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MI PRIMER PARTO. NACIMIENTO DE LAIA. PARTO FISIOLÓGICO EN HOSPITAL DE BASURTO BILBAO

MI PRIMER PARTO. NACIMIENTO DE LAIA. PARTO FISIOLÓGICO EN HOSPITAL DE BASURTO, BILBAO. 
Laia nació un miércoles a primera hora de la mañana. Pero yo siempre digo que empecé mi parto cinco días antes. Comencé a notar que Laia iba a nacer enseguida el viernes al mediodía. Comencé a notar contracciones suaves, y mucha alegría. Ya llega. 

Me apetecía andar, comer rico, hacía muy bueno esos días en Bilbao, y salí a andar con mi pareja. Estuvimos andando mucho todo el fin de semana, y pasaba lo siguiente: cuando nos íbamos por bosque, monte y zonas silenciosas y poca gente, se activaban las contracciones cada poco e íbamos parando, Javi me sujetaba desde atrás, me iba a apoyando en los bancos, soltando la voz, etc … y cuando bajábamos a la ciudad de nuevo, íbamos acercándonos al ruido, a los coches y llegábamos al barrio, las contracciones paraban. 

Por las noches, todo el fin de semana dormí toda la noche sin despertarme y sin contracciones. Y el lunes volvieron de nuevo por el día. Yo estuve comunicándome con mis amigas, diciendo a la gente que Laia ya estaba preparándose, nos daban ataques de amor y de alegría cada poco. Y todo el tiempo me comunicaba con ella. 
Yo preparé el parto con una doula que nos hacía mucho hincapié en que nos comunicáramos con nuestras bebés, que son las protagonistas del día. Así que yo hablaba con ella, le decía que estaba sintiendo todo, le decía que estábamos juntas, etc. 
El lunes a la noche ya no dormí, pasé la noche con contracciones cada varios minutos, medio tumbada con cojines, respirando, soltando la voz, unas horas yo sola, y otro rato con Javi. Empezaba ya a sentir mucha alegría junto a algo de inquietud, de incomodidad y ya necesitaba buscar estrategias y posturas, masajes, y calor, porque las contracciones cada vez eran más intensas. A la mañana creo recordar que pude desayunar sentada, pero me tenía que levantar para seguir moviéndome con las contracciones. 
 

No recuerdo bien en qué rato fue, cuando estaba a cuatro patas en el suelo con una esterilla (así pasé la mayor parte del tiempo), me dieron unas ganas incontrolables de masturbarme. Estaba sola en un cuarto (en la que ya era la habitación de Laia). Recuerdo el pudor que sentí, y también el placer. Orgasmé en pocos segundos, fue como un subidón de placer y de alegría aquel momento. 
Yo estaba aún lúcida, podía pensar, podía hablar, … pero era la primera vez que estaba pariendo y la verdad es que no sabía cuándo tenía que ir al hospital. Solo tenía la intención de llegar lo más tarde posible, y que cuando las contracciones fueran “cada cuatro minutos” y “muy fuertes”, pero en realidad ni idea. 
Había decidido dar a luz en el hospital de Basurto, en Bilbao. Había escrito y enviado mi plan de parto con todo mi amor, escribiendo una carta al equipo de matronas. Tuve la suerte de tener acceso a algunas de ellas porque casualmente eran amigas de amigas. Pregunté, indagué sobre protocolos y rutinas, etc. Todo aceptable, pero aun así el hospital me daba cierto miedo. Yo siempre digo que no tenía miedo a parir, yo tenía miedo al hospital. Por eso quería llegar lo más tarde posible. Pero aún así, llegué demasiado pronto. 
Me mandaron a casa dos veces. 
La primera vez que fuimos fue el martes a la mañana. Llegamos a la admisión, en unos minutos me hicieron pasar a una sala donde me hicieron el primer tacto. 1 cm. “No estás de parto”. Seguidamente me envían a una sala contigua con una matrona que iba y venía en donde había monitores y dos camas. Yo me mantuve de pie porque no me quería tumbar, mientras me ponían los cables para mirar las contracciones. Yo me apoyaba en la cama con los brazos y soltaba la voz en las contracciones. Estuve allí un rato largo, mi pareja estaba en la sala de espera, les tuve que pedir yo que salieran a decirle que no me iba a quedar ingresada. Yo quería irme a casa enseguida para poder seguir mi trabajo de parto tranquila, pero tuve que estar allí mucho rato. Cuando nos dieron el informe de alta, nos fuimos a casa. 
