Mi embarazo con Álvaro
mi primer hijo (Junio 2007-Marzo 2008)
Contar en pocos párrafos cómo fue un embarazo o cómo se está viviendo es una tarea muy difícil, porque abarca un espacio de tiempo más o menos largo, en el que tienen cabida multitud de sensaciones y sentimientos diferentes entre sí, variables según el día y la hora e incluso desconocidos hasta el momento. Contínuamente entran en juego tus expectativas, tus condicionantes, tus ilusiones y tus sombras; básicamente es cuando afloran tus miedos más profundos arraigados desde tu infancia sin tú siquiera saberlo y hay que hacer un ejercicio de conciencia para sacarlos.
Del embarazo de Álvaro nos enteramos el 3 de julio de 2007, un día después del cumpleaños de su papá (Álex). Inmediatamente la ilusión se hizo sitio compartiéndolo con la incertidumbre. No sabía nada de embarazo; de hecho, hasta conocer a Álex, no sentía ninguna señal de llamada de aquéllo que sentí después, el instinto maternal feroz, la omnipotencia de ser madre…
Lo primero que noté a nivel físico fue un sueño extremo, de repente me era imposible mantenerme en pie y mi querida matrona, Susana, me dio la clave: “ten en cuenta que ahí tienes energía”. Entendí todo, me estaba conectando con mi pequeño bebé y me estaba pidiendo todo lo que yo pudiera darle y yo estaba dispuesta a dárselo. A partir de entonces, todo lo fui interiorizando, mis ilusiones y mis incertidumbres las iba alimentando con los libros que me hablaban de lo que significaba generar vida, del cambio vital que suponía para una mujer y para una pareja. En definitiva, me iba preparando para una conexión que iba creciendo con ese bebé que ya queríamos tanto. Sí que me interesaba la fisiología del embarazo y parto, pero para saber de ello prefería los documentales tipo National Geographic. Además, leía cosas más técnicas pero la verdad es que no era lo que más me inquietaba, así es como lo viví yo.
El segundo trimestre fue de estabilidad, me encontraba llena de energía, feliz y guapísima. Mi líbido estuvo disparada desde el principio y las relaciones me resultaban muy placenteras. En este tiempo, como ya tenía una barriga más o menos prominente la identidad de esa alma que albergaba se hizo más patente que nunca, hasta que empecé a sentirle con mucha intensidad, cada patadita o movimiento suyo era un espectáculo para mis sentidos y los de su papá. Así íbamos llegando al final, la tercera etapa, cada vez con más ilusión, con más fortaleza, con una sensación desconocida hasta ahora que era de “puedo con todo, y por mi cachorro lo que haga falta”. Luego aquéllo se multiplicó por infinito…
No olvidaré jamás esos ojos tan oscuros que lo miraban todo con tanta atención cuando nació. No sé cómo, pero entendí muchas cosas, entendí sus movimientos y su lenguaje antes de nacer. Es algo inexplicable, ya nos conocíamos de sobra él y yo…
Ahora tiene 27 meses, cruzamos nuestras miradas y me sonríe… y yo pienso en aquel maravilloso espacio de tiempo en el que le albergaba y le daba todo y nada, porque estas pequeñas almas a las que ayudamos a crecer, nacer y seguir creciendo nos dan mucho más de lo que parece. Aquel tiempo de contacto constante no se olvida nunca y a los bebés que siempre seremos nos marca de una manera muy profunda…
Sonia