El Nacimiento de Cecilia
INTRODUCCIÓN
Mi hija, Cecilia, tiene ahora un mes y medio. Criarla junto con su padre está siendo hasta ahora un camino de aprendizajes, disfrute, incertidumbre y algún pequeño sufrimiento. Gracias a que le tengo a él a mi lado, que me recuerda que disfrute, que disfrute del momento y disfrute de mi hija. Ni ella, ni yo somos perfectas.
Aún a día de hoy, cuando pienso en mi parto me entra una sensación de empoderamiento, intensidad y belleza que me encantaría poder describir y compartir mejor. Siento que tuve mucha suerte con la matrona que me tocó en el Hospital de Basurto, con P. Y tras leer muchas experiencias de parto en El Parto es Nuestro, quiero aportar mi granito de arena y rendir homenaje a ese momento maravilloso que es el nacimiento de una nueva vida y al buen hacer de las profesionales sanitarias que nos atendieron.
EMBARAZO
Este ha sido mi primer embarazo, el cual y en palabras de mi jefe “me ha sentado muy bien”. Yo me he sentido con mucha energía, he comido sano, seguido haciendo una vida normal y me he cuidado como sé hacerlo, haciendo deporte. Si bien en esto último bastantes personas cercanas me lo cuestionaban, salvo mi matrona (lo único para mí positivo en su primera consulta fue que me animó a hacer deporte). Que por qué hacía spinning (hice hasta el final del séptimo mes), que no subiera al monte, que podía tener un aborto (en el primer trimestre) o que lo mejor en el embarazo era caminar. Me alegro de haberme seguido cuidando a mi manera, no sin dudas en ocasiones generadas por esas terceras opiniones, no sé si será así o no, pero sospecho que eso también tuvo algún impacto positivo en mi parto y posparto.
Durante los dos primeros trimestres del embarazo no investigué ni me informé nada sobre embarazo, parto o posparto. Algo que ahora me parece un error. Fue con las clases de preparación al parto a las que asistí junto con mi pareja en agosto (di a luz en noviembre) que comencé a informarme un poco. Recuerdo el primer día de esas clases, casi todas las otras embarazadas allí presentes se habían leído algún libro o informado, tenían alguna duda respecto del parto y por supuesto tenían nombre para su hijo/a (nosotros ni siquiera eso…). Esas clases me fueron muy útiles, las distintas fases del parto, qué pasa en el posparto, el protocolo de Basurto, opciones de parto, etc.
En un inicio yo tenía claro que quería epidural. No veía la necesidad de sufrir dolor y ese rechazo a la epidural me parecía una moda hippie. Soy de esas personas que confían en la ciencia y en los profesionales sanitarios, y no me planteaba más. La epidural era la opción racional y, ¿por qué desechar los avances de la ciencia? En las clases de preparación al parto nos sugirieron ver un documental de RTVE sobre el parto “parir en el siglo xxi”, en el que se recogen varias historias de partos naturales en el Hospital de Castellón. Lo vi con mi pareja y me emocioné. Seguimos viendo vídeos de partos en YouTube, quedándome horrorizada con algunas maniobras de Kristeller que se veían realizar. Pasadas unas semanas, se me ocurrió buscar en Netflix “parto” y di con los documentales brasileiros “El renacimiento del parto”. Muy duros todos ellos, muestran una violencia obstétrica denunciable (razón por la que nos recomendaron no verlos en las clases preparto), pero también terminan narrando experiencias de parto natural y dando argumentos sustentados por profesionales en favor de éste tipo de partos. Las imágenes de los nacimientos me hacían saltar las lágrimas y desear algo así para mí.
Ya de baja en el trabajo y con más tiempo, empecé a pensar más en el parto, y a desear que se acercara la fecha. A través de varias YouTuber que sigo, conocí la web Orgasmic Birth y vi el documental. También escuché algunos de sus podcasts durante los largos paseos de las últimas semanas. Me maravillaban muchas de las experiencias de parto que narraban (como otras tantas de El Parto es Nuestro), lo intenso que mostraban era el parto, la posibilidad de abordarlo de otro modo, no desde el sufrimiento, sino desde la belleza del momento, desde el dolor que conlleva también y en algunos casos desde su vertiente más sexual. Me empecé a plantear si yo podría tener un parto así.
