el parto de Susanna y nacimiento de RA, rey del sol, nacido en un día nublado y lluvioso
A parir el primer hijo a un mes de cumplir los 44 años después de pasar los dos últimos meses de embarazo inmóvil por obligación, de romper cantidades anormales de aguas y de dar a luz un hijo que pesó 4 kilos con 500 gramos de una madre delgaducha y pequeña como yo que había recibido una colección de epidurales y que no dilataba de largo, sólo me faltó el estado de servicios mínimos del Hospital del Mar de Barcelona el día de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre de 2005. Con tales precedentes y la imposibilidad de que me practicaran una cesárea ya que el único médico de la unidad se hallaba ocupado con otros pacientes, la alternativa que escogió la comadrona que me atendía para finalizar el parto que ya duraba once horas fue saltar con su culo y de un brinco sobre mi barriga.
En el apocalipsis de dolor todo a mi alrededor y en mi interior se volvió blanco, no oía, no veía, me sentía muerta. Pero no, todavía tuve capacidad de sentir más dolor cuando me penetraron para arrancarme los restos y coserme bajo mi tormento un corte más largo que el de mi coño.
En ese estado me encontraba, en un trance que yo creía entre la vida y la muerte, cuando me pidieron además que cogiera a mi hijo, esos 4,5 kilos de cara lilosa medio ahogada y cabeza apepinada por unas tenazas que llaman fórceps. ¿De dónde iba yo a sacar fuerza ni siquiera para mover el brazo? ¿Alguien pensó en mí?
Me echaron del hospital a los 2 días, con debilidad aguda e incapaz de sentarme por una herida para mí inaguantable. Pero suma y sigue, tuve que esperar de pie en el patio del hospital cargada con ya más de 4,5 kilos de hijo a que mi marido regresara con el automóvil del aparcamiento. Llovía, era de noche, hacía frío y estaba sola, esperando con el niño en brazos, pensando que se me iba a caer el niño y mi coño entero de un momento a otro. Pero nadie me vio, nadie me ayudó. ¿Alguien pensó en mí?
Más tarde mi marido me ponía en entredicho por no haber “querido” abrazar a nuestro hijo recién nacido: “¿Cuántas películas has visto tú, marido? Aquí te quería ver yo”. Eso lo digo ahora, después de pasarme años con remordimiento por mala madre. Lo que fui es idiota. Al menos, no les debía haber permitido dejar el hospital cargando de pie y esperando bajo esas circunstancias.
¿Quién no me dice a mí que ese maltrato que yo experimenté por parte de todos, incluido mi marido, no me dejará el lastre de odiar el parto de mi hijo?
Ahora entiendo, después de descubrir vuestros relatos y haber descubierto vuestro trabajo y empeño en mejorar la calidad de atención en embarazos y partos.
Gracias, a todas y por todas.
Susana