? Ninguna, me diréis y tenéis toda la razón del mundo. Todas y cada una de estas opciones pueden y deberían ser partos respetados. Simplemente porque son opciones respetables. O así lo suele considerar la sociedad en la que vivimos.
¿Requisitos previos para exigir respeto?
Qué tal si probamos ahora con estas otras opciones: ¿Un parto en casa asistido por una partera[i]? ¿Un parto autogestionado[ii]? ¿Un parto en la naturaleza? ¿Un parto de alto riesgo? ¿Una cesárea a petición de la mujer sin criterio médico que aparentemente lo justifique?
Si alguna de estas situaciones te rechina, te invito a preguntaros cómo podemos pedir respeto a nuestros profesionales si nuestra propia tolerancia se ve limitada por miedos y prejuicios. Porque es lo que ocurre, tenemos miedos y prejuicios inculcados y no entendemos que la situación de cada una es lo suficientemente compleja como para que no estemos en posición de opinar sobre las decisiones que toma para sí misma.
Al igual que existen una serie de recomendaciones para ser candidata a un parto en casa (embarazo de bajo riesgo, no vivir a más de 30 minutos de un hospital, haber tenido al menos un parto previo, estar acompañada por al menos un profesional sanitario cualificado, etc.), existe en el inconsciente colectivo una especie de serie de criterios que cumplir, de requisitos, para poder pretender a un parto respetado. No me malinterpretéis, es fantástico que existan recomendaciones, guías, protocolos, especialmente si se basan en la evidencia científica y se actualizan con regularidad. Pero siempre y cuando se tomen como lo que son: una recomendación, una preferencia, una fuente de información. El problema es cuando se convierten en requisitos, exigencias o limitaciones. Prácticamente nadie cumple con la lista completa de recomendaciones para parir en casa, pero no es un requisito. Nuestra libertad de decisión está por encima de estas recomendaciones, está amparada por la ley y, por supuesto, no está sujeta al criterio médico del profesional que nos atienda en ese momento.
No estoy diciendo que hay que desoír las recomendaciones o el criterio médico. Simplemente digo que no siempre son aplicables, que hay casos y casos, y que el parto debería ser nuestro nos conformemos o no con los protocolos hospitalarios y las bendiciones de nuestra sociedad. Si mis decisiones están limitadas a las opciones que me ofrecen, a lo socialmente bien visto, no son mías, están cohibidas. Repito, no se trata de infringir leyes. Opinar y decidir es nuestro derecho.
Pasa lo mismo con el respeto, no puede estar sujeto a cumplir una serie de criterios. ¡Exijamos respeto, sean cuales sean nuestras condiciones y nuestras decisiones!
¿Cuándo, cómo y a quién exigir respeto?
Una cesárea, cuando es necesaria, debería ser respetada. Deberíamos poder entrar al quirófano acompañadas. Podemos preguntar todo lo que necesitamos y debemos recibir información veraz. No hace falta atarnos las manos. Podemos bajar el campo estéril para ver nacer a nuestro bebé si así lo deseamos. Podemos hacer piel con piel e iniciar la lactancia en el quirófano. Si una reanimación es necesaria, puede realizarse ahí mismo, no hace falta llevarse al bebé. Se puede pasar una gasa por la vagina de la mamá y luego por la boca del bebé para que le colonice su flora tal y como habría ocurrido en un parto vaginal. Y por supuesto, se debería esperar a que el cordón deje de latir antes de pinzarlo.
Una cesárea a petición de una mujer, aunque no tenga criterio médico que la justifique, también debería ser respetada. Porque si una mujer, tras haber recibido la información actualizada y no sesgada sobre los riesgos que conlleva una cesárea y los beneficios de un parto vaginal, opta por una cesárea, probablemente tenga un buen motivo no siempre fácil de expresar en voz alta (antecedentes de abusos sexuales, por ejemplo).
Una mujer que pide analgesia durante su parto debe recibirla y ser respetada. Al igual que una mujer que no la pide, pudiendo gritar si así lo necesita sin recibir una reprimenda.
Una mujer que se presenta al hospital con un embarazo de alto riesgo no tiene por qué verse limitada a la hora de decidir. Tiene los mismos derechos y se merece el mismo respeto que una mujer con un embarazo de bajo riesgo.
El plan de parto es un documento legal vinculante. Los protocolos hospitalarios no son ley. Están pensados para que los profesionales, en caso de encontrarse con una mujer que no quiere ser informada ni tomar decisiones (que también es su derecho y también es respetable), tengan unas líneas directrices de cómo actuar.
La mujer que opta por un parto fuera del hospital se merece respeto mientras hace seguimiento de su embarazo. No debería tener que mentir para librarse de que la regañen o la intenten disuadir metiéndole miedo, o amenazando con llamar al juez. Tiene derecho (que no obligación) a realizar su seguimiento de embarazo por la sanidad pública sin que esto la comprometa a parir en un hospital.
La mujer que escoge parir acompañada de profesionales no colegiados porque se siente más arropada de esta manera, porque el enfoque es más afín a su visión del embarazo y del parto, más acorde a sus necesidades, se merece respeto.
La mujer que llega al hospital en un traslado porque algo se desvió de la normalidad o se complicó en su parto en casa (acompañada o no), tiene derecho a una atención de calidad, respetuosa, libre de prejuicios. Y por supuesto, sigue teniendo derecho a opinar y decidir.
