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EL NACIMIENTO DE MI NIETO MAURO

Hace ya casi 12 años relataba el nacimiento de mi cuarta hija, Alba, venida a este lado del mundo en el calor del hogar, rodeada de sus hermanas y su padre, con la asistencia de Pedro, aquel matrón entrañable que acabó siendo amigo.

Hoy, cuando estamos ya a seis meses de su nacimiento, vengo a relatar cómo recibimos a mi primer nieto, Mauro. Y aviso que como ya tengo experiencia y este no es mi hijo si no mi nieto, y las abuelas nos enrollamos mucho, la cosa va a ser larga. Eso sí, prometo un buen final para el que sea capaz de llegar hasta él.

He de empezar diciendo que de lo que se siembra se recoge y que si un día fueron mis hijas quienes me acompañaron en los partos esta vez fui yo quien la acompañó a ella, a Gema, que ya me había dicho, desde antes de quedar embarazada, que cuando llegara el momento quería de mi presencia además de la de aquellos profesionales que vinieran a atenderla

Mi alegría fue inmensa, no sólo porque creo que lo mejor para su salud y la de su hijo era un parto en casa como los míos, si no porque el hecho de quererme con ella demostraba una confianza plena y era para mí un gran orgullo saber que mi compañía en esos momentos tan difíciles podría ser de su agrado.

No tardaron mucho en venir ella y su pareja a decirme que estaba embarazada, apenas una semana después de ser dada de alta por covid y operada de apendicitis el mismo día del alta, cosas tiene la vida!

Casi de inmediato avisamos a P., ahora trabajando en compañía de otra matrona, C., y, lo mismo que con mis dos hijas pequeñas, pusimos en marcha la máquina para preparar un recibimiento cálido y afectuoso para ese nuevo miembro de la familia.

Comenzamos con las visitas de conocimiento previo. Pese a que ya teníamos confianza con P., esta era una nueva perspectiva. Ya no era Gema mi hija, la que nos iba a acompañar como niña, si no la mujer que iba a ser madre, su pareja, mi nueva pareja (Jose), la nueva matrona… todos debíamos conocernos y entablar ese punto de encuentro que permite que nos sintamos cómodas pariendo, seguras y bien atendidas. Algún sustillo nos dio la moza durante esas visitas, con miedos y angustias que no presagiaban un buen desarrollo, pero ella es cabezona, nosotros comprensivos y, al final, quedó más que demostrado que valía para esto y más la primera decisión fue que nacería en mi casa, porque la de ellos era muy pequeña y se esperaba que allí habría gente como para un equipo de futbitol. A saber padre, madre, abuela (yo), hermanas, pareja de la abuela y los dos matrones. Sin descartar algún otro fichaje que se nos apuntara por circunstancias. Dicho esto empezamos a preparar el equipo, y desde unas semanas antes del nacimiento mi estrés fue en aumento. Sí, la niña paría, pero era yo la responsable de que todo estuviera bien dispuesto y los miedos son muy libres de atacar a cualquiera y por cualquier parte. Así que esta vez me amenazaba la idea de que una llamada lo pusiera todo en marcha y yo no hubiera sido lo suficientemente previsora como para darle lo mejor. Afortunadamente las amenazas dejan de surtir efecto cuando llevan mucho tiempo golpeando y los miedos se superan. Días antes del parto me relajé y esperé con calma la llegada del día P.

Hubo antes un día A, de advertencia, un día B de broma, un día C, de conato, un día de E, de espera,… y así no sé si puedo recordar cuántas fueron las llamadas preguntando si eso que sentía mi niña serían los comienzos del parto o simplemente días S de susto.

“Gema:

3:30 a.m.: Empiezo a tener molestias en la cama, pero creo que son como siempre

4:30 / 5:00 a.m.: Se han mantenido, empiezan a ser contracciones más o menos rítmicas y similares. Trato de seguir durmiendo, pero ya no puedo

6:00 a.m.: Cada 6/8 minutos siento las contracciones pero cada vez son más fuertes y me levanto varias veces al baño para pasear, ya que así suelen ceder. No ceden. Antoni ose despierta y le cuento mi intención de venir a casa de mamá dando un paseo a las seis y media, cuando ella ya se haya levantado. Al final decide venir conmigo”

Como suele ocurrirnos a todas, cuando llegó el día P de parto ya no hubo consultas, hubo una llamada a primera hora de la mañana del 20 de octubre, las 06:29 para ser exactos, diciendo “mamá, voy para tu casa”. Y tampoco hubo que hacerle muchas preguntas, porque en la cara se veía: estaba comenzando el viaje del parto. Dijo llevar desde las 3 de la mañana con contracciones más o menos regulares que duraban cerca de un minuto.

