CARTA AL HOSPITAL DONDE NACIÓ MI HIJA
CARTA AL HOSPITAL DONDE NACIÓ MI HIJA
El 19 de julio de 2015 nació mi hija Lea en el Hospital Sant Francesc de Borja de Gandía.
No entraba en mis planes. Llevaba todo el embarazo planificando y luchando por un parto en casa. Un parto íntimo y respetado. Digo luchando, porque Lea estuvo hasta la 38 semanas y media de nalgas, y por suerte o por desgracia (no sabría muy bien decantarme y no voy a entrar en ese tema), ya no se atienden partos de nalgas en hospitales y mucho menos en casa.
El caso es que después de seguir consejos de diferentes profesionales, gatear, posturas invertidas, moxibustión, etc, Lea no se decidía a cambiar de posición. Fue transcurriendo el embarazo y llegó el temido día, lo recuerdo como si hubiera sido ayer. El día en el que me programaban la cesárea.
“El día 14 de julio”, concluyeron la trabajadora que teníamos enfrente junto con la ginecóloga que estaba al otro lado del teléfono. Mientras, yo me contenía las lágrimas y buscaba ansiosa la mirada de aquella mujer.
“Por favor, como mínimo que me mire, que me explique, que me pregunte, que me tranquilice” – pensaba yo. Cualquier cosa me hubiera valido. El papá de Lea me apretaba la mano con fuerza para hacerme ver que sabía como me sentía. Él sentía algo similar, claro.
Visto de lo inútil de esperar un mínimo de trato humano dije, con la boca muy pequeña, anulada por la gran autoridad que supone un hospital, un médico, sobretodo si se te hablan de la suerte de tu bebé.
-“No quiero que mi hija nazca por cesárea y mucho menos programada” ¿podemos esperar más? ¿darle más tiempo?
No sé exactamente si contestó, ni recuerdo que me dijera nada. Salí con el papel de la cesárea y punto.
Bueno, en realidad recuerdo una mirada comprensiva de una chica joven, parecía estar en prácticas. Sentí alivio, al menos alguien me entendía.
No era la primera vez que salía del hospital con esa sensación de tristeza, enfado, asustada a veces y maravillada por la falta de empatía, por el poco protagonismo que tenía en mi embarazo. En vez de preguntarme sobre cómo me encontraba, cómo me sentía. En vez de explicarme con detalle y, si no fuera mucho pedir, hasta con cariño cada control que hacían, se limitaban a hacer “su trabajo”, bastante serios por cierto, como si estuvieran tratando a un enfermo y estuvieran esperando a dar el temido diagnóstico.
Después de programar la cesárea, me enteré de que en el hospital de Gandía el jefe de ginecología ya había hecho anteriormente alguna maniobra externa con resultado exitoso. Así que llamé por teléfono para contarle mi historia e intentar evitar la cesárea programada.
Nunca pude hablar con él, solo con su secretaria. Él parecía estar con ella. Le hacía preguntas sobre quién me había informado de eso. Me lo había contado mi matrona, contesté. Me dijo que “si mi matrona quería algo que llamara directamente ella”. Yo, muy sensible decía “no, mi matrona no quiere nada. La que necesito apoyo soy yo, por eso llamo”. Ella me insistió en que no podía hablar con él y terminó con “hay muchas mujeres en tu situación y no por ello llaman al ginecólogo para que las reciba”.
Colgué, lloré. No daba crédito. Reflexioné sobre la cantidad de mujeres que viven su embarazo y su parto totalmente desinformadas y cediendo toda la responsabilidad y autoridad a los médicos.
Porque de no ser así, mi llamada no hubiera sido un caso tan excepcional como para recibirme de esta manera. Por otra parte pensé, “ya que es un caso excepcional, se podría haber molestado en atenderme”
A punto de tirar la toalla fui a la clínica acuario y de allí salió Lea en posición para nacer en casa. No voy a contar detalles de lo mágico de esta experiencia, pero sí decir que allí por fin recibí un trato amable. Pude tener una conversación con el profesional que me atendió, nos trató a los tres con mucho cariño y cuidado.
Una semana y media después nació Lea. En casa me acompañaba Neus, una amiga con la que me sentía arropada, cómoda y segura. Además había contratado a dos matronas que vendrían cuando la dilatación estuviera en marcha.
Tuve un preparto de dos días: cansancio, dolores, noches sin dormir, pero recibiendo todo el amor que necesitaba. El día 18 de julio por la noche empecé con dolores más fuertes y por fin empezaba el parto. Estaba en mi casa, moviéndome a mi antojo, con las luces apagadas, con música que yo había elegido para el momento. Si me apetecía comía, bebía, dormía. Si necesitaba apoyo emocional siempre había palabras de consuelo, un abrazo... El resto del tiempo estaban en silencio, mostrando un absoluto respeto para no entorpecer nuestro trabajo. El de mi cuerpo y el de mi hija.
