- Mis hijos y yo-
2001
Con sólo 21 años me quedo embarazada. «Uy, ¡qué jovencita!», decían todos. «Pobrecita, su vida ya no será igual», «ha arruinado su futuro»… Yo no estaba casada, apenas hacía tres meses que salía con el que ahora es mi marido, éramos amigos de toda la vida, pero como pareja apenas comenzábamos.
Yo estaba aterrada, sí. Aún no había terminado mis estudios, tenía muchos sueños y muchas ilusiones que quizás ya no se cumplirían, es verdad; pero tendría algo mejor: ¡un hijo!
Fue un embarazo lleno de expectativas y de miedos, claro. Lleno de historias de aterradores partos y otros no tanto, llena de miedo a todo: a las analíticas, al dolor del parto, a todo lo desconocido, más aún a lo que vendría después.
Los vídeos de nacimientos me ponían los pelos de punta, pero me encantaba verlos, lloraba a mares. Las agujas, las tijeras, la sangre… (Por Dios, ¿cómo es que siendo tan horrible no nos hayamos extinguido aún?).
Pronto la sentencia: cesárea programada en la semana 39 por desproporción cefalopélvica. No me harían «sufrir» en vano gracias a una pelvimetría que determinó que yo «no servía para parir». Entonces di gracias de vivir en la era moderna, porque de haber nacido en los milsetecientos hubiese sido fatal para mi niño y para mí.
Sin darme cuenta, llegó el tan temido día. Camino a la clínica bebí jarabe de valeriana para los nervios; pensar en la operación me mataba de miedo. Entré a quirófano temblando, los nervios me invadían. Me hicieron bola y me pincharon la raquídea, me adormecí, era como un sueño… desperté un poco al oír un llanto y pregunté si estaba bien, me lo enseñaron dos segundos y no paré de llorar de ahí en adelante. A ratos me dormía, a ratos despertaba. Cuando estaban por terminar me espabilé un poco y no dejé de preguntar por mi niño, al que se habían llevado ya. «El niño está bien; no hables, que te llenas de gases», me dijeron.
Luego a recuperación. Las siguientes seis horas las pasé allí. Me subieron a la habitación gracias a mi madre, que movió cielo y tierra: se habían olvidado de mí. Me aterra solo el recordarlo.
Finalmente, y después de tanto tiempo, conocí a mi hijo, mi hermoso Dani. Pesó 3,500 kg y midió 50 cm. Sanito, hermoso… no paré de llorar, tenía muchos sentimientos encontrados. Fui la última en conocerle… Tenía un cortecito en la cabeza, como un rasguño; nadie nos dijo nunca a qué se debía pero ahora lo sé… Aún tiene la marca.
Iniciamos la lactancia muy torpemente, con muchas grietas y mucho dolor. Cuando me subió la leche me dio fiebre, me sentía como una vaca teniendo que ordeñarme para evitar una mastitis. Gracias a Dios la leche fue abundante desde el principio y mi hijo tenía mucho alimento. Tomó pecho sólo hasta los seis meses, principalmente porque me daba vergüenza darle de comer frente a los demás.
Pasaron los años y mi cuerpo extrañaba el embarazo, me pedía a gritos un nuevo niño. Sabía que no era el mejor momento, vivíamos en casa de mi suegra con mucha gente y poco espacio. Pero mi cuerpo no entendía eso, sólo deseaba dar más vida y en un momento sin pensarlo mucho ocurrió que nos quedamos embarazados de nuevo.
Los primeros cinco meses no paré de vomitar, todo lo que entraba tenía que salir, pero aún así me encanta mi barriga y la llevaba muy feliz.
2008
La situación en casa y en el país (Venezuela) era cada vez más inviable, no era el mejor lugar para traer al mundo a mi pequeño y decidí dejarlo todo y venirme a España, a casa de mi madre. Mi marido se quedó un poco descolocado y prometió seguirme más adelante.
