Historia de María Gómez
Esa semana en el hospital fue la peor. No podía hacer nada. No podía ver a mi hija que estaba en otra clínica a más de 5km de distancia. No podía informarme. Aunque el pediatra había respondido a todas mis preguntas y aún me había dicho más, no era suficiente. El neonatólogo me dijo que seguramente la niña no se agarraría al pecho y que era mejor que me tomara unas pastillas para que no me subiera la leche. Cuando ya por fin pasó la pesadilla, una vez la puse al pecho para saber qué se sentiría y mamó con fuerza, sólo que yo no tenía nada que ofrecerle.
Hospital La Milagrosa 1998
Aún me quedaba un mes para salir de cuentas, me acerqué a las famosas clases de parto sin dolor. Le comenté a la comadrona que no me encontraba bien y me dijo que fuera esa misma tarde a urgencias en el hospital donde luego me atenderían el parto, que si no iba a urgencias ella no quería verme al día siguiente allí. Me lo tomé muy en serio y por la tarde estaba en el hospital con mi marido y mi hermana.
Después de más de media hora de ecografía, la tocóloga me explicó que el bebé había hecho un CIR (crecimiento intrauterino retardado) y que lo mejor era que sacáramos al bebé antes del útero porque estaría mejor en una incubadora. Me vieron dos médicos y quedaron en que al día siguiente me vería una tercera doctora que repetiría la ecografía y decidiría si daba a luz inmediatamente o si podíamos esperar un poco más.
La doctora que entró al día siguiente me dijo que con las pruebas que habían hecho sus compañeros era suficiente y que iba a dar a luz ese mismo día. A las 3 me llevaron a la sala de dilatación que estaba al lado del paritorio. Me pusieron el goteo de oxitocina. Desde el primer minuto pensé que me iba a partir en dos. Le pedí a mi marido que me ayudara a hacer ejercicios de relajación y la cosa mejoró mucho. Así pasamos 5 horas. La comadrona me hizo un nuevo tacto y me dijo que "tenía para rato" y que iba a llamar al anestesista para que me pusiera la epidural. Se lo agradecí en el alma porque esas 5 horas las había pasado tumbada en ángulo de 45 grados apoyada en una manta hecha un rulo que encontró por ahí mi marido. Estaba monitorizada y se perdía la señal si estaba boca arriba o de lado, la única posición buena eran los famosos 45 grados.
Me pasaron a la antesala del paritorio para prepararme y pidieron a mi marido que se marchara porque no podía estar presente cuando me pusieran la anestesia.
Mi marido se fue y pasé un hora terrible:
conectaron el latido fetal a unos altavoces que se oían en estéreo por toda la sala.
Cada vez que iba a llegar una contracción, el ritmo del corazón se aceleraba y a los 2 segundos
empezaba a doler y a doler.
Le pedí a una auxiliar que estaba limpiando instrumental cerca de mí que por favor quitara el sonido o lo bajara y me dijo que no podía hacerlo.
Por fin llegó el anestesista. Nada más llegar silenció los altavoces. Sólo por eso le hubiera dado mil veces las gracias. Me puso la epidural y dejaron entrar a mi marido de nuevo. La comadrona -una distinta porque habían hecho el cambio de turno- me hizo de nuevo un tacto y dijo que la niña venía de cara. La ginecóloga me dijo que con lo pequeña que era la niña y de cara era mejor una cesárea. " ¿Qué opinas?", me dijo, y yo le dije que ella era la doctora y que si ella decía que cesárea, cesárea era lo mejor. De esa manera le dejé tomar a ella una decisión que era mía.
Creo que con lo pequeña que era la niña hubiera sido capaz de darla a luz vaginalmente... sobre todo si no me hubieran obligado a estar tumbada en las horas de dilatación. También pienso que mejor pasar una cesárea a que ella hubiera tenido sufrimiento durante el parto. Tenemos unos amigos que tienen una hija con retraso por daños en el parto y no queríamos arriesgarnos....
Esperamos alrededor de una hora a que vinieran otras dos doctoras del equipo y por fin me pasaron al paritorio. Recuerdo que una de ellas había estado en Marbella de vacaciones y las otras le preguntaban si había visto a algún famoso mientras yo intentaba que controlar el temblor que tenía en todo el cuerpo y olvidar el olor de mi propia carne quemada con el bisturí láser.
