El nacimiento de Juana: la experiencia de amor más intensa
Juana nació el 26 de junio en el Hospital de Torrejón. Aunque antes de saber que estaba embarazada no había tenido contacto con bebés y mucho menos con partos, yo sabía que no quería parir como en las películas y series, tumbada en una camilla y con tres personas entre mis piernas.
Por mi juventud (tengo 23 años) muchas personas, "compadeciéndose de mí", intentaron salvarme de la decisión que tomé en los primeros meses de embarazo: parir en un hospital en Torrejón de Ardoz (Mordor) y sin epidural. Sin embargo, tener una hija con Alex y hacerlo ahora fue mi decisión, la mejor que he tomado nunca.
Me gusta tomar decisiones muy conscientes, y por eso me pasé el embarazo estudiando: Jose María Paricio (Tú eres la mejor madre del mundo), Ferderick Leboyer (Por un nacimiento sin violencia), Carlos González (Un regalo para toda la vida), Rosa Jové (Dormir sin lágrimas) y Julio Basulto (Se me hace bola) y fueron mis lecturas imprescindibles. También a las reuniones de El parto es nuestro y a un taller de lactancia en mi centro de salud, además de leer muchos relatos por internet. Toda esta información y formación ha sido clave para el parto, lactancia y lo que llevamos de crianza. La información es poder, no hay que olvidarlo.
Así de bien pertrechada ya me sentía muy segura. En las consultas prenatales con ginecólogos no me encontraba totalmente expuesta a su voluntad (las ginecólogas del hospital de Torrejón y yo no conectamos demasiado), y, aunque en el momento del parto mi cabeza estaba en otro planeta, di rienda suelta al instinto con toda la confianza del mundo.
El papel de Alex durante el embarazo fue muy importante. Gracias a sus cuidados pude descansar tranquila todo lo que quise y más, con sus palabras de amor y sus caricias me sentía bella, fuerte y llena de amor; con su cara al hablar y sentir al bebé que habíamos creado sentía seguridad y emoción, y con su apoyo hacia mi forma de hacer las cosas supe que éramos y somos un gran equipo capaz de todo. Pero fue en el parto donde realmente fuimos uno.
Llevaba meses con contracciones de Braxton Hicks, pero fueron aumentando de intensidad unos días antes del parto. Las simpáticas ginecólogas de Torrejón habían fijado mi fecha de inducción en la semana 40 (tras amenazarme en la 35 con hacerlo en la 37) por bajo peso del feto. Yo estaba segura de que mi bebé tenía un tamaño perfecto que correspondía con el tamaño de mi cuerpo: al inicio del parto pesaba 40 kilos y el día del parto 58, siempre he sido muy delgada... no se puede esperar que vaya a parir a un bebé que se sitúe en la media de esos locos percentiles que manejan los médicos. Pero por fortuna me puse de parto una semana antes de la fecha de inducción.
La noche del 25 de junio hice con mi suegra una tarta para el cumpleaños de Alex, que era al día siguiente… pero a lo largo de la noche supe que su mejor regalo sería mirar a los ojos a nuestra hija, y que no nos comeríamos la tarta.
Pasé la noche con contracciones cada vez más fuertes. Iba de la cama al váter, porque se me soltó la tripa de forma que llegué al hospital completamente purgada. Me duché dos veces a lo largo de la noche. En las contracciones gritaba de dolor, sentía como dolores de regla muy fuertes, cada vez más. Alex estuvo durmiendo (tiene un sueño muy profundo) hasta que a las 9 de la mañana le grité desde el salón que me quería ir al hospital. Ya habíamos ido antes a urgencias porque pensaba que estaba de parto, por lo que puede que Alex no fuera realmente consciente de que ahora iba en serio, que mis contracciones no dejaban dudas.
Me di una ducha de la que no me acuerdo, Alex cogió la maleta que llevaba meses preparada y salimos. El camino de casa al coche, que estaba a pocos metros, fue bastante difícil. No me apetecía nada caminar, estaba ya con la cabeza en otro sitio... Nos cruzamos con un vecino anestesista que nos ayudó a llegar al coche mientras sentenciaba que deberíamos haber salido antes de casa para que me pusieran la epidural.
El trayecto en coche duró media hora. Tuve muy buena idea al pedirle a Alex que pusiera un empapador en mi asiento, porque en mitad del viaje rompí aguas. Si hubiera estado de pie creo que hubiese sido bastante espectacular.
Llegamos al hospital hacia las 10:30. Me llevaron corriendo (sin identificarme ni nada) en silla de ruedas que pedí a una salita donde una matrona me hizo un tacto con mucho cuidado y delicadeza y me dijo que estaba de 5 centímetros. Fue un gran alivio y sorpresa saber que ya iba por la mitad. Mientras, Alex había aparcado el coche y se reunió conmigo. Ya no nos separamos. Me llevaron en la silla de ruedas al paritorio de la bañera, porque quería parto en el agua.