Con mucho miedo dejé mi trabajo, mis amigos, mi familia, mi tierra… mi esposo… siempre con la esperanza de un futuro mejor para mis hijos. Con casi seis meses de embarazo embarqué en el avión con mi Dani y mi queridísima abuela (QEPD) a un futuro un poco incierto. Me preocupaba mucho el tema sanitario, yo confiaba tanto en mi ginecóloga que pensar en un embarazo y parto sin ella me aterraba.
Ya en España, tocaba ir a la primera visita con la matrona. Yo estaba muy nerviosa, solo me había visto un médico en toda mi vida porque soy muy pudorosa. Yo tenía grabada la sentencia de mi ginecóloga: «tus caderas son estrechas y no lograrás tener un parto vaginal a menos que utilicemos fórceps», así que lo primero que le pregunté fue si programaríamos la cesárea.
Esta matrona me explicó que por protocolos del hospital tenía que ponerme de parto primero y que esa era la única forma de saber si pasaba el bebé o no, pero yo no confiaba en ella, sólo pensaba en lo que me había dicho mi gine.
Cerca de la semana 40 comencé a expulsar el tapón mucoso. Yo no tenía ni idea de lo que era, nunca había pasado por eso y me había informado mucho de embarazos pero absolutamente nada del parto porque estaba convencida que terminaría en cesárea, así que me fui al hospital. Al llegar me vio una matrona que me trató muy mal y me dijo que, efectivamente, no era el momento. En ese instante tuve terror de lo que pudiese venir, del maltrato que podría sufrir en manos del personal sanitario.
Días más tarde comencé a tener molestias en la parte baja de la espalda, comenzaban mis contracciones. Mi hijo me daba masajes y me aliviaban mucho, me di una larga ducha caliente y me fui al hospital con contracciones cada cinco minutos.
Nada más llegar me conectaron a monitores y me hicieron un tacto, de repente vi a todo el personal correr, me llevaban a quirófano: había prolapso de cordón. Anestesia general, y en menos de dos minutos nació mi Sami. Pesó 3,750 kg y midió 52 cm.
No sé cuántas horas pasé en reanimación, pero sé que fueron muchas. Iniciamos la lactancia sin problemas.
Como «anécdota» puedo contar que cuando las enfermeras me levantaron de la cama, se me bajó tanto la tensión que casi me desmayé. Me llevaron corriendo a urgencias a revisar si se había abierto la cicatriz, pensaron que tenía una hemorragia interna, me abrieron las piernas de par en par en medio de un pasillo con ciento y su madre mirándome y finalmente no era nada, simplemente ocurrió porque me pusieron de pie muy rápido.
La recuperación fue extremadamente difícil para mí, en principio porque emocionalmente estaba hecha polvo, mi marido no estaba conmigo, y además me sentía inútil. La cicatriz me había quedado muy marcada, de hecho aún tengo una especie de bulto sobre ella que no se quita y casi no tengo sensibilidad en la zona.
Samuel tomó el pecho hasta los dos años.
2011
Los años anteriores habían sido muy duros. Hacía ya casi un año que había dejado la casa de mi madre en Tarragona para venirme a Madrid, donde había conseguido un empleo estable. Ya estaba instalada con mis niños cuando finalmente mi marido llegó a España para quedarse, después de dos años sin vernos.
Una tarde que nos quedamos solos ocurrió que nos quisimos mucho y, sin querer, nuevamente seríamos padres. Lo supe desde el minuto uno. Habíamos intentado tomar ciertas precauciones porque él aún no comenzaba a trabajar y estábamos bastante justos, pero una nueva vida no sabe de eso, sólo sabe que tiene que venir a este mundo.
Al principio me agobié mucho, acabábamos de pasar por un muy largo período separados y sólo me apetecía disfrutar momentos a solas con él, vivíamos en una casa pequeñita y estaban por llegar familiares de fuera que no sabíamos cuanto tiempo se quedarían con nosotros… y por supuesto ¡una tercera cesárea, qué miedo!