La mujer que opta por parir en una playa, en un bosque o debajo de un puente, sola y sin llevar ningún material específico ni formación previa porque siente que el parto es un acontecimiento fisiológico y que su cuerpo está perfectamente diseñado para parir, se merece respeto. Independientemente del resultado final. Es su cuerpo, su parto y su decisión. Es su bebé, ella lo ama más que cualquier otra persona en el mundo. Ella asumirá las consecuencias de sus decisiones, tanto las positivas como las negativas, y no somos quién para juzgarla. Ni siendo personal sanitario, ni como persona lambda de esta sociedad.
¿Y si la mujer toma una decisión equivocada?
Para empezar, ¿equivocada para quién? Lo que a ti, a mí o al profesional sanitario de turno nos parece inapropiado, no necesariamente lo es para esta mujer. Por el mismo motivo que una mujer puede optar por una interrupción de embarazo, o no, si se detecta que su bebé tiene determinadas condiciones de salud (porque solo ella sabe si le hará sufrir más una decisión u otra), también sabe mejor que nadie qué posibles consecuencias de una intervención le afectarán más o menos.
Y para seguir, si toma una decisión cuyas consecuencias son negativas para ella o para su bebé, ella cargará con las consecuencias. Ella será la que llorará más que cualquier otra persona en el mundo. Puede que sienta culpa o remordimientos y tendrá que lidiar con ello. Pero en realidad, la pregunta realmente importante es: ¿Y qué pasa si, la decisión equivocada, la toma un profesional? Pues también. Pasará justo lo mismo. Ella tendrá que vivir toda su vida con las consecuencias de esta decisión, ella llorará más que nadie, y es bastante probable que también sienta remordimientos y culpa. ¿O es que los médicos no se equivocan nunca?
¿Y si no entiende la gravedad de la situación?
Si no entiende la gravedad de la situación igual es que no hemos sabido explicarle bien las cosas. Es tarea del personal sanitario explicarnos los beneficios y riesgos de cualquier intervención. Y esto no significa lavarse las manos entregándonos un documento titulado “hoja de consentimiento informado”, no. Se trata de explicar, desarrollar, especificar según las circunstancias propias de cada paciente. Y hacerlo, además, adaptando el lenguaje a la persona que tenemos delante. La información entregada debe ser clara, detallada, actualizada y no sesgada. Y, por último, el consentimiento informado debe conseguirse (o no) sin ningún tipo de coacción.
Si hacemos el esfuerzo de explicar de manera clara, sencilla y personalizada los beneficios de una intervención, si escuchamos los miedos y las reticencias de una mujer desde el respeto, es muy probable que, si la intervención es realmente necesaria, la mujer lo entienda. Ella es la principal interesada en que todo salga bien.
El rechazo hacia una intervención muchas veces puede verse motivado porque la mujer conoce las derivas del sistema que aplica protocolos uniformizados sin tener en cuenta las particularidades y la individualidad de cada paciente. Es un intento de librarse de una intervención rutinaria en vez de necesaria, librarse de la tristemente famosa inne-cesárea, por ejemplo. Y esto solo se podrá evitar si la mujer comprende que se le ofrece una intervención realmente adaptada y necesaria en su caso personal.
¿Y si es una irresponsable?
Por si las anteriores dos preguntas no os indicaban ya el camino que coge mi reflexión, con ésta espero dejarlo claro. Prejuicios. No, las mujeres no somos unas ignorantes cabezotas con un ego sobredimensionado. ¡Tampoco somos unas irresponsables!
“Bueno, yo conozco un caso de la prima segunda del exnovio de la vecina de mi tío político que sí es una irresponsable”. Claro, y también sabemos que la mayoría de las denuncias por malos tratos son denuncias falsas. ¿O no? Claro que existen casos graves, pero no dejan de ser una minoría. ¿Por qué pagamos justas por pecadoras? No porque seamos una mayoría de pecadoras, sino porque formamos parte de una sociedad en la que la inmensa mayoría sigue perpetuando estereotipos y prejuicios. Dejemos de creer que una mujer que no sigue un consejo médico es una irresponsable. Dejemos de creer que una mujer que toma decisiones poco comunes o simplemente distintas a las que habríamos tomado nosotras mismas es una irresponsable. Da igual el nivel de estudios, el nivel económico, los títulos, los orígenes y las creencias. Cada mujer es experta en conocerse a sí misma, a su cuerpo, a su recorrido, a su salud mental y emocional. Y por eso debe ser la máxima autoridad sobre sí misma. Y acordémonos: No, no somos perros rastreadores contratados por servicios sociales para señalar ladrando a las que no se quieren someter.
Seamos más abiertas de mente, más críticas con los miedos y prejuicios que nos han inculcado, seamos más tolerantes. El respeto va de la mano de la tolerancia. Si nuestra sociedad se muestra más tolerante, también lo serán los profesionales que nos acompañan a lo largo de nuestros procesos reproductivos.
Pidamos respeto para todas y cada una de las opciones existentes. Porque cuando decimos que el parto es NUESTRO, nos referimos a que pertenece al colectivo de mujeres que paren. Pero este colectivo se compone de individuos que reclaman el derecho a ser tratadas como tal: individuos. Y no un simple número más en la larga lista de pacientes de su turno. No existe un modelo de parto uniformizado del que no nos podemos salir. Somos libres de parir como real e individualmente queremos. Y como individuos, cada una somos un mundo. Pero sea cual sea tu mundo, encaje o no con el mío, se merece respeto.
El parto respetado será libre de prejuicios o no será.
Clèmentine, de Parir en Libertad
https://www.parirenlibertad.org/
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[i] Persona que se dedica a acompañar partos sin formación reglada ni titulación especifica, habiendo adquirido conocimientos acompañando previamente con otra matona o partera. [ii] Sin ningún tipo de acompañamiento médico o profesional.