El día que te conocí. Nacimiento de Martina en casa. Historia de Rebeca. 24 de Junio de 2009
A las seis de la mañana del 23 de Junio, me levanté a hacer pis, como tantas veces durante las últimas noches. En cuanto puse los pies en el suelo, escuché un “clack” pensé ¿clack?. Nada más dar el primer paso comenzó a salir el líquido en el que habías flotado durante nueve meses, no tuve dudas, tu bolsa se había roto. ¡Qué emoción!
- Te veré la carita, no sé cuándo, pero el viaje ha empezado.
A las ocho desperté a papá, no podía esperar más para contárselo (no recuerdo qué hice durante esas dos horas, más que experimentar un poco cómo salía el líquido amniótico al relajar los músculos).
Estaba eufórica, y eso que había dormido sólo cuatro horas. Cuando le dije ¡se ha roto la bolsa!, se levantó de la cama como la niña del exorcista…. ¿¿¿qué???
Así que llamamos a Cristina (Graciela estaba de vacaciones) qué es la última joya (y cuando digo joya digo bien) que Emilio había encontrado para trabajar con él. Ese mismo día habíamos quedado para conocernos en casa y mira por dónde tuvo que venir de igual manera. Eran las diez de la mañana cuando llegó, su visita nos dejó felices (a mí me preocupaba que no hubiese “feeling”, puesto que sobre la cuestión médica no tenía dudas, pues pertenecía al equipo de Urdimbre, y eso para mí era suficiente, aunque lo del feeling era importante). Fue como si nos conociésemos de toda la vida, llenó la casa de luz, tranquilidad y alegría…
Sobre las doce vino Emilio. Yo tenía contracciones irregulares sin dolor pero eran distintas a las que había tenido durante el embarazo (en las que se me ponía la tripa dura de abajo a arriba, como bien explica Consuelo Ruíz). Charlamos tranquilamente un buen rato. Aproveché para preguntarle cómo se había metido en este mundo… y muy resumidamente puedo decir que por amor a las mujeres, a la naturaleza…
Durante las visitas de Emilio y Cristina, las contracciones se pararon, pudiendo comprobar así lo cierto de la frase “la oxitocina es una hormona tímida” de Michel Odent. Al rato de marcharse Emilio, entré en mi habitación y no salí (a excepción de algún paseo por el pasillo) hasta las dos de la mañana.
Recuerdo trozos sueltos… A papá ofreciéndome comida que no quise, ayudándome a buscar posturas. Intentando dormir pero cualquier postura que se acercase a estar un poco tumbada, me molestaba mucho más que estar de pie…y así pasó el tiempo, hasta que vino Cristina a las siete de la tarde…
- ¿Cúanto tiempo llevas así?-, refiriéndose a mi dolor.
- ¿ Por qué no me has llamado antes?... - No lo sé - fue lo único que pude contestar.
Su visita fue un regalo, me apretaba con sus manos a la altura de los riñones, y me decía “vamos a hacer que el dolor no se quede aquí”, y deslizaba sus manos a lo laaargo de mis piernas. Fue como una anestesia, y sentí un alivio inmediato. Además me daba ánimos con sus palabras:
- ¡Muy bien Rebeca!, estas son las contracciones que queremos y no las de esta mañana (aunque yo no pensaba igual… jeje)
También me ayudó con el “aaaaaAAAAAAA”... El tema de las manos de Cristina a día de hoy me tiene fascinada, para mí fue como magia. Desde entonces pienso que tiene unas manos ¡¡¡poderosas!!!.
Estaba tan a gusto con ella que sentí la necesidad de decirle: “Por favor, no te vayas”, pero se había comprometido con una guardia en el hospital de Valdemoro. Viéndome por la mañana no parecía que el parto fuera a progresar para ese día… y tengo que reconocer que me hundí cuando me lo dijo sin saber ¡con qué cara mirarme!, la pobre. Al final, acordamos que viniera Susana en su lugar, pues yo quería una mujer.
Estaba desanimada y me ofreció hacerme un tacto para ver si estaba dilatada. Me lo pensé un rato, pues me daba miedo que me dijese que no había dilatado nada y querer pegarme un tiro. Accedí,
- Dos centímetros - y pensé: - ¡No lo aguanto!-.
Recuerdo momentos de lucidez y otros que no recuerdo nada (la mayoría). Mucho calor, la casa cerrada entera (no quería que me oyeran los vecinos), aunque también tenía la necesidad de “cerrar el espacio”. Bebí mucho Aquarius… Papá me abanicaba con sólo hacerle un gesto con mi mano, y paraba de igual manera, ya que tan pronto me faltaba el aire, tan pronto me molestaba…
Sé que en varias ocasiones me acordé de las mujeres que paren en el hospital… la luz, las preguntas, los ruidos, obligadas a estar tumbadas ¡con lo que dolía tumbada! ¡con lo que me molestaba la poca luz que había en casa! Pufffff…
Emilio volvió no sé a qué hora con su mujer Sonia, que se ofreció acompañarme (ya nos conocíamos de antes), pero ni siquiera quise que entraran en la habitación “ya no estaba con ellos”. El rato que estuvieron en casa, papá no vino a la habitación y cuando volvió le pregunté por qué me había dejado sola y me respondió que Emilio le decía que me dejase sola un rato (al más puro estilo Odent, para que progresara más el parto), ¡¡¡con lo que me enfadé con papá!!!
- Yo quiero que estés conmigo, ¡no quiero estar sola! -
A pesar de que durante el embarazo siempre pensé que el día del parto preferiría estar sola y papá y la matrona en la habitación de al lado, también al estilo Odent, pero nada más lejos de la realidad.