“Gema:

6:45 a.m.: Llegamos a casa de mami, ella opina que ya estoy de parto por mis caras, yo no estoy del todo segura pero le escribimos a P. para avisar de lo que está ocurriendo.”

Al principio todo fue calma. Desayunar, hablar, revisar cosas… sus hermanas pequeñas se levantaron y demostraron su alegría y emoción diciendo que no querían ir instituto. Cosa rara, no?, pero se veía que este iba a ser un proceso lento y hubo que enviarlas a sus obligaciones bajo la promesa de que se las avisaría para estar presentes si llegaba el caso en horas lectivas.

“Gema:

8:00 a.m.: Antonio se va a trabajar y yo me como una manzana con galletas para tratar de acostarme y descansar un poco antes de que todo empiece a ser más intenso. Pedro está de camino”

“ALBA: Yo pensaba que iba a nacer ya. Creía que esto iba a durar menos y me daba miedo perderme el momento. Estuve impaciente toda la mañana esperando la llamada de mi hermana Bea para irnos a casa”

“Gema:

10:00 a.m.: Me levanto aunque no he dormido ni descansado demás porque en la cama me resultan más intensas y dolorosas las contracciones. Estas ya sí son cada 6 minutos y van subiendo de intensidad”

Sabíamos que iba a ser un parto largo. Niño grande según ecografías y madre primeriza, pero no imaginábamos en aquel momento cuánto de largo iba a llegar a ser. Nuestro matrón, P., llegó sobre las 10:30. Sabíamos que no había prisa, pero son ya muchos los días que hemos pasado juntos en estos años por el simple hecho de vernos. Así que lo mejor era estar ya todos en casa y esperar a C., la matrona, que tenía que dejar atendidos antes sus asuntos personales. También hablamos con mi hija mayor, Nuria, que estaba en Segovia y dijo que no tenía forma de venir con la rapidez que considerábamos necesaria, y con mi pareja, Jose, que venía de Málaga y se puso de camino en cuanto le fue posible. Por supuesto le dio tiempo a llegar.

JOSE: “Bueno, he de reconocer que tampoco fue todo correr. Pasé por casa, me duché y cogí algunas cosas. Me iban contando cómo iba todo y no parecía haber prisa”.

“Gema:

10:30 a.m.: Llega P., confirma: ESTOY DE PARTO. Monitorea al bebé tras las contracciones para ver que él y su latido están bien.

12:00 / 12:30 a.m.: (las contracciones) Permanecen cada 6/5 minutos, son más intensas, comemos un poco de embutido mientras esperamos a Antonio, que ya viene del trabajo.

15:00 / 15:30 p.m.: Las contracciones se han mantenido rítmicas. Llegan Bea y Alba y comemos cocido y pechugas con salsa de portobellos. Algunas contracciones interrumpen la comida

16:16 / 18:00 p.m.: Antonio se marcha a comprar unas cosas y yo decido acostarme e intentar descansar, pero en la cama me dan más fuertes. Cambian varias veces de ritmo, primero espaciándose y después más cercanas. A eso de las seis decido levantarme porque son bastante dolorosas.

18:00 p.m.: C. ya está aquí también. Las contracciones cesan un rato y aprovechamos para recoger la habitación y ducharme

19:30 p.m.: Tras la ducha P. me explora, estoy de 2 cms, cuello fino pero aún algo duro. Nos vamos mamá, Antonio y yo a dar un paseo para tratar de reactivar las contracciones. Durante el paseo vuelven a aparecer, dolorosas y soportables, aunque algunas menos que otras.

En el tacto P. nota también que la cabeza ya está algo más encajada y que el bebé viene grandecito. Les dice a mamá y a Antonio que estoy algo más avanzada de lo que él creía (Bien!)”

