Mi hija mayor. Mi hijo pequeño.
MI HIJA MAYOR
Después de un embarazo normal, en el que no preparé nada al respecto, ni en relación al parto, ni a la lactancia, me indicaron que a las 41+3 semanas de gestación si mi hija no había nacido, me inducirían el parto. Allá que me fui en metro a hospital, acompañada de mi pareja, a la famosa inducción, de la cual nadie me informó de sus riesgos ni complicaciones ni posibilidades, ni tampoco yo pregunté nada.
La inducción comenzó con prostaglandinas, que no hicieron nada, y al día siguiente, a media mañana, enema, rotura de membranas y oxitocina. No me dejaron comer, bebí un poco y como luego vomité me regañaron por haber bebido (señora mía, que llevo 9 meses vomitando). Me empezó a subir febrícula, así que antibiótico al canto, y a las 2 de la mañana, con 2cm de dilatación, me bajaron a quirófano.
Me dejaron en el pasillo casi una hora, sola, la epidural se acabó y me retorcía de dolor. Vomitaba cada 5 minutos. Avisé a todo el mundo de que no tenía epidural y que antes me había tardado casi media hora en hacer algo de efecto, porque pensé que no iban a estar en quirófano esperando media hora con los brazos cruzados.
Cuando por fin me meten en quirófano les recuerdo por enésima vez lo de la epidural, y me sonríen, si, si, si. Me dicen que me pase a la camilla y les comento que si me tumbo boca arriba me mareo mucho, vamos que creo que si me dejan así me puedo desmayar. El ¿anestesista? me mira con bastante desprecio, y me dice que si no me tumbo no me puede hacer la cesárea. Oiga, yo que quiere que le diga. Me atan e inclinan la camilla un poco.
A todo esto yo desnuda, vomitando sin parar, con contracciones, sin anestesia y a punto de desmayarme. Empiezan a cortar y se me ocurre, tímidamente, comentar que SIENTO que me están cortando. Me dicen que no, que siento tirones pero que no siento nada en realidad. No sé qué hacer, me duele, me quema, así que me pongo a medio gritar-llorar y me duermen entera...
Me despierto en REA, sola. Le pregunto a un chico que está fregando qué hora es. Las 5 de la mañana. Vienen dos chicas. No saben nada, pero que todo bien... Al rato me suben a mi habitación y mi chico me dice que la niña está en el nido, que está perfecta y que es muy bonita. Me la traen, me la pongo al pecho, que era lo único que sabía que tenía que hacer, y esperamos a que se haga de día y vengan hordas de amigos y familia a vernos. De ese día apenas recuerdo nada más que cansancio. La ginecóloga viene a verme y ni siquiera le pregunto cómo es posible que me rajaran sin anestesia. Da gusto con pacientes como yo.
Al día siguiente mi calvario con la lactancia comienza, cuando al engancharse mi hija siento tanto tanto dolor que llamo a las enfermeras, que me estrujan el pecho para decirme que es oro lo que tengo, y que ese dolor es normal... En fin, infección, frenillo, etc, todo esto, después de meses de sufrimiento...
Mi periplo lactante me lleva a tirar para atrás y descubrir que mi parto ha sido una estafa. Que no solo es asqueroso como me trataron en quirófano, que las inducciones tienen riesgos, que las cosas no se tenían que haber hecho así... Y decido que la próxima vez voy a estar preparada y va a ser totalmente diferente. Empiezo a asistir a algunas reuniones de El Parto es Nuestro, a leer y leer libros, a forear, a ver vídeos... El famoso máster en obstetricia que nos hacemos todas.
MI HIJO PEQUEÑO
Para el segundo parto decido contratar una matrona para la dilatación, para llegar lo más dilatada posible al hospital y darle menos margen de maniobra a los médicos. Que no puedan intervenir si va todo bien, que sólo intervengan si algo va mal (vamos, lo que debería ser). Al final dejo la puerta abierta a lo que pueda pasar y no descarto parir en casa. Por si acaso me cambio de hospital, a uno más respetuoso, para que si las cosas salen mal de nuevo, no me diga a mí misma “te lo dije”.
El embarazo va bien, muchas nauseas, pero bien. Rechazo la prueba del azúcar y aunque me miran raro, no me dicen nada, sólo lo anotan en cada visita. Me intentan hacer ver que estoy engordando muchísimo, y les explico que se debe a que mi peso de partida era 10 kilos inferior al mío habitual, y rechazo que me pongan a dieta. Miradas raras pero todo en orden. Yo con ganas de pelea y nadie quiere pelear conmigo.
