Nacimiento de Emma. Historia de Txus
El 16 de enero de 2014 me enteré que estaba embarazada a pesar de todo pronóstico por parte de los médicos debido a unas reglas irregulares y mucho descontrol hormonal. Al día siguiente me hice el test y una eco en el centro de salud y para mi sorpresa, ya estaba de unas 10 semanas. Todas las navidades las había pasado embarazada y yo sin saberlo. Tenía síntomas, sí, pero siempre los sentí aislados. Al decirme “embarazada” todo se unió y tomó forma de repente. La euforia se apoderó de mí sobre manera y enseguida empezamos a dar la noticia a todo el mundo. Después de 6 años volvía a estar embarazada.
En unos días, toda la euforia se tornó en algo más oscuro ya que los recuerdos de la experiencia anterior afloraron en mi mente de forma inminente y el pánico en ciertos momentos se hizo bien fuerte. En 2008 nació mi primer hijo por cesárea y no fue, ni de lejos, la experiencia que esperaba o que tenía previsto en mi mente. (Se puede leer mi relato en la web de “El parto es nuestro” en http://www.elpartoesnuestro.es/relatos/parto-de-maria-jesus-nacimiento-de-rodrigo). Me costó muchas noches sin dormir y muchas lágrimas derramadas demasiado tiempo después tan solo al recordar. Esto me llevó a plantearme empezar el camino hacia mi parto (mi parto vaginal tras cesárea o PVDC) de otra forma. Quería empezar con buen pie y esto implicaba cambiar rápidamente de matrona hacia una que me hiciera ese camino más llevadero y me diera una información veraz y más acorde con la realidad a la que me tenía que enfrentar. Las clases de preparación al parto en el otro embarazo me parecieron como la preparación hacia la sumisión total y esta vez no iba a dejar que eso pasara. Quería ser dueña de mis decisiones, de mi parto y de mi bebé. Dejar lo menos posible al azar y nada, a ser posible, en manos de los protocolos y rituales hospitalarios. Hablé con una matrona conocida por el grupo de lactancia y muy respetuosa que estaba en un centro de salud a casi 50 kilómetros de Cáceres y cuando me dijo que me llevaría el embarazo ella sin problemas, una enorme losa que llevaba a cuesta hacía días, cayó de repente y empecé a respirar mejor. No podía avanzar en ese camino con persona y profesional mejor. Y no me importaba desplazarme hasta allí para los controles ni para las clases de pre-parto. Encantada. Mi marido al principio no lo veía pero tras la primera visita cambió de opinión y ahora está más que encantado con la pequeña inversión que nos supuso el movernos. Tiene otra perspectiva del embarazo y el parto sin duda, gracias a ella.
También empecé a estar activa en la lista de apoyocesáreas de la que no me había desvinculado por completo pero que por falta de tiempo y otros proyectos, no tenía en mente tan a menudo. Al principio solo leía y me iba poniendo al día de cómo estaban las mujeres y, poco a poco, me fui integrando o, mejor, adentrando, de nuevo en la cueva que tanto bien me hizo en su día y que tanto bien esperaba me hiciera ahora que las necesitaba de nuevo.
En la ecografía de las 20 semanas nos dicen que es una niña y que la fecha probable del parto (FPP) es el 15 de agosto. Día de fiesta nacional. No estaba segura si sería bueno o malo que estuviera todo el mundo de vacaciones ese día. Realmente solo me preocupaba quién estuviera en paritorio.
Durante el embarazo hice varias visitas al ginecólogo y al paritorio, así como a otros especialistas por otras patologías que tengo. Lo peor fue hacerme la curva del azúcar en la semana 15 por un resultado en la analítica del primer trimestre y empezar a ponerme insulina 2 veces al día. Diabetes gestacional. Las visitas al hospital se multiplicaron. Había semanas que iba casi todos los días. Y días que pasaba las mañanas enteras allí. Difícil de compaginar con otros proyectos que tenía en marcha entonces, así como el trabajo y mi hijo. Empecé a tomar homeopatía para calmarme porque tenía mucha ansiedad y estaba un poco estresada. Todo sumado a los miedos de la memoria…demasiado.
En mayo empezamos con las clases de preparación al parto. Sólo 3 madres. Clases particulares. Cualquier parecido con las clases de hace 6 años son pura coincidencia. He aprendido muchísimo. Sobre todo de fisiología del parto, posturas para la dilatación y relajación corporal. Todo enfocado a llevar el dolor de otra manera y a aguantar en casa hasta el último momento. Estas clases junto a la “Cartilla para aprender a dar a luz” de Consuelo Ruiz Velez-Frías me han ayudado mucho a entender mejor mi cuerpo y todas las fases que realmente conlleva un parto. Otros libros han sido fundamentales en este camino pero este me ha parecido especialmente esclarecedor por su sencillez y claridad.
