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La diferencia de partos en 14 años

Hoy, mi hija pequeña, cumple un año de vida a nuestro lado. Hoy, también, se cumple un año del día más feliz de mi vida. Pero el relato de este parto no tendría sentido sin saber cómo llegué hasta él. Así que daré unas pinceladas de mis partos anteriores y de cómo la maternidad me ha transformado por completo.

El parto de mi primera hija fue todo lo bien que se podría esperar de un parto hospitalario hace 14 años. Pese a la rotura de membranas, la episiotomía, tener que parir en litotomía y la prohibición de beber durante las 3h que duró, recuerdo que me trataron con mucho cariño y me preguntaron si daba mi consentimiento para cualquier intervención. Guardo un buen recuerdo de aquel momento en el que sentí amor verdadero por primera vez.

Mi segundo parto, tres años y medio después, fue otra historia. Llegaba a ese día agotada, después de un embarazo con hiperémesis gravídica, anemia severa y bajadas de tensión demasiado frecuentes. En cuanto llegué al hospital, uno diferente al primero, 4 hombres me hicieron un tacto vaginal para comprobar mi dilatación. Sin pedir permiso ni dirigirse a mí, como si yo fuera un trapo. Después de eso todo pasó muy rápido. Me dijeron que estaba casi en completa y que podía empujar. Yo me bloqueé porque no imaginaba estar en ese punto. No había tenido contracciones regulares ni dolor de parto tal como recordaba. Empecé a empujar todo el rato, nerviosa, en shock. Mucha gente a mi alrededor. En media hora tenía a mi hija en brazos. La V.O. se hizo presente nuevamente. Después de coser un desgarro enorme sin anestesia, que después supe que fueron más de 70 puntos, se dieron cuenta de que el sangrado era superior al habitual. Las siguientes 5h fueron las peores de mi vida. Cada 15 minutos de reloj venía una persona (hasta 4 diferentes) a hacerme un tacto vaginal para ver si veían de dónde venía aquella hemorragia, sin éxito. Recordemos los 70 puntos. Ese dolor, no se lo deseo a nadie. Aquello fue tortura y una violación. Cinco bolsas de oxitocina me hicieron sentir las peores contracciones hasta la fecha. Me sentí tan débil que pedí que cogieran a mi bebé, no sin antes despedirme de ella entre lágrimas. Me creí morir. Nadie durante esas 5 horas me informó de lo que estaba ocurriendo. Hasta que saqué fuerzas, no sé de dónde,y me negué a uno de los tactos. Les dije que prefería morir a volver a sufrir eso. Entonces vino un ginecólogo que no había visto antes. Con calma y dándome información, me pidió que le dejara hacer una exploración más. Y con la mano entera dentro de mi útero y un dolor inimaginable, lo arregló. Perdí el conocimiento unos minutos. Supe, por mi pareja, que me habían hecho una transfusión sanguínea. Poco después subí a planta. Pasé por una depresión postparto después de eso y tardé años en poder hablar de aquel día. Nada de lo que allí ocurrió consta en mi historia clínica. Cuando quise denunciar, no había pruebas de nada.

Años después y una nueva relación me devolvieron la ilusión por aumentar la familia. Antes de quedarme embarazada ya había decidido que iba a parir en el Salnés. Un embarazo buscado que se hizo de rogar y que desestabilizó toda mi vida cuando por fin llegó. Me decían que la niña tenía una lesión cerebral con mal pronóstico, parálisis cerebral como mejor opción. Pasé casi todo el embarazo esperando resultados de pruebas, haciendo ecografías eternas y llorando. El covid con su cuarentena y sus protocolos absurdos acabaron con mis esperanzas de disfrutar de un embarazo bonito. Resignada a parir en el Chus, dos semanas antes del parto me confirmaron que mi hija estaba completamente sana. En un arranque de fortaleza me hice desplazada al Salnés y me trasladé con mis hijas mayores al piso que tenemos en Villagarcía a disfrutar aquellos últimos días. Todo estaba saliendo perfecto. Me habían aceptado allí pese a mi anterior parto y el embarazo de alto riesgo. Mi plan de parto había sido aprobado por la supervisora. Yo me sentía pletórica por primera vez en meses. Pero una nueva jugada del destino vino a tumbar mi felicidad. Mi bebé estaba en posterior y el parto duró 3 días con sus 3 noches. Aguanté en casa hasta los 5 cm. La matrona que me tocó tumbó tres puntos principales de mi plan de parto en cuanto me vio. "No quiero que te mueras en mi turno" fueron sus palabras. Aquello me desanimó tanto que me rendí a un nuevo parto en el que yo no era la dueña. Estaba sola en aquel momento pues mi pareja trabajaba fuera y tardó un par de horas en llegar. Para cuando lo hubo hecho, yo ya había llorado, gritado y pedido una epidural que no quería. No puedo decir que fue un mal parto ni que sufrí V.O. tan heavy como en el segundo, pero no fue como yo había imaginado ni por lo que tanto luché. El parto que iba a sanar mis heridas había abierto una nueva.

