El relato de Sergio, nacimiento de Andrew. En casa, Ámsterdam, 2008.
Hola, soy Sergio. Acabo de leer el parto de Aída y estoy emocionado, feliz... (EDIT: Me he explayado un montón, al ser mi primera y última aportación...)
Hoy, después de dormir a Kira, he vuelto al salón. Aída estaba escribiendo la historia del nacimiento de Andrew. Me comentó que pensaba que mi historia personal en sus partos podría ayudar a algunas mujeres que se sienten incomprendidas y a su vez, quizá leyendo esto, algunos hombres empezarían a entender a sus compañeras...
La historia comienza alrededor de mediados de 2006. Aída me comentaba durante su primer embarazo que deseaba un parto natural, sin mucho intervencionismo. Yo en aquel entonces pensaba que los ginecólogos eran los que sabían de eso, pensaba que eso de parir en casa o fuera de un hospital era un poco peligroso. La verdad, no me planteaba ninguna alternativa a los médicos.
Pasamos el embarazo con ella repitiéndome lo anterior y yo pensando 'serán cosas de las hormonas'. La verdad es que yo estaba muy ilusionado y contaba los días para ir a las clases de preparación al parto y tomar apuntes y enterarme de todo. Esas clases, en comparación a la ayuda que hemos buscado para este, eran como clases de universidad (a mi modo de ver demasiado técnicas y despersonalizadas).
Llegó el día del parto, y la verdad es que fue algo extraño todo. Pensando hacia atrás, parecía como una lección que la vida quería darnos. Primero, el ascensor se quedó atascado y ya empezó a cundir el pánico. Llegamos al hospital y, después de dar un par de vueltas al edificio, insistí en entrar a pesar de que ella se olía algo raro y quería seguir andando. Entramos, y mientras esperábamos, fui a llamar a nuestros familiares que estaban a la puerta. En esos 5 minutos escasos, llamaron a Aída y empezó en infierno. Estuve 2 horas sin parar de tocar al timbre y de pedir que me dejaran estar con ella. Me decían que estaba bien, que le estaban monitorizando y que ya me llamarían (aun me pregunto que problema había en que estuviese con ella). Finalmente, tras todo ese tiempo, me dejaron entrar. Aída ya tenía la oxcitocina enchufada a tope y la primera impresión fue horrible. Ella estaba fuera de sí misma. No podía soportar el dolor. La primera frase que me dirigió la matrona (que era una bruja) fue: "A ver si la calmas un poco que es una quejica". Ahí empezó una de las noches más difíciles de mi vida. Me hicieron un vacío enorme. No conté para nada en ningún momento. No me comentaron nada. No! nada!
Tras 10 largas horas, llegó el momento fatídico. Después de hacerle mil tactos, llegaron a la decisión de que iba a ser una cesárea. Nunca olvidaré la cara de Aída. Medio dormida del cansancio, machacada, hundida y en un último esfuerzo dijo: 'No... Yo empujo!'. Pobrecilla, no podía ni abrir los ojos pero ella, como siempre, tan brava, tan valiente... Aun me reprocho no haberla cogido de la mano y haberla sacado de allí antes de que tuviera que pasar por todo eso, para resumir: le gritaron, le insultaron, se rieron de ella, la tocaron a pesar de sentir dolor y quejarse...
Me mandaron salir y no pude aguantar el romper a llorar. Salí del hospital y fui a andar un rato. A los 45 minutos teníamos a Kira. En ese momento para mi se acabó la pena al verla, ¡tan bonita!
Aída sufrió aún 5 días de horror, luchando por amamantar a su hija, luchando contra enfermeras incrédulas, contra grietas, contra el ambiente...
Finalmente llegamos a casa y con el paso de los días, noté que la relación no era igual. Aída estaba pensativa, lejana, triste. Y yo, tonto de mi, no entendía nada. Pasó mucho tiempo así. Estuvimos a punto de romper nuestra relación. La verdad es que no era despecho, simplemente no entendía, estaba perdido (chicas, dadle una oportunidad a vuestro compañero, es difícil a veces entender por lo que pasáis)
Tras un par de desengaños laborales, decidimos que esa ciudad no era para nosotros. Nos mudamos a Amsterdam. Tenemos a un amigo aquí que nos comentó que el tema laboral estaba bien y decidimos jugárnosla. La cosa estaba aun tirante y Aída me parecía totalmente obsesionada con el tema de la cesárea. Hablaba de violación, de ultraje, y yo creía aun que estaba un poco obsesionada. En ese momento es cuando os conoció a vosotras. Ahí empezó una época un poco monotemática y la verdad, os tengo que dar las GRACIAS por abrirme los ojos. Leí historias en las que os abríais el pecho, historias llenas de dolor, y en muchos casos, llenas de alegrías, de curaciones. Vi videos de nacimientos respetados, vi momentos tan distintos a los que yo pasé y, sobretodo, entendí a Aída. Desde ese momento, después de muchas discusiones, de muchos lágrimas y de muchos momentos amargos, empecé a ver 'the big picture'.
