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Nacimiento de Alejandro

El 20 de enero del 2011 nació mi primer hijo en el hospital San Rafael de Cádiz. Alejandro vino a este mundo para volver mi vida del revés y hacerme consciente de tantas y tantas cosas…

Pensaba que iba informada a mi parto. Pagué unas clases de preparación al parto y no fui a las del hospital. Se supone que en ellas había aprendido a respirar, a relajarme, a no tener miedo, a empujar….

Me decía a mí misma que quería un parto “natural”, sin epidural, sin embargo, no me informé de cómo transcurrían los partos en el hospital donde había decidido parir, ni de los protocolos que allí practicaban, ni del índice de cesáreas de aquel hospital, ni siquiera hice un plan de parto porque no sabía de su existencia…en fin…

Mi embarazo transcurrió con normalidad, salvo un par de meses, creo recordar el cuarto y quinto, en que me mareaba y perdía el conocimiento si andaba un rato. Esa época recuerdo que sentía mucha impotencia por no poder hacer todo lo que quería, eran taaaantas cosas las que me empeñaba en llevar para adelante… A pesar de todo, no pedí la baja y seguí trabajando en esas condiciones, como si tuviera que demostrarle algo al mundo. Pero lo que parecía que no iba a tener fin, lo tuvo, y poco a poco empecé a sentirme mejor, se me pasaron los mareos y desmayos, y ya el último trimestre fue el mejor de todos con diferencia.

Cerca del séptimo mes, mi hijo aún no se había colocado cabeza abajo, y el comentario de la ginecóloga fue que seguramente me tendrían que programar una cesárea porque ya a esas alturas era difícil que se diera la vuelta. Lo dijo tan tranquila, como si fuera lo más normal del mundo. Yo ahí no le hice mucho caso y no me asusté, tenía claro que ella no llevaba razón. De hecho mi hijo se dio la vuelta más adelante sin problema.

Pasé la semana 40, y cuatro días después no pude dormir por la noche porque tenía dolores parecidos a