Unos meses después, 16 exactamente, me di cuenta de que estaba nuevamente embarazada. Todos los métodos anticonceptivos tienen un margen de error y en este caso me tocó a mí. He de reconocer que mi primera opción fue interrumpir el embarazo. Mi bebé tomaba pecho y era tan pequeña que yo no me veía desplazándola por una nueva criatura, además de que nunca me imaginé abortando. Después de escuchar el latido en la consulta de planificación familiar no fui capaz y decidimos seguir con el embarazo. Casi finalizando el primer trimestre nos dijeron que esperábamos gemelas. Un embarazo gemelar monocorial monoamniótico. Una de las bebés parecía más pequeña que la otra y me dijeron que probablemente se pararía. Así fue, en la siguiente ecografía no tenía latido y para la siguiente se había reabsorbido por completo. Una hija más en el cielo. Elia se fue demasiado pronto para hacerle compañía a sus hermanos Nico y Álex. 
El resto del embarazo transcurrió con normalidad. En el segundo trimestre yo había decidido que iba a intentar un parto en casa. Había trabajado unos meses en el paritorio del Chus y tenía muy claro que esa sería mi última opción. Tampoco quería volver al Salnés y que el azar decidiera nuevamente por mí. Hablé con una matrona que había conocido trabajando y que me encantaba pero ella había conseguido plaza en otra comunidad y se iba proximamente. Fue ella quien me habló de Luna de Brigantia y me dijo que podía confiar en ellas con los ojos cerrados. Si de algo me fiaba era de su opinión. Así que, con miedo a que fuera demasiado tarde o a que mi segundo parto fuera un impedimento, contacté con ellas. Me acercaba al tercer trimestre cuando hablé con M por teléfono por primera vez. Después de contarle todo ésto, ella me dijo que lo hablaría con sus compañeras pero no veía que fuera imposible. Lloré de felicidad cuando me confirmaron que me iban a acompañar. En la primera visita conocimos a D y a M, quienes nos hablaron de todos los escenarios posibles. Nos enumeraron todas y cada una de las posibles complicaciones y nos explicaron cómo actuarían en cada una de ellas. Yo había leído la guía entera de asistencia al parto domiciliario de ALPACC pero mi pareja tenía muchos miedos. Su postura siempre fue: es tu cuerpo, tu parto y tu decisión y yo te voy a apoyar con lo que decidas aunque mi decisión hubiera sido otra. Aquella cita lo dejó mucho más tranquilo. 
Crearon un grupo de WhatsApp con todas ellas y nosotros y nos dieron la lista de cosas necesarias. Compré todo y preparé una habitación en la planta baja pde casa con ilusión. En la siguiente visita conocí a M, a MC y a M C. Hablamos sobre mis preferencias para el parto. Me sentía escuchada y comprendida por ellas. En la siguiente visita, en la semana 36, dejaron en mi casa la piscina y el maletín de primeros auxilios. Comprobamos juntas dónde estaba todo colocado y probamos distintas boquillas para el adaptador de la manguera. 
Las siguientes semanas me formé en hipnoparto y preparé tarjetas con mis propias afirmaciones positivas que pegué en la pared junto a la piscina de partos. Un dibujo de mis hijas recordándome lo fuerte que era, completaba el cuadro. Luces tenues tras la cortina, velas en lugares estratégicos, una butaca a los pies de la cama, la pelota de pilates, un radiador para calentar toallas y todo el material perfectamente clasificado dentro del armario. 
Mi pareja es un músico excepcional aunque no se lo termina de creer. Compuso algunas canciones para piano y aprendió a tocar otras que yo le pedí. Hice una playlist increíble con estas canciones y dejé una tablet preparada para poder escucharla.
Me hice fotos, muchas fotos. Sabía que eran mis últimos días embarazada y quería inmortalizarlos. Me sentía poderosa, fuerte, preciosa. Nunca me he visto tan guapa como en el embarazo. 
Mis anteriores partos habían sido en las semanas 38, 39 y 37 y estaba convencida de que éste ocurriría antes. Mi bebé estaba en el percentil 90 y yo sentía que se acercaba el día. Recuerdo hacer reposo relativo autoimpuesto la semana 36. Sólo me faltaba ponerme de parto días antes de poder parir en casa y tener que ir al Chus después de todo lo que me había preparado. Pero los días pasaron y tras ellos, las semanas. Pasé mi fpp, que curiosamente coincidía con el cumpleaños de mi hija mayor. La pobre aún recuerda que se tuvo que quedar sin su fiesta de pijamas porque yo no quería ponerme de parto con la casa llena de adolescentes. 