Parece que hacía falta ese principio de entendimiento para que la vida nos diera una segunda oportunidad... Dicho y hecho, a los pocos meses estábamos embarazados otra vez.
La verdad es que en este caso empezamos a remar los dos al mismo tiempo y dejamos de dar círculos que no nos dejaban avanzar. Buscamos ayuda más personalizada, más de corazón, más de personas ayudando a personas. Encontramos a una gente maravillosa, Aída encontró a unas ex-matronas que daban yoga orientado a las embarazadas. Ellas, al conocer nuestro caso, nos recomendaron a otra fantástica mujer que nos ayudó a superar nuestros miedos y los obstáculos que aún quedaban de aquella mala experiencia con la meditación (¡Gracias Mirjam!).
Pero, como no, tenía que haber alguna complicación. Paradojas de la vida, en el paraíso de las parturientas y de los bebés, hay una ley no escrita que dice que con cesárea previa, te conviertes en caso médico y tienes que parir en un hospital. Por supuesto que parir en un hospital aquí es diametralmente opuesto a la experiencia que tuvimos, pero aun así, eso no era lo que queríamos. Aída no soportaba la idea de la monitorización interna y la ginecóloga nos respondió que intentarían un parto lo más natural posible, pero algunas cosas no se podían negociar.
Ya nos estábamos haciendo a la idea de parir en un hospital (aunque Aída seguía diciéndome, 'Ya llegará una señal') cuando en una de las clases de yoga de parejas, le comentamos el caso a Patricia. Ella nos dijo que conocía a una matrona 'loca' que no se regía por las normas. No nos dio demasiadas esperanzas porque Laura no para quieta, ahora está en Francia y mañana está dando un seminario en Sudáfrica. A pesar de ello nos dijo que nos intentaría poner en contacto con ella.
Tuvimos la suerte de que estaba en Amsterdam e iba a estar unos meses. Nos conocimos y escuchó nuestra historia. Es difícil explicar con palabras la sensación de paz, de tranquilidad, de confianza que esa mujer me dio. Cuando nos dijo que nos iba a ayudar, Aída y yo nos abrazamos y empezamos a llorar de alegría. Le decíamos que no podíamos creerlo. Ella nos dio un abrazo a cada uno y nos dijo, 'Nos vemos en un par de semanas. Es normal que estéis así de emocionados, asentadlo y disfrutar de lo que queda de embarazo'.
Volvíamos en el coche y no podíamos creerlo. Me embargaba una sensación de alegría que no sentía desde hacía mucho. SE LO MERECÍA...
No voy a explicar nada del parto porque Aída ya lo ha contado. Sólo añadiré que fue increíble ver trabajar a esa mujer. Las palabras dulces, las frases cortas y con mucho sentido, la confianza, la ayuda SIN interferir, el tacto... cuando al fin nació Andrew sentí un caudal de emociones, mil imágenes se agolparon en mi cabeza y no pude reprimir las lágrimas más felices de mi vida.
La cara de Aída era la de la felicidad, la de la confianza, la de saber que al fin la vida le había dado la razón que dos años atrás unos médicos le habían robado.
A VOSOTROS: Intentad escucharlas, pero con el corazón, a pesar de que os resulte difícil de entender y no lo veáis como algo tan grave (el típico, tenemos un hijo sano y bonito) a vuestras compañeras las han quitado algo muy importante, la confianza en si mismas. Estas a su lado y a pesar de que a veces no entendáis lo que quieren decir, dadles un abrazo y apoyadlas en sus decisiones.
A VOSOTRAS: Gracias por abrirnos los ojos y enseñarnos el camino hacia esta carrera de fondo. A luchar por darle a nuestros hijos una bienvenida como merecen, con amor. ¡GRACIAS!