En cuanto a cómo enfrentar el dolor que sabía vendría en el parto, el problema de luxación de hombro derecho que sufro hace casi 20 años y el dolor tan intenso que siento cuando se me sale, me daba fuerzas a la hora de afrontar el parto. No sabía cómo sería el dolor de las contracciones y del expulsivo. Pero sí sabía que el dolor que siento cuando se me sale el hombro es muy distinto dependiendo de cómo lo afronte. Cuando he estado sola, sin otra posibilidad que de solucionarme yo el problema y volver a colocarme el hombro, me he tenido que auto-tranquilizar, controlar la situación y el dolor y recolocarme el hombro yo sola. Cuando he estado acompañada de otras personas, mis amigas, mi pareja o mis compañeras de baloncesto, en muchas ocasiones me he dejado llevar por el dolor y trasladado a ellas/os el peso de la situación. En este segundo escenario siempre me ha dolido muchísimo más. Eso me mostraba, por un lado, que la estrategia es que la situación no te supere y, por otro lado, que he sufrido dolores muy intensos, por lo que ya iba con experiencia. Esta mentalidad de controlar el dolor me sirvió mucho durante la dilatación.
PARTO
Yo salía de cuentas el viernes 4 de noviembre. Y a medida que se acercaba la fecha sentía que el parto también se acercaba, o lo deseaba por lo menos. La tripa me había bajado y se me contraía desde hacía un par de días, aunque sin dolor alguno. El jueves 3 de noviembre me despierto a las 5 de la mañana con contracciones, dolor muy soportable en la zona de los ovarios y contracción de la tripa. Cuando se despierta mi pareja se lo comento, yo ilusionada pensando que ese es el día. Sin embargo, salgo de casa a dar una vuelta por la mañana y las contracciones van desapareciendo. Luego aparecen de forma intermitente. Por la tarde reaparecen con más fuerza y por la noche se intensifican y hacen regulares. Tenía contracciones cada cinco minutos durante dos horas, me dolían, aunque con la respiración que nos habían indicado en las clases de preparación al parto las soportaba. A las 5 de la mañana fuimos al hospital, yo pensando que ya volvíamos tres a casa. Cuál es mi sorpresa que nos dicen que estoy dilatada sólo de un centímetro, esa era la mala noticia, la buena: que el cuello uterino estaba borrado y que estaba ya en la parte activa del parto, ya en la dilatación. Eso sí, la ginecóloga de urgencias de Basurto nos mostró una gráfica con mis contracciones (cada 10 minutos en el hospital) y las de una mujer que estaba de parto (cada tres minutos). Y nos dijo: “Ves, cada tres minutos, esto es estar de parto. Cuando tengas contracciones regulares cada tres minutos durante una hora, que no se te pasen ni caminando ni con agua caliente, ahí vienes”. A mi pareja y a mí eso se nos quedó grabado. También nos dijo que eso de dilatar hasta el expulsivo, podía ser en unas horas o en cinco días.
Volvimos a casa, yo agotada, llevaba 24 horas sin dormir. Me di una ducha de agua caliente y concilié el sueño un par de horas. Me levanté, el día que salía de cuentas, y había roto el tapón mucoso. Fui a dar un paseo por la calle por la mañana, no llegué muy lejos y tenía que ir haciendo constantes paradas. Justo esa tarde, como salía de cuentas, tenía cita con la matrona de la semana 40. Fui con mi pareja hasta la consulta de la matrona caminando, tardé en recorrer más de media hora lo que normalmente me lleva 10 minutos. La matrona nos sugirió, para facilitar la dilatación, que usara la pelota de pilates, que me diera una ducha de agua caliente, que pusiera música y velas… que quizás parecía una tontería, pero ayudaba a relajarse. Y ciertamente ayudó.
Mi pareja me preparó un baño con música y velas, que me sentó de perlas. Luego fui a la cama. Las contracciones se iban incrementando en intensidad y acortando en tiempo. Durante la contracción me sentaba en la pelota de pilates, movía la cadera adelante y atrás y me ponía una compresa caliente en la zona de los ovarios, la que me dolía. Mientras tanto, hacía las respiraciones que nos habían enseñado en las clases de preparación al parto. Me sirvieron un montón, no sé si tanto por respirar como por mantener la mente ocupada contando. En los descansos entre contracciones me tumbaba en la cama y descansaba, intentando afrontarlo de forma positiva. Si sonreía se me hacía la situación más llevadera, y eso hacía. Mi pareja estaba a mi lado, y de vez en cuando también nos besábamos. No fue un momento sexual per se, pero sí en algunos instantes muy íntimo. También recuerdo, durante las contracciones, imaginarme la película de los 10 mandamientos, que las contracciones eran como Moisés abriendo el mar muerto en la huida de Egipto… Aún no sé por qué se me vino esa imagen a la mente, pero creo que era una buena analogía.