Aquella tarde la recuerdo como el peor rato de todo el proceso. Me encontraba mal. Estaba muy molesta todo el rato. No sabía ya cómo ponerme, la ducha y los masajes ya me cansaban. Esa tarde pasé bastante rato en la ducha. El sacro me mataba de dolor. Me apretaba el sacro contra las paredes, y seguía moviendo la pelvis. Tampoco podía descansar. El dolor y lo molesta que estaba no me dejaban. Ese rato fue cuando le pedí “cosas” a mi pareja. Hasta entonces había estado yo sola muy bien, pero ya no me encontraba bien. Necesitaba quejarme, que me abrazara, que me consolara. Le pedí me trajera helado de chocolate, también intenté tener sexo con él, y digo intentar porque no me sirvió, no me apetecía en realidad. Abrazos y soltar la voz era lo único que me aliviaba. Intentaba seguir comunicándome con Laia todo el tiempo, aunque con el malestar me costaba más hablarle. 
Yo creía que en algún momento tendría que volver al hospital. Pero no sabía cuándo porque tenía miedo de que me volvieran a echar. A última hora de la tarde y para ayudarme a decidir, le pedí a mi madre que viniera a hacerme un tacto (mi madre es matrona jubilada, hacía muchos años que no atendía partos pero supongo que hay cosas que no se olvidan). Vino super amorosa, me calmó, me escuchó y me exploró. Me confirmó que 6 cm de dilatación tenía seguro. 
Nos decidimos a volver al hospital. Habíamos ido la primera vez a las 9h de la mañana y eran las 21h de la noche aprox. Pensar en seguir la noche en casa estando incómoda y no saber cuándo ir, me hizo pensar que allí la noche la pasaría mejor (“por lo menos ya estaría allí”). 

Vuelta a bajar los cinco pisos de mi casa, vuelta a coger un taxi. En el primer taxi había llorado de la emoción y de la alegría entre contracción y contracción. En este taxi ya no lloraba de emoción, sentía más la inquietud. Al volver a la admisión, me volvieron a meter en unos minutos. Y directa a otra exploración.  A las dos llegadas me preguntaron: “¿has roto la bolsa?” respuesta: No. Esta segunda vez me exploró una ginecóloga que recuerdo fría. Me preguntó ¿Cuánto te han dicho esta mañana? 1 cm. Pues sigues igual. Me quedé alucinada. ¿cómo iba a seguir igual después de diez horas de contracciones cada vez más intensas? ¿Y el tacto que me hizo mi madre en el que valoró 6cm?  Este fue un ejemplo claro para mi de que la dilatación del cuello uterino no puede ser un criterio para valorar el trabajo de parto, o el criterio de ingreso. 
Ese fue un momento brutal de bajón. Estaba agotada. Llevaba 48 horas sin dormir ni descansar, y aun tenía que volver a casa a pasar otra noche que no sabía lo que me depararía. 
Lo que en principio es una buena práctica (no ingresar antes de lo necesario y poder seguir el trabajo de parto en casa), a mi me supuso mucho estrés. Dos viajes de taxi muy breves pero muy incómodos, llegar hasta allí, estar sola en una salita mientras me ponían el monitor de las contracciones, escuchar “no estás de parto” cuando yo sabía que sí, esperar casi una hora en la sala de espera porque no nos podíamos ir sin el informe de alta. Y todo eso dos veces. 
Así que volvimos a casa. Recuerdo que en ese rato Javi se puso a avisar a la gente de que volvíamos a casa, y a mí me jodía mogollón porque quería que estuviera conmigo y con mi bajón y con mi miedo, no con el teléfono. Sentía ira en ese momento contra él. Luego supe de sus nervios y de su no saber, y se había impuesto la tarea de toda la logística. 
Esa noche ya en casa fue el final y el comienzo. Fue una noche de pesadilla y gloriosa al tiempo. Pasarían como 6 horas desde que volvimos del hospital hasta que empecé a empujar. 