Cuando me conceden el cambio de hospital mando un plan de parto a éste y al anterior (por si al final por urgencia terminara yendo al hospital donde nació mi primera hija). Me cita el Jefe de Obstetricia, y acudo a la cita para escuchar que en su hospital se hacen las cosas cómo él dice, y no como yo quiero. Que le firme a él un documento, que si mujeres que mueren, niños tontos, explosiones vaginales… En fin, le rebatimos algunas cosas muy sonrientes y nos vamos sin firmarle el documento porque a él se le ha olvidado…Mi mayor logro es hacerle callar (que no pensar) unos segundos cuando le expongo que no me parece razonable que una mujer que rechace un intento de PVDC sólo tenga que firmar un CI que le dan muy sonriente en el que pone que se puede morir, o quedar sin útero, etc, y sin embargo yo pida que no me pongan una vía nada más entrar y eso sea in-to-le-ra-ble. ¿Y elegir cesárea de repetición es más peligroso que parir sin vía desde el minuto 0?
En ese momento ya tenemos decidido intentar parir en casa, y si cambio de idea, ir al hospital, pero intentarlo en casa. La idea de ir al hospital cada vez me horroriza más. Cuanta amenaza, cuánta superioridad.
Se acerca mi FPP y los monitores están bien. La ginecóloga me quiere explorar y aunque no tenía pensado permitírselo, flaqueo, me dejo, aclarando que no deseo que haga nada más que “mirar” y me dice que estoy de 1cm. Eso me da mucha energía ya que con mi primer embarazo ni dilaté ni sentí contracciones y pensar que el cuello estaba algo dilatado me daba mucha esperanza. Pero aunque tengo contracciones algunas noches, se acercan las 42 semanas y no comienza el parto. En la semana 41 les comunico mi deseo de no inducir el parto en las 41+3 y encuentro más comprensión de lo esperado. Evidentemente no saben que mi intención es parir a mi hijo en mi casa, si no seguramente no serían tan amables. Pruebo todo lo que se me ocurre en mi casa: ricino, hierbas, acupuntura…
En los monitores de la 41+5, sin embargo, me proponen/sugieren/ordenan inducir porque el bebé ha tenido un par de taquicardias durante la realización del registro. No es un motivo para bajarme a quirófano corriendo pero… Le pido una Hamilton a la ginecóloga, y ella encantada, claro. Mujer no llores, si tú querías que naciera el domingo y entre que te inducimos y nace ya será sábado…
Me asusto, no les parece razonable ni que vaya a casa a por mis cosas, les digo que tengo que ir a recoger a mi hija, nada. No me obligan pero no consigo encontrar una excusa para retrasarlo. Todos los planes que teníamos, ir a por una segunda opinión de un médico en el que pudiéramos confiar, no lo hacemos, y al final dos horas después estoy con un camisón y una vía en un paritorio. Empiezan con oxitocina, todo va suave, dilato un poco más pero claro, no tanto como ellos quieren. Qué amable todo el mundo, qué sonrientes, qué educados.
Viene la matrona con otra chica. Me dicen que vienen a romperme la bolsa. Nos quedamos blancos. Yo siento que aquí empieza lo feo, el enfrentamiento… Le digo que no. Me dice que es orden de los médicos. Les digo que no quiero, que luego me dirán que no he dilatado y llevo muchas horas con la bosa rota, que me pondrán antibiótico… Y muchas más cosas que no me atrevo a decir, porque cuando estoy nerviosa no ordeno ni mis pensamientos ni mis palabras y seguro que hago el ridículo… Me dicen que no hay otra opción. Y es que ya estás ahí, en su hospital, en su quirófano, con su camisón, a sus órdenes. Y en una inducción. Me rompen la bolsa, les cuesta muchísimo. Vigilan que no haya prolapso y salen no sé, litros de aguas claras, muchísima cantidad. Siento que ya todo se me ha escapado, ya no tengo el mínimo control sobre el parto.
