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Mi relato de parto, nacimiento de E
El nacimiento de mi hija mayor fue en 2014. Eutocico, «parto normal», con epidural, episiotomia, oxitocina sintética, posición de litotomia para el expulsivo, que duró dos horas. El postparto me resultó bastante duro. Mi niña era el mejor regalo y la mayor recompensa, pero ni de lejos viví el parto que había soñado. Me costó mucho aceptarlo.
Cuando me quedé embarazada de nuevo, todas aquellas emociones afloraron de nuevo. Me propuse un parto distinto, iba a ser un parto disfrutado, no simplemente «soportado». Ya me habían dicho que mi hija iba a ser grande, unos 4kg. Algún profesional poco acertado pronunció cesárea, cuando aún quedaban varias semanas de embarazo. Mucho tiempo me estuve preparando para nuestro gran día, tanto física como mentalmente. Sobre todo, mentalmente. Creerme capaz de parir sin intervenciones fue mi cometido. Quería sentirme una mamífera, una loba. El 4 de agosto de madrugada me despertaron las contracciones, aunque luego pararon. Durante el día seguían, aunque sin pauta. Por la tarde ,dimos un paseo de una hora y media, con un trayecto cuesta arriba que hacía semanas que no podía hacer. Ese día me empujaba una energía inaudita. Por el camino sentí un « crack». Cuando llegué a casa me di cuenta de que tenía la bolsa fisurada. Hacia la 1 de la madrugada , ya del día 5, intenté acostarme pero no podía. Se lo dije a mi marido, quiso acompañarme el tiempo que necesitara hasta que yo decidiera ir al hospital, pero yo preferí que descansara, porque no sabíamos cuantas horas nos quedaban por delante. Me fui a la terraza, todo estaba en calma, la luna estaba casi llena. Pasé varias horas sola, con la pelota, buscando el movimiento que quería mi cuerpo. Con música, disfrutando de la vivencia. Perdía más líquido amniótico con cada contracción, que ya llegaban cada 2-3 minutos. Me encontraba genial. Avisé a mi marido para irnos, me duché, besé a mi hija mayor (esto fue muy difícil para mí, nunca me había separado de ella), me abracé a mi madre entre lágrimas y nos fuimos. En el hospital, después de monitores durante una hora, una exploración muy dolorosa para comprobar la fisura de la bolsa, que me hizo gritar a la matrona, (no bastaba con mi descripción, parece ser), me dicen que :
-No estás de parto. No has dilatado nada y no puedo comprobar que tienes la bolsa fisurada. ¿Seguro que era líquido amniótico?
No sólo me vine abajo porque no había dilatado nada, sino por la exploración dolorosa y creo que, innecesaria. Más hiriente fue dudar de mí, como mujer, de lo que le estaba contando, y ridiculizarme cómo para insinuar que me estaba orinando. Después de decirle que me iba a casa si no estaba de parto, la situación se suavizó. Solicité que me ingresaran en dilatación y no en habitación compartida con otra persona, no quería contener mi proceso si estaba con otra mujer que ya había parido o que estaba en ello. Necesitaba intimidad. Pero me ingresaron en una habitación normal, por suerte, sola. Desayunamos algo, a todo esto con las contracciones paradas por completo. Tenía vistas al mar, estábamos solos. Las contracciones regresaron cada 2 minutos. Descalza, andaba por la habitación dando vueltas, me ponía en cuclillas, a gatas en la cama , en el suelo. Me di un baño en una bañera minúscula de la que necesité ayuda de mi marido para salir . Él me sujetaba por los brazos mientras yo me dejaba caer en la siguiente contracción. Gruñia, gemia, respiraba, me dejaba llevar. Las palabras de mi compañero me aliviaban. Otra contracción, muy intensa. Intenté poner la música que tenía preparada, pero no escuchaba nada. Apenas podía hablar. Estaba en el suelo sobre la pelota, cuando súbitamente sentí descender a mi niña. Una presión en el sacro. Me levanté, no sé cómo, y a gatas sobre la cama, dije mi marido que la niña ya venía. Mientras salió a llamar a la matrona, me agarré a la barandilla de la cama y grité, grité mientras me recorría un tsunami desde mi útero. Una pausa de unos segundos,respiro, otra vez esta ola gigante de vida me recorre el cuerpo y el alma. La habitación se llena de gente, me piden que me tumbe para ver a mi bebé, y les grito que no puedo, que ya viene, no puedo moverme, y aferrada a la cama me llevan al paritorio. Grito por el pasillo, la gente se aparta , yo no veo nada. En la siguiente pausa me cambio de cama, caigo boca arriba, ya no puedo moverme mucho más. Alguien me dice que grite lo que quiera pero que empuje. Mi marido me da fuerzas con sus palabras. Apenas empujo, mi niña sale casi sola, dos veces o tres, no lo recuerdo. La termino de sacar, cojo ese cuerpo calentito y escurridizo y me lo pongo en el pecho. Ya está aquí, mi niña, mi bebé, 3,800kg de vida, dilatación en apenas dos horas, un expulsivo de pocos minutos. Son las 11:58 de la mañana. Se engancha al pecho de inmediato y yo casi no la puedo ver de las lágrimas Mi compañero me dice que soy una leona, y llora conmigo.