Entre paseos, comida, y alguna pequeña siesta se nos fue pasando el primer día. Después una cena por turnos, ya que la cocina había quedado acondicionada para ubicar la bañera.

Jose nos encontró a eso de las ocho de la tarde paseando, tratando de ayudar a encajar a ese bebé que no quería bajar. Las contracciones eran buenas y hacían su papel, pero no teníamos una cabecita ayudando. Salimos a andar y aprendí que si hay una próxima vez debo llevar unos triángulos de esos que se ponen en las averías para señalizar, porque Gema no se atrevía a cruzar los pasos de peatones por miedo a que una contracción la pillara en medio de la calle. La próxima con triángulos y señal luminosa, lo juro.

“Gema:

21:30 p.m.: Para cenar mamá me ha cogido unas croquetas del Olimpo. Me vengo al salón con la luz tenue a tratar de seguir con el trabajo, ya que al subir a casa me da la sensación de pararse. Toman su latido, todo OK.”

No recuerdo en qué momento se le hizo el primer tacto, pero sí recuerdo que la dilatación iba lenta. Las contracciones se hacían cada vez más fuertes y ella se sentía más cansada, pero esa cabecita no daba muestras de bajar y el útero se resistía a terminar de borrarse. Estaba blando y algo dilatado. No lo suficiente como para que ella se metiera en el agua, que era donde quería recibir a su hijo. Hicimos un intento de descansar. C. y P. por turnos, siempre uno alerta, pero el descanso no duró mucho. Cuando se acostaba el dolor era mucho más intenso y no llegó a estar una hora en la cama. Yo tampoco podía dormir pensando que ella pudiera necesitarme, así que la noche fue casi en vela. Tras una corta ración de sueño me informaron de que teníamos permiso para llenar la bañera a eso de las 3 de la mañana y que si ella quería podía sumergirse, a buscar el abrazo del agua. Y lo hicimos. A la gata le gustó mucho la bañera.

Pasó allí un buen rato. Pero el parto no progresaba como queríamos todos. Las hermanas durmiendo, la pareja preocupada, los demás exhaustos, Gema doliéndose toda. Y llegaron las 8 de la mañana, la hora de los churros, con chocolate, como debe ser. Dice Gema que es su último recuerdo consciente porque a partir de ahí las cosas empezaron a complicarse. Ella iba dilatando despacio, 5 ó 6 cms ya, pero Mauro no quería bajar

En el siguiente tacto, a media mañana del día 21, no sólo no había encajado la cabeza, si no que se nos había girado a posterior. P. me trasladó su preocupación. Gema estaba muy cansada, era primeriza, esperábamos un bebé grande y esa presentación no parecía permitirnos terminar en casa. Su pareja lloraba. No de miedo, si no por ella, porque la ilusión de su vida podía verse truncada. Y yo estaba aterrada. Pensaba en su desánimo de después, en lo que implicaría acabar en un hospital tras tantas horas. En su frustración. Había que hablar con ella. Se le sugirió adoptar una postura incómoda, dolorosa, pero que podía ayudar a que nuestro Mauro volviera a una posición anterior que permitiera continuar con el parto en casa. Y lo hizo. Lo sufrió y la vimos sufrir. Sus hermanas también. Sufríamos por su dolor y acompañábamos cada uno en lo que creíamos poder ayudar. C. la sujetaba al borde de la cama, yo le masajeaba un pie que tenía colgando, para facilitar la colocación de Mauro, y se le dormía. Jose la abanicaba y le traía agua, Antonio la abrazaba y la besaba, Bea y Alba atentas a cualquier cosa que se les pudiera pedir.

Después de un buen rato un nuevo tacto parece indicar que el bebé vuelve a anterior y respiramos. La dejamos descansar y… oh! De nuevo en posterior Gema agotada ya, pidiendo apaciguar sus dolores. P. nos informa de que no podemos usar calmantes y que las únicas dos opciones posibles son el traslado al hospital en busca de anestesia o volver a la postura de tortura durante un par de horas con la esperanza de corregir la posición y terminar aquí. Gema elige quedarse, concede una hora y luego un nuevo tacto para ver si ha habido progresos. Son ya las 2 de la tarde del jueves 21 de octubre.

