987

Mi experiencia en Hospital materno-infantil de Badajoz

Llevaba un par de semanas con contracciones irregulares antes de irme a dormir, notaba que la barriga se endurecía pero ya está.
El día de antes de dar a luz noté una leve molestia en la zona lumbar -la de los riñones-, que me recordaba a cuando tenía dolores de regla. 
A las 6 de la mañana del sábado empecé a notar contracciones más seguidas y algo molestas. Supe que estas eran las buenas porque sentía que la molestia empezaba en la zona lumbar y se movía hacia la parte interna e inferior del útero, era como más profundo que en la barriga y más arriba del suelo pélvico que se nota al apretar los esfínteres. Seguí durmiendo a ratos pero ya nerviosa por lo que significaba.
Las siguientes horas las pasé sentada en la pelota, moviendo la pelvis, escuchando música, estirando las caderas, lumbares, piernas… Daba paseos por la casa, bailaba un poco… Y siempre atenta a cada contracción, aprendiendo de una para entender la siguiente, respirando de manera prolongada para no contraerme conforme las contracciones se hacían más intensas.
Me di una ducha de agua caliente a media mañana y noté mucha diferencia entre las contracciones, me relajé tanto que casi creí que se había parado el parto.
A la hora de comer ya me costaba bastante permanecer sentada cuando llegaba una. Cuando paraba, me sentaba, daba uno o dos bocados y me tenía que levantar para aguantar la próxima.
Volví a ponerme sobre la pelota, esta vez en el salón para estar más entretenida, y así aguanté hasta las 16:30, momento en el que le dije a Sergio que era hora de irse al hospital.

Tardamos nada en llegar y a las 17h estaba ya con las piernas abiertas y escuchando a la matrona que estaba de 3cm. Pasamos a monitores, pedí estar de pie y allí nos tuvieron como media hora hasta que decidieron llevarnos a la sala de dilatación y seguir monitorizando al bebé. Como una hora después, ya con contracciones un poco más intensas pero llevaderas -no soportaba estar sobre la pelota, solo de pie caminando-, entró un matrón y una matrona, de los que no me acuerdo del nombre pero que fueron el premio de mi vida- con mi plan de parto en la mano y me preguntaron acerca de la idea que llevaba para parir. Les dije que en principio sin epidural, sin monitores continuos, moviéndome y bajo una ducha con agua caliente; ya se lo habían leído, así que venían a confirmar y a comentarme una cosa: en dilatación no tenían ducha… En ese momento pensé “mierda, la hemos liado”, más que nada porque allí no tenían más alternativas para el dolor que la epidural y eso limitaba mucho las opciones de llevar el parto que yo quería -en movimiento, sintiendo el paso de mi niño a través de la pelvis, ser totalmente activa en mi parto…-. Pero me dijeron que verían cómo hacerlo. Al poco volvieron a entrar y con muy buenas noticias: nos dijeron que podía tener ducha si me ingresaban en planta donde tendría un baño para mí, ya que no quería epidural y entonces el anestesista no tenía que tenerme vigilada. Más tarde, una vez parido, escucharía algún comentario como que era “la de sin epidural”... Curioso.
No sé si tardaron media hora o una hora en prepararme la habitación, pero una vez en planta me metí en el baño y encendí el agua de la ducha para meterme sin espera, ya que en ese tiempo las contracciones se habían vuelto más intensas y duraban algo más. Las podía llevar bien, me tenía que concentrar más que antes, pero seguía aprendiendo de la anterior y respirando hondo para no tensarme. Tardé en meterme bajo el agua porque no salía caliente y una vez bajo el agua… qué alivio. Las sentí como si hubieran vuelto a ser como hacía una o dos horas antes, pude respirar sin dificultad aunque sintiera la barriga muy dura, y realmente fueron unas tres contracciones las que viví bajo el agua; en la cuarta rompí aguas. Sentía una presión muy intensa hacia abajo, como si la contracción hubiera cambiado de dirección y en vez de tensarse todo el útero, éste hubiera decidido hacer fuerza hacia abajo. Me salió una pequeña risa y toqué ese líquido que impregnaba mis muslos por dentro, sabiendo que eso inevitablemente me acercaba más a conocer a mi bebé. Se lo dije emocionada a mi pareja, que sonrió, y volví a la ducha. Pensé que podía quedarme más rato bajo el agua, relajarme, porque podía quedar mucho tiempo para que dilatara del todo, pero un par de minutos después me vino el recuerdo de las conversaciones con mi madre respecto a sus partos. La escuché diciendo: “las matronas me rompían la bolsa nada más llegar al hospital y yo les decía que no se alejaran mucho que yo después de eso tardaría poco, alguna vez no se lo creyeron hasta que vieron que era cuestión de minutos”. Así que no dudé, me asomé por la puerta y le dije a mi chico que avisara a la matrona de planta. No tardó en llegar y me hizo subirme a la cama para hacerme un tacto. 