Leonas somos todas, sólo tenemos que recordarlo. La vida es un milagro hecho por mujeres.
Cuando me quedé embarazada de nuevo, todas aquellas emociones afloraron de nuevo. Me propuse un parto distinto, iba a ser un parto disfrutado, no simplemente «soportado». Ya me habían dicho que mi hija iba a ser grande, unos 4kg. Algún profesional poco acertado pronunció cesárea, cuando aún quedaban varias semanas de embarazo. Mucho tiempo me estuve preparando para nuestro gran día, tanto física como mentalmente. Sobre todo, mentalmente. Creerme capaz de parir sin intervenciones fue mi cometido. Quería sentirme una mamífera, una loba. El 4 de agosto de madrugada me despertaron las contracciones, aunque luego pararon. Durante el día seguían, aunque sin pauta. Por la tarde ,dimos un paseo de una hora y media, con un trayecto cuesta arriba que hacía semanas que no podía hacer. Ese día me empujaba una energía inaudita. Por el camino sentí un « crack». Cuando llegué a casa me di cuenta de que tenía la bolsa fisurada. Hacia la 1 de la madrugada , ya del día 5, intenté acostarme pero no podía. Se lo dije a mi marido, quiso acompañarme el tiempo que necesitara hasta que yo decidiera ir al hospital, pero yo preferí que descansara, porque no sabíamos cuantas horas nos quedaban por delante. Me fui a la terraza, todo estaba en calma, la luna estaba casi llena. Pasé varias horas sola, con la pelota, buscando el movimiento que quería mi cuerpo. Con música, disfrutando de la vivencia. Perdía más líquido amniótico con cada contracción, que ya llegaban cada 2-3 minutos. Me encontraba genial. Avisé a mi marido para irnos, me duché, besé a mi hija mayor (esto fue muy difícil para mí, nunca me había separado de ella), me abracé a mi madre entre lágrimas y nos fuimos. En el hospital, después de monitores durante una hora, una exploración muy dolorosa para comprobar la fisura de la bolsa, que me hizo gritar a la matrona, (no bastaba con mi descripción, parece ser), me dicen que :
-No estás de parto. No has dilatado nada y no puedo comprobar que tienes la bolsa fisurada. ¿Seguro que era líquido amniótico?
No sólo me vine abajo porque no había dilatado nada, sino por la exploración dolorosa y creo que, innecesaria. Más hiriente fue dudar de mí, como mujer, de lo que le estaba contando, y ridiculizarme cómo para insinuar que me estaba orinando. Después de decirle que me iba a casa si no estaba de parto, la situación se suavizó. Solicité que me ingresaran en dilatación y no en habitación compartida con otra persona, no quería contener mi proceso si estaba con otra mujer que ya había parido o que estaba en ello. Necesitaba intimidad. Pero me ingresaron en una habitación normal, por suerte, sola. Desayunamos algo, a todo esto con las contracciones paradas por completo. Tenía vistas al mar, estábamos solos. Las contracciones regresaron cada 2 minutos. Descalza, andaba por la habitación dando vueltas, me ponía en cuclillas, a gatas en la cama , en el suelo. Me di un baño en una bañera minúscula de la que necesité ayuda de mi marido para salir . Él me sujetaba por los brazos mientras yo me dejaba caer en la siguiente contracción. Gruñia, gemia, respiraba, me dejaba llevar. Las palabras de mi compañero me aliviaban. Otra contracción, muy intensa. Intenté poner la música que tenía preparada, pero no escuchaba nada. Apenas podía hablar. Estaba en el suelo sobre la pelota, cuando súbitamente sentí descender a mi niña. Una presión en el sacro. Me levanté, no sé cómo, y a gatas sobre la cama, dije mi marido que la niña ya venía. Mientras salió a llamar a la matrona, me agarré a la barandilla de la cama y grité, grité mientras me recorría un tsunami desde mi útero. Una pausa de unos segundos,respiro, otra vez esta ola gigante de vida me recorre el cuerpo y el alma. La habitación se llena de gente, me piden que me tumbe para ver a mi bebé, y les grito que no puedo, que ya viene, no puedo moverme, y aferrada a la cama me llevan al paritorio. Grito por el pasillo, la gente se aparta , yo no veo nada. En la siguiente pausa me cambio de cama, caigo boca arriba, ya no puedo moverme mucho más. Alguien me dice que grite lo que quiera pero que empuje. Mi marido me da fuerzas con sus palabras. Apenas empujo, mi niña sale casi sola, dos veces o tres, no lo recuerdo. La termino de sacar, cojo ese cuerpo calentito y escurridizo y me lo pongo en el pecho. Ya está aquí, mi niña, mi bebé, 3,800kg de vida, dilatación en apenas dos horas, un expulsivo de pocos minutos. Son las 11:58 de la mañana. Se engancha al pecho de inmediato y yo casi no la puedo ver de las lágrimas Mi compañero me dice que soy una leona, y llora conmigo.
Leonas somos todas, sólo tenemos que recordarlo. La vida es un milagro hecho por mujeres.