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Experiencia positiva Hospital del Salnés

En la semana 41. Eran las 5:00 am cuando empecé a sentir las primeras contracciones. Al ser madre primeriza no sabía qué esperar. Comenzaron como un dolor de regla muy llevadero que iba y venía cada 15 minutos. Me quedé en la cama descansando por si el parto se desencadenaba. A las 7:00 am avisé a mi pareja y fuimos a pasear a nuestra perra por el campo para generar oxitocina y mantener la mente ocupada. Desayuné unos huevos revueltos y me puse a hacer movimientos de cadera en la pelota de fitball hasta las 9:00 am. Las contracciones seguían siendo llevaderas e irregulares. 

Llamé a urgencias, ya que el hospital al que queríamos ir se encontraba a una hora y cuarto de nuestra casa y no tenía muy claro cuándo debíamos salir. La médica me dijo que fuera yendo ya y a las 10:00 am nos montamos en el coche después de recoger la casa y dejar todo listo para la vuelta.

En el coche iba muy cómoda y a la mitad del trayecto dejé de sentir las contracciones. Le dije a mi pareja que era mejor dar la vuelta por si se había parado el parto y tardaba en reactivarse. En vez de eso, salimos de la autopista y fuimos a desayunar (otra vez 😊) a una cafetería. Después de un Roiboos y cuatro pasteles de chocolate y nata, volví a sentirlas con más fuerza. A las 12:00 pm entramos por urgencias y me pusieron monitores. Seguían siendo contracciones irregulares, aunque muy efectivas, así que nos quedamos en un hotel frente al hospital hasta que fueran más seguidas. No hubo tactos. Solo palabras amables y sonrisas por parte del matrón que me atendió. 

Tras una hora en la bañera del hotel con agua calentita, noté que el ritmo de las contracciones aumentó y también su intensidad. Ahora necesitaba pararme hasta que pasasen. Seguían siendo totalmente llevaderas y entre contracción y contracción podía descansar. Al soltar el tapón mucoso volvimos a urgencias. Ahora sí, me hicieron un tacto y estaba dilatada de 6 cm… ¡Maravilloso! Me ofrecieron distintos métodos naturales para paliar el dolor: ducha de agua caliente, pelota de fitball, bañera o masajes en la espalda. Elegí la ducha ya que la bañera la quería guardar para el expulsivo. 

Tras una hora en la ducha me pasé a la bañera y ahí ya perdí la noción del tiempo. Bendito planeta parto. Las contracciones venían cada 2 minutos y eran intensas, aunque no tanto como para pedir la Walking epidural. Los masajes de mi chico y las vocalizaciones en “Ommm” me ayudaban bastante. A las cuatro horas me hicieron otro tacto y vieron que estaba de 9 cm con la bolsa íntegra. Había llegado hasta allí, ya debía de quedar poco. Las luces de la habitación estaban apagadas y solo había una lamparilla tenue para iluminarnos. No hubo ginecólogos y la matrona y el matrón que me atendieron venían cuando era necesario. El resto del tiempo estábamos mi pareja y yo ocupados en lo nuestro. 

Tras la dilatación completa seguía sin ganas de empujar y un dolor punzante en el pubis me hizo saber que algo pasaba. Efectivamente, el niño no estaba bien encajado y las contracciones lo empujaban contra el hueso de mi pelvis. Pedí la walking epidural y estuve una hora haciendo círculos con la cadera en la pelota de fitball ayudándome de unas lianas. Sabía que la verticalidad y el movimiento ayudarían a que el niño se colocara y esta epidural me lo permitía. Después de otra hora y media y siempre viendo que mamá y bebé estábamos bien, me ofrecieron algunas técnicas de rebozo. Pedí más dosis de epidural y me pusieron una más concentrada. Aunque con esa tenía que estar tumbada en la cama, era una articulada que me seguía permitiendo cierta verticalidad. No sentí dolor al recibir la epidural y sí un descanso después de tantas horas de trabajo de parto. El anestesista me brindó la tranquilidad que necesitaba en ese momento y aunque le tenía miedo al pinchazo, me sentí agradecida por haberla pedido. 

Tras dos horas empujando en exhalación y por último en apnea, mi hijo nació a las 23:15 pm después de un parto largo y respetado. Tuve un desgarro grande que no sentí gracias a la epidural y el ginecólogo vino a hacer magia con los puntos. 

En todo momento me sentí apoyada, cuidada, respetada y alentada por mi pareja y por el equipo de matrones. En todo momento sentí que el parto natural se respetaba siempre y cuando la salud mía y del niño no se viesen comprometidas. Siempre que me ofrecían un procedimiento, iba acompañado de una explicación y de palabras amables. No fue el parto imaginado en la bañera y con sonidos guturales saliendo de mi garganta, no fue fácil y aun así salí de allí con una sensación de plenitud y de haber sido escuchada. Este sentimiento, y el vivido al acoger a mi hijo en el pecho nada más salir todavía me acompañan en la tercera semana de post parto. El pinzamiento tardío del cordón y la lactancia materna inmediata al nacer pusieron la guinda al pastel. 

No se puede planear un parto, igual que no se puede planear la vida; pero se puede leer, estudiar, escuchar y escoger un sitio que resuene con lo que esperas para ti. Animo a todas las futuras mamás y a sus acompañantes a responsabilizarse de su parto y a no conformarse con el centro hospitalario que va asociado a un código postal. El resto es confiar en que sabemos parir, nuestros bebés saben nacer y los grandes profesionales médicos están ahí para cuidarnos.