La historia de Julia en Elche
Siempre había tenido claro que quería un parto lo menos intervenido posible. A mi modo de verlo, si un proceso fisiológico va bien lo peor que se puede hacer es tocar nada y llamar a las puertas de la iatrogenia. Aunque a mí me tocaba parir en el hospital de San Juan de Alicante yo tenía claro que para conseguir mi propósito necesitaba tener al personal de mi lado. De modo que me cambié al hospital de la zona con mejor reputación en parto respetado, el Vinalopó de Elche.
Desde la semana 28 habíamos estado preocupados por la posibilidad de un parto prematuro. Yo tenía muchas contracciones y me habían diagnosticado útero irritable. Sin embargo llegamos a la 39+4. La semana anterior habíamos tenido sexo e inmediatamente después empecé a tener contracciones seguidas (con 2-3 minutos de intervalo) durante 3-4 h. Sin embargo algo me decía que no era el momento. Aunque eran relativamente intensas y seguidas decidí esperar en casa y al final fueron disminuyendo de intensidad y pararon.
Mi marido estaba convencido de que si volvíamos a tener relaciones el parto se desencadenaría… y no estaba mal encaminado. El viernes 24 de noviembre tenía monitores, la gine me dijo que estaba muy favorable y empezó a hablarme de inducción a causa de mi diabetes gestacional (perfectamente controlada incluso sin hacer dieta ni ejercicio, y por tanto para mí, de diagnóstico dudoso). Yo me adelanté a los acontecimientos y le dije que de momento me negaba a una maniobra de Hamilton. Ella me dijo que nunca me harían nada sin mi consentimiento (un alivio para mí) pero se notó que se quedó con las ganas. Estaba en la 39+4. Era pronto para eso.
Ese mismo día, al volver de una reunión de El parto es Nuestro de Elche tuve relaciones con mi marido. El resultado, no se hizo esperar. Inmediatamente después empecé a tener contracciones, suaves al principio, pero ganando en intensidad progresivamente. Decidí cenar (haciendo pausas para concentrarme en cada contracción) y darme una ducha. Las contracciones seguían ganando intensidad. Sobre las doce y media de la noche ya no tenía duda, estaba de parto y era el momento de ir al hospital.
Llegamos a las 01:45. Me hicieron un tacto y determinaron que estaba de 4cm. Me pasaron a la sala de dilatación/expulsivo y me puse el camisón del hospital, lo prefería así para no tener que preocuparme de que se manchara… Me puse mi música elegida (Gayatri mantra de Deva Premal) y empecé a respirar y “cantar” en cada contracción. Me ayudaba mucho pensar que parir era como subir al Everest. Cada contracción era como una colina que iba aumentando de intensidad y luego disminuía. Cada contracción me llevaba más cerca de la cima, de mi bebé. Las contracciones eran mis amigas. Cuando las contracciones se fueron tornando más intensas también me repetía el mantra: “Mi boca se llena de saliva fluida y agradable como el agua”. Según la preparación al parto que hice, esa frase activaba el sistema parasimpático y disminuía la percepción del dolor. Funcionaba, la verdad. También me ayudó la aplicación de calor en la zona lumbar mediante una bolsa de semillas caliente que me trajeron y a ratos mi marido me frotaba la zona lumbar lo cual me aliviaba también.
En el siguiente tacto a las 4 horas había dilatado hasta los 6-7cm. Lo cual nos pareció poco. La matrona me comento que podíamos esperar 2h al cambio de turno y que podíamos plantearnos la rotura de la bolsa si el progreso no era mucho… Lo único es que al romper la bolsa las contracciones serían algo más dolorosas. La verdad me desanimó un poco ese comentario aunque no tuviera mala intención. Además estaba muy cansada por la hora que era, y mi marido también.
Llegaron las 8 de la mañana y el cambio de turno. Y entonces apareció él. Alejandro, el matrón. Se presentó y me dijo que le había encantado el plan de parto, que yo era una mujer fuerte y que lo iba a conseguir. Me insufló energía renovada. Lo iba a conseguir. Al hacerme el tacto comprobó que no había progresado. Me explicó que tenía la opción de romper la bolsa, que eso frecuentemente ayudaba a desestancar el proceso. Que las contracciones se harían probablemente más intensas pero que eso era lo que buscábamos ¿no? Lo vi una buena opción y accedí.
