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Historia de Adriana. Nacimiento de Akari. 6 Agosto de 2007. México.

Hace dos años y medio que nació mi tercera hija el 6 de agosto del 2007. Una experiencia que ahora quiero compartir. Debo reconocer que de mis tres embarazos el de mi Akari ha sido el más emocionalmente doloroso. Hija de una segunda pareja enfrenté la violencia física, emocional y de abandono que no conocía. Pues el padre de mis dos hijos mayores tuvo el don y la capacidad de ser hasta la fecha un buen padre. Con este mi tercer embarazo enfrenté la soledad y el miedo de las visitas al ginecólogo, al hospital gubernamental, los cambios de humor y carácter, las necesidades físicas y de afecto de mujer embarazada.

Visité el hospital gubernamental en donde tienen la política de decidir "lo mejor" para la madre y "el producto" como nombran a los bebes. Pues bien "mi producto" nacería por cesárea, ya que mi segunda hija nació así por el cordón umbilical alrededor de su cuello, brazo y pierna. Pero la decisión estaba basada en mi cesárea anterior y mi edad (38 años), incluyendo tal circunstancia la salpingoclasia por el número de hijos míos. Me negué y dije que no quería tal solución, la cesárea me había dolido mucho y había sido absolutamente necesaria por la vida de mi hija pero este no era el caso o al menos aún no sabían. Pues no hay otra, contestaron.

Así que no volví más, con mis tres meses de embarazo decidí buscar otra forma de parir. Encontré a las parteras tradicionales. Y una de ellas me acompañó dándome pláticas de información y de sostén emocional. En dichas sesiones, acompañada sólo por mis dos hijos, aprendí como funciona mi cuerpo. Lo maravilloso de su sabiduría, fuerza y armonía para fluir en la conservación, permanencia y creación de la vida que se desarrollaba dentro mío. Era mi tercer embarazo sin embargo lo sorprendente de sentir la capacidad que tuvo mi hermoso cuerpo para sostener la vida de mi bebé, y también de mis otros dos hijos. Siempre me consideré una mujer frágil e insignificante. Mi cuerpo es delgado y no soy muy alta de estatura. Mi apariencia es de fragilidad. Más sin embargo al mirarme con los ojos del entendimiento reconocí la capacidad, la fuerza y la fluidez con las que cuento.

Y comencé a cambiar mi creencia, soy fuerte, capaz y fluida para dar a luz en mi casa. Trascurrieron los meses restantes y ya cercana a la fecha, dos semanas aproximadamente, la partera me llama por teléfono y me dice que no se hace responsable de mi parto. Una sesión a fuerza de suplicas y ruegos el padre de la bebé me acompañó. Y la energía entre él y la partera chocaron. Yo desesperada le pedí a la partera que no me dejara. Que si ese era el problema podía elegirla a ella, ya que el padre no quería participar más en mi vida y mucho menos en el parto.

Ella se negó y lo único que puso a mi disposición fueron los teléfonos de hospitales comunitarios, y de una médica que a veces les colaboraba en algún parto. Diciéndome que yo no podría tener a mi bebé en mi casa, por mi cesárea anterior, y por la situación de emocional que tenía.

Yo me sentí devastada, a mi partera la consideraba un apoyo incondicional, con toda mi confianza y con toda la necesidad de su compañía. Me sentí sola, abandonada, atrapada. Ya no había vuelta atrás, ni para el hospital gubernamental pues piden mínimo estar tres meses antes del nacimiento a cargo del control prenatal.

No quise asistir al hospital comunitario, ya que sus instalaciones y situaciones de falta de equipo o personal son muy evidentes.

Mi única opción: la médica. Así que acudí con ella. Resulto ser una conocida mía de años atrás y cuando me vio me dijo: "No te preocupes...tú sí vas a tener a tu bebé en tu casa...te ves muy bien". Fui a verla un jueves quedamos que el lunes siguiente visitaría mi casa para saber llegar, y supervisar si requería algo para la hora esperada. Sin embargo el misterio de la vida se hizo evidente y el lunes en la madrugada me levanté al baño y agua a chorros comenzó a salir de mí. Mi tercer hijo y nunca supe de que es "reventarse la fuente" me sorprendí, y mi primer movimiento fue tocarla y olerla. Jamás me imagine su olor. Y al llevarlo a mi nariz y aspirar, cerré mis ojos: un olor a bebé me llenó de paz y dulzura. Ahí tuve la certeza de que mi bebé y yo estábamos muy bien.

