EL NACIMIENTO DE ALBA
Mi familia ya era numerosa (Tu gran familia”, la llamaba mi hermana), pero faltaba algo. Nuria y Gema vivían con nosotros y pasaban un fin de semana de cada dos con su padre, dejando a Beatriz más solita que la una. Nos hacia falta un@ hemanito@ para ella. Pero nos daba pereza. Ahora que Beatriz había crecido y nos movíamos sin pañales, sin papillas...
Para evitar sorpresas llevé un DIU que me tuve que quitar porque me daba problemas. Y un día no me vino la regla. Confieso que yo no quería saber porqué. En la incertidumbre pasamos casi un mes, hasta que una mañana vino mi compañero con una prueba de embarazo y me dijo: “Hala, mea aquí, que así no podemos seguir”. Y salió positivo.
No me puedo quejar de mis embarazos, pero si alguno me ha dado nauseas de verdad fue este. ¡Qué mala todo el día! ¡Y lo que me costó asimilarlo! Qué horror. Y a mis años. Encima me querían meter como embarazo de alto riesgo por cumplir los 38 y llevarme directamente los ginecólogos en el hospital. Fue lo primero a lo que me negué. ¿cómo no iba a saber mi cuerpo después de tres hijas lo que tiene que hacer? Tuve que firmarle a la matrona una renuncia al gine para poder seguir llevando el embarazo en el centro de salud. Y otras varias para no hacerme la amniocentesis.
Ese sí fue un dilema. Yo no quería, el papá sí. Él quería saber, yo no. Y luego estaban los riesgos: si las posibilidades de tener un niño con malformaciones a mi edad eran de un 1%, las de aborto tras la amnio son de 0,5-1%. Y lo peor de todo, si me dicen en la semana 20 que mi niñ@ tiene un problema no soy capaz de abortar porque está malito, y si no voy a abortar sólo me sirve para empezar a sufrir 5 meses antes. ¿Para qué quería yo saber? Por suerte el triple screenig me dio un probabilidad de 1 entre 1.900 y definitivamente decidí no hacérmela.
Antes ya de esto me puse en contacto con Pedro. Hablamos de esta y otras muchas cosas, preparando el camino. En estos años había seguido atendiendo partos en casa y recopilando material, incluida la bañera grande que tanto eché yo de menos con Beatriz. El futuro padre tampoco esta vez estaba muy tranquilo. Convencido sí, pero tranquilo no.
En las últimas semanas vino el matrón a verme varias veces. Yo tenía miedo de que viniera de nalgas y él me tranquilizaba: “mira, toca aquí” me decía poniendo mi mano en mi pubis “ésta es su cabeza, y aquí están la espalda y el culete” seguía, subiendo la mano a mi estómago. No sé porqué, pero yo tenía miedo. No se si por los años, que te vuelven más previsora y temerosa, pero pensaba que se me iba a dar la vuelta o que no iba a ser un parto espontáneo. Temor en fin.
La fecha probable de parto era, qué curioso, el viernes 20 de Noviembre, así que todos estábamos convencidos de nacería, como las otras, en 40+1 y sábado. La más convencida era mi hermana, que tenía que viajar a Holanda y compró un billete para el domingo 22; hasta Pedro cambió sus guardias en el hospital para estar libre ese día.
Y llegó el jueves. Mi hermana me llamaba desde Madrid todas tardes “¿Qué?” me decía, y yo “Naada”. “¿Pero nada, de nada?” insistía. “No, nada, todo tranquilo”. Y el viernes: nada. Y el Sábado: tampoco. Y el domingo mi hermana se fue, llevándose la cámara de los reportajes. Y nosotros fuimos al pueblo a ver a los abuelos. Al volver paramos a echar gasolina y yo, que conducía, no quise bajar del coche. Pedí que me sirvieran y dejé la llave. Estaba notando humedad entre las piernas y eso no es nada normal en mí. Al llegar a Alcázar el escape había cesado y las niñas querían comer en el Hollywod, así que reservamos una mesa, pero mientras tomábamos el aperitivo literalmente me empapé, dejando un charco en el recibidor del restaurante mandando al traste la ilusión de la hamburguesa.
Como es lógico nos fuimos a casa y le puse un mensaje al matrón, que no me cogía le teléfono: “He roto la bolsa. El líquido es claro. Llámame”. Y me llamó. Pasamos toda la tarde hablando por teléfono cada cierto tiempo. Mis temores volvían: “¿Y si al final tengo que ir al Hospital para una inducción?” Con la que había montado con el plan de parto que les presenté. ¡En un marco lo voy a poner de lo bonito que me quedó!. Pedro, siempre tranquilizador me decía que no me agobiase, que se pueden esperar hasta 48 horas y que su experiencia le decía que casi todas empezamos en las primeras 24. Hablé con él por última vez sobre las doce. No había novedad. Recuerdo sus palabras “Trata de dormir y descansar bien. Te vas a poner de parto mañana y será un día duro”.
Pero no podía dormir. El hospital rondaba mi cabeza. Me veía discutiendo con médicos y enfermeras: “Esto, vale. Me dejo. Esto no, ni hablar. Aquello..depende”. Imposible pegar ojo! Entonces pensé “¿Dónde he notado yo más las contracciones estos días?” “En el sillón, cuando veo la tele” me contesté. Y allí me fui.
Hasta las cuatro de la mañana aguantando programas bobos mientras me concentraba en mi cuerpo. Lo imaginaba por dentro, pariendo ya, la tensión, el bebé bajando. Y entonces...¡Una de parto! ¡Qué bien!. Ahora me podía ir a la cama y descansar mientras aún eran suaves, ya no iba a haber inducción, seguro, el parto había empezado.