En efecto las contracciones se hicieron más intensas pero yo estaba supermotivada por las palabras del matrón. Me hablaba yo misma en voz alta y me decía: Estas son las buenas, las contracciones intensas y efectivas que abren el paso a mi bebé. El parasimpático se activa, me ayuda,… y cosas similares. También pedí el óxido nitroso, pero para mí que estaba en una concentración baja porque prácticamente no notaba nada…
Sobre las 12:00 el matrón me hizo otro tacto. Malas noticias. La dilatación no había progresado. El matrón me comentó que parecía que la cabecita del bebé venía torcida, que iba a llamar al gine para que valorara también. Coincidía con el matrón, la cabeza no estaba en el sitio. Me propusieron que fuera cambiando de postura que probara a 4 patas u otra que yo sintiera que me ayudara.
Desde nuestra habitación se escuchaba de lejos el grito desgarrador de otra mujer, la cual, yo suponía, estaba en pleno expulsivo. Mi marido me dijo ¿Te molesta verdad? A lo que yo contesté desde el fondo del corazón: ¡noooooo!¡me da envidiaaaaa!¡ella ya va a tener a su bebéeeeee!
Al cabo de unas horas volvió el gine a examinarme. Seguíamos estancados y el cuello del útero estaba un poco edematizado. Yo estaba tirando la toalla… Pero ellos me animaron. Íbamos a jugar la última carta. Me iban a poner buscapina (un relajante muscular) y yo me iba a poner a 4 patas. A ver si en media hora teníamos un cambio y el bebé colocaba la cabeza. Fue una media hora muy larga. Me volvieron a revisar, no había funcionado. Habíamos llegado al límite. No veía la salida vía natural, y mira que yo deseaba un parto natural pero la cesárea me parecía en ese momento la opción más razonable. Fueron a llamar al anestesista. A partir de ese momento las contracciones empezaron a dolerme mucho más que antes. Empecé a sufrirlas. Y no porque fueran más intensas, simplemente carecían de sentido. Ya no servían para nada. Por dios que me lleven a quirófano ya…
Una vez allí me pusieron la raquídea (similar a la epidural pero en una sola dosis más potente, más rápida y de menor duración) y el dolor desapareció por completo. El matrón vino también a quirófano a sostener mi mano y a asegurarse de que me separaran lo mínimo posible del bebé. Un apoyo emocional por el que nunca estaré suficientemente agradecida.
Finalmente mi bebé llegó al mundo. Yo lloraba emocionada y le decía a mi bebé en voz alta que no tuviera miedo que lo iban a cuidar muy bien y que enseguida estaría conmigo. Me lo enseñaron por encima del paño y lo llevaron a una mesa que había al lado para comprobar que estuviera todo bien y secarlo. Acto seguido me lo pusieron en contacto carita con carita y yo le daba besitos. Estuvimos así un buen rato hasta que se lo llevaron a hacer piel con piel con el papá.
Cuando acabaron de coserme (me hicieron una intradérmica monísima a petición mía). Me llevaron a la sala donde había dilatado donde estaba el papi con el bebé y ya me lo pusieron encima. Sin embargo no se agarraba al pecho, estaba muy adormilado… Pero bueno esa es ya otra historia… con final feliz. Por supuesto.
En conclusión, no fue el parto natural que esperaba. Pero me siento feliz. Porque me sentí apoyada y respetada en cada momento. Y eso vale mucho. Nunca estaré lo suficientemente agradecida al maravilloso personal que me atendió. Y porque no decirlo también estoy orgullosa de mí misma y de mi cuerpo. Fui capaz de sobrellevar las contracciones con mucha dignidad y a pesar del dolor, sin sufrimiento, (a excepción de las últimas cuando ya había decidido hacer la cesárea). Al final no lo pude conseguir por factores ajenos a mí. El próximo, PVDC, por supuesto.