Llamé a la médica y también le llamé al padre para que decidiera su posición. Eran las 3 de la mañana. Ambos llegaron a mi casa casi media hora después. Mientras mi hijo mayor se encargó de atenderme preparándome té y fruta picada. La médica me revisa y me dice que como en cuatro horas mi bebé va ha nacer. El trabajo de parto fue compartido con aquel hombre, que ahora reconozco estaba lleno de temor pero permaneció ahí acompañándome. No quise que ella se quedara. Subía a mi habitación cada hora y me preguntaba ¿Quieres que me quede? mi respuesta era "No". Subió cerca de las 6 am y le dije: "Por favor, ya no te vayas". Por supuesto que se quedó y acompañó mis contracciones más constantes y continuas.

Su calculo fue correcto, pues a las 7 de la mañana con 11 minutos salió de mí una niña hermosa mientras de igual manera el sol salía de atrás de las montañas, despacio entre nubes algodonosas. Pedí corrieran las cortinas para mirar por la ventana el cielo en el momento en que mi bebé nacía.

Contar lo que vino después es ya otra historia. Y que sin embargo acomodarla, sanarla y aprender de ella, me llevó ahora a escribir y compartir. Llena de fuerza, dignidad, confianza, amor, paz y sobre todo un profundo agradecimiento a esta presencia divina que me acompaña. A mi Dios que acompaña mis pasos y me ayuda a perseguir mis sueños. A comprender con mucha humildad que a veces se vale de otras personas para que yo reciba su amor.

Quiero agradecerle a cada una de las personas que entretejieron y entretejen su vida a la mía.

A mis dos hermosos hijos que presenciaron con asombro, la figura de su hermanita surgir de dentro de mí. Curiosos y adormilados evidenciaron su jubilo ante la presencia de ese ser hermoso al que le cantaron, leyeron cuentos y tocaron la flauta para que dejara de inquietarse dentro de mi panza. La espera concluyó y al conocerla por fin se volcaron en abrazos, besos y palabras amorosas.

A Coca mi médica acompañante. Que tiempo después me enteré que cuando la llamé estaba con una amiga tomándose unas cervezas. Llegó a mi casa con algo de "alegría" y sin el equipo médico adecuado. Sólo llevaba guantes para la oscultación y su estetoscopio. Cortó el cordón con unas tijeras de mi hija y amarró el ombligo con simple hilo de coser. Dios es grande y nos protegió de complicaciones graves. Pienso que mi bebé y yo ya habíamos padecido tanto en el embarazo que nos dio el privilegio de no padecer más.

Hace unas semanas re-encontré a la partera después de la llamada telefónica que fue nuestro último contacto. Me acerqué a ella y le agradecí las pláticas y sesiones donde aprendí tanto sobre mi cuerpo y me sentí capaz de poder. No importó que todos me dijeran: "No puedes" incluyéndola a ella. SÍ PUDE PORQUE YO LO DECIDÍ ASÍ.

Agradezco también al padre de mi bebé, que a pesar de verla nacer y tomarla en sus brazos casi al salir de mí aún tibia y húmeda, se fue para no volver. Entiendo y creo que ese ha sido su acto de amor hacia nosotras. A veces su no estar es una demostración de un amor grande de ponernos a salvo de su propio infierno y dejarnos vivir en un lugar seguro. Nos echo de su jaula para que pudiéramos vivir en libertad y con amor.

Quiero compartirles que después del nacimiento de mi bebé soy otra. Renací junto con ella. Soy una mujer distinta, plena, enamorada de mi vida, amando intensa y profundamente todo lo que esta incluido en ella y también lo que esta afuera si es que hay un afuera y adentro. Para mí todo es parte de lo mismo. Agradecida hasta lo más profundo de mí con mi Dios, que sabe que necesito en que exacto momento. Abro mis alas y solo confío en que mi sabiduría interior me lleva a lo mágico de la vida, a mis lecciones de aprendizaje que me llevan a crecer y continuar fuerte y espléndida como hasta ahora.

Con todo mi cariño y agradecimiento

Adriana Crisálida Oaxaca,

México.