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Historia de Eva, Parto en casa

Mi nombre es Eva y soy mamá de una niña de 2 años que nació en casa por parto vaginal, sin medicación ni intervención médica. Quiero dejar constancia de este hecho ya que a las 28 semanas de gestación desde el hospital en el que me hacía las revisiones me dijeron que debía hacerme a la idea de programar una cesárea porqué la niña venía de nalgas. Por suerte contaba con una gran amiga matrona que me habló de la versión externa y me explicó todos los pros y contras. Me pareció una opción válida y aposté por ella. Después de varios trámites burocráticos horribles logré cita en un hospital que practica esta técnica. Me trataron con cariño y respeto, me explicaron en que consistía y de que modo lo iban a hacer. Me tumbé en la cama de la sala de partos y me enseñaron mediante una ecografía como estaba colocada mi bebé. También escuché como latía su corazón. Os engañaría si dijera que la sensación al practicarte una versión externa es agradable, pero no hay nada que una madre decidida no pueda soportar. Si no recuerdo mal no estuvimos más de media hora. Hubo un primer intento frustrado y dejamos a la bebé tranquila y a mi me dejaron descansar. Seguimos observando a la bebé y al poco ella misma se colocó de manera que fue más fácil insinuarle hacia donde debía ir. Las matronas, ginecóloga, mi bebé y yo misma logramos con éxito nuestro propósito y mi pequeña se colocó perfectamente en mi vientre. A los tres dias fui al hospital ya que me subió la tensión y mi amiga matrona me recomendó que me revisaran por precaución. Mi objetivo era parir en casa pero confiaba ciegamente en sus recomendaciones y me dirigí rapidamente al hospital. Allí comprobaron que todo estaba en orden pero había roto la bolsa sin estar de parto. Por protocolos me recomendaron quedarme ingresada y yo me apresuré a llamar a mi matrona y comentarle lo que sucedía. Ella me dijo que pidiera el alta voluntaria y me fuera tranquila a casa. “Come algo picante y mastúrbate“ me dijo. Yo y mi fe ciega le hicimos caso. Al rato empecé a sentir contracciones, cada vez más constantes. Me di cuenta de que empezaba la “fiesta“. Pasé la noche tolerando esas contracciones, ese dolor de regla tan identificable, que cada vez se iba haciendo más y más intenso. Durante la mañana el dolor se empezaba a hacer insoportable y de repente empecé a tener ganas de pujar. Unas ganas locas e irrefrenables. Mis matronas (mis ángeles de la guarda y guias) me comentaron que la bebé no estaba muy bien colocada y su postura me daba esas ganas de apretar pero yo no estaba suficientemente dilatada como para hacerlo. Con mucho cariño y respeto me decían que intentara aguantar ese deseo de pujar para no hacerme daño a mi misma y a mi bebé. Eso para mi era casi imposible. Cada vez que venía una contracción mi cuerpo me pedía apretar con fuerza y contener ese impulso era dolorosísimo. Así pasé varias horas. Me ayudaban a cambiar de posición, a concentrarme en mi respiración, en mi bebé y en mi cuerpo. Hubo momentos que creí que iba a morir por no poder soportar tanto dolor. Me metieron en la piscina y ahí se obró el milagro. Sentí un extraño placer que rozaba el chute de morfina mezclado con el dolor punzante de las contracciones. Qué maravilloso e inteligente es nuestro cuerpo! Aun así, yo cada vez estaba más agotada, sin saber que estaba logrando mi objetivo. Le pedí a mis matronas que me llevaran al hospital. No podía seguir evitando pujar y la dilatación hacía rato que se había estancado. Me sacaron del agua (agua bendita!) y me hicieron un último tacto antes de decidir mi traslado al hospital. Cual fue mi sorpresa cuando la matrona me dijo “ya lo tienes Eva, puedes apretar sin problema, has logrado dilatar!“. Solo hicieron falta unos 4 o 5 pujos para que naciera mi pequeña. Apretaba con la furia de un animal, lloraba cuando sentía que se me iban las contracciones y notaba que la cabecita se metía hacia dentro otra vez. Mi chico me sostenía, mis matronas y amigas me alentaban y yo estaba fuera de mi y a la vez concentrada, pidiéndole a mi bebida que saliera. Y salió! con los ojos bien abiertos, me la pusieron sobre el pecho, yo catatónica y ella atenta, encontró mi pecho y empezó a mamar cuando aun estábamos conectadas por el cordón. Ahora aprecio ese dolor, tan necesario para llegar al fin y lo recordaré toda mi vida como algo maravilloso. Como mujer y como madre estoy tremendamente satisfecha de haber tomado la decisión de parir en casa, decisión que significó ahorrarme una intervención innecesaria a la que me querían someter desde el hospital. Nunca me informaron de que existía la versión externa. Me juzgaron y me dijeron que ponía en riesgo mi vida y la del bebé. Me metieron a mi y a mi pareja miedos que no estaban justificados. Suerte de mi amiga matrona. Suerte que no me conformé jamás con esos miedos. Es nuestro deber como mujeres pedir información y tenemos derecho a que se respeten nuestras decisiones. Yo y mi familia les estaremos agradecidos toda la vida a las profesionales que nos ayudaron y nos atendieron. No hay nada que perder!! El parto fue mio!