Por fin sacaron a la niña. Después de unos segundos de silencio se oyó:
-Es un niña muy chiquitita.
Al poco rato la comadrona me la trajo envuelta en la toquilla. Sólo se le veían los ojos y la frente.
-Dale un besito que nos la tenemos que llevar a la incubadora que es muy pequeñita.
Estaba atada a la camilla, le di un besito y se la llevaron.
No la volví a ver hasta 7 días más tarde. Ni siquiera la había podido acariciar.
Me había imaginado mil veces el parto, mi primer momento con el bebé, pero nunca así.
Además de pequeñita, la niña tenía síndrome de Down. Mi marido recibió la noticia enseguida. La comadrona con el bebé en brazos y el neonatólogo salieron a la sala de espera. Le pidieron a mi marido que se sentara y le informaron que, por el fenotipo que presentaba, podía tener síndrome de Down.
Como todavía estaba en el quirófano, mi marido pensó que era mejor esperar hasta el día siguiente para darme la noticia. Creo que fue su noche más larga. Cuando alguna vez yo me despertaba y le preguntaba qué le pasaba me decía: "vuélvete a dormir, no pasa nada"
A la mañana siguiente, cuando me lo dijo, recuerdo que me quedé pensando qué debía hacer. Me parecía estar viendo que mi camino se dividía en dos: podía llorar y perder el control y podía no hacerlo. Mi marido había pasado una noche fatal y pensé que si "montaba el numerito" le destrozaría. De manera que, por no hacerle daño, mantuve el tipo, no perdí el control, no grité, no hice nada salvo dejar que las lágrimas salieran despacio, tranquilas, casi dulces y abrazarme a él. Lo siguiente que pensé fue en informarme.
Necesitaba saber. Buscaba en mi memoria todo lo que había aprendido del síndrome de Down: "Fallo genético, todas las células presentan un cromosoma más en el par 21, retraso mental. El cromosoma de más puede ser materno o paterno o por una mala división del cigoto." Pero nada de lo que recordaba me podía decir gran cosa. Yo quería saberlo todo. Yo quería saber cómo iba a ser mi hija, quería saber lo que podría hacer y lo que no, quería saberlo todo. Esa semana en el hospital fue la peor. No podía hacer nada. No podía ver a mi hija que estaba en otra clínica a más de 5km de distancia. No podía informarme. Aunque el pediatra había respondido a todas mis preguntas y aún me había dicho más, no era suficiente. El neonatólogo me dijo que seguramente la niña no se agarraría al pecho y que era mejor que me tomara unas pastillas para que no me subiera la leche. Cuando ya por fin pasó la pesadilla, una vez la puse al pecho para saber qué se sentiría y mamó con fuerza, sólo que yo no tenía nada que ofrecerle.
En las habitaciones de al lado todo eran alegrías y risas y llantos de recién nacido. Nosotros no teníamos a nuestro bebé, la habitación parecía vacía. La niña estaba ingresada en una clínica a 5 km de la Milagrosa así que ni siquiera podía verla aunque hubiera sido a través de los cristales. Yo tenía la impresión de que me habían operado de apendicitis y me habían metido en la planta equivocada. Recuerdo que iba andando por el pasillo del hospital y la puerta de una de las habitaciones estaba abierta. La mamá estaba sentada en una butaca con el bebé en brazos y el papá les hacía fotos a ambas. Aparté la cara llorando.
Durante muchos años pensé que esta tristeza inmensa que me sobrevenía al pensar en mi parto era porque la niña tenía síndrome de Down, pero ahora echo la vista atrás y no puedo evitar pensar que no tuve un parto vaginal, no tuve al bebé conmigo, no le pude dar el pecho, no le pude tener en mis brazos siquiera un momento.
Fue una pérdida tras otra.
He necesitado casi 9 años para tragarme todo este dolor, para asumir todas estar pérdidas. Siempre he pensado que el equipo que me atendió lo hizo lo mejor que pudo, en especial la comadrona que me dejó ver a mi bebé y besarle y tuvo la delicadeza de no enseñarme el síndrome de Down (yo no vi nada raro y no sospeché que mi preciosa chiquitina pudiera tener nada extraño). Siempre he pensado que dentro de lo malo, todo fue de la mejor manera posible, pero recomiendo siempre a todas las mujeres embarazadas de mi entorno que se informen y estén seguras de que en el hospital donde van a dar a luz tengan UVI de neonatos para que no pasen por lo que yo pasé.