Historia de un parto, después de 2 cesáreas
Tengo tres hijos. El primero nació en 2001, en Caracas, Venezuela, por medio de una cesárea programada a causa de una (supuesta) desproporción cefalo-pélvica detectada ‘gracias’ a una pelvimetría. Hoy sé que fue completamente innecesaria.
El segundo nació en 2008, en Tarragona, España, otra cesárea. Esta vez necesaria, de emergencia, por prolapso de cordón.
En 2011, ya en Madrid, me quedé nuevamente embarazada pero esta vez no deseaba pasar por una tercera cesárea y todo lo que implica, así que comencé a investigar y me topé con Apoyocesareas.
Tuve un embarazo tranquilo y normal en el que no paré de leer, informarme y de buscar un hospital en el que me diesen la oportunidad de intentar un parto vaginal después de 2 cesáreas (PVD2C). Finalmente, y luego de mucho buscar y luchar, me decidí por el Hospital de Valdemoro, ¡a 40 kilómetros de mi casa!
El Parto:
Ya estaba de 40 semanas y el tapón mucoso comenzó a salir.
Una semana más tarde aún seguía entera y comenzaba a desesperarme. En el hospital me habían puesto límite y no quería tener que llegar a él. En los controles de monitores había buena dinámica pero aún no terminaba de arrancar.
Una noche me vino la musa inspiradora y comencé a fabricar el establo de mi pesebre para las navidades. Las artes manuales me relajan mucho, así que lo disfrutaba tanto que no me di cuenta que entraba la madrugada mientras cortaba, pegaba y pintaba.
Esa noche estaba sola y tranquila. Tenía algunas contracciones, pero estaba tan concentrada que las ignoraba por completo. Unas me molestaban un poco más que otras pero no les di importancia.
Cerca de las 5 am las contracciones comenzaron a ser más fuertes, pensé en acostarme pero no soporté ni 5 minutos. Fue entonces cuando me di cuenta que realmente el momento había llegado.
Me encantaban las contracciones, eran cada 5 minutos y bastante fuertes, ¡nunca las había sentido así! Con mis otros hijos no me dejaron. Traté de relajarme, empecé a apuntar la frecuencia. Al principio, me puse un poco nerviosa porque sentía que las contracciones eran diferentes a las pocas que sentí con mi segundo hijo, éstas eran en el bajo vientre y me daba pánico la cicatriz.
Para entonces ya había despertado a mi marido, los niños se habían levantado y el tenerlos rondando por casa me resultaba incómodo.
Recuerdo que traté entonces de relajarme, respiraba profundo con cada contracción e intentaba no oponer resistencia tal como había leído en la guía del parto de Consuelo Ruiz y para mi sorpresa ¡funcionaba!
La posición con la que podía encajar las contracciones era a cuatro patas colgada sobre la pelota o sobre almohadas en el sillón. Pero no estaba cómoda con los niños a mi alrededor, así que me dí una ducha de agua caliente y cerca del medio día salimos para el hospital.
Yo iba en la parte trasera del coche en cuatro patas apoyada en un par de almohadas, casi no recuerdo el trayecto, creo que fue el único momento en el que estuve realmente en el “planeta parto”.
Al llegar al hospital me hicieron un tacto: estaba de 4 cm!! Para mí ya era una gran victoria, estaba muy contenta. Nos pasaron al paritorio, era una habitación agradable y tranquila, nos dejaron solos y apagaron las luces. Intenté usar la pelota como en casa pero ya no me gustaba, necesitaba estar colgada de mi marido aunque a él no le agradaba mucho.
Pasaron las horas y cada vez las contracciones eran más fuertes, me habían conectado a monitores inalámbricos así que me podía mover, pero las correas se me caían a cada momento y era difícil concentrarme en mi trabajo.
Pedí darme una ducha caliente, las contracciones dolían bastante, así que me quitaron los monitores y pasé un buen rato bajo el agua. Al salir del baño me conectaron nuevamente a los monitores pero el latido estaba cayendo con las contracciones y enseguida recordé el nacimiento de mi segundo hijo que empezó de la misma forma y terminó en cesárea de emergencia.
