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Mi parto en casa que tanto deseaba

La mañana de mis 40+1 desperté con un poco de dolor en la espalda baja parecido al que sentía con la menstruación. Para ese momento ya no trabajaba y decidí llevar mi día normal ya que sabía que aún podía faltar tiempo. Fui a comprar un arbolito para decorar por navidad y al llegar a casa lo trasplanté. 

Durante la mañana fui sintiendo contracciones leves y muy espaciadas, pero seguía diciéndome a mi misma que no había apuro. Mi esposo me acompañaba y avisó que no iría a trabajar. Las contracciones se hacían más presentes y ya nos imaginabamos que el trabajo de parto empezaría pronto. Pusimos música, rebotaba en la pelota, almorzamos y en la tarde decidimos salir a caminar y buscar un postre. 

Hacia las 7 de la noche las contracciones ya estaban cada 5 o 6 minutos y les avisamos a las parteras. Con cada contracción me concentraba en respirar para soltar y así poder lidiar con el dolor, mi esposo me acompañaba. Como a las 10 de la noche llegó S., una de las parteras y me pidió permiso para revisarme. Sin necesidad de manipularme, observó mi dilatación y dijo “ya estamos casi a la mitad del camino. Con cada contracción sentía dolores cada vez más intensos y me ayudaba apretando mi cadera y sobando mi espalda baja. Sentía que no quería pasar una contracción sola, que necesitaba compartir esa intensidad. Mientras fueron preparando el espacio para armar la piscina y llenarla de agua. Yo me movía encima de mi cama abrazando las almohadas. En algun momento llegó G., la otra partera. 

Cuando la piscina estuvo suficientemente llena, probé entrar al agua. Como a la 1 de la mañana del día siguiente se fue la electricidad en mi casa y nos quedamos solo con la luz de una vela. Yo pasaba la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados respirando, haciendo sonidos graves, moviéndome en pequeños vaivenes.  Estaba en el planeta parto y a la vez podía estar consciente de lo que sucedía a mi alrededor. El resto de la madrugada me la pasé probando distintas posturas y apoyos por todo mi cuarto y el baño. Cada cierto rato monitoreaban a mi bebé y siempre me decían que ella estaba bien. Cuando entendieron que ya estaba en 10 de dilatación alrededor de las 6 de la mañana, se preparaban para recibir a mi bebé pero por alguna razón no terminaba de salir. Me metí a la ducha, llorando llamé a mi bebé por su nombre, le decía que estaba lista para recibirla, para tenerla en mis brazos. Por momentos se me pasaba por la cabeza el plan B, fantaseaba  con que iba a una clínica para que allí se encargaran de hacer lo que faltara por mí. Nunca lo dije en voz alta. Mi esposo me repetía “aún te quedan muchas fuerzas”. S. me daba plátano con miel para tener fuerzas. Probamos sostenerme en diferentes posiciones en brazos de S. para ver si eso me ayudaba a abrir lo que faltaba. 

Me preguntaron si le tenía miedo a algo, no recuerdo lo que contesté, pero entiendo que se me hizo dificil pasar del esfuerzo de respirar para abrir, al de pujar para que mi bebé saliera, me daba miedo que todo dependiera de mí. Las contracciones se empezaron a espaciar en el tiempo, yo sabía que podía provocar una ya sea moviéndome, tocándome e incluso con la respiración. Yo metía mi dedo y en una mínima distancia sentía la cabeza de mi bebé. Seis horas pasaron hasta que se empezó a ver un poquitín de pelo y entendí que ya no quedaba nada más que pujar con toda mi fuerza para lo inminente. 

En una posición entre mi cama y la pared, siendo cargada por debajo de los hombros por S., con una pierna en la pared y otra sobre mi esposo, con G. a mis pies, pujé unas 3 o 4 veces, sintiendo el famoso aro de fuego. Mi bebé salió cabeza y cuerpo rapidísimo, le pedí a mi esposo que la sostuviera unos segundos y luego la puso sobre mi pecho. Todo cambió de inmediato, un alivio gigante me invadió y tanta felicidad que no me cabía. Me enamoré inmediatamente de mi bebé. 

Fue la experiencia más increíble de mi vida. La tuve sobre mi pecho las primeras 3 horas y solo la puse sobre la cama para ponerle un pañal y para que la pesaran y midieran unos pocos minutos. Pasó también unos minutos en el pecho de su padre, donde hizo su primera caca. Pasó una hora hasta que con un pujo salió la placenta. Tuve un desgarro mínimo que no necesitó sutura. No lo podía creer, había logrado tener el parto en casa que tanto deseaba.