Revisión de ginecólogo en la semana 34. De repente al hombre le entran prisas y prefiere tomar de referencia la FPP de la última regla (31 de julio) que la de la eco (15 de agosto) y empieza a meter miedo sobre que con la diabetes (controlada sin problemas con insulina) no podemos esperar mucho y quizás haya que adelantar un poco la cosa y demás. Me hacen el cultivo para el estreptococo y todo. Demasiado pronto (la repetirían en la siguiente consulta). A mí me empieza a palpitar la palabra CESÁREA de forma brutal. Salí de la consulta agobiada y con la sensación de que me había robado 2 semanas de embarazo. Me llevaba de regalo la consulta para el anestesista y la cita para monitores en 10 días (semana 36 por FPP). Fui al anestesista porque no tenía pensado ponerme la epidural esta vez pero no quería dejar la opción cerrada del todo por si ocurría algún imprevisto. Pero los monitores me los salté. En mi mente no entraba esa prueba tan pronto. Así que recuperé las semanas robadas. Y fue genial porque en la siguiente consulta mi gine estaba de vacaciones y ya no he vuelto a verle. Los que me vieron después no tenían prisa y no hablaron de adelantar nada. Tampoco hablaron de mi cesárea previa. Sí me tuvieron que repetir el cultivo porque ya había caducado casi el otro. Lo imaginaba.
En la semana 36 intento entregar mi Plan de parto o mi Consentimiento Informado. Atención al paciente, registro del hospital, paritorio,… Me costó 3 días para que alguien supiera qué hacer con él y casi me tengo que poner a malas para que lo registraran porque todo el mundo decía que no hacía falta, que eso se hablaba en paritorio cuando fuera a parir, que se hacía sobre la marcha. Mi matrona me recomendó que insistiera para no dejarlo al azar. Y lo registramos (gracias a mi marido y su insistencia) con copia a los departamentos implicados en el nacimiento de mi hija. Se ve que nadie lo había hecho hasta ahora (una pena) a pesar de estar indicado en la estrategia de atención al parto normal que tiene el Servicio Extremeño de Salud (http://saludextremadura.gobex.es/c/document_library/get_file?uuid=932e46ac-63cb-49fe-9f23-e85c8d84e029&groupId=19231 ) porque se lió una buena en el hospital.
La semana siguiente de entregarlo nos llamaron de la subdirección médica del hospital para ir a leer unos documentos en respuesta a nuestro escrito y firmar un acuerdo de todas las partes tras una reunión con todos. Es decir, nos citaron para sentarnos a hablar con el subdirector médico y su secretaria, el coordinador de ginecología y obstetricia, la coordinadora de anestesia y la de neonatología. Además tenían un escrito del coordinador responsable de la estrategia respondiendo a nuestra carta aunque básicamente nos daba la razón en todo lo que pedíamos, incluso en la opción de que el padre acompañara en casa de cesárea por los beneficios que esto ocasiona y que están demostrados científicamente. Todos tenían sus peros y sus opiniones respecto de nuestro documento pero todos estaban de acuerdo en que mi embarazo era considerado de riesgo por la diabetes gestacional, mi sobrepeso y mi asma, por lo que no entraría realmente en la estrategia donde los estándares son muy claros. No era un embarazo normal ni sería un parto normal. Al menos, ellos lo consideraban así. La diabetes estaba controlada, y el asma también, el sobrepeso era lo único que no se podía remediar ya aunque durante el embarazo no solo no había cogido peso sino que había perdido hasta 5 kilos. Ni en la estrategia ni en ningún documento del que yo disponga se habla de que estar gorda era antecedente suficiente para embarazo de riesgo. Hay más riesgos, eso es obvio, pero no creo que fuera un ítem tan importante como para no dejarme elegir si epidural o no, o en qué postura colocarme para parir que, básicamente, era lo que pedía en el plan de parto aparte de que no se llevaran a la niña bajo ningún concepto salvo emergencia sin la presencia de uno de los padres como se marca en los derechos del niño hospitalizado (http://w110.bcn.cat/fitxers/dretscivils/cartainfantshospitalitzatscast.036.pdf ). En fin. La reunión fue grabada y transcrita por la secretaría y al terminar nos dieron un documento firmado por todas las partes que decía que estaba conforme con lo hablado allí. Fueron punto por punto leyendo mi consentimiento informado y cada uno fue poniendo sus puntillitas donde lo creyó conveniente.