Días más tarde recibí la llamada de mi prima desde el otro lado del charco. Hablamos de nuestras cesáreas y me dijo que creía haber leído en alguna parte que después de cesárea no siempre tiene que haber otra cesárea. Eso me picó la curiosidad y fue cuando comencé a investigar.
Leí algunas cosas respecto a parto vaginal después de varias cesáreas, vi que sí que era posible, me emocioné mucho viendo vídeos en Youtube y me dirigí a la primera consulta a sabiendas de que la idea no era tan descabellada, pero comenzamos mal. La ginecóloga me ofreció de entrada una ligadura de trompas, y como eso no cabe dentro de mis convicciones, le dije: «Gracias, pero no». Su reacción fue llamarme y decirme de todo: «irresponsable», «tres o cuatro cesáreas es algo muy peligroso», «para qué quieres mas hijos», etc., etc. Le pregunté por la posibilidad de un parto vaginal después de dos cesáreas, a lo que contestó: «Vas a matar a tu hijo, te vas a morir tú y vas a dejar tus otros dos niños sin madre. No conseguirás a nadie que te atienda un parto vaginal después de dos cesáreas ni en la sanidad pública ni en la privada».
Aún a pesar de sus palabras, continué investigando y fue cuando conocí Apoyocesáreas, pero todavía no sabía bien por dónde empezar.
Para mí, las consultas médicas se convirtieron en un calvario porque ya sabía que sí que se podía, pero ellos me decían que no. Cambié de ginecólogo varias veces, pero recuerdo especialmente uno que me dijo cosas muy fuertes, que ya conté en su día, y que mi querida amiga Lady Vaga tuvo a bien publicar en su blog, así que, con su permiso, dejo aquí el enlace por si alguna lo quiere leer.
Finalmente, un correo de la lista Apoyocesáreas me dio la luz: una compañera había escrito a varios hospitales de Madrid y tenía una lista de algunos que le habían contestado favorablemente a un parto vaginal después de dos cesáreas, así que seguí sus pasos y no mucho tiempo después me estaba cambiando de hospital, a uno que me quedaba a 50 minutos de casa. Para entonces ya tenía cerca de 35 semanas de embarazo.
Hacia el final, las cosas comenzaban a mejorar en lo personal, nuestros familiares se habían ido, volvíamos un poco a la normalidad y comencé a disfrutar plenamente de mi barriga. Pude, por fin, conectar con mi bebé.
EL PARTO
Los últimos días las hormonas me pedían a gritos más contacto físico con mi pareja. Ya estaba de 40 semanas y no era tarea fácil con la barriga tan grande, pero nos lo ingeniamos y gracias a aquello el tapón mucoso comenzó a salir.
Una semana más tarde aún seguía entera y comenzaba a desesperarme. En el hospital me habían puesto límite y no quería tener que llegar a él. En los controles de monitores había buena dinámica, pero el parto aún no terminaba de arrancar.
Una noche me vino la musa inspiradora y comencé a fabricar el establo de mi pesebre para las navidades. Me encantan las artes manuales y me relajan mucho, así que lo disfrutaba tanto que no me di cuenta de que entraba la madrugada mientras cortaba, pegaba y pintaba.
Mi marido no estaba, se había ido a casa de un amigo, los niños dormían, ¡y yo solita y feliz! Tenía contracciones, pero estaba tan concentrada que las ignoraba por completo. Unas me molestaban un poco más que otras, pero no les di importancia.
Cerca de las 5 de la mañana llegó mi marido a casa y las contracciones comenzaron a ser más fuertes. Él se fue a dormir y yo pensé en acostarme también. No soporté ni cinco minutos, fue entonces cuando me di cuenta de que realmente el momento había llegado.