Las contracciones pronto empiezan a ser muy muy largas y seguidas y dolorosas. Pruebo en la pelota pero no me alivia lo más mínimo. Cuando ya no puedo más pido la epidural y me la ponen. Es difícil porque tengo muchas contracciones muy seguidas y me cuesta estarme quieta. Y como en el parto anterior, me duermo. Es una sensación horrible saber que no estás presente en tu propio parto. Cada par de horas vienen a comprobar la evolución y por un momento todo apunta a cesárea de nuevo porque me he estancado en 4cm. Nos reímos pensando en que esta vez, con que me la hagan con anestesia, ya hemos mejorado. Pero me dejan un rato más y para sorpresa de todos a la siguiente estoy de 6. 7,8,9,10. Me suben la epidural para quitarme un reborde, y todo listo… El niño está muy alto y cada vez que entra el matrón le digo Entonces, ¿mejor me siento, no? Y él me responde muy sonriente Noooo, no es necesario. Y yo insisto, pero aún no entiendo porqué no cojo el mando y me siento la cama articulada, sin preguntar a nadie si lo hago o no.
Poco antes de las 8 de la mañana (habíamos empezado a las 16h) viene toda la tropa de personal médico, la ginecóloga jovencísima que al principio me había dicho que ojalá que no volviéramos a vernos, que fuera un parto de matrona… Un montón de gente con pijamas y batas de colores, encienden las luces y dicen, bueno, vamos a empezar. Muy natural y muy normal y muy fisiológico todo. Pero tanto yo como mi pareja nos hemos rendido hace mucho, ya es una especie de desgana y de dejarte llevar y de cruzar los dedos para que no te hagan más cosas y que todo salga bien…
Convierten la cama en un potro, me llenan de telas y me empiezan a dirigir los pujos. Pero evidentemente, el niño sigue alto, lo consigo hacer bajar pero no lo suficiente, vuelve a subir en cada descanso. Todos me jalean, me dicen que empujo fenomenal y a mí me da vergüenza ajena, siento que exageran, que es un teatro para animarme. En un empujón me animan a tocarle la cabeza, y es la pera. Vuelvo a sentir por un momento que es de verdad todo, que voy a parir a mi hijo y que puede que no sea tan malo. En algún momento me ponen monitorización interna pero sólo en mi útero, aunque me intentan convencer de ponérsela también al bebé. Pero al final se rinden ellos, deben de tener claro que antes me revientan en útero…
Viene un chico con pijama blanco, recuerdo que es joven y huele a limpio. Me dice muy tranquila y sonrientemente, que las próximas veces que empuje me va a empujar un poco la tripita… Abro mucho los ojos, me desinflo en el potro y le digo: ¿me vas a hacer una kristeller? Y me dice: Nooooo, te voy a empujar un poco la tripita. Digo yo que si yo sé cómo se llama la maniobra que me va a hacer, cambiarle el nombre por empujón en la tripita no me iba a tranquilizar mucho. Consiento, o sigo rindiéndome más y más, según se mire. Mi pareja ya no está a mi lado, el chico de la kristeller le ha quitado el sitio, así que está viéndolo todo de frente.
Empezamos de nuevo todos a empujar, en una ocasión siento que pierdo el conocimiento pero al final no. El bebé empieza a sufrir. Tumbada, dirigiendo pujos, con mi vena cava aplastada… cómo no iba a estar el bebé. Las taquicardias por las que todo había empezado no volvieron a aparecer en todo el proceso, pero ahora empiezan bradicardias y la gine se empieza a poner nerviosa. Me dice Vamos a tener que ayudarte un poco. Le pregunto si me va a cortar. Me dice que no, que va a usar fórceps de kellan. Se ve que me gusta estar informada, debe de pensar. Me cago de miedo, pienso en todo lo que le puede pasar al bebé. La ginecóloga está cada vez más nerviosa, se le nota mucho.
El panorama es: registros de bebé malos, tipo sobre mí, ginecóloga prácticamente dentro de mí, tirando con todas sus fuerzas mientras el tipo y yo empujamos… Mi chico viéndolo todo. Dice que no ha visto nada tan violento en su vida. Sin decir nada o sin que ya oigamos nada, una señora coge las tijeras de cortar el pollo y me corta, de eso ya no me entero. Sin esperármelo, sacan a mi hijo y me lo ponen encima. Es muy grande, está calentito. Respira “raro” al cabo de unos minutos me comentan que necesitan echarle un ojo por la respiración y en la cuna térmica los neonatólogos le observan. Al final se lo llevan a ponerle oxígeno porque no satura bien.
Le pido al papá que se lo lleve y me quedo sola, amaneciendo, con la que me ha cortado ayudando a la ginecóloga a coserme. Me han hecho absolutamente todo lo que pedí que no me hicieran, el Jefe de Servicio se debe estar secando las lágrimas de risa con mi plan de parto. La separación dura al final 10 horas. Yo no pude ir a la incubadora porque cuando intenté incorporarme casi me desmayo. El bebé en cuanto le dejaron piel con piel con su padre comenzó a saturar, pero la verdad es que les costó mucho dar ese paso… Le hacen dos glucemias, dan bien, le dan algo de calostro que me he extraído a mano. No insisten ni con tetinas ni con biberones ni nada, menos mal.