En mi opinión, todo esto sobraba, porque, obviamente, aunque yo tenga ciertas cosas por escrito no me voy a negar a modificarlo en caso de emergencia o necesidad. Eso era en plan general pero habría que esperar al día para ver cómo surgía todo y qué se precisaba y qué no. No hay que ser muy lista para saber dónde y cuándo hay que ceder. Obviamente, no estaba dispuesta a pasar por otra cesárea, pero OBVIAMENTE si era necesaria no me iba a negar a peligro de morir la niña o yo. Es de lógica. No obstante, está claro que todo esto es a causa de que nadie entregue su plan de parto y de la falta de costumbre que tienen en este hospital de que las mujeres embarazadas decidan sobre sus cuerpos y demás. Pero yo salí contenta. Tendría que ceder en algunos puntos pero intentaría llegar lo más tarde posible al hospital para no darles tiempo a hacerme más de lo necesario. Estaba totalmente concienciada.
El lunes 11 de agosto de 2014 estuve toda la noche con contracciones. Irregulares, no muy dolorosas pero insistentes. Hasta la mañana no pararon. En cierto modo era el comienzo aunque sabía que aún no estaba de parto. El resto de la semana sería igual: contracciones nocturnas, nada durante el día. Cada noche más seguidas y más fuertes. El jueves ya eran cada 5 minutos pero seguían sin durar más de 30 ó 40 segundos por lo que no eran efectivas. Esa mañana fui a monitores y a consulta y todo el mundo estaba empeñado en quedarme ya ingresada. Las contracciones eran visibles y yo no me cortaba un pelo en seguir con mi “bailecito” y mi soniquete cuando llegaban. Imprescindible para aguantar. Tuve que negarme varias veces para irme a casa y casi prometiendo que en cuanto rompiera bolsa o se hicieran más fuertes y rítmicas volvería a urgencias. ¡Cómo si no lo tuviera pensado hacer, vaya! Sentí que no querían que me escapara jajaja. A todo esto, mi plan de parto ya estaba por todos sitios y todo el mundo me conocía cuando llegaba a sus consultas. Algunos se permitían el opinar al respecto incluso. Otros no decían nada y lo veían normal. Menos mal que sólo era un plan de parto, si llega a ser un aviso de bomba o algo así… ¡madre mía! Una matrona incluso me dijo en monitores que para parir así mejor me quedara en casa que en el hospital no lo iba a conseguir. Le dije que ojalá pudiera parir en casa porque por nada del mundo quería pasar por lo de la otra vez. Le conté algunas cosas y se limitó a decirme que tuve mala suerte. ¿Mala suerte? No, gracias. El nacimiento de mis hijos me parece algo tan importante que dejarlo en manos de la suerte me parece una aberración. Esta vez no sería así.
Mi matrona toda las noches pendiente de mi, la mujer. Estaba de vacaciones a la otra punta de España pero ella me seguía teniendo en su mente. Ha sido muy importante para todo el proceso. Incluso ya en el hospital no dejamos de estar en contacto, bueno, mi marido y ella porque yo estaba “off”. Fue fantástico tenerla ahí aunque siento que le fastidié a la mujer toda una semana de vacaciones con su familia. Sin ella, sobretodo, no lo hubiera logrado.