Susana llegó a las once de la noche. cinco cm (otro bajón). Me hizo masaje sacro-craneal y sólo recuerdo el dolor, porque me tumbé para ello. Después se sentó en la cama para que yo apoyase mi espalda contra la suya, puesto que no quería moverme de esa postura y esto también me alivió. A veces papá me sugería alguna postura, pero yo no tenía intención de moverme por si me dolía más...
Probé la pelota de dilatación, que me aliviaba mucho si no fuera porque me caía de ella al quedarme dormida. Tenía muchísimo sueño… Nos habíamos acostado a las dos de la mañana y mi visita al baño fue a las seis, así que afronté el parto con sólo cuatro horas de sueño y eso no ayudó, la verdad.
Papá se fue un rato a preparar la piscina, otro gran alivio, y allí estuve durante dos horas. Cuando Susana me ofreció un tacto y me dijo que estaba de ocho cm, empecé a lloriquear y decir
-¡No puedo más!, ¡¡¡córtame!!! - le decía (serían las tres de la mañana).
Estoy segura que si llegara a tener la intención, no le hubiera dejado, pero a ratos sentía la necesidad de hacerles ver lo mal que estaba. Obviamente Susana no me hizo ni caso…
En la pisci, con una mano agarraba a papá y con la otra a Susana (no les dejaba moverse), y a las dos horas de estar en remojo, Susana me dijo que sería mejor salir porque a veces los partos se estancaban tanto tiempo en el agua.
De camino a la habitación me dio una contracción más fuerte, no sé si por salir del agua, porque tocaba o lo que sea. Fui al baño porque tenía ganas de hacer caca, pero rápidamente vi que no era eso, y en seguida pensé:
- Si nace aquí la niña, se me cae a la taza. –
Era la segunda vez que pensé que ibas a nacer. La primera cuando rompí la bolsa, pero en el resto del proceso, no lo tuve presente. Esto me da pena porque siento que si con cada dolor hubiera pensando que iba a conocerte lo hubiera pasado de otra manera pero mi cabeza iba donde ella quería, y de eso se trataba.
Entré en la habitación, siempre pensé que sería ahí donde me encontraría a gusto para que nacieras… (más tarde papá me dijo que en ese momento estaba muy animal, como buscando mi sitio). Me agaché en cuclillas (en el hueco mas pequeño que había) y al rato Susana me dijo :
- ¡¡¡Ya tienes que empujar!!!
Yo no entendí porque me lo decía pues justo pensaba que nadie mejor que yo sabría cuando hacerlo, pero acababa de escuchar tu latido y pensé –me dice que empuje porque mi niña está mal-. Total que empujé con todas mis fuerzas pero sin ganas…
Para la siguiente contracción tuve unas ganas locas de empujar… ya no había miedo ni dolor y ahí ¡¡¡salió tu cabecita!!!. Tenía las piernas que me quemaban y no me respondían de estar en cuclillas, intenté cambiar un poco de postura, para recuperarlas y que me ayudasen a empujar la siguiente contracción, a la vez que papá y Susana me daban ideas de posturas...
-Déjame que yo te coja, me decía papá –
Y Susana también me animaba a lo mismo, pero yo sólo quería recuperar fuerzas para volver a la misma postura. Hubo un momento que pensé: ¡se creen que voy a sentarme encima de la niña!
Con la siguiente contracción, sentí perfectamente como te resbalabas, salió mi pescao pequeño, la sirenita, con los ojos como platos, ¡venías como volando hacia mamá!. El expulsivo duró unos 15 minutos y naciste con tres empujones.
Unos días más tarde Susana me explicó que le había parecido que me estaba aguantando las ganas de empujar y mi recuerdo fue que en verdad me daba miedo. Además me contó que había intentado tocarme para ver como iba la cosa (ya que no había más que una vela de té encendida y ellos no veían nada, mientas que yo veía perfectamente… ¡tan animal te vuelves en el parto!) así que le dí un manotazo y dije –¡¡¡NO ME TOQUES!!!- A partir de aquí me animé a empezar a empujar. Y yo pensando que tú estabas sufriendo…
Te recuerdo encogida de piernas, brazos más extendidos, arrugadita y redonda. En seguida empezaste a mamar con muchísima energía, recuerdo oírte respirar y como se limpiaba tu naricita poco a poco. Olía a sangre, ¡¡¡ me encantaría revivirlo mil veces!!!. Fue indescriptible.
Eran las 4:27 de la mañana de la noche de San Juan… el día que te conocí.
Ni me enteré cuando había llegado Emilio. Se acercó y me dijo “¡qué bonita es!” y… “estás muy guapa”. Yo le conté riéndome que le había pedido a Susana que me cortase… Recuerdo que me quedé fría a pesar de estar envuelta en toallas… por eso debió tardar en salir la placenta. Emilio tuvo que ayudarme.
Cuando se fueron sobre las siete de la mañana yo me di una ducha y nos vimos a solas contigo…
No tengo palabras ¡¡¡era increíble!!!. Nos dormimos los tres juntitos y nos despertaste a eso de las doce de la mañana. Había una luz muy especial, la casa estaba preciosa y tú, cariño, eras lo más bonito del mundo.
Te quiero Martina.
Mamá.
PD: No tengo palabras para agradecer a “El parto es nuestro” y al equipo (entero) de Urdimbre, lo que ha supuesto para mi familia encontraros. Habéis cambiado el rumbo de nuestras vidas para siempre.
No me cabe la menor duda del embarazo, parto, nacimiento de mi hija, lactancia (seguramente no) y puerperio que hubiésemos tenido de no ser por vosotros. Nos habéis hecho “un regalo para toda la vida” y estoy segura de que si mi hija hablara, os diría algo muy parecido:
¡Gracias!
Martina, Rebeca y Julián.
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