Llevábamos desde que me había dado el baño contando el intervalo entre contracciones. Ya por la noche, entre las 9 y las 10 empezaron a acortarse. A veces las tenía cada 2 minutos, a veces cada 3, o cada 5. El acordarnos de la ginecóloga que había dicho cada 3 minutos fue lo que nos hizo continuar en casa. No queríamos que en el hospital nos volvieran a mandar de vuelta a casa. A eso de las 11 le dije a mi pareja, que independientemente del intervalo de las contracciones, a las 12 íbamos al hospital. Yo sentía que la intensidad había incrementado y quería por lo menos contrastar con una profesional, a ver cómo íbamos. A las 11 y media me di otra ducha de agua caliente. Así como las duchas anteriores me habían relajado y aliviado mucho, ésta ya no. El dolor que sentía cambió, y las respiraciones ya no me bastaban para paliarlo. Empecé a gritar y en algún momento sentí que había perdido el control. Además, sentía ganas de hacer cacas. Le dije a mi pareja que fuera a por el coche y me esperara en el portal. Mientras esperaba al ascensor salió la vecina de arriba, preocupada por si me pasaba algo de los gritos que estaba dando. Creo que también salieron los del cuarto. Al poquito de bajar al portal llegó mi pareja y fuimos hacia el hospital. Agradecer a mi vecina del sexto, que a pesar de yo decirle que estaba bien, me siguió en el ascensor para asegurarse.
El trayecto en coche al hospital de Basurto fue la parte casi más dolorosa. Sentada era como más de dolían las contracciones, y tardamos unos 10-15 minutos en llegar que se me hicieron eternos. Aproveché un semáforo en rojo en la Gran Vía para bajarme del coche y caminar, no aguantaba sentada. Menos mal que mi chico no me hizo caso e iba tranquilo, porque yo le decía constantemente que se saltara los semáforos en rojo.
Llegamos al hospital de Basurto, voy sola a urgencias y digo que estoy con contracciones. Me costó estarme quieta para que me midieran la tensión. Me pasan a la salita para ponerme los monitores. Yo sabía que eso eran unos 20 minutos de monitores con apenas movilidad. Y me acordé de una pariente que me había dicho que cuando tienes ganas de empujar, lo que sientes son ganas de hacer cacas. Así que como tenía que ir al baño, pregunté a grito pelado “tengo ganas de hacer cacas, ¿hago cacas?”. Me escuchó el ginecólogo de urgencias y me hizo entrar directamente a hacer una exploración, junto con mi pareja que para entonces ya había llegado. Estaba dilatada de ocho centímetros y con mi niña ya bastante baja. Así que me mandaron directamente al paritorio y me preguntó el ginecólogo si quería la epidural, le dije que sí. Fue en esa primera atención que me encontré con la única matrona que para mí fue más “desagradable”, aunque en realidad no lo era tanto y era más bien yo que no quería pasar por el aro en ciertas cosas (quería estar con mi camiseta grande en lugar de la bata del hospital; y quería estar sin mascarilla, no la aguantaba). La matrona que nos atendió, P, se presentó y nos dirigimos al paritorio ella, mi pareja y yo. Creo que tuvimos mucha suerte de que nos atendiera ella.
P. me preguntó qué tipo de parto me gustaría tener, yo no tenía ni idea. No lo había pensado. Eso sí, le dije que quería la epidural. Ella me dijo que había otras formas de paliar el dolor: pelota, caminar… no recuerdo qué formas dijo, yo sólo pensé que menuda suerte la mía, que me había tocado la hippie. En el paritorio, me quité la mascarilla, me puse mi camiseta, (quería estar lo más a gusto posible) y me pusieron monitorización externa (a veces se perdía la señal porque yo me movía mucho). Y entré en pánico. Empecé a decirle a P. que no podía, que no podía. Ella me recordó que las mujeres llevaban dando a luz toda la vida, que por supuesto que podía. Pero que tenía que hacer lo que mi cuerpo me pedía. Yo sentía ganas de hacer cacas (o de empujar) pero lo retenía, no empujaba junto con mi cuerpo. Recuerdo estar de pie, volver a pedir la epidural, preguntarle a mi pareja que qué hacía y P. decirme que si quería la epidural para eso tenía que estarme quieta, y que ella llamaba al anestesista. Pero que ella no veía la necesidad, que mi pequeña ya estaba muy abajo (yo eso del abajo en su momento no lo entendí, ay la errónea falta de información, ahora tras leer relatos de parto sí que lo entiendo) y me animaba a empujar. A partir de ahí, mis recuerdos son borrosos.