Me pidieron que me acostara sobre el lado izquierdo para probar si el latido mejoraba pero acostada me era imposible encajar las contracciones. Me dejaron estar de pie un rato más pero el latido seguía igual así que me propusieron poner un monitor interno. Finalmente después de mucho insistir, accedí.
Estaba dilatada de 8 cm. Me rompieron la bolsa para poner un monitor que nunca sirvió ya que no consiguieron colocarlo. Yo ya no podía soportar el estar acostada, me levanté e intenté continuar mi trabajo de parto como hasta entonces pero las contracciones comenzaron a superarme, ya no era capaz de encontrarme cómoda y relajada, en un momento de debilidad pedí la epidural.
Las siguientes 2 horas las pasé acostada de lado para no perder el latido en el monitor. La anestesia no la colocaron bien y continuaba sintiendo las contracciones de un lado. La parte positiva fue que pude descansar y dormitar un poco mientras el parto continuaba avanzando.
Unas dos horas después de la epidural comencé a sentir presión en el recto, era como ganas de ir de vientre. Un tacto y ¡ya estaba en completa! Pero el bebé seguía en primer plano, estaba muy alto.
Las contracciones cada vez se notaban más y yo sentía ganas de empujar. Empujar me aliviaba mucho y era algo que casi no podía evitar. Me recomendaron pujar a ver si el niño bajaba. No me dejaban levantar por si las piernas no me respondían por la anestesia.
Con cada pujo el latido disminuía. El personal se preocupaba, se miraban entre ellos sin decirme nada, pero yo lo sabía. Fue entonces cuando entró la ginecóloga (a la que llamaremos G1), quien tras ver los monitores sacó a colación “una posible cesárea” pero todo el hospital conocía mi historia y decidieron pedir la opinión de otra ginecóloga (a la que llamaremos G2).
G2 entró a la habitación, me hizo un tacto y me pidió que empujase para ver la efectividad. El niño seguía muy alto pero -“tu pujas bien”-me dijo, -“sigue empujando que vas por buen camino”-. Así que eso hice.
No sé cuánto tiempo estuve pujando, se que no fue mucho. Al pujar el niño bajaba pero cuando paraba para respirar subía de nuevo. No avanzábamos mucho y G1 se empezaba a impacientar porque la frecuencia cardíaca del bebé disminuía y le costaba un poco recuperarse, mientras, G2 la tranquilizaba y me daba ánimos para continuar pujando.
La frecuencia continuaba bajando y costaba recuperarlo así que G2 sugirió utilizar ventosas para acelerar el expulsivo, me pidieron permiso y dije que sí. Así que eso hicieron, colocaron la ventosa y seguí pujando pero al pasar la contracción el bebé subía otra vez, así que G1 hizo un poco de presión en la parte alta de mi barriga (sólo sostuvo) y mi bebé salió en 2 pujos más, ¡no lo podía creer!
Nada más nacer se lo llevaron a toda prisa para reanimarlo, estaba muy alicaído. No me lo pusieron al pecho porque “estaba agotado por el parto”, aunque luego viendo su apgar de 7-9, no creo que estuviese tan mal. Tuvieron al bebé en neonatos durante el tiempo que tardaron en suturarme la epi y un pequeño desgarro superficial. Es la única queja que tengo del hospital, que no lo hayan dejado quedarse conmigo piel con piel.
Hoy miro atrás y os puedo decir que:
Mi hijo vino a este mundo a enseñarme que no debo callar cuando algo no me parece correcto, que debo luchar por mis derechos y mis convicciones, que debo estar bien informada siempre antes de tomar cualquier decisión. Vino a enseñarme en definitiva a ser mejor mamá y mejor ser humano.
De Apoyocesareas el aprendizaje fue y sigue siendo abrumador, sin la sabiduría y apoyo de las mujeres que están detrás mi PVD2C respetado no hubiese sido posible. Me siento privilegiada de formar parte de Apoyocesareas y espero devolver por lo menos una pequeña parte de lo que ahí he recibido.
A mi Dios que es mi guía y mi luz, el que me da fuerzas cada día… le estoy muy agradecida por haber puesto en mi camino a esas mujeres maravillosas. Como siempre he dicho: todo pasa por una razón.
Vero.