Los partos de Martín y de Juana
Me gustaría contar la historia de mis dos partos en Jarrio, el de mi primer hijo, Martín, y el de la pequeña Juana. Todos los testimonios que he leído aquí me ayudaron mucho a prepararme física y emocionalmente para el parto. Los detalles que habéis contado acerca de cómo os sentíais, de los tiempos, vuestros trucos para introduciros en el parto, además de emocionarme, consiguieron que me hiciese una idea muy clara de cómo podía discurrir todo.
Por eso me he decidido a contar mis experiencias, y también para que este escrito sirva de algún modo de agradecimiento al personal del Hospital de Jarrio, que pienso es el mejor hospital posible para parir (en mi zona geográfica) una vez decidí no programar un parto en casa por razones diversas.
Mi primer hijo, Martín, nació en septiembre de 2006. Nosotros vivimos en Gijón, que está a una hora y pico en coche de Jarrio, y cuando empezaron las contracciones, a eso de las 3 de la mañana, eran tan débiles que decidí no despertar a mi compañero. Cuando se levantó para ir a trabajar le dije que mejor no se fuera porque creía que estaba de parto. Aún así, como las contracciones eran espaciadas, nos lo tomamos con calma, haciendo caso a nuestra matrona, María, que siempre nos decía que era mejor esperar en casa que hacerlo en el hospital. A las doce del mediodía salimos para Jarrio, con la radio del coche puesta, yo fui cantando todo el camino, entre contracción y contracción, porque ya iban aumentando en intensidad.
Habíamos reservando una habitación de hotel en Navia (que está pegado a Jarrio) y allí nos instalamos muy obedientes recordando lo que nos había dicho María: hasta que no llevéis una hora con contracciones cada 5 minutos, no vayáis. Así que me di un baño, que la verdad no me alivió mucho, y encontré la posición que más me ayudaba a soportar las contracciones: apoyarme de pie contra la pared mientras mi compañero me daba masajes en los riñones.
A las 4 de la tarde ya tenía ganas de que me viese alguien para ver si avanzaba. Fuimos al hospital y entramos por urgencias (todo el seguimiento del embarazo lo habíamos hecho en Gijón); eso sí, yo iba con mi historia clínica bajo el brazo. La matrona, Isabel, confirmó que estaba de parto con dilatación de unos 3 cm y me ingresaron. Me dijeron que me lo tomara con calma, me dieron una habitación y así pasamos la tarde, caminando por los pasillos y con masajes a cada contracción. Cuando me cansaba, me tumbaba en la cama; entonces las contracciones paraban y hasta conseguía dormir diez o quince minutos seguidos. Me alegro mucho de que me dejasen descansar; sé que hay personas a las que no les permiten dormir por miedo a que se pare el parto, pero yo estoy segura de que lo necesitaba y que esto me hizo llegar con fuerzas al expulsivo. Estaba dilatando despacito, como suele ocurrir con las primerizas, pero no estaba preocupada. Recordaba las palabras de una amiga que me decía: las contracciones son soportables, y cuando se vuelven insoportables y crees que ya no puedes más, entonces ya has dilatado completamente. Olvidaba decir que la matrona me hacía monitorizaciones (externas, por supuesto), cada 2 horas más o menos. La verdad es que la banda que te atan me molestaba bastante durante las contracciones.
A las 23 horas la matrona me dijo que si quería podía romper la bolsa, y que eso aceleraría un poco el proceso (debía de estar de unos 7-8 cm). Hoy en día hubiera dicho que no, pero en ese momento dije que sí, y agradecí que me dejasen tomar la decisión a mí. Las contracciones aumentaron mucho en intensidad y frecuencia y a la media hora ya estaba en la silla de partos, que como sabéis permite una postura bastante vertical. Ahora es cuando viene la única pega que puedo poner a este parto, y es que los pujos fueron dirigidos. Cuando me decían que empujara, yo no sabía cómo hacerlo, y está claro que si hubiéramos esperado un poquito más, habrían empezado los pujos naturales.
Aún así, sólo tuve un desgarro leve (por supuesto nada de episiotomía) que llevó un par de puntos. A Martín se lo llevaron 5 minutos pero su padre fue con él, y enseguida me lo trajeron y me lo pusieron al pecho. Todo el personal me ayudó a instaurar la lactancia, me animaron a dormir con el bebé en la cama y permitieron a mi compañero pasar toda la noche en la habitación.