Recuerdo que mientras se preparaba, mi chico preguntó nervioso que qué iba a pasar ahora, que si teníamos que bajar, si ya tenía que quedarme en cama… Dudas que vienen porque en ese momento se olvida todo. Y lo más gracioso fue la respuesta condescendiente de la matrona. Dijo en tono chulesco algo como que si es que no se había informado sobre cómo iba el parto, si es que no sabía que podía tardar muchas horas en dilatar, que era primeriza, blablabla. Me supo mal porque él se quedó bastante cortado. Hasta que metió la mano. Podríamos hablar de karma, porque no fue ni un minuto después que estaba diciendo que me bajaban a dilatación porque estaba de 8-9cm. Debo añadir que no estuvimos en la habitación ni media hora, o igual algo más, porque el comentario del celador que me había subido y ahora me bajaba fue algo así como que habían tardado más en preparar la habitación que en lo que había estado yo en ella.
Una vez me había subido a la cama para el tacto ya no tuve momento para bajarme; las contracciones eran muy seguidas y ya con la matrona de planta no podía hablar durante las contracciones. Estuve como unos veinte minutos en la sala de dilatación, donde había estado en monitores todo aquel primer rato. De ahí sólo recuerdo las palabras de ánimo de mi chico, su mano cogiendo la mía y al matrón indicándome que levantara la pelvis para cambiarme el suapel; era consciente de que en esos momentos estaba haciéndome caca porque sentía la cabeza del bebé ya muy pegada al sacro, pero en ningún momento me hicieron sentir vergüenza por ello, es más, mi chico ni se dio cuenta de lo bien que iban tapando y recogiendo. Un trabajazo. También lo atenta que estuvo la matrona porque me preguntó si quería que pusiera música relajante, tipo mantras, y le dije que sí super encantada porque ni me había acordado de eso, pero ayudó mucho. Añado que el equipo que los acompañó, que creo que serían una dos o tres personas más, se mantuvo invisible, los recuerdo levemente de cuando abría los ojos un momento, pero me percaté cuando reviví todo, en ese momento ni estuvieron para mi. Se agradece. 
Les avisé que quería empujar y me pasaron con la cama a paritorio, justo en la puerta de al lado donde me hicieron subirme a la cama de partos, medio recostada (no era lo que habría imaginado, pero en esos momentos no tenía espacio para probar otra cosa, me dejé guíar y estuve encantada; si hubiera estado incómoda lo habría dicho). Sé que seguía retorciéndome durante las contracciones, en plan levantando la pelvis de un lado porque mi cuerpo así me lo pediría, y en ningún momento nadie me dijo nada, seguían dándome libertad.
Llegó un punto en el que notaba mucha presión, muchísimas ganas de empujar y no parar de hacerlo. En las pausas casi me dolía más que en las contracciones, sólo quería que saliera ya. Notaba el aro de fuego, me sentía abriéndome pero no desde la piel sino desde el interior de mi cuerpo, de mis huesos, de ese interior que nunca había visto el exterior… El dolor de los pequeños desgarros que tuve era lejano, sólo quería empujar muy fuerte para que de una ya saliera, pero el matrón me indicó que no empujara a la siguiente, que había tenido que frenarle la cabeza al niño para que no saliera disparado y me hiciera más daño. Hice caso. Y cuando mi piel se hubo adaptado al estiramiento fue un último empujón casi sin mucho esfuerzo y salió. Rápidamente le quitó la vuelta de cordón y me lo puso encima, lo sostuve entre risas nerviosas y lo subí hasta mi pecho. 
Siempre recordaré ese calor que sentí al tenerlo sobre mí por primera vez. No era calor de haber estado resguardado con mi calor, era pura energía, sangre latiendo de una manera feroz, vida en su punto más álgido. Precioso. Es lo que más me marcó los siguientes días.
Mi chico y yo nos mirábamos con lágrimas en los ojos, con risa nerviosa, sollozo suave, con amor, nos besamos varias veces, mirábamos a nuestro niño alucinados… Es un recuerdo que siempre está como empañado en un aura difuminada, como cuando creemos que es un sueño, algo irreal… Por suerte, la matrona seguía atenta a todo y nos preguntó si queríamos que sacara alguna foto. Por supuesto, le dió el móvil y nos sacó bastantes, lo que agradecemos porque aún se pudo plasmar esa cara de emoción, esas sonrisas nerviosas, ese amor que se había concentrado en esa sala. Al poco, mi chico pudo cortar el cordón umbilical, sintiéndolo esponjoso me dijo, aún con la emoción en los ojos.
Los minutos siguientes también están dentro de ese recuerdo difuminado, porque la fotografía de la sala entera era preciosa: yo seguía en la cama mientras el matrón me daba dos puntos superficiales y me preguntaba que dónde me había preparado tan bien, que para ser primeriza había sido muy rápido, que encima sin epidural, me enseñaba la placenta que estaba intacta, le di permiso para que se la llevaran para los estudiante, etc.; en el suelo a mi lado estaba la matrona y otra chica plasmando la placenta con colores sobre papel (cosa que también nos había preguntado y agradecemos); y mi chico y mi bebé al otro lado de las chicas del suelo, con otra mujer, pesándolo y midiéndolo. Es un recuerdo muy bonito, muy tranquilo, familiar, nos sentimos arropados en ese momento, ambos coincidimos en ello y es precioso.
Es bonito que mi chico me relatara su vivencia de todo, de cómo me veía concentrada en las contracciones, de cómo me reía y hablaba con él y el equipo como si nada cuando segundos antes estaba metida en mí. Me llamó diosa en alguno de los relatos. Otras no conseguía ponerle un adjetivo a cómo me había visto. Sólo veía emoción en sus ojos.
Y otro recuerdo que me llevo para siempre, a la mañana siguiente y con el niño descansado, es esa primera mirada entre padre e hijo, tan profunda, tan preciosa; después de tener a mi niño es la segunda mejor experiencia que he tenido.
Mi conclusión es que no importa el lugar donde vaya a parir, lo importante es que confíe en el equipo que me va a acompañar y, sobre todo, tener a mi lado a quien sé que va a velar por mí y me va a dar aliento cuando lo necesite.