El parto de Rosa, nacimiento de Quirze. Barcelona.
Tenemos una niña de dos años. Coaner nació por cesárea. Fue un parto inducido a las 42 semanas de gestación. Ingresé una mañana y me pusieron el gotero con oxitocina. Después de 13 horas no había dilatado ni cuatro cm., la niña estaba con la cabeza libre y empezaba a sufrir, el ginecólogo me comentó que me tendrían que hacer una cesárea. La niña pesó 3.800gr.y me dijeron que no se había encajado ya que había una desproporción pélvico-fetal: la niña era demasiado grande para mi pelvis.
Me quedó una espina clavada de no poder tener un parto vaginal. Aunque te digan que lo importante es que tu niña y tú estéis bien, para mí siempre ha sido muy importante poder tener un parto vaginal y no dejaba de cuestionar la inducción y cómo había ido el parto. Así empecé a formarme en este tema tan apasionante (mi profesión como fisioterapeuta me permitió acceder a varios cursos) y cuando me quedé embarazada de Quirze empecé a hacer una preparación al parto adecuada, diciéndome a mi misma que este parto iba a ser diferente. El control de mi embarazo me lo llevaron desde el hospital comarcal de referencia, siempre que tenía oportunidad preguntaba sobre las posibilidades de tener un parto vaginal después de una cesárea. Encontré opiniones de todo: si las condiciones son las mismas que por la niña seguramente que acabaría igual, o que no tenía porqué. Mi indignación era que en mi historia clínica siempre salía: “historia obstétrica desfavorable: cesárea de menos de dos años” y esto ya te condiciona de alguna manera para un segundo parto.
En la ecografía de las 35 semanas me detectaron un posible crecimiento intrauterino retardado, el ginecólogo me dijo que tenía que hacer reposo, y que me tendrían que inducir el parto o que ante mis antecedentes programar directamente una cesárea antes de las 40 semanas. Nos veíamos la semana siguiente para acabar de hablar y realizar un registro de control. Me quedé tan parada que no supe que decir, otra cesárea, ¡no podía ser! Salí de la visita y me puse a llorar. Primero por la inquietud de que mi niño estuviera bien y segundo por no poder tener el parto vaginal que tanto me había preparado y soñado.
Me dije a mi misma que no me dejaría hacer una inducción y menos una cesárea programada a menos que las razones fueran muy justificadas, pedí varias opiniones para tener argumentos. Así que la semana siguiente el registro salió bien. Aunque llevaba un retraso de crecimiento de tres semanas, Quirze no sufría, así que no veía motivo para adelantar el parto. El ginecólogo escuchó mis motivos, estaba más receptivo que la semana pasada, dijo que me dejaría esperar, siempre que el niño estuviera bien. Realizaríamos un control ecográfico semanal y registros a días alternos. Lo que haga falta, ¡salí tan contenta de la visita!
Soy una persona que ha disfrutado hasta el último momento de los embarazos, es un estado único, irrepetible para un mujer y nunca he tenido prisa para terminarlos, creo que todo tiene su momento, se le ha de dar tiempo a que el bebé decida cuando quiere salir (no ir tan condicionados por fechas de parto)
Finalmente respetaron mi opción y me dejaron el tiempo suficiente para ponerme de parto por mí sola.
EL DIA QUE QUIRZE DECIDIÓ SALIR…
El domingo 8 de mayo a las 5 de la madrugada empecé con contracciones cada 10 minutos. Eran soportables, como las había tenido los últimos días pero con más regularidad. Intenté dormir ya que pensé que podía ser largo, a las 7 de la mañana desperté a Josep María y le comenté que parecía que el parto había empezado. Me levanté, hice un buen desayuno ya que pensé que en el hospital tendría problemas para que me dieran alguna cosa de comer y beber. Despertamos a Coaner, nuestra hija mayor, me duché, intenté ponerme en la bañera pero no estaba muy a gusto, las contracciones cada vez eran más intensas y con más frecuencia. Intentaba estar con actividad constante, en pie, sentada sobre la pelota moviendo la pelvis, a gatas con el cuerpo sobre la pelota. Mi niña me miraba preocupada, se acercaba, me decía “¡mama!", queriendo decir “¿Qué te pasa?”. Decidimos avisar a mi madre para que se quedara con ella. Nos despedimos de ella diciéndole que íbamos a buscar a Quirze y que más tarde vendría a verlo.
Llegamos al hospital a las 10.30 de la mañana. La matrona que había ya la conocía de algún curso que había realizado y alguna revisión, y conocía mi intención de parto natural, se lo comentó al ginecólogo. Éste me dijo que harían lo posible siempre que mi bebé y yo estuviéramos bien.
¡Ya estaba dilatada de 5 cm! Con la niña nunca llegué a estar de 5. Esperamos una hora para ver la dinámica de parto que llevaba, que era bastante intensa, me puse a 6cm. Pasamos a sala de parto, el ginecólogo me comentó que Quirze aún estaba muy arriba y que me romperían aguas ya que esto provoca que el bebé descienda. Las contracciones se hicieron más duras. Me permitieron adoptar las posturas que quería: a gatas, sentada sobre la pelota, apoyada sobre la camilla de parto... Llevaba un transductor inalámbrico para controlar las pulsaciones de mi bebé, pero la señal se perdía, el ginecólogo me comentó que me tendría que tumbar para poder controlar el corazón del bebé. En esta postura las contracciones eran insoportables, me desesperé, ya no podía más aguantar aquella situación pero ya estaba de 9 y la matrona y el gine me hicieron reaccionar: puedes conseguirlo, ¡lo estás haciendo muy bien. Pedí levantarme e ir al baño, para así salir de la posición tumbada, las contracciones parecían haber parado pero sólo era que la posición permitía que fueran más soportables. Cuando volví del baño ya tenía unas ganas tremendas de apretar. El expulsivo no fue tan doloroso como las últimas contracciones tumbada en la camilla de parto, en unos minutos ya tenía mi niño encima de mi pecho, nació a las 2.20 del mediodía, ¡sólo hacia 4 horas que habíamos llegado al hospital! ¡Lo había conseguido! Lo que había soñado, un parto vaginal, natural y el niño está bien. Me tuvieron que hacer una episiotomía y me desgarré un poco, quizá se hubiera podido evitar dejándome poner en la posición que hubiera querido durante la fase de expulsivo y permitiendo más tiempo a esta fase.
Ya estamos todos en casa adaptándonos a la nueva situación. Felices por el recuerdo del parto. Mi marido ha podido tener una experiencia inolvidable aunque verme sufrir de aquella manera fue duro.
Muchas gracias a la gente que me habéis apoyado y me habéis hecho fuerte para defender mi parto.
Un abrazo.
Rosa, Coaner, Josep M. y Quirze