117

El nacimiento de Amaia

Salía de cuentas el día 21 de mayo y si no ocurría nada, tenía que ir el día siguiente al ginecólogo. El día 22 me costó mucho levantarme temprano, sentía algo parecido al síndrome premenstrual, pero como tenía la cita no tuve elección. Mientras estaba en la sala de espera del ginecólogo fui al cuarto de baño y ví que había soltado algo de tapón mucoso. No me quise hacer ilusiones porque en mi primer embarazo, estuve dos semanas soltando tapón mucoso. En la consulta, una ecografía confirmó que el bebé seguía bien y con suficiente líquido amniótico. El médico empezó a hablar de fechas y de ingreso si llegaba a la semana 42. Yo me estaba empezando a agobiar, “si sólo me he pasado un día, que manía con asustar al personal”.

De vuelta a casa, me sentía cada vez más y más pesada y empecé a sentir que esporádicamente me venía alguna contracción suave. Hice algunas compras en el super y volví a casa. Las contracciones seguían apareciendo pero sin ritmo aparente y eran flojitas.

Por la tarde hablé con Luis, el matrón que me asistiría en el parto, para contarle las novedades que estaban ocurriendo. Me dijo que siguiera con mi vida normal. No tenía ninguna gana de salir de casa, pero al final de la tarde me preparé y fui a buscar a Josu que estaba en casa de sus abuelos. De camino, me venían las contracciones de turno que como eran flojitas no me impedían seguir andando.

Por la noche acosté a Josu y cuando me tocaba la contracción ya no podía quedarme quieta para recibirla, mi cuerpo me pedía ponerme a cuatro patas o sentada sobre mis talones, con la cabeza sobre la almohada moviendo las caderas mientras pasaba la contracción. Josu estaba a mi lado, le conté que tenía contracciones que me dolían y que pronto nacería la bebita. El también durmió inquieto y yo sentí que me cuidaba abrazándome y estando muy pegadito a mí toda la noche. Yo miraba el reloj para controlar la frecuencia, venían cada 15 minutos y eran llevaderas aunque no me dejaban dormir porque en cuanto me adormecía, sentía que venía la siguiente y tenía que volver a ponerme a cuatro patas o salir de la cama para balancearme que era como mejor las soportaba. Mientras duraba la contracción iba contando y repitiendo “me abro, me aflojo” como hacíamos en las sesiones de yoga.

Durante el final del embarazo, imaginando como empezaría mi parto, me asustaba mucho que ocurriera durante la noche, así que esa noche se me hizo muy larga y cuando por fin ví que amanecía me sentí muy aliviada. A las ocho de la mañana del día 23 volví a hablar con Luis. Hacia las 10 y media de la mañana pasó por casa, y curiosamente al llegar él, se esfumaron las contracciones. Me dijo que podía tratarse del prolegómeno del parto, pero que podía suceder que estuviera así dos o tres días e incluso que se pararan y al cabo de los días volvieran a aparecer las contracciones. Su consejo de nuevo fue que siguiera haciendo vida normal pero a mi sólo me apetecía estar en casa descansando tranquilita. Le hablé sobre mi miedo a no ser capaz de soportar los dolores cuando la cosa se pusiera fea aunque la decisión era ya firme, a pesar del miedo, me quedaba en casa, la sola idea de ir al hospital me aterraba.

Se fue Luis y volvieron las contracciones de los quince minutos. Mikel llamó a los abuelos de Josu para que se ocuparan de él durante el día porque yo estaba muy cansada de no haber dormido bien la noche anterior. Ellos no sabían nada de mis intenciones de parir en casa. Recogieron a Josu a media mañana y yo me quedé en la cama con las persianas medio bajadas, en penumbra, dormitando entre contracción y contracción. Iban haciéndose más intensas pero las recibía lo más relajada posible y cuando iban creciendo mi cuerpo las acompañaba con balanceos de cadera. “vaya diferencia con las del hospital, pensaba yo”, allí, enchufada con cables por todas partes y con escasa movilidad eran tan insoportables que acabé rogando la epidural.

Me levanté a comer, Mikel había preparado alubias el día anterior, estaban riquísimas, (más tarde las llamaríamos las alubias de parto). Sentados a la mesa las contracciones iban acortándose cada diez minutos. Mi estrategia seguía siendo la misma, levantarme cuando venía una y balancear las caderas.

Fuera, el día estaba muy revuelto. Había amanecido lloviendo, después se despejó y soplaba viento sur. Bajé las persianas de la casa pues me apetecía estar en penumbra.

Después de comer me volví al dormitorio a acostar un rato. Hacia las seis de la tarde volví a hablar con Luis y le conté que la cosa seguía parecida, con contracciones cada diez o quince minutos más intensas pero todavía llevaderas. Le pregunté si me podía bañar y me dijo que era mejor esperar a estar más avanzada y de nuevo el consejo de que siguiera con mi vida normal e incluso que me fuera a dar un paseo. Quedó en que se pasaría por la noche.