Por suerte no llegó a tanto, porque al poco empezó a tener esa sensación de hacerse de vientre. La necesidad de pujar hizo acto de presencia y el control durante una contracción demostró que la cabeza estaba en buena posición. Al principio pujaba de lado, con ayuda de todos: uno cogía una pierna, otro la otra, otro la abanicaba, se traían barreños con agua caliente para el periné, empapadores para los fluidos, y hasta un sorbo de cerveza me trajeron a mí en algún momento de las 4,5 horas que duraron los pujos.

Gema quería volver a la bañera. Recordaba haberme visto a mí cuando nació Alba y deseaba algo parecido, pero P. no quería arriesgarse. Temía que en el cambio, y si se relajaba demasiado, se nos volviese a subir Mauro. Tuvimos que echarle una mentirijilla piadosa diciéndole que la teníamos preparada para cuando ella quisiera. Era cierto que estaba preparada, pero no era cierto que fuese a usarla.

Durante un rato hicimos el Guernica de Picasso. Un ballet desacompasado en el que pisabas a alguien y no sabias a quién. Juntos y revueltos, tratando de mantenerla de pie para ayudarla en el expulsivo. Posturas inconcebibles de unos y otros tratando de observar, guiar, sujetar, ayudar y no morir en el intento.

“ALBA: Gema estaba muy cansada. Sujetarla era muy difícil y yo veía a mi madre y a los demás tratando de mantenerla de pie a con mucho esfuerzo. Ella quiso volver a la bañera y entonces P. se puso muy serio y ordenó: “Se acabó! Aquí mando yo: a la cama, Gema, vamos a terminar esto”

Rendidos volvimos a la cama, todos o casi todos. Yo sentada al lado con su rodilla apoyada en mi cabeza y mi mano en su barriga, C. sujetando la otra pierna, su pareja permitiendo que se recostara sobre su pecho, P., lucecita de minero en frente, calentando con paños el periné, Jose con el abanico y el suministro de agua y las niñas haciendo el reportaje. Porque el reportaje en estos casos es muy importante.

Estaba Alba cámara en mano cuando se rompió la bolsa. Precavidos que somos decidimos poner más empapadores ante la posibilidad de que una contracción provocara una suerte de surtidor y ella, que lo oyó, me preguntó “¿no será cierto, verdad mamá? ¿es broma?”, a lo que yo contesté “¿broma?, ¿no ves que los estamos colocando?” y se apartó como alma que lleva el diablo temerosa de verse bañada en aquel líquido que, por cierto, tenía algo de meconio.

Y seguimos empujando. Porque allí empujaba todo quisqui. “C.: En esos momentos empaticé profundamente con Gema, tanto que me puse literalmente a presionar mi musculatura perineal hacia afuera!! Y es que viví un déjà- vu del nacimiento de mi primera hija, el cual fue un caso muy similar aunque restándole casi la mitad de horas. Al poco me acerqué a su oído para decirle que ojalá pudiéramos repartir entre todos los presentes el cansancio y el esfuerzo que ella estaba realizando para hacérselo más llevadero, pero por mucho que quisiéramos era algo que sólo ella y Mauro podían conseguir y afortunadamente lo estaban logrando!! Nos estaban regalando a todos un precioso aprendizaje de entrega y tesón.”

Gema gritaba. Yo intenté convertir el grito en canto entonando con ella un sonido diferente. Uno que abriera la garganta en lugar de cerrarla. Fue en ese momento cuando, si una vez ella me dijo a mí “mamá, ya le veo la cabeza”, yo le dije “Gema, ya le vemos la cabeza”. Ella no se lo creía. Me miraba buscando que lo confirmara, pensando que la engañábamos para animarla, pero era verdad. Con cada empujón podíamos ver una cabeza que asomaba y se volvía a esconder porque era muy grande, y a Gema ya no le quedaban fuerzas para mantener el pujo.

Una, y otro, y otra vez tuvo que empujar hasta que por fin aquella cabecita cabezona decidió salir. Vino entonces lo que me pone cara de tonta cuando lo cuento. Como había caca en el líquido amniótico y P. no quería arriesgarse a que Mauro lo aspirara, me pidió ayuda. Mientras él sujetaba su cara con una gasa, alejada del meconio. Yo cogí a mi nieto, de la misma forma que una vez cogí a mis hijas, y se lo di a mi hija que ahora era madre.