Estaba de pie, yo ya desnuda, a un lado de la cama y rompí aguas, como si hubiera explotado un balón lleno de agua. Estaban limpias. P. me ofreció una silla de partos, así mi pareja podía estar detrás masajeándome y ella delante. Me senté, vino una contracción e inmediatamente me levanté. No aguantaba sentada. Lo siguiente que recuerdo es estar en el otro lado de la cama, en el suelo a cuatro patas (no me senté en la cama en ningún momento del parto). Con mi pareja a mi derecha y P. y otra matrona (A.) a mi izquierda. Y que mientras yo me movía iban arrastrando unas mantas debajo de mí. Luego me contó mi pareja que llegué hasta allí reptando. Así, a cuatro patas comencé a empujar. Ahí ya no recuerdo dolor, sino sólo empujar cuando venía la contracción. Empujé una vez de cuclillas y el resto a cuatro patas, apoyándome más en mis piernas en cada pujo. Me metí la mano y noté la cabecita de mi niña. Eso me dio fuerzas. Yo empujaba como podía a cada contracción y, me ha dicho mi pareja, que cada vez que paraba la contracción yo me reía. Me hice cacas (sí que tenía que hacerlas) y las matronas intentaron esconderlo para que no me avergonzara. Nada más lejos de la realidad, les dije que estaba muy contenta, porque llevaba todo el día queriendo ir al váter (sufrí de estreñimiento especialmente las últimas semanas del embarazo). Otro motivo para sonreír.
Yo recuerdo empujar pocas veces, imagino que alguna vez más empujaría, pero según mi pareja pocas. Empujé una vez y toqué con mi mano la parte superior de la cabecita de mi niña, empujé otra y bajó su cabeza, ya sentía como que era una cabecita con su forma ovalada. Otra vez más y sentí su cabeza a punto de salir por la vagina. Me acordé de lo que me habían comentado del aro de fuego. Empujé otra vez y salió mi niña, su cabeza, e inmediatamente se puso a llorar. No noté ningún aro de fuego, sí su salida, pero no me dolió especialmente. Ahí la matrona, P, me dijo que me sacara yo a la niña. Que la cogiera con las manos y empujara. Lo intenté con la mano derecha, pero casi le dejo sin ojos a mi hija, así que rápidamente me quitaron la mano. Empujé una última vez y P. cogió a mi bebé y me lo dio. Sentada en el suelo de la habitación, desnuda y cubierta en fluidos y abrazada a mi pareja, lloré de la emoción y sólo podía decir que mi niña era preciosa. Fue un momento hermoso que mi pareja y yo nunca olvidaremos. Mi niña nació a la 1:34 del 5 de noviembre, una hora después de haber entrado a urgencias y tras casi 48 horas con contracciones de parto.
Al rato de estar sentados en el suelo, me ayudaron a levantarme y nos tumbamos en la cama. Esperaron hasta que el cordón dejó de latir y le ofrecieron a mi pareja cortarlo, quien lo hizo. Salió la placenta (no recuerdo haber empujado más para que saliera, sino como que la matrona tiró y salió) y Paula nos la enseñó. Me examinaron y no me había desgarrado, tenía un pequeño rasguño en el labio superior derecho pero no había que coserlo. Así que estaba intacta. Me pusieron oxitocina sintética para contraer el útero y creo que fue en aquel momento que le echaron unas gotas a mi niña en los ojos (me explicaron qué era y consultaron, pero ahora no lo recuerdo), entre otras pruebas, y que la pesaron: 2.960 gramos. Después, nos dejaron dos horas solos a los tres. En los que sólo entraron para ayudarme con el agarre al pecho, ya que mi niña estaba intentando mamar del pecho derecho pero no lo conseguía. Y creo que fue también entonces que entró la matrona para hacernos un regalo, había plasmado la placenta de mi niña en un folio, y en otro sobre esa misma impresión lo había pintado con acuarelas. Recuerdo aquellas dos horas como mágicas, mis recuerdos son más bien borrosos, simplemente no me lo creía, tenía allí a mi niña, era un momento mágico y así lo vivimos. Me invitaron a ir al baño, a ver si podía orinar, y fue ahí cuando mi pareja cogió a nuestra hija por primera vez. Yo oriné sin problemas.
POSPARTO
Sobre las 5 de la mañana nos llevaron a planta. En Basurto las habitaciones de maternidad son compartidas y bastante pequeñas, así que despertamos a nuestra vecina y su familia. Estuvimos desde aquella noche del viernes al sábado de madrugada hasta el lunes por la mañana en el hospital. Siento que nos trataron muy bien y creo que el éxito posterior en la lactancia fue en muy buena manera gracias a la atención del personal sanitario. Se ofrecían constantemente a ayudarte y yo constantemente les llamaba para que me vieran en las tomas, corrigieran, enseñaran distintas posturas de dar de mamar (con y sin el cojín de lactancia). Cuando nos fuimos el lunes por la mañana, lloré al salir del hospital. Había sido una experiencia tan intensa y hermosa vivida allí que no quería que se quedara atrás. Espero que este relato me ayude a no olvidarlo nunca.
Nuestra experiencia a lo largo de toda la atención del embarazo, parto y postparto ha sido buenísima. Yo no sabía qué esperar del parto y para mí fue, hasta ahora, el momento más intenso y bonito que he vivido en mi vida. Y pienso que si vuelvo a dar a luz, quiero que se parezca aunque sea remotamente a esta experiencia.