Iba por un Parto Respetado: quería un Parto
Iba por un Parto Respetado: quería un Parto
Desde mucho tiempo antes de que llegaras a mi vida, hijo, sabía que el día que nos conociéramos debería ser sagrado, cálido y amoroso. Sería el día más feliz de mi vida, de la nuestra. Estaba dispuesta a prepararme para tu llegada. Estaba decidida a defender mi parto y tu nacimiento de cualquier situación violenta o disruptiva que pudiera llegar a presentarse. Iba por un parto respetado.
Mi embarazo fue consciente y armonioso. Me dediqué a conocer mi cuerpo, su funcionamiento y sus tiempos, tanto respecto de la gestación como lo referido al parto y postparto. También conocí mis miedos y los de mi compañero. Me informé de tus propios tiempos y de tu capacidad de nacer fisiológicamente. Quien fuera en contra de mi fuerza y mi deseo sin fundamento, pasaba a otro plano, y nosotros seguimos avanzando, gestando. Íbamos por tu nacimiento respetado. Íbamos por un parto respetado
Conseguí un equipo que en el primer encuentro sentí mío. Eran las personas que quería que me acompañaran durante mi embarazo, mi parto y tu nacimiento. Nos conocimos. Pregunté a más no poder, me abrí a ellos para hacerles saber lo que anhelábamos. Iba por un parto fisiológico, sin intervenciones, en casa. Iba por un parto respetado.
No fue un embarazo sin complicaciones. Sin embargo, me esperaron, me controlaron, me escucharon, me abrazaron y los abracé. Tuve miedo y también abracé a mis miedos. Tu papá fue mi gran pilar. Su seguridad, su búsqueda siempre hacia lo natural y saludable. Él es mi gran pilar. Él también, iba por un parto respetado.
Llegó el día… la noche. Rompí bolsa a las 23:30 hs. y a la media hora las contracciones arrancaron. Bañadera, tela, pelota, masajes. Al poco tiempo la intensidad había aumentado muchísimo. Decidimos llamar a mi equipo. Cuando llegaron encontraron a una loba, caminando en cuatro patas y en círculo por toda la habitación. ¡Esto duele! pero sabía que aquel dolor era fisiológico, sanador. Sentía que lo natural era que mi cuerpo se partiera en dos para poder parir a mi hijo. Más tarde llegaron las cuclillas. El banquito de parto no estaba hecho para mí. Tu papá, ubicado a mi espalda, me sostenía en cada contracción mientras todo mi peso iba hacia la tierra. No sabía pujar, pero ese saber solo estaba en mí. Lo busqué durante varias contracciones pero mi cuerpo estaba desarmado. Mi gran pilar estaba ahí para ayudarme a armarlo, a seguir respirando. Él me decía que me conecte con la respiración. Mientras intentaba hacerlo exclamé: “no encuentro mi nariz”. Su dedo sobre ella hizo que mi cuerpo volviera a hacerse materia y a seguir adelante. Mi gran pilar presente, atento y activo. El momento se acercaba y él quería recibirte. Yo estaba cómoda y ya no tendría quien me sostuviera. Tu papá frente a mí. La partera a un lado y mi obstetra se dispone a ser mi banquito. “No tengo fuerza para sostenerte pero sentate arriba mío”, me dijo con convicción. En ese instante supe que todas las semillas estaban germinando. Que cada decisión tomaba forma. Sentada sobre las rodillas de mi obstetra comencé a pujar y mi cuerpo se elevaba al cielo. La sonrisa de mi compañero iluminada, sus ojos sobre los mío enviando rayos de luz. La magia llegó. Sensación de placer, amor y éxtasis. Salías de mí, hacia el mundo. Tu papá te recibió y de ahí a mi pecho. No nos separamos. Eras un bebé fuerte, sano, amado. Al tiempo, sin apuro a pesar de estar ambos sentados sobre otra persona, nos acostamos en mi cama, te miraba y me mirabas. De mi boca no paraban de salir vocablos de amor y felicidad. Alumbramos la placenta juntos. Sentí como este órgano que nació con vos salía de adentro mío sabiendo que ya estabas en mis brazos, que su función estaba cumplida.
Tan agradecida me sentía… estaba en paz.
Fui por un parto respetado para poder vivir MI Parto. LIBRE, AMOROSO Y FISIOLÓGICO. Un parto sin más.