Pasé la mayor parte del tiempo sola en la habitación de Laia en el suelo. Con alguna almohada, toalla… gimiendo, gritando, no podía más de dolor. Recuerdo cómo me iba pasando el tiempo y yo estaba en trance. 
Recuerdo el momento en que coloqué una de las toallas en el suelo y me rendí conscientemente. Mi pensamiento fue: ya está. Si Laia tiene que nacer aquí, que nazca aquí. Y sentir la más absoluta de las confianzas. 
Justo después se rompió la bolsa en un gran chorro en aspersor, y empecé a empujar. Comencé a sentir una fuerza descomunal, animal, y estaba en trance total. No era capaz de levantarme a decir nada a Javi. En ese momento él se estaba levantando de dormir y me escuchó decir “estoy empujando”.  Cómo??? Gritó. Yo seguía en trance. Era subrealista pero mientras yo no ingresara en el hospital, Javi tenía que ir a trabajar a la uni y ese día tenía clase. En ese momento se puso a enviar un mail avisando de que no iba, y empezó a moverse rápido cogiendo la bolsa, llamando al taxi, me traía un pantalón para ponerme, jajaja ahora lo pienso y me hace reír.  A mi todo eso me parecía en ese momento de otro planeta. Yo solo empujaba y estaba completamente en trance, conectada con todas las mujeres de la tierra que hayan parido alguna vez. No recuerdo otro momento que haya vivido tan espiritual. 
Tercer viaje al hospital. Quinto taxi. Empujando en las contracciones con una fuerza que no he sentido nunca. Los pujos me eran intensamente placenteros. La conexión con el mundo exterior que mantenía en los otros dos viajes, había desaparecido. No podía hablar con nadie, ni incorporarme ni ponerme de pie para dirigirme a la gente. Yo solo quería tirarme al suelo a seguir empujando. Llegamos a admisión. Lo mismo. Me hacen pasar al potro ese de tortura. Yo llego reptando, les digo que estoy empujando, que no hace falta que me hagan otro tacto, que es absurdo que me hagan subir ahí, que no había que comprobar nada, que me va a costar mucho subir ahí, no puedo, estoy empujando … yo me repetía y empujaba, pero no me hacían ni puto caso. Ellas a lo suyo. Me insistían en subir al potro. Subí como pude entre contracción y contracción. Un gine muy dulce me exploró y puso los ojos como platos. “Está en completa! “ Gritó. No pude evitar decir “si os lo estoy diciendo, que estoy empujandoooo”. Nada más bajar del potro aquel, apareció una hadita pequeña y preciosa, en forma de matrona. 
Se acercó a mi super dulce, me cogió la mano y me dijo “Hola, Amaia, soy A., soy la matrona, yo te voy a acompañar, ¿quieres venir conmigo?”. Yo emocionadísima, llorando, le dije siii, por favooorr. Este momento, casi cuatro después, aún me hace emociona. Este era el momentazo que estaba deseando vivir tranquila. Que se terminaran los trámites, para yo poder seguir a lo mío con alguien amoroso al lado. Javi entró en ese momento porque salieron a buscarle, y le grité “mi amooorr, veeen!”  Venía corriendo con la bolsa. Me acogió también, y me fui quitando la ropa según llegábamos a la habitación. Me quedé solo con las zapatillas. Había una cama allí con los potros para las piernas. Me vinieron muy bien para apoyarme y poder seguir de pie. Dos matronas conmigo, una conmigo y la otra poniéndome el monitor. La matrona que estaba conmigo, recuerdo que me dijo super amorosa “Veo que ya has encontrado tu postura”.  Javi al otro lado, yo me apoyaba en él, mientras gritaba, sudaba. 
Entré en esa habitación a las 8.30h de la mañana. Y seguí pujando salvajemente 45 minutos más, hasta que Laia nació. De ese rato recuerdo lo siguiente. Una fuerza descomunal, sentirme super poderosa, y super eufórica. Recuerdo la sensación brutal de sentir el periné con muchísima tensión, y sentir todo, en cada pujo fuerza brutal pero yo no hacía “nada” conscientemente. El cuerpo hacía solo. 