El paritorio era muy grande y con luz natural, que agradecí mucho. Yo llevaba en la maleta una velita, música, una bolsita de semillas... pero al final no me apetecía nada más que silencio y la presencia de Alex. Me monitorizaron externa e inalámbricamente, y vieron que Juana lo estaba "pasando regular" durante algunas contracciones, por lo que finalmente no me dejaron meterme en la bañera (el monitor es impermeable pero no sumergible). Me dio pena, porque yo llevaba una hora pidiendo bañera, pero en el fondo agradecí no tener que subir esos escalones tan empinados que tiene para entrar.
Me pusieron una colchoneta en el suelo y me dieron una pelota de pilates, pero yo no estaba cómoda. Se me ocurrió pedir el gas, y fue un gran acierto. Pasé hasta el expulsivo aspirando el gas de la risa sin reírme, pero en lo más fuerte de la contracción mi cabeza se iba más lejos de lo que ya estaba y se me hacía más llevadero. Me llegó a doler tanto que pedí epidural varias veces, pero cuando se me pasaba la contracción le decía a Alex que por favor no me hiciera caso, que yo no quería anestesia. Cuando sentenciaron que no iba a poder usar la bañera quise meterme en la ducha, porque en casa me había aliviado mucho con las contracciones. Allí tampoco me sentí cómoda: la temperatura no era constante, se ponía fría y caliente; yo estaba sentada en un taburete muy incómodo, y además el aparato del gas no se podía mojar y cuando me venía una contracción tenía que elegir entre chorro de agua o bocanada de gas.
Al final salí de la ducha y me habían traído la silla de partos. Hasta este momento yo había estado muy concentrada en soportar las contracciones lo mejor que podía. Pero entonces la matrona me hizo otro tacto (casi no me dejé) y me dijo que creía que estaba ya en completa, y me preguntó que si no tenía ganas de empujar. Entonces me di cuenta de que sí, que tenía muchas ganas, pero por alguna razón me había olvidado de que tenía que hacerlo, de que en algún momento tendría que ir hacia el final. Y ya no me pude aguantar los pujos.
Cuando me senté en la silla de partos supe que ese era mi sitio. Hasta ese momento me había resultado desagradable el tacto: le había gritado a la matrona que no me tocase y tampoco había querido masajes de Alex (soy muy fan de los masajes). Pero entonces llegó el momento de empujar en la silla. Fue mágico. Alex se sentó detrás de mí. Apoyé mi espalda en su pecho y apoyé mis codos en sus muslos. Cuando empujaba echaba la cabeza hacia atrás y él adelantaba su cabeza junto a la mía para mirar en el espejo que me habían puesto delante. La matrona se puso en el suelo entre mis piernas a esperar con mucha paciencia y darme ánimos. Siempre agradeceré a Asunción, mi matrona, el tipo de apoyo tranquilo, sereno pero con energía y fuerza que me dio.
Yo seguía aspirando gas inconscientemente, sin darme cuenta de que necesitaba mucha concentración para empujar. Asunción sugirió dejar de usarlo y me di cuenta de que era justo lo que necesitaba. Concentración total y unión infinita con Alex y Juana. Sentía que Alex estaba en completa conexión con nosotras, y nosotras con él. Veía la coronilla de Juana asomando por mi vagina. Yo gritaba al empujar. Pensaba que no me iba a caber una niña entera por ese agujero, me parecía imposible tener suficiente fuerza como para abrirme así. Pero lo hice. A las 14:02.
Tras una sucesión de empujones que me salían muy de las entrañas nació Juana. Con los ojos muy abiertos y los brazos extendidos. Me la pusieron sobre el pecho y sentí amor intenso y placer infinito. Le dije a Juana que la quería y que siempre la iba a cuidar. Su cabeza olía a gloria. Alex abrazándome por la espalda y mi niña abrazada a mi pecho. Merece la pena haber nacido solo para sentir ese momento.
Cuando el cordón dejó de latir Alex lo cortó. Alumbré la placenta con ayuda de un pinchazo de oxitocina. Luego pasamos un par de horas en la camilla del paritorio esperando a que se liberara una cama en planta. Durante ese rato Juana se enganchó a mi pecho, otro gran placer.
Pasamos dos días en planta. Las enfermeras no tenían nada que ver con las matronas del paritorio: eran muy inoportunas, poco cuidadosas y muy pasotas. Me alegré mucho de haber leído tanto sobre lactancia, porque poca información recibí de ellas. Les pedíamos cosas como que nos enseñaran a cambiar un pañal o a cortarle las uñas a Juana y prácticamente nos daban un par de instrucciones desde la puerta. Además, aunque había un catre en el que Alex podía dormir se negaron a darnos una almohada y una manta para él (las que vayáis a parir en Torrejón, recomiendo llevar estas cosas para el acompañante). Tenía muchas ganas de irme a casa con mi familia. Sin embargo, agradecí que no nos separaran en ningún momento: las vitaminas, vacunas y pruebas que le hicieron a Juana fueron todas sin separación.
Tomé la decisión de parir en este hospital aun sabiendo que no me gustaban las ginecólogas y sabiendo que las enfermeras de planta dejaban que desear. Tomé la decisión de parir sin epidural. Y no me arrepentí. No cambiaría mi parto por nada del mundo. Fue la mejor experiencia de mi vida y nunca la olvidaré.
Gracias, Alex, por haber formado parte de este momento. Sin ti no hubiera podido.
Gracias, Juana por haberme dado la vida cuando me miraste a los ojos.