Era el ambiente que yo deseaba.
Desgraciadamente llegó un momento que yo estaba agotadísima y las matronas me propusieron ir al hospital. Llevábamos muchas horas de parto y además mi hija empezaba con algún síntoma de cansancio. Parecía que no estaba bien colocada y que las contracciones no eran efectivas.
- En el hospital la pueden ayudar a nacer con ventosa –me dijeron. Sin pensármelo dije – Sí, vamos al hospital.
No podía más, sentía que no podía...que por mucho que acompañaba las contracciones no había manera de que Lea bajara más...ya hacía tiempo que le había tocado la cabeza, pero no avanzaba el expulsivo.
Aquí empezó la parte estresante de mi parto. Pasé de mi “parto deseado” (además, ya había llegado el papá de Lea con lo que yo me sentía completa), a salir a la luz del día (que por cierto me deslumbró), subir al coche en pleno expulsivo, y desear con todas mis fuerzas que aquello acabara cuanto antes.
Entré al hospital, estresada, desbordada; como si fuera un animal al que le interrumpen su parto en su entorno seguro. Triste, como cualquier mujer que deseaba tener un parto íntimo, respetado, en libertad...y termina en el hospital en esas condiciones.
Yo decidí ir al hospital a que mi hija naciera con ventosa. Les conté al detalle lo que había pasado en casa y suplicaba que acabaran ya con la ventosa.
Fui incapaz de mantener la compostura, ser educada y someterme, lo reconozco.
Quizá no es el mejor estado en el que tienes que entrar en un hospital, por el bien de todos. Pero sinceramente, no me había preparado para ello, no entraba en mis planes.
Las enfermeras no se pararon ni un momento a reflexionar sobre mi estado emocional. Ahora, un año después pienso que tampoco debió ser fácil para ellas. Fue todo muy rápido, y ellas se centraban en el “protocolo a seguir”: me pusieron la vía, oxitocina, intentaron hacerme la maniobra kristeller. No les dejé (tengo entendido que esta práctica está como mínimo desaconsejada por la OMS. No sé si prohibida).
Yo no quería que me tocaran. En vez de dedicarme a parir, de estar pendiente de Lea, me dedicaba a gritar, a quitarme enfermeras de encima, a hacer preguntas sobre todo lo que me hacían en contra de mi voluntad.
Todo esto añadido a un interrogatorio y comentarios acompañados de juicios de valor muy inoportunos como:
“si no hubieras hecho esa barbaridad yo estaría almorzando”
¿Barbaridad? ¿Estas mujeres no saben que el parto en casa es una opción tan válida como cualquier otra? ¿No saben que es mi derecho? Si ellas no me entendían, menos mal que ninguna era un hombre, pensaba yo. Si alguien tiene que entender a una mujer pariendo es otra mujer ¿no?
¡Ah! Por cierto, no había un hombre porque al papá de Lea lo habían echado del paritorio. Estaba “sola ante el peligro”.
Yo lloraba y lloraba suplicando que terminaran.
Y para acabar con el protocolo se me hizo una episiotomía justo antes de utilizar la ventosa. A esa episiotomía me negué rotundamente, les dije que no querían que me cortaran.
Me acuerdo perfectamente de la mirada de la ginecóloga justo antes de realizar el corte. Fue una agresión en toda regla, me sentí impotente, sentí rabia...
Y así, en ese estado, en aquel lugar, con su madre derrotada nacía Lea. Vaya momento para nacer. Como no, me la separaron para hacer las dichosas pruebas que marcaba el protocolo. Por cierto, test de Apgar 10.
Enseguida entró el padre, yo iba recuperando las pulsaciones, la cordura...y en mi pecho mi hija iba relajándose.
Aquí terminó mi relato. Espero que las profesionales que me atendieron lo lean y, si no lo hicieron en su día, reflexionen al respecto. Aprovecho para decirles que a pesar de todo, un año después entiendo más sus actitudes. Pido disculpas por el mal trago que debieron pasar.
Pero espero, que tanto ellas como el resto de profesionales reflexionen al respecto.
El relato está escrito con intención de sanar mi herida. Con intención de que la dirección del hospital trabaje para colaborar con las matronas que asisten partos en casa, con la intención de que se escuche más a la mujer en este proceso embarazo- parto, con la intención de que el hospital camine en general hacia un trato más humano.
Un saludo Gema