El viernes por la noche necesité apoyo moral de mi matrona y de mis amigas para poder afrontar lo que me quedaba. No tenía fuerzas y empezaba a sentirme un poco inútil al no poder parir ya. Sentía que era mi culpa llevar así toda la semana, como si no estuviera haciendo lo correcto. Sus palabras y un par de visitas que recibí me insuflaron la suficiente energía para que, al fin, el sábado, llegara el momento y yo pudiera aguantar hasta entonces. La tarde ya estuve con contracciones (un paseíto al McDonald a por un helado ha sido el más largo e inquietante de mi vida jajaja) pero a partir de la una de la mañana todo se desencadenó de forma brutal. Cada 5 minutos, duraban alrededor de un minuto y eran muy intensas. Algunas muy, muy intensas. Sentía como mi cadera se iba colocando y abriendo y…dolía. Estuve un buen rato buscando postura. Al final, a 4 patas sobre la cama y con la cadera bien alta. Así aguanté hasta las 3 y media. Me di un baño para relajarme un poco y esto no se paraba, fue la confirmación total de que era el momento. Mi marido llamó a la matrona una vez más para ver qué opinaba y dijo que sí, pero que ya dependía de mí lo que pudiera aguantar en casa. Llamó a mi madre para que viniera con el coche (mi marido no tiene carnet de conducir) y sobre las 4.30 nos fuimos para el hospital. El trayecto en coche no fue muy largo (ni 10 minutos) pero sí muy duro con tantas contracciones seguidas y la limitación del espacio, las rotondas, los baches,… ¡uf! Quizás pude esperar un poco más en casa, pero el agotamiento de llevar toda la semana en vilo y la preocupación de mi madre por si pasaba algo, nos llevó a decidir esto a esa hora. Yo estaba bastante tranquila, estaba totalmente en mi mundo y sentía que mi hija estaba bien. No sabría explicarlo, simplemente, lo sentía. Sabía que todo estaba yendo de forma adecuada. Sólo me daba miedo llegar al hospital y que todo se parara. No lo creía pero sabía que esa posibilidad existía.
Al entrar me sentaron en una silla de ruedas porque paritorio está muy lejos de urgencias, pero en cada contracción le pedía que parara porque el dolor sentada era insoportable. Tenía que levantarme, apoyarme en algo y mover las caderas. En el movimiento había estado la clave toda la semana. En mi casa, la pelota de pilates había sido imprescindible para los primeros días y moverme no era algo opcional. Necesitaba moverme. Mover las caderas. Y siempre apoyada porque a veces me flojeaban las piernas. Esa noche en casa, en cambio, la cosa era intentar relajarme o, al menos, intentar sentir la contracción en marcha de forma soportable. El sonido de mi voz como un mantra “aaaaaaaaaaaaaaa….” También fue clave. Tener ocupado el diafragma y no dejar que chocara con el útero en las contracciones me aliviaba sobremanera. Mi marido se reía al principio porque “era como raro” pero cuando vio que en verdad me calmaba y era importante para mí, me animaba a hacerlo. Mi mente se concentraba en la letra y lo demás fluía de otra forma. Pequeños trucos que aprendí en las clases de preparto.
Llegamos a paritorio tras varias contracciones en el camino (sólo había una mujer en dilatación y nadie más, bien. Suerte) y me reciben una matrona y una auxiliar. La auxiliar era un encanto de mujer, la matrona… no tanto. Digamos que de todas las que había proparto natural esta no era de esas (suerte). Entré sola, me puse el camisón del hospital (talla estándar, o sea, pequeña para mí, me limitaba los movimientos), me exploraron. 6 – 7 cm de dilatación y cuello blando. Bien. El esfuerzo había merecido la pena. La matrona pidió el amnioscopio a la auxiliar y le pregunté qué iba a hacer. Me respondió que “ya había leído todos los papeles que tenía ahí” (el plan de parto) pero que por lo menos podría ver el color del líquido. Le dije que sí, que ver el color sí, pero que no rompiera la bolsa. “A ver si ahora no voy a poder hacer nada”, me dijo. Yo seguía en mi mundo pero intentando controlar lo que esa mujer hacía. Pasé de responder. Si ya lo tenía por escrito y dice que lo había leído, ¿por qué tenía que repetírselo? El agua estaba clara pero ella añadió “que quería como teñirse”. ¿¿?? No sé cómo se verá eso, la verdad. O está clara o no lo está. Me pasaron a una habitación de dilatación donde tenían la cama Hill room y la mujer me ofreció la pelota o lo que yo ya sabía que tenían, que le pidiera. Le dije que nada de momento, que tenía que encontrar la postura. Me habló del protocolo del hospital de poner vía y pinchar glucosados y demás por ser insulinodependiente durante el embarazo. Yo le dije que me había hecho una prueba en casa y el azúcar estaba bien, que el glucosado no hacía falta de momento. Que me lo repitiera si quería. Dijo que eso “no iba así”. Que o me ponía el lote completo o me negaba y lo ponía en la historia. (Me hace gracia lo de ponerlo en la historia cuando pedí la del otro parto y hay mil cosas en blanco y otras tantas que hicieron y no aparecen. Sólo se preocupan de poner TODO para salvarse ellos el culo). Me negué. “Pero a la vía no te puedes negar”. Está bien, ponme la vía pero no metas nada. Desde que llegué hasta casi que nació la niña estuvo intentando ponerme una vía pero no le daba tiempo entre contracciones. Me tenía que levantar y mover y tenía que volver a empezar. No encontraba la vena, en un brazo no le iba bien,…. En fin. Casi logro salirme con la mía pero me la clavó al final tras un intento fallido en el que me hizo bien de daño rebuscando con la aguja. A todo esto yo ya estaba tumbada en la cama y en cada contracción tenía que ponerme de lado y moverme como podía. No abría los ojos, todo estaba como en entre sueños, estaba agotada. Sólo intentaba sentir a mi pequeña y saber por dónde iba, animarla para que saliera ya porque no sabía cuánto iba a aguantar.