“P.: No era tal la necesidad de dos manos más, aunque Raquel en ese momento lo pensara así. Mi intención era ofrecerle ese homenaje, reconocimiento del fruto de lo que había sembrado haciendo ver a sus hijas el nacimiento como algo digno y propio de una mujer, ofreciendo esa visión tranquila y nada angustiosa de lo que es parir.

La había visto anteriormente con sus hijas, ayudándose con sus manos en la salida de sus bebés, y como Gema estaba muy cansada, reclinada sobre su pareja, y la que estaba allí más cerca era ella, decidí proteger yo ese periné mientras le ofrecía coger a su nieto para entregarlo a la madre.

Estoy muy orgulloso de haber podido vivir ese momento, lleno de sensaciones intensas: de protección y alegría. Todas adecuadas, ningún espanto, como he podido ver en otras ocasiones. Resultó casi agotador, pero ha sido un gran aprendizaje.”

La cara de su pareja cambió, igual que cambian las de todos los padres cuando ven nacer a sus hijos, la cara de Gema recuperó el color y su mente recuperó la consciencia. Lo abrazó contra su pecho mientras ambas lo masajeábamos y del resto del mundo no sé, porque yo solo tenía ojos para aquello.

Un rato después, en el estar de enfermería, o sala de fumadores (en realidad el cuarto de la caldera), algunos llorábamos en compañía mientras otros lo hacían por el pasillo. La emoción se respiraba en cada rincón de la casa, que había quedado como después de un registro y creo que hasta mis gatas supieron entender el momento respetando la quietud. Menos mal, porque a la más cotilla hubo que estar alejándola de la bañera casi todo el tiempo anterior a riesgo de que la rasgara con las uñas.

“GEMA: Mamá, eso ya casi lo has dicho antes”

Estábamos eufóricos. Lo habíamos conseguido entre todos, porque la sensación que teníamos era que esto había sido un trabajo de equipo. Nadie dudaba del valor y la fortaleza que Gema había demostrado en un parto que había durado 42 horas, con dolores muy intensos y un miedo latente a no poder terminar entre nosotros, pero este era el nacimiento de todos.

Sin embargo la cosa no había acabado. Aún nos faltaba la placenta y su posterior revisión, a la que asistieron muy interesados Alba y Jose escuchando de boca de P. cuál era el nombre de cada una de sus partes y cómo saber si estaba entera.

Una vez cortado el cordón, por el padre, por supuesto, pudimos pesar a la criatura que tanta guerra había dado para nacer y nos quedamos estupefactos. Sabíamos que iba a ser grande, pero 4,300kg…..?! Y lo había parido sin episiotomía ni grandes laceraciones. Entera. Y ahí es donde yo me alegré por ella de su decisión y volví a reafirmarme en que lo que un parto sin complicaciones necesita es paciencia, no instrumentos ni intervenciones. Sólo paciencia, apoyo y amor, mucho amor.

Y hasta aquí la parte descriptiva de lo que fue el parto y nacimiento de mi nieto, ahora decir que me siento muy orgullosa de mi hija, por su decisión de continuar en casa cuando se sintió desfallecida y la cosa no se puso fácil.

Orgullosa de su pareja que supo acompañarla y sufrió con ella y por ella. Orgullosa de sus hermanas que ayudaron en todo lo que se les pidió.

Orgullosa y agradecida a esos matrones que no tiraron la toalla ante las complicaciones.

Orgullosa de mi pareja que vino a ayudarme a mí en los preparativos y ayudó en todo. Que hasta gritó más que ninguno animando a Gema a empujar.

Y orgullosa de mi también que creo haber sabido ser esa madre que ella quería en su parto.

Todos le damos las gracias a Gema por lo intenso del momento que nos permitió vivir con ella, y yo se las doy también por haberme permitido ser su doula sin carnet.

Y a Mauro le damos las gracias por haber querido nacer entre nosotros. Esperamos saber acompañarle en su crecimiento, también como persona, y ser dignos de que un día se sienta orgulloso de llamarnos familia

Gracias a la vida por hacernos hembras y darnos el maravilloso poder de traer la vida. PD. Mauro debería haberse llamado Ulises, Odiseas como ésta lo merecen.