Me encantaban las contracciones, eran cada 5 minutos y bastante fuertes, ¡nunca las había sentido así! Con mis otros hijos no me dejaron. Traté de relajarme, empecé a apuntar la frecuencia. Pero comencé a ponerme nerviosa, las contracciones las sentía diferentes a las pocas que sentí con Sami; éstas eran en el vientre y me daba pánico la cicatriz. Recuerdo que escribí a la lista sobre las 10 de la mañana muerta de miedo porque me había bloqueado y no sabía bien qué hacer.
Para entonces ya había despertado a mi marido, los niños se habían levantado y el tenerlos rondando por casa me resultaba incómodo.
Recuerdo que leí los primeros dos o tres mensajes y traté entonces de relajarme, respiraba profundo con cada contracción e intentaba no oponer resistencia, tal como había leído en la Guía sobre el embarazo y parto natural de Consuelo Ruiz, ¡y para mi sorpresa funcionaba!
La posición con la que podía encajar mejor las contracciones era a cuatro patas, colgada sobre la pelota o sobre almohadas en el sillón. Pero no estaba cómoda con los niños a mi alrededor, así que llamamos a la persona que nos llevaría al hospital y me di una ducha de agua caliente.
Cerca del mediodía salimos para el hospital. Yo iba en la parte trasera del coche a cuatro patas apoyada en un par de almohadas, casi no recuerdo el trayecto. Creo que fue el único momento en el que estuve realmente en el «planeta parto».
Al llegar al hospital me hicieron un tacto: ¡estaba de 4 cm! Para mí ya era una gran victoria, estaba muy contenta. Nos pasaron al paritorio, era una habitación agradable y tranquila, nos dejaron solos y apagaron las luces. Intenté usar la pelota como en casa pero ya no me gustaba, necesitaba estar colgada de mi marido aunque a él no le agradaba mucho.
Pasaron las horas y cada vez las contracciones eran más fuertes. Me habían conectado a monitores inalámbricos, así que me podía mover, pero las correas se me caían a cada momento y era difícil concentrarme en mi trabajo.
Pedí darme una ducha caliente, las contracciones dolían bastante, así que me quitaron los monitores y pasé un buen rato bajo el agua. Al salir del baño me conectaron nuevamente a los monitores pero el latido estaba cayendo con las contracciones y enseguida recordé el nacimiento de Sami, que empezó de la misma forma y terminó en cesárea de emergencia.
Me pidieron que me acostara sobre el lado izquierdo para probar si el latido mejoraba pero acostada me era imposible encajar las contracciones. Me dejaron estar de pie un rato más pero el latido seguía igual, así que me propusieron poner un monitor interno. Finalmente, después de mucho insistir, accedí.
Estaba dilatada de 8 cm. Me rompieron la bolsa para poner un monitor que nunca sirvió, ya que no consiguieron colocarlo. Yo ya no podía soportar el estar acostada, me levanté e intenté continuar mi trabajo de parto como hasta entonces, pero las contracciones comenzaron a superarme, ya no era capaz de encontrarme cómoda y relajada, y en un momento de debilidad pedí la epidural.
[Aquí haré un paréntesis, ya que esto me lo he cuestionado mucho. Yo era consciente de que existirían momentos de debilidad como este, pero estoy segura que de haber tenido el apoyo de mi marido al 100% no me la hubiese puesto. Sabía que en algún momento la pediría y le dije que por favor no me dejara, que me dijera que yo podía, aunque el no se lo creyera. En realidad no le culpo, él estaba muy asustado y sé que lo hizo lo mejor que pudo. Antes de que acabaran de ponerme la epidural, yo ya me había arrepentido de pedirla, sabía que podía dar todavía mucho más y que ya me faltaba poco para llegar a completa].
Las siguientes dos horas las pasé acostada de lado para no perder el latido en el monitor. La anestesia no la colocaron bien y continuaba sintiendo las contracciones de un lado. La parte positiva fue que pude descansar y dormitar un poco mientras el parto continuaba avanzando.
Unas dos horas después de la epidural comencé a sentir presión en el recto; era como ganas de ir de vientre. Un tacto y ¡ya estaba en completa! Pero el bebé seguía en primer plano, estaba muy alto.
