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El parto de A. en el Hospital Altagracia de Manzanares (Ciudad Real)

Era mi primer embarazo y tenía 26 años. Un embarazo gozoso, disfrutado, informado. Leí todo lo que caía en mis manos o más bien buscaba. Disfruté cada minuto. Sabía como sería mi crianza y por supuesto como quería mi parto.

No me correspondía ese hospital pero ante las malas referencias sobre partos respetados en el Hospital General de Ciudad Real, solicité que me atendieran en el Hospital Altagracia de Manzanares.

No hubo ningún problema. Allí me atendieron de maravilla las dos ginecólogas que me atendieron las dos veces antes del parto que fui a monitores. También conocí a dos matronas que me enseñaron las instalaciones y que me contaron lo que les gustaba atender partos como el que yo quería. Recuerdo que insistían en que no idealizara el momento y estuviera abierta a tomar decisiones que no había contemplado hasta el momento.

No fui a preparación al parto porque la matrona de mi pueblo estaba a punto de jubilarse. Tan solo fui una vez. Nos trataba mal, hacía de las revisiones experiencias desagradables.

Preparé un plan de parto. Ahora me rio porque aquello no era un plan de parto como el que preparé en mi segundo parto. Era un formulario que me sirvió para hacerme una idea de las decisiones que debía tomar y a las que le fueron restando validez una a una.

El día 8 de Noviembre de 2014 amanecí con contracciones y expulsando el tapón mucoso. El hospital quedaba a unos 70/80 km de donde vivía así que no me quería quedar mucho. Aún así aguanté hasta después de comer para ir.

Cuando llegué apenas había dilatado 2cm, estaba nerviosa, las contracciones me dolían. Nos llevaron a una habitación solos, pero en un pasillo donde también había madres con sus recién nacidos.

Continué expulsando el tapón mucoso y ante mis quejas vinieron a atenderme. Me volvieron a examinar, pero sola. No dejaron a mi pareja que entrara. Una matrona, M.P. y una auxiliar me acompañaban. Me dijeron que me quedaba mucho tiempo hasta dilatar por completo, que no pasaba nada por cambiar de opinión y para eso estaba la epidural.

Yo estaba asustada. Cedí. Lo hablé con mi pareja y llegó el anestesista. Recuerdo nervios, dolor, frío. Temblaba. En una contracción grité y la auxiliar me chistó: “Sssshhh. No grites que aquí hay otras madres”.

Lo que vino detrás ya lo imaginarás: rompen la bolsa y oxitocina. Mi pareja me acompaña ahora. Se me duerme la pierna con la epidural pero dejan de doler las contracciones. Me relajo e incluso rio con mi pareja. La auxiliar que me había mandado callar, en un alarde de falta de tacto impresionante, se atreve a afirmar que si vuelvo a parir pediré la epidural desde el principio. No es consciente de la espinita que se me queda clavada.

La matrona me insiste en que con la pierna así no puedo parir, que tengo que sentir para poder ayudar a mi bebé. Así que decide bajarme la epidural sin consultar al anestesista, cuando ya había dilatado 7 cm. Vuelve el dolor. Se lo digo pero me cuenta que no puede hacer nada, que no se puede volver a subir.

Se para la dilatación. Yo estoy agotada, tumbada. Llego a decirle a mi pareja que no puedo más, que hagan lo que tengan que hacer conmigo pero que no tengo fuerza para dar a luz. Me quedo semi dormida, aturdida de dolor.

Llega el cambio de turno. Más tarde, recordándolo, llegamos a la conclusión de que quería “dejarlo todo preparado” para que diera a luz antes del cambio de turno. Se marcha sin despedirse. Después se escucha a las compañeras comentar que había metido la pata.

Por la mañana sigo sin haber dado a luz pero empiezan a hacerme tactos. Pierdo la cuenta. Me dicen que me están abriendo las membranas. ¿Hamilton? Tengo mucha sed. Esta matrona es más amable, mucho más. También la auxiliar me trata con más cariño.

Después de muchísimos tactos pregunto cuanto tiempo puede pasar desde que me rompen bolsa hasta que doy a luz. Hacen cuentas, me dan una respuesta vaga, y se van. Vuelven para llevarme al paritorio.

Allí me atiende directamente la ginecóloga. La acompañan la matrona y una auxiliar. Me piden que empuje, yo lo hago pero parece que vuelve a subir. Así unas cuantas veces hasta que comienzan a hacerme Kristeller. Yo sé perfectamente que la maniobra está prohibida. Miro al papá. No puedo hablar. No tengo fuerzas para decirles que paren. Solo quiero tener a mi bebé entre mis brazos.

Una señora mayor se apoya con todas sus fuerzas contra mi vientre. Me duele mucho. Me impacta. Siento miedo. Utilizan ventosa para sacar a A. Sí saco valor para decir que no me corten. Me desgarro sola. A. sale pero no dejan a su papá cortar el cordón. Se la llevan detrás de un biombo para comprobar que todo está bien. Mientras me cosen la sostiene su padre, yo no tengo fuerza para cogerla.

Siguen las contracciones con la expulsión de la placenta. Realmente me siento tan mal que me vuelven a enchufar a la epidural.

Nos llevan a una habitación los tres solos. Y una matrona viene a ayudarme para ponerla al pecho. Allí la tengo un rato pero me siento tan débil que vuelve a encargarse su padre porque necesito dormir.

Me siento triste, impotente. Realmente no me han sabido acompañar. Ese no era el parto que yo quería, pero “eh, las dos estamos sanas”. Como si eso me sirviera.

El resto del tiempo que pasamos allí me parece una broma de mal gusto. Cuestionan cada una de las decisiones que tomamos al respecto de nuestra hija. Si no queríamos vacunarla de inmediato, si pedía su padre ser el que la bañara, si queríamos acompañarla a las pruebas de audición… Ninguna de nuestras peticiones eran tomadas en serio.

¿La guinda del pastel? Una vez dada de alta, cuando fui a que la matrona me revisara los puntos, me culpabilizó. Al parecer todo había sucedido porque yo no había ido a “su” preparación al parto y no sabía pujar.

Pero, ¿sabes qué? Si me estás leyendo y has llegado hasta aquí quiero contarte que sí se puede. Se puede y lo hice en mi segundo parto. Parí como una loba. Grité. Me dolió pero lo gocé. Y en ese parto me acompañaron, confiaron en mí, me dejaron espacio, aire… respetaron mis decisiones. Las mujeres sabemos parir. Claro que sí. Recuérdalo.