Cansada de estar en el dormitorio, me levanté, subí la persiana, abrí la ventana para sentir el aire de la calle y admiré el paisaje montañoso que se veía a lo lejos. En ese momento sentí como una subida de energía. Mikel, que seguía trabajando en su oficina en casa, me preguntó si podía poner música y le dije que si, y que no tenía ninguna preferencia. El puso Abba, y mientras tanto las contracciones empezaron a venir acompañadas de una sensación de escozor muy grande al fondo de la vagina. Yo empecé a bailar por el pasillo sintiéndome un poco fuera de mí y fui a la habitación de las dos camitas que habíamos preparado para Josu.

Allí me vino una contracción totalmente diferente, que me pareció que me partía en dos. Me agarré con todas mis fuerzas a una cama y llamé a gritos a Mikel para que me ayudara. Vino otra y otra más, él me acompañó al baño, yo me senté en el water a oscuras y sentí un deseo irrefrenable de empujar y de hacer caca. Me colgaba de su cuello y gemía del dolor a la vez que mi cuerpo apretaba. Le dije a Mikel que llamara a Luis para que viniera. Seis y media de la tarde. En uno de esos apretones se escuchó un plof y un chorro de líquido caer dentro de la taza. Miramos y eran aguas claras. Volvió a llamar a Luis.

Mikel me dijo que sería mejor ir al salón y preparar allí todo mientras venía Luis. Fuimos hacia allí y yo me puse encima del sofá sentada sobre mis talones y en cada contracción hundía mi cabeza en un cojín, lo mordía, gruñía y gemía. Mikel me animaba a gritar y decir ahh, om, o lo que fuera. Yo gritaba ahhhh desde lo más profundo de mi cuerpo. Las ganas de cagar eran incontenibles.

Siete y cuarto, llaman a la puerta, entra Luis con un montón de trastos y en un santiamén entre Mikel y él cubren el sofá con empapadores, y preparan todo lo demás. Luis me pide que le deje explorarme, le digo que me da miedo por si me desanimo. El insiste y yo accedo. Me dice, “estás completa”, “entonces, puedo empujar ya, le pregunto”, haz lo que tu cuerpo te pida y ponte como quieras. Siento un alivio inmenso de poder por fin empujar.

Me pongo con un pie sobre el suelo y el otro sobre el sofá. Empujo acompañando una contracción, noto la cabeza salir, no me duele nada, vuelvo a empujar y sale el cuerpo, tampoco me ha dolido. Miro y veo a mi niña sobre el sofá, me tumbo y Luis me la coloca encima, la sensación de alivio, de alegría y de plenitud es inmensa.

Ocho menos diez de la tarde y Abba seguía sonando al final del pasillo. En ese momento nos acordamos de la cámara de video y Mikel nos graba a las dos. Así estuvimos más de media hora. Luis me dijo que tenía que empujar para ayudar a salir a la placenta, aunque a mi me daba miedo hacerlo. Me dijo que si me ponía sobre la silla de partos esta saldría más fácilmente, yo no me atrevía, él me siguió animando diciéndome que sentiría una sensación muy placentera y que empujara sin miedo. Por fin lo hice y así fue, sentí un gusto enorme al sentirla escurrirse por la vagina. En el salón flotan olores dulzones a sangre, a fluidos, a vida.

Me ayudaron a ir hasta el dormitorio. ¡Qué gusto tumbarme en mi cama con mi bebé encima!, me sentía inmensamente feliz. Decidimos entonces llamarle Amaia. Amaia empezó a mamar. Luis examinó mi periné y con mucha delicadeza me cosió el desgarró que tuve. Me enseñó la placenta y recogió todo en un santiamén. Mikel llamó a sus padres para anunciarles que Amaia acababa de nacer en casa y fue a buscar a Josu. Nunca olvidaré su carita y su sonrisa entre excitado y asustado al entrar en el dormitorio y ver al bebé. “Qué gracia” dijo, y se fue a jugar al salón. Luis me trajo un zumo y enseguida se despidió de nosotros, que nos habíamos convertido en una familia de cuatro.

Dejamos a Amaia dormida sobre la cama y fuimos los tres a cenar a la cocina una pizza que había preparado Mikel. Yo me sentía físicamente muy bien y con un subidón tremendo.

Y este es el resumen de mi parto, que me ha curado de la anterior experiencia agridulce que fue nacimiento de Josu en el hospital.

Un parto íntimo, acompañado y respetado del que me queda un maravilloso recuerdo que me acompañará para siempre.


Anexo

Amaia nació a las ocho menos diez de la tarde del viérnes 23 de mayo de 2008 en Bilbao. Pesó
3050 g y tuvo un apgar de 9/10. Yo sufrí un pequeño desgarro de segundo grado que fue suturado pero que no me ha causado grandes molestias (lo peor han sido las hemorroides). Nuestra familia no conocía mis planes de parir en casa, pero después del nacimiento recibieron la noticia con bastante calma y sin ningún reproche al respecto. Mis amigas sí conocían mis deseos y me apoyaron en la decisión. La cuadrilla de Mikel, que no sabía nada, al conocer la noticia del parto en casa se quedaron mudos de asombro y no hicieron ningún comentario. A la matrona de la seguridad social que me ha llevado el embarazo, en la última visita le conté mis intenciones y con total naturalidad me deseo suerte y me mandó saludos para Luis, el matrón.

R0022