Llegó una ginecóloga muy joven de muy malas maneras y dando voces y órdenes, que qué hacía yo en dilatación que tenía que ir a paritorio porque en la habitación no había instrumental para nada. Yo pensé que no hacía falta instrumental así que estaba donde debía. También empezó con el sonsonete de la monitorización fetal. Desde que llegué a la habitación me la habían intentado poner pero no era capaz de estar quieta y tan solo se escuchaba un poquito el latido y ya. Por lo visto, no era suficiente, decían que tenían que grabarlo un rato para tener constancia de las constantes. El latido se oía perfectamente y con buen ritmo cuando me ponían en aparato pero no les daba tiempo a grabar. Se ve que eso es importante para ellos. Tuve que negarme oficialmente para dejar constancia una vez más, que no quería monitorización interna y como la externa no servía para nada…pues estaban cabreadas. La ginecóloga empezó a increparme durante las contracciones cuando yo no era persona de nada para ella, que estaba arriesgando la vida de mi hija y patatín y patatán. Entre contracciones le dije a mi marido que por favor la callara que no podía pensar, y él se lo explicó a su manera jeje. Salió de la habitación y al rato volvió a entrar. Al final le dije casi gritando que sí, que vale, que me hacía responsable que ya lo tenía por escrito. No sé porque, se me metió en la cabeza que para monitorizar internamente había que pinchar a la bebé en la cabeza. Y como nadie se molestó en explicarme cómo era, me negué. Mi marido llamó a mi matrona para preguntarla por esto porque se estaban poniendo muy pesadas y fue ella la que nos recordó como era. Había que romper la bolsa pero accedí. La bolsa ya estaba prominente así que al pincharla ya había hecho, digamos, su trabajo. De hecho, la niña salió en cuestión de segundos después. El agua ya estaba verde. La matrona me dijo que no empujara pero es que no hizo ni falta, salió sola. Primero la cabeza coronó, pidió las tijeras, le dije que no cortara (y otra vez con el rollo de que si yo le iba a decir cómo hacer su trabajo), “sí, no cortes”. Me salió del alma. Un momento de claridad total. Y salió la cabeza y dos segundos después el resto del cuerpo. Nada de episiotomías y nada de desgarros. Me puso a la niña encima, estaba muy azul y le costaba respirar. La matrona dijo que iba a cortar el cordón porque traía un nudo verdadero y que se la tenían que llevar a reanimación. Le pedí que esperara un momento y empezó otra vez con lo de los riesgos. Le pregunté qué era un nudo verdadero y me dijo que se lo preguntara a mi matrona. Mientras cortaba y no cortaba pasaron unos segundos que le vinieron muy bien a la niña (o eso quiero creer) pero tuve que acceder al corte porque me estaban atosigando mucho. Mientras la llevaron a reanimar mi marido fue detrás y nadie le puso pegas. Él no quitó ojo a la niña en todo momento y la trajeron de nuevo enseguida ya con otro color aunque la habían limpiado mucho por fuera en mi opinión. Me la pusieron de nuevo sobre el pecho y ya disfruté del momento plenamente, sobretodo, porque la respiración era mejor y la sentía tranquila. Todo había salido bien. Muy bien. Estaba feliz. Lo había logrado. En algún momento antes la matrona insinuó algo de la cicatriz y la cesárea pero ni lo recuerdo porque pasé de ella totalmente. No confiaba en ella. A ratos parecía querer ayudar y a ratos quería hacer lo suyo.
Pudo ser mucho peor, sin duda. También comentó algo sobre que no gritara tanto o que no hiciera esos ruidos que me iba a hacer daño en la garganta. ¿? Ni pensé en lo que hacía o decía, me dejé llevar. Si me dolía la garganta al día siguiente (que no fue así) lo disfrutaría con gusto porque era lo que me nacía en ese momento. Mi hija nació con una APGAR 7/10 a las 06:25 de la mañana del domingo 17 de agosto de 2014.