El dolor del postparto es espectacular, y mira que la cesárea me dolió. No es tanto en la episiotomía y el desgarro tipo II que tengo, sino en la zona entre el ano y la vagina que siento que está reventada por dentro. Nada me calma el dolor. Le pido a mi pareja que me haga fotos porque necesito saber cómo estoy, por qué duele tanto. Nadie me dice qué puedo sentir los siguientes días. No siento ganas ni controlo la orina, ir al baño durante semanas se convierte en algo que me provoca ansiedad: tengo el intestino paralizado, es como si estuviera dormido, da igual que me ponga enemas que tome laxantes. Se me escapan los gases al caminar, al sentarme. La Dra. Fistra me da el alta y me indica que tome hierro y que para el estreñimiento me va a venir fenomenal el ibuprofeno… He estado más de mes y medio con ibuprofeno para aliviar el dolor. Y me dan ganas de ir a hablar con la amable doctora a explicarle que el ibuprofeno no alivia el estreñimiento cuando los músculos de tu suelo pélvico están tan hechos polvo que has perdido el reflejo del intestino.
A la semana la episiotomía empieza a doler más aún y vuelvo al hospital pensando que se ha infectado. Me dicen que no lo está, que es normal. Ojalá me hubieran dicho que estaba infectada. Que haya tantas y tantas mujeres con ese dolor y que encima muchas no se sientan con derecho a quejarse, a lamentarse, sin saber que no tenía que haber sucedido.
Por muy cerca de las semana 42 que estuviera, inducir a una mamá con una cesárea previa y taquicardia leve en el bebé para acabar con bradicardias y mala saturación el bebé, y la madre con dolor y problemas que probablemente la acompañen durante años o para siempre, NO MERECE LA PENA. Tenía contracciones, yo misma pedí la Hamilton, podríamos haber esperado, esta vez mi cuerpo si estaba preparándose. Pero mis hijos no nacen en la semana 40, que le vamos a hacer. Yo quería tener 3 ó 4, o eso decía. Pero ya no. Sólo de pensar que me quedo embarazada me pongo triste. Me han robado los que podían haber sido los mejores momentos de mi vida, le han dado un nacimiento de mierda a mis hijos, y ya sólo me queda intentar que las cosas cambien, pero para que las demás mujeres no lo sufran, yo no vuelvo a arriesgarme.
En el informe de alta los hijosdeputa en lugar de poner inducción por taquicardias o algo así ponen inducción por Gestación Cronológicamente Prolongada. Taquicardia leve. Eso me duele ya en el alma, es reconocer que me han timado, que no eran las taquicardias lo que les asustaban a ellos, sino que estaba de 41+5, y sabían que quería esperar, sabían que prefería asumir ese riesgo al de otra inducción. A mí no me asustaba estar de 41+5.
Llevo 4 meses yendo a rehabilitación, y me quedan muchos más. Y mi ginecólogo me dijo el otro día que Esto está estupendo, si es que sólo han pasado 4 meses mujer.
En ningún lado encuentro mi sitio. Con otras mujeres en situaciones parecidas pero con ensañamiento, con amenazas, siento que conmigo al menos fueron amables… que me lo preguntaron todo y que yo les dije que sí, cuando se que no pude decirles que no, porque ellos me daban sólo información parcial… La familia, por un lado no entiende que me fuera a otro hospital para acabar así, que para eso otra cesárea. Y seguramente hubiera sido mucho mejor en esas circunstancias, pero ahora estaría lamentando mi segunda cesárea porque no sabría qué era lo que me esperaba. Con la gente “normal” no puedo hablar, sí que les digo que el parto MAL, pero no lo entienden. Y además como el niño pesó 4,300, les parece súper normal que los fórceps y la episiotomía fueran necesarios. Mi pareja quiere hacer un escrito, pero yo no lo veo claro. No me siento con derecho a reclamar nada, no sé cómo enfocarlo. Y no van a recapacitar ni a cambiar su práctica si les escribimos una carta. No saben hacerlo de otra manera. Esta semana el ginecólogo “Mujer, tú querrías un parto fisiológico, pero eso no lo decides tú, lo decide el médico”. Yo creo que con eso se resume todo lo que ellos creen sobre los partos.