Mi gozo en un pozo. Me acosté y las contracciones siguieron, puntuales, cada cinco minutos y cada vez más fuertes. Esta vez no había aviso. Estaba de parto YA. Esperé un poco, pero a las seis y media tuve que llamar al matrón, la dilatación había llegado ya los cuatro cmts. Nuria y Gema decían que esta vez no querían verlo. Que la vez anterior me puse a gatas y les enseñé el culo y que pasaban del tema. Beatriz si quería. Yo les dije “Vale, lo prometo, esta vez no os enseño el culo”. Aún así las dos mayores se dieron un paseo. Nuestro futuro papá estaba malísimo, con gastroenteritis. Aunque yo creo que le dio envidia y cambió mis contracciones por retortijones para no ser menos. Entre los tres inflamos y llenamos la bañera, colocándola en el mismo rincón del salón en el que había nacido Beatriz. Las niñas volvieron.
Se estaba tan a gusto en la bañera que me tuve que salir. Si no me habría quedado dormida en lugar de parir. El aire frío hizo que las contracciones volvieran y entonces me metí otra vez. De nuevo buscando postura. En cuclillas, como con Gema, pero no me apoyaba bien. A gatas, como con Bea, pero se me quedaban lo riñones fuera del agua y tenía frío. Al final se hicieron más intensas. Más de lo que recuerdo con las otras y acabé recostada sobre el borde de la bañera. Gema cogió mi cámara y se dedicó a fotografiarnos. Nuria vino a acompañar a Bea. Yo sentía que me rompía por dentro, y la niña no quería salir. Finalmente su cabeza empezó a abombar y yo me protegí con las manos. Las dos esta vez. “Menudo cabezo tiene” recuerdo haber dicho entonces. Me costó mucho trabajo. Era grande. Más grande que las otras.
Al final la cabeza salió y pensé “Ya está. Lo malo ya ha pasado, ahora su cuerpo se deslizará fuera de mi y habremos terminado” Pero me equivocaba. No sólo su cabeza era grande, también el cuerpo era bastante más grande que el de las otras. “Los niños grandes nacen mejor”, decía el matrón. “Será para ti, que lo ves desde fuera” Pensé yo. Y entonces empecé a gritar. Juro que no he gritado con ninguna de las otras. He hablado y me he quejado, pero gritar, no había gritado nunca. Y ahí estaba yo. Chillando como en las películas. Entonces oí a mi querida Gemita, tan oportuna como siempre, diciendo “Nos os preocupéis, tranquilos todos, que estoy haciendo vídeo”. ¿Será posible? No puedo demostrar lo valiente que fui con las otras, que no pegué un mal grito y esta vez va la niña y me graba. Y me grabó.
“Abre la boca”, me decía el matrón. Y yo lo interpretaba en sentido figurado. Porque tenía que abrirme por abajo. “Abre la boca” insistía. Y entonces la abrí y grité sin pudor. Y el cuerpo salió. En dos veces. Primero hasta la cadera, y luego giró y terminó de salir. Eran las dos de la tarde. Él la recogió una vez fuera y me la dio. Era preciosa. Criada casi (3.600 kgr.), blanca y redondita. Pero no se enganchaba al pezón. En seguida nos dimos cuenta de que tenía mucha mucosidad en las vías altas. El aspirador estaba sobre la mesa, sin embargo el matrón decidió esperar. El cordón latía, no necesitaba respirar. Estuvo así un cuarto de hora entero y poco a poco ella misma las expulsó. La placenta se desprendió cuando había cumplido su función y salió de una vez.
Salimos de la bañera y nos arropamos las dos juntas en el sillón donde la esperé la noche anterior, fundidas en una sola bajo mi albornoz. Papá nos hizo la comida y entre todos recogieron. Comimos y dormimos la siesta.
Vinieron las visitas por la tarde. Qué cansada estaba yo. Sin dormir la noche anterior. Pero seguía estando entera. Muerta de sueño, pero entera, sin puntos, la tensión recuperándose. A mi niña no le habían aspirado nada y no la habíamos lavado, ni vacunado. Una vez más mi hija había llegado al mundo rodeada de toda su familia, hasta Nuria, que dijo no querer verlo estaba encantada (mi hermana tuvo que esperar para enterarse).
Hasta 3 años después, cuando daba de mamar a mi niña, la miraba y pensaba: “¿tu eras la cosita esa que estaba dentro de mí?” “¿la que me daba pataditas y pensaba yo que se estaba dando la vuelta?” Y ella, cuando aún no habla, me mira con cara de enamoramiento, como diciendo “te adoro”.
Ojala todo el mundo pudiera disfrutar de un nacimiento así.
Y se acabó mi historia.
Yo no tendré más hijos. Pero espero que mis cuatro hijas puedan disfrutar trayendo al mundo a mis nietos tanto como yo disfruté dejándolas nacer a ellas.
Pido perdón a Nuria por no haber sido más fuerte, por no haber sabido lo que supe después. Porque pienso que, si para mí, adulta y consciente de lo que ocurría, aquello fue un trauma, para ella, que llegaba al mundo ese día, debió de dejarle un mal sabor de boca muy difícil de quitar. Esa es mi cicatriz. Tan marcada como la que llevo entre las piernas y más dolorosa aún.
No sólo por nosotras., por nuestros hijos ante todo, defendamos un nacimiento sin violencia, respetuoso con los tiempos y los sentimientos, porque lo que ese día recibimos es una nueva vida a la que luego pediremos empatía.
Gracias por esta oportunidad.