El relato de Mónica, nacimiento de Alba.
Princesa Alba
Hace algo más de 8 meses nos dieron la esperada noticia: después de más de un año intentándolo y tras una inseminación artificial por fin el test daba positivo. No tardamos ni 24 horas en dar la noticia a toda la familia, que fue recibida con gran alegría y esperanza.
Me sentía feliz, pletórica; se empezaba a gestar vida en mi interior.
No demoramos en dar la noticia en nuestros respectivos trabajos, soy enfermera y trabajo en el área de Medicina Interna, con lo cual hay algunos riesgos de infecciones o de lesiones de espalda al tener que cargar pesos a menudo.
A las 11 semanas, un día de guardia al ir al baño, vi unas manchas de sangre. Me asusté mucho, me visitó la ginecóloga de guardia y me diagnosticó un pequeño hematoma retrocorial al que le dio buen pronóstico si hacía reposo. Después de 3 semanas de reposo, el hematoma cicatrizó y pude volver a la vida normal.
Las siguientes semanas fueron fantásticas. Nunca había pensado que un embarazo se podía vivir con tal normalidad: ni náuseas ni mareos ni nada de nada. Sólo hambre, mucha hambre a todas horas.
El tiempo pasaba y cada dia era más evidente mi estado y también aumentaba mi torpeza a la hora de hacer mi vida diaria.
Finalmente a las 26 semanas, y tras un pequeño accidente laboral, decidimos mi marido y yo que era hora de coger la baja y descansar hasta el momento del parto.
Era feliz, éramos felices, ya empezábamos la cuenta atrás, preparábamos con mucho cariño su habitación, su primera ropita, sus primeros juguetes,... un pequeño reino donde recibir a nuestra Princesita, a nuestra Alba.
Una tarde me sentí extraña, mi Princesita no se había movido durante toda la mañana y yo estaba inquieta. Mi marido me dijo: "tranquila, cuando esta noche te acuestes a descansar, verás cómo empieza el movimiento". Me fui a la cama un tanto intranquila pero pensando que no sería nada importante.
Me quedé al fin dormida y cuando mi marido llegó de trabajar a las 7 de la mañana, me desperté y de repente rompí a llorar. Algo en mi interior me decía que nuestra Princesa no estaba bien, seguía sin moverse.
Fuimos al hospital y después de unos minutos angustiosos delante del ecógrafo, finalmente nos dieron la noticia: nuestra Princesita se había ido a otro reino, al reino de los cielos.
Nunca olvidaré ese momento tan desgarrador y ese sentimiento de rabia e impotencia. Sentir el cuerpo sin vida en mi interior de nuestra esperada Princesita.
Aquel fue un día muy largo y doloroso. Los médicos intentaron de todas las formas posibles que pariera por vía natural, ya que la recuperación es más rápida y la cesárea conlleva más riesgos de infección y sangrado.
Finalmente casi a medianoche y debido a complicaciones decidieron realizar una cesárea urgente por riesgos para mi vida.
Al llegar a la sala de reanimación, el personal sanitario nos preguntó si queríamos despedirnos de nuestra niña. Nos aconsejaron que lo hiciéramos pero teníamos miedo de lo que nos íbamos a encontrar. Finalmente, creo que elegimos la opción correcta: tuvimos en nuestros brazos a nuestra Princesa, la miramos de arriba a abajo, parecía dormidita y tranquila. ¡era tan preciosa y perfecta...! Nunca olvidaré la imagen de mi Princesa en brazos de su papá y las lágrimas que recorrían su cara. Su preciosa y redonda carita, sus cejas rubias, su piel tan blanca y suave, sus deditos tan bien formados...
Desde ese día la Princesa Alba está en otro mundo, en su reino, el reino de los cielos. Y desde allí, cada día al amanecer, al alba, nuestra Alba nos envía una sonrisa porque aunque estuvo con nosotros apenas 6 meses fueron los meses más felices de mi vida, de nuestra vida.
Mónica Ruíz