Mientras disfrutaba de mi pequeña empezó la segunda parte: el alumbramiento de la placenta. En el informe pone que fue espontáneo aunque yo la escuché que iba a poner oxitocina para ayudar y como la niña ya estaba fuera le dije que vale, que no había problema por poner un poco. Me habían explicado que sin oxitocina previa esta cantidad era muy pequeña y muy efectiva. Yo estaba agotada. Salió enseguida. La guardaron en una bolsa que llevamos nosotros porque también seré la primera mujer del mundo que pide su placenta en el hospital. Al menos, nadie preguntó para qué la quería ni cuestionó este tema. Al salir la placenta y limpiar la sangre, la matrona vio una pequeña arteria que no dejaba de sangrar. Había que darle un par de puntos. La única intervención real e invasiva que iban a hacerme. Pues se explayaron pero bien. Yo le decía a mi marido que mirara de vez en cuando a ver qué hacían porque me dolía una barbaridad. Me pusieron un poco de anestesia local. Cosió la ginecóloga mientras la matrona secaba la sangre y sujetaba algo por ahí abajo (no sé qué exactamente porque ya tenía toda la zona como macerada). Los puntos eran internos. 2 puntos. ¡Qué dolor! Si me llegan a rajar… Tuve toda la zona insensibilizada algunos días de todo lo que toquetearon por ahí abajo. ¿Necesario? Quién sabe. Pero molesto fue un rato. No quiero pensar que se ensañaron con ello para compensar. Mientras cosían tuve que dejar a la niña con el padre porque no estaba segura de poder sujetarla correctamente. Y él encantado. Se había portado como un jabato defendiéndome y dándome fuerza cuando yo no tenía apenas ya.
Al terminar me pusieron un camisón de mi talla (a todo esto el otro hacía muuuuucho rato que me lo había quitado y me habían puesto una sábana por encima porque no me dejaba moverme y me moría de calor) y nos llevaron a postparto. Tuvieron el detalle de llamar a mi familia un momento para que vieran a la niña y pasamos a la habitación mi marido, mi hija y yo. Allí estuvimos casi a oscuras, tranquilos y pacientes mientras intentábamos que la pequeña se agarrara al pecho. No tuve que hacer gran cosa y se agarró en seguida. ¡Qué sensación! La lactancia fue otra cosa más que me robaron con mi primer hijo al separarlo sin justificación alguna y darle biberones sin permiso. Disfrutaba como una niña con zapatos nuevos. Me sentía bien. Me sentía poderosa. Y mi madre me repetía: “lo has logrado, has conseguido lo que querías, has parido como tú querías”. Pues sí. Lo conseguí. Porque se puede. Porque simplemente tienen que dejarte, tienen que respetarte, no meterte prisa. Hay que confiar en la naturaleza y en la fisiología del cuerpo. Porque mi cesárea fue por no progresión tras muchas horas sin poder moverme y pusieron en el parte desproporción cefalopélvica. Pues esta niña ha pesado 110 gramos más que su hermano y apenas un par de centímetros menos. ¿Estaba desproporcionada la primera vez y ahora no? Será porque esta vez sí me han dejado dilatar como es debido y he demostrado que sí podía. Estoy pletórica.
No puedo terminar este largo relato sin agradecer a las mujeres de la lista apoyocesáreas de El parto es nuestro por todo su apoyo durante estos años, porque ellas eran una luz que guiaba mi camino y me aportaban serenidad y coherencia cuando no la encontraba en otros sitios. A Reme y Concha, dos matronas excepcionales a las que he tenido en vilo durante toda la semana. A mis amigas, que aunque lejos, han estado ahí para insuflarme energía positiva con sus experiencias y su sabiduría. A mi familia, por encargarse de todo lo que yo no he podido esta semana, sobre todo por cuidar de mi hijo mayor todos estos días y así yo he podido conectar de otra forma con mi bebé y con mi cuerpo. A mi marido, que sin él no hubiera podido conseguirlo simplemente. Para él ha sido duro enfrentar la semana de pródromos con el trabajo al día siguiente pero no se ha quejado. Tengo suerte. Y a mi hijo, por supuesto, mi maestro. Porque gracias a él su hermana ha sido recibida como todos los bebés deberían y a él le estaré eternamente agradecido por su comprensión cuando hablamos de su nacimiento y su amor incondicional. Lo adoro.
¡Animo a todas con vuestros PVDC! ¡¡PODEMOS!! No dejéis que os digan lo contrario.