La historia del parto de Juana es mucho más breve. Esta vez, como sabemos que en el hospital prefieren realizar el seguimiento del final del embarazo, solicitamos formalmente que nos atendieran el parto y en Jarrio hice mi última revisión y dos monitorizaciones. El trato fue muy cariñoso en todo momento. Todo el personal se presentaba y te decía en cada momento qué te iba a hacer. Pero incluso noté mejoras respecto a hace dos años y medio: me dieron una fotocopia con el protocolo de partos, con el que estaba de acuerdo en casi todo y me enseñaron la nueva banqueta de parto que habían adquirido.
Para el parto de Juana dejé de trabajar 3 semanas antes. Estaba muy cansada y sentía la necesidad de meterme de una vez en mi embarazo y mentalizarme para el parto. Antes de tener a mi primer hijo pensaba que podría ser una “superwoman” de las que estaba en su puesto de trabajo hasta el último momento. Me decía a mí misma que un embarazo no es una enfermedad, y desde luego que no lo es, pero es un estado en el que hay que cuidarse, no agotarse y al que hay que dedicar tiempo para pensarlo y disfrutarlo.
Una de las cosas que más me aterraba era dejar a mi hijo, que todavía mama, para ir al hospital; el no tenerle cerca es una de las pocas cosas que empañó la euforia de traer al mundo a su hermana.
El día del parto era sábado. En mi casa estaban mi hermana y mis padres que habían llegado muy oportunamente para quedarse con el pequeño.
No soy consciente de cuándo empezaron las contracciones. Al principio eran tan débiles que no les prestaba atención. Estaba mucho más preocupada atendiendo a mi hijo. Creo que darle de mamar aceleró el proceso. A las 12 del mediodía empezaron a ser algo más intensas y la frecuencia aumentó rápidamente: dos contracciones cada 20 minutos, pero la tercera a los 15, y la siguiente a los 10, minutos, a lo 7... Como no eran muy dolorosas, nos lo tomamos con calma. Yo ya sabía que el segundo parto sería más rápido, lo que no esperaba es que lo fuese tanto.
A las 3 de la tarde cogimos el coche y salimos hacia Jarrio. En una hora estábamos en el hotel de la otra vez. Subimos a la habitación y yo me concentré en mis contracciones. Eran más intensas pero soportables, mucho más llevaderas que en el primer parto porque esta vez no eran “de riñones”. Mi compañero me ofreció los masajes pero yo no los quería. Prefería permanecer de pie y cerrar los ojos y contornear la cadera lentamente. Me lo estaba tomando con mucha calma. Pero cuando llevábamos una hora y pico en el hotel, de repente sentí una contracción muy fuerte y oí como se rompía la bolsa y comenzaba a resbalarme el líquido amniótico por las piernas. Mi compañero dice que no oyó nada, pero yo tengo la sensación de haber oído claramente un sonido tipo “plof” cuando se rompió la bolsa. Inmediatamente me entraron unas tremendas ganas de empujar. Entonces fui como pude hasta el baño porque mi cuerpo quería deshacerse de todo: necesitaba vomitar y hacer caca todo a la vez.
Ese fue el único momento en que nos asustamos un poco porque los pujos eran muy fuertes y creíamos que no íbamos a llegar al hospital. Con ayuda de mi compañero me cambié de ropa y llegué hasta el coche. En el coche pararon un poco las contracciones, supongo que efecto de la adrenalina, y en unos minutos estábamos entrando por urgencias. Me llevaron en una silla de ruedas (como en las películas) hasta la zona de paritorios porque si me ponía de pie volvían las contracciones. La matrona, Montse, me miró e inmediatamente me pasaron andando hasta el paritorio. Me senté en la silla de partos y después de un par de minutos, como si la adrenalina hubiera dejado de actuar, volvieron las contracciones y los pujos. Montse me animó a gritar y vaya si grité, como si me saliese de lo más profundo. A los 15 minutos noté la cabecita caliente y húmeda, y cómo salía el resto del cuerpo. Esta vez no nos separaron ni 5 minutos. Coloqué a Juana sobre mi pecho y enseguida se puso a mamar. Nos tuvieron juntas unas dos horas, o algo más, y eso sí, después se la llevaron unos minutos para reconocerla. Pero no la bañaron, y así nos dejaron disfrutar de su olor, un olor maravilloso que si me esfuerzo todavía soy capaz de recordar.
Otro detalle que me gustaría destacar es que nos preguntaron si queríamos vacunarla. El sólo hecho de que dejen tomar a los padres esta decisión me parece digno de alabar, aunque nosotros sí decidiéramos ponérsela.
En fin, un parto feliz, y aunque a algunas personas les parezca raro, un parto que se me hizo demasiado corto: desde que salimos de casa hasta que nació Juana habían pasado apenas 3 horas.
Gijón, a 17 de junio de 2009
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