Recordé durante muchos días los ánimos de las matronas, me decían todo el rato “Lo estás haciendo super bien”, “Vamos, muy bien, Amaia, Laia ya está aquí!” y repetían estas frases. Yo les veía como Hulligans, a tope dándome toda su energía. 
Cuando ya no pude más sostenerme de pie y tenía los brazos cansadísimos de sujetarme y hacer fuerza, (llevaba 48 horas sin descansar, casi sin tumbarme), les dije que me iba a subir a la cama, y me puse en decúbito lateral. Estaba muy cómoda y pude hacer los últimos pujos así. En los pujos empujaba las piernas contra sus cuerpos, y ellas me sujetaban con fuerza.  Hubo un momento que notaba fuego en el periné y les dije “Estoy notando muchísima presión en el periné ahora, ¿intento pujar más suave?”  y me dijeron “Lo estás haciendo super bien, la cabeza de Laia está saliendo y por eso notas tanta presión. Ve poco a poco ahora”. Y yo pude abrir suave con más conciencia porque lo sentía todo y no me resultó difícil hacerlo. Después mi pareja me diría que ellas se habían quedado alucinadas de la conciencia corporal que había tenido para poder abrir la vagina con suavidad. Pero no era técnica, era que no estaba anestesiada y lo notaba todo muy bien. 
Laia ya estaba aquí. Sacó su cabeza y en el siguiente pujo el cuerpo. Se hizo el susto en la sala. Parece que no respiraba. Estaba azul o lila, no sé. Tenía dos vueltas de cordón al cuello. La monitorización había estado todo el tiempo bien y no había dado ninguna señal de sufrimiento en ella, así que las matronas se asustaron y se sorprendieron. Rápidamente, cortaron el cordón umbilical, avisaron a una pediatra y en una camilla de al lado, hicieron lo que creo que fue reanimar a Laia y hacer que respirara. Sé que esos fueron los hechos, pero yo en ese momento tenía tal colocón de oxitocina que tardé en sentir la inquietud de lo que estaba pasando. Fueron unos minutos que a las matronas y a Javi se les hicieron eternos porque se asustaron mucho. A mi me salvó el colocón, pero sí pregunté al de unos minutos, “¿Qué pasa? Me estoy asustando”. Mi matrona me dijo que ella se quería centrarse en mi y en la placenta. Y yo comencé a gritar a Laia, que estaba al lado. “Laia, miamor, estamos aquí, estamos contigo, no tengas miedo” tan alto como pude para que me pudiera oír.  
Pienso que me oyó y le sirvió porque se recuperó en unos segundos. Cuando Laia respiró me la pusieron conmigo, le vi, le toqué, le olí, fue una sensación maravillosa. Las matronas y Javi lloraron aliviadas. Le explicaron a Javi que Laia se había ahogado un poco y que se había recuperado bien. 
Enseguida salió la placenta con los siguientes pujos. Mi matrona nos la enseñó preciosa, enorme, con su forma del árbol de la vida. Recuerdo muy bien su imagen. Seguido a salir la placenta, me invitaron a que fuera a hacer pis porque al masajearme el útero notaron que tenía la vejiga llena. Fui a hacer pis y noté un pequeño escozor en la vulva. Era una pequeña heridita que no necesitó ningún punto. 
Ahora sé que fue un susto grande del que todos quisieron salvarme a mí, y es verdad que en el momento no me enteré mucho. Laia no necesitó ningún tratamiento ni ninguna observación más allá de esos minutos. 
Desde ese momento a las siguientes horas y varios días, no recuerdo una sensación física, psicológica y espiritual tan brutal, sentía un bienestar físico enorme, que me recordaba a las veces que he consumido MDMA. Una sensibilidad física extrema y una conciencia ampliada de los sentidos. Con Laia en mi cuerpo 24 horas, solo me separaba de ella para ducharme, era una sensación muy placentera, todo el día tumbadas o sentadas, pegaditas, mamando, oliéndonos, durmiendo … 
Me pasé las primeras semanas de posparto contando mi parto muchas veces, era una necesidad para mí, había vivido algo tan brutal y glorioso que necesitaba compartirlo. Pero nunca hasta ahora lo había escrito. 
Deseo que sirva a otras mujeres a entender lo que es un parto fisiológico. 
Os abrazo a todas.