Sin prisa, sin miedo, aguardando a que mi bebé estuviera preparada. Así pasaron unos días más. Llevaba días con contracciones de Braxton y una mañana sentí que salía el tapón mucoso. Pensé en la posibilidad de que ese fuera el gran día pero no me quise ilusionar porque sabía que aún se podía demorar. Era el cumpleaños de mi hermana mayor, que me dijo que no le importaría compartir día con su sobrina. Pero las horas pasaron sin rastro alguno de parto inminente. Mientras hacíamos la cena, mi hija mayor me puso a bailar Calm down y eso hizo que empezase todo. Contracciones irregulares cada 2, 3, 4, 5 minutos que me dejaron cenar algo ligero antes de bajar para darme un baño. La señal para saber si estaba de parto realmente era darme un baño relajante y ver cómo se comportaba el cuerpo. Si las contracciones cesaban es que no era el momento. Eso no ocurrió. Después de 20 minutos a remojo, escuchando música y con las velas encendidas, contacté con las matronas. Escribí en el grupo de WhatsApp: 
Hola! Contracciones que ya pican, cada 2-3-4-5 min, desde las 20h. Todo el tapón fuera. Llevo en la bañera 20 min y sigue todo igual. Cómo lo veis? Yo me encuentro bien pero mi pareja y mi madre (que al final vino para ayudarnos con las niñas estos días) están nerviosos porque dicen que va a ir muy rápido. 
Al momento, una llamada de D, que estaba de guardia junto a MC esa noche. Estaban a más de 1h de mi casa. Yo les dije que con calma, que podían esperar una hora más y después salir. No me hicieron caso y se pusieron en camino en cuanto colgamos la llamada. 
Unos minutos después salí de la bañera, tenía muchas ganas de hacer caca. Creo que hice caca 4 veces. Mi bebé se habría paso y mi cuerpo le hacía sitio. Fui para la habitación, tan perfecta como había preparado. Me senté unos minutos en la pelota de pilates pero pronto me noté incómoda. Notaba mucha presión y comenzaron las ganas de empujar. En ese momento llegaba M, que había llamado a Hugo para que le abriese la puerta. Sin timbrar para no despertar a la bebé, que ya dormía con mi madre en el piso de arriba. Eran casi las 23:30 de la noche. Comprobamos que los latidos de la bebé estaban bien y me ayudaron a entrar en la piscina. Me gusta el agua muy caliente y así la había preparado mi pareja, pero una vez allí empecé a tener calor. D llegó sólo 15 minutos después de M. Pusieron un poco de agua fría y me trajeron gasas frías para poner sobre mi frente y hombros que con el contraste del agua caliente de la piscina me supieron a gloria bendita. Sentía mucha presión y dolor en la zona lumbar que mi pareja y las matronas ayudaban a aliviar con masajes. Me pidieron escuchar los latidos de la bebé nuevamente y me puse muy nerviosa porque no los daban encontrado. Sabía que cuando ya estaban muy abajo era más difícil oírlos pero en ese momento pasé miedo. Ellas me recordaban constantemente lo bien que iba todo, me leyeron mis afirmaciones positivas. 
Mi pareja me acompañó exactamente como necesitaba. He de reconocer que no daba ni un duro por él y había pedido a otra persona que estuviera por allí por si finalmente él no sabía acompañarme. Me sorprendió muy gratamente y creo que le quiero más desde aquel día. 
Pedí que avisaran a mis hijas mayores. Ellas querían estar presentes y yo quería regalarles esa experiencia. Mi hermana mayor me escogió como su acompañante en el parto de su hija cuando yo tenía 15 años y aquello me marcó muy positivamente. Ellas bajaron emocionadas. La segunda, llorando, se abrazó a papá después de darme un beso. Los tres me acariciaban el brazo y me decían lo fuerte que era. Yo estaba completamente en el planeta parto. Podía sentir con mis dedos la cabeza de mi bebé asomarse y me pusieron un espejo para poder verla. Sentí el aro de fuego y la cabecita salir, poco a poco, como en dos tiempos. La cabeza estaba afuera y yo seguí empujando, esperando a que mi niña rotara para poder sacar el cuerpecito. No lo hizo por sí misma. Entré en alerta nuevamente. Mis miedos me bombardeaban. No soy capaz de parir. Mi bebé va a morir por mi culpa. Mi formación me decía que estaba frente a una distocia de hombros pero en ese momento no era capaz de pensar con claridad. Las matronas me animaron a seguir empujando y después de un tiempo indeterminado (para mí fue una eternidad, para el resto, un par de minutos a lo sumo), me pidieron que cambiase de posición, en cuadrupedia con una pierna flexionada, y que empujase nuevamente. Me hablaban con determinación pero transmitiéndome calma. Y por fin ocurrió, mi bebé rotó y salió por completo de mí. Estaba bien, sana, perfecta. Yo respiré, exhausta pero feliz, sabiendo que todo había salido como tenía que salir. Eran las 00:18h de un 28 de noviembre.
