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El relato de Cristina, sobre su hija María.

Siempre habíamos deseado ser papás y me quedé embarazada de ti en la luna de miel, al primer intento. Fuiste una niña buscada y muy deseada.

Estábamos felices e ilusionados y empezamos a hacer planes contigo. Tuve un embarazo muy bueno desde el principio, con pocas molestias y en todos los controles prenatales todo iba perfecto. Me acuerdo cuando en el cuarto mes nos dijeron que eras una niña. Inconscientemente siempre había deseado que fueras niña y sabía que te pondría de nombre María.

Creo que deseaba que fueras niña para repetir la relación tan buena que tengo con mi madre y ese día que el médico nos lo confirmó, nos pusimos como locos de contentos y enseguida llamamos a todo el mundo para decírselo.

Fueron pasando los meses, te sentía cada día cómo te movías y me dabas unas patadas..., tu padre ponía la mano en mi vientre y te hablaba diciendo: “María, no des tantas patadas”. Hicimos los cursos de preparación al parto y ya teníamos todo listo para tu llegada al mundo (reconozco que muchas cosas nos las regalaron la familia y amigos). Aunque no había cogido mucho peso en el embarazo, en el último mes me encontraba muy pesada, no dormía bien por las noches y empecé con los controles de rutina una vez por semana.

Faltaban tres días para que empezaran a monitorizarme, ya estaba casi de 39 semanas. Una tarde dejé de sentirte. Esperé impaciente que hicieras algún movimiento. Tomé algo dulce, después un café, luego una comida copiosa, me daba golpecitos en el abdomen esperando una señal tuya, pero nada. Me decía a mí misma que estarías dormida. También había oído que en el último mes los bebés se mueven menos porque tienen poco espacio, así que esperé un tiempo pero tú seguías sin moverte. Se lo comenté a tu padre y nos fuimos a urgencias, recuerdo que era un sábado. Pensé que tras decirme que todo iba bien me mandarían a casa.

Al llegar, intentaron monitorizarme y al no poder terminaron haciéndome una eco. El médico dijo que entrara tu padre, cada vez entraban más sanitarios y nadie nos decía nada, hasta que al final pregunté que si había algún problema y nunca olvidaré aquellas palabras que pronunció un doctor mirando la pantalla y que marcaron un antes y un después en nuestra vida: “La gestación se ha interrumpido”. Mi primera reacción fue levantarme de la camilla y empezar a gritar: “¡NO, NO, NO..!.”, no quería creérmelo, sentí un dolor desgarrador e incomparable a nada hasta entonces. En un instante, pasamos de la alegría extrema a la tristeza más absoluta. Luego vi a tu padre, mirándome petrificado en una esquina y llorando e intenté hacerme la fuerte por él y tomé las riendas de aquella situación que se nos había ido de las manos.

Después llamé a la familia diciéndoles lo que había pasado. Ese día me quedé ingresada y me provocaron el parto. Mientras pasaban las horas, y tú seguías dentro de mí, iban llegando familiares y amigos a darnos el pésame, no entendía nada, todo había ido perfectamente hasta entonces, y de repente tú, nuestra querida hija, habías muerto. Me preguntaba el porqué, si todo lo había hecho pensando en ti, tú eras el centro de mis pensamientos, ocupabas toda mi vida.

Naciste al día siguiente y pesaste 2,850 kg. Me dijeron que eras una niña preciosa, morenita, con los dedos muy largos, de grandes mofletes y con gran parecido a tu padre, cosa que ya sabíamos por la 4D. Recuerdo que quise entrar sola en el paritorio para ahorrar a tu padre más sufrimiento del que ya tenía. Aunque yo no era de mucha ayuda para traerte al mundo, no tenía fuerzas ni para empujar, recuerdo cómo saliste de mí y ese silencio que hubo. Me preguntaron si quería verte pero no fui capaz, no sé cómo hubiera reaccionado, pienso que te hubiera besado y abrazado y no hubiera dejado que nadie nos separase. El médico nos confirmó que habías fallecido por un nudo verdadero en el cordón, el cual te había dejado sin oxígeno, aquel día que dejé de sentirte.

La vuelta a casa fue muy dura, todo lo habíamos dejado preparado para regresar contigo pero volviamos con las manos vacías. Tuve que recoger toda tu ropita y guardarla en cajas. Me echaba la culpa todos los días: “qué habría hecho mal”, “tendría que haber ido antes”. Tomaba pastillas para dormir y me pasaba día tras día llorando y deseando haber sido yo la que se hubiera ido en vez de irte tú, se había ido lo que más quería y deseaba del mundo, a quien tanto había cuidado..., ya nunca más te tendría conmigo.

Hace tres meses de tu partida. La vuelta al trabajo fue muy dura y ahora estoy yendo a una psicóloga para intentar poco a poco rehacer nuestra vida e intentar aceptar, que por un fatal accidente te perdimos, tan solo a cinco días de salir de cuentas. Todos los días me levanto y me acuesto pensando en ti, y sé que nos estás ayudando a seguir adelante, y algún día nos ayudarás a que tengamos hijos sanos, a los que hablaremos de su hermana mayor, les diremos que durante el tiempo que estuviste con nosotros, nos hiciste las personas más dichosas y felices del mundo.

María falleció el 24 de Febrero de 2008.

María, papá y yo nunca te olvidaremos.