Las contracciones cada vez se notaban más y yo sentía ganas de empujar. Empujar me aliviaba mucho y era algo que casi no podía evitar. Me recomendaron pujar a ver si el niño bajaba. No me dejaban levantar por si las piernas no me respondían por la anestesia.
Con cada pujo el latido disminuía. El personal se preocupaba, se miraban entre ellos sin decirme nada, pero yo lo sabía. Fue entonces cuando entró la ginecóloga (a la que llamaremos G1), quien tras ver los monitores sacó a colación «una posible cesárea» pero todo el hospital conocía mi historia y decidieron pedir la opinión de otra ginecóloga (a la que llamaremos G2).
G2 entró a la habitación, me hizo un tacto y me pidió que empujase para ver la efectividad. El niño seguía muy alto, «pero tú pujas bien», me dijo, «sigue empujando, que vas por buen camino». Así que eso hice.
No sé cuánto tiempo estuve pujando; sé que no fue mucho. Al pujar el niño bajaba, pero cuando paraba para respirar subía de nuevo. No avanzábamos mucho y G1 se empezaba a impacientar porque la frecuencia cardíaca del bebé disminuía y le costaba un poco recuperarse, mientras G2 la tranquilizaba y me daba ánimos para continuar pujando.
La frecuencia continuaba bajando y costaba recuperarlo así que G2 sugirió utilizar ventosas para acelerar el expulsivo, me pidieron permiso y dije que sí. Así que eso hicieron, colocaron la ventosa y seguí pujando pero al pasar la contracción el bebé subía otra vez, así que G1 hizo un poco de presión en la parte alta de mi barriga (sólo sostuvo, no fue una maniobra de Kristeller, no os asustéis) y Christian salió en dos pujos más.
Nada más salir se lo llevaron a toda prisa para reanimarlo, no necesitó intubación pero estaba muy alicaído. No me lo pusieron al pecho porque decían que estaba agotado tras el parto, aunque luego, viendo su Apgar de 7-9, no creo que estuviese tan mal. Tuvieron a Christian en neonatos durante el tiempo que tardaron en suturarme la episiotomía y un pequeño desgarro superficial. Es la única queja que tengo del hospital, que no lo dejaran quedarse conmigo piel con piel.
La recuperación fue dura, ya que al día siguiente del parto se llevaron al niño a Neonatos, donde permaneció cuatro días debido a ictericia por incompatibilidad del factor Rh. En la sala de neonatos eran muy respetuosos con la lactancia y podíamos estar con él las 24 horas. El ir y venir cada día causó que los puntos tardaran más tiempo en cicatrizar, uno de ellos se abrió pero luego terminaron por curarse sin problemas.
Hoy que Christian cumple 8 meses miro atrás y os puedo decir lo siguiente:
Mi hijo vino a este mundo a enseñarme que no debo callar cuando algo no me parece correcto, que debo luchar por mis derechos y mis convicciones, que debo estar bien informada siempre antes de tomar cualquier decisión. Vino a enseñarme, en definitiva, a ser mejor mamá y mejor ser humano.
De vosotras el aprendizaje fue y sigue siendo abrumador, sin vuestra sabiduría y apoyo este parto vaginal y respetado después de dos cesáreas no hubiese sido posible. Me siento privilegiada de formar parte de Apoyocesáreas y espero devolver por lo menos una pequeña parte de lo que aquí he recibido. Infinitas gracias a todas quienes formáis parte de esta lista, a las que escribís mucho, a las que escribís poco, a las que no escribís… de nuevo, gracias.
A mi Dios, que es mi guía y mi luz, el que me da fuerzas cada día… le estoy muy agradecida por haber puesto en mi camino a estas mujeres maravillosas. Como siempre he dicho: todo pasa por una razón.
Vero
Orgullosa mamá de Carlos Daniel, Samuel y Christian.
Más información:
Dolce far niente, la vida de Lady Vaga, la diva que divaga, el blog de Lady Vaga.