Mi bebé estaba conmigo y era perfecta. Olía a vida. Mi pareja, tan emocionado como yo. Las niñas llorando. Mi madre bajó a conocer a su nieta. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Me había escuchado desde el piso de arriba y sufría cada una de mis contracciones como si las estuviera viviendo en carne propia. Las madres tenemos ese poder. 
Me ayudaron a salir de la piscina con mi bebé todavía unida a mí a través del cordón umbilical. Las matronas se percataron de que estaba perdiendo bastante sangre y quisieron comprobarlo fuera del agua antes de administrarme medicación. No fue necesario finalmente. Me tumbé en la cama con mi bebé al pecho. Comprobaron que no había ningún desgarro, tan sólo una pequeña laceración que no necesitó puntos. Alumbré la placenta de manera natural un tiempo después. Mi pareja cortó el cordón entonces. Yo me levanté para ir al baño. Me sentía ligera y llena de energía. Lo había conseguido. Mi pareja sostuvo a nuestra pequeña por primera vez y le dedicó unas palabras desde lo más profundo de su corazón.
M y las niñas fueron a la cocina con la placenta para hacer una impresión y, después, prepararme con un trocito de ella y muchos frutos rojos un rico batido. Sé que no hay ningún estudio que afirme que sea beneficioso pero tampoco lo hay para el caso contrario y a mí me apetecía hacerlo. El resto de mi placenta descansa en un recipiente hermético y cubierto con una bolsa en el fondo de mi congelador, esperando a que encuentre el lugar perfecto para enterrarla y plantar un árbol encima. 
De vuelta a la habitación, D pesó a la bebé. Sabía que era grande. En una eco de control 3 días antes habían estimado 3,800kg. Mis hijas mayores habían pesado alrededor de 3,500kg y la tercera 3kg justos. Desi me dijo que creía que eran más de 4kg y no se equivocó. 4,355kg de puro amor. Una ternerita  llena de vida. 
Durmió pegada a mi cuerpo esa primera noche, y muchas más desde entonces. Las niñas se fueron a dormir y las matronas se marcharon. Siempre les voy a estar agradecida. Su profesionalidad y su calidez humana salvaron una situación que, de estar en un hospital hubiera acabado con una carnicería y la separación de mi bebé. Es el protocolo, me dirían. 
Nos quedamos los tres sólos. Nos besamos y nos dimos las gracias por el momento tan increíble que acabábamos de vivir. La naturaleza humana, tan salvaje, tan mamífera.
Él se durmió pronto, cansado. Yo no fui capaz. Tenía un subidón encima que no me lo permitía. A cientos de kilómetros, mi hermana pequeña, embarazada de 4 meses de su primera hija, me acompañó por el teléfono durante horas. Hasta que finalmente me dormí. 
Ya por la mañana, pedí que bajasen a la bebé, que se había convertido en hermana mayor unas horas antes. Tenía un poco de miedo a su reacción. Me sorprendió gratamente lo cariñosa y delicada que fue. Un año después sigue cuidando a su hermanita con dulzura. Compartieron las tetitas de mamá. La primera vez de muchas. 
Durante el embarazo, decidí continuar lactando a mi niña, si ella quería, y darles a las dos una vez naciera la pequeña. Y así seguimos un año después. Compartiendo cama y noches de teta. 
Pasé los primeros días en el piso de abajo de casa, para poder descansar. M vino a verme la siguiente mañana. Pesó nuevamente a la bebé y la midió por primera vez. Comprobó que todo estuviera en orden. Yo, como si hubiera tenido a mi primer bebé, tuve un montón de dudas. Las matronas, siempre disponibles en el móvil, resolvieron muchas de ellas. M también vino a vernos poco tiempo después. Le hizo la prueba del talón a la bebé, hablamos largo y tendido sobre cómo me sentía y recogió el material que habían traído. 
Ya estaba hecho. Yo había tenido el parto de mis sueños, aún con sus momentos de tensión. Mi hermana siempre me dice, medio en broma, medio en serio, que yo siempre juego en modo difícil al juego de la vida. No creo que se equivoque mucho. Vivo intensamente, disfruto de los momentos buenos y busco un aprendizaje de los malos. No hay felicidad sin tristeza, no hay bien sin mal. Entender esto es darte cuenta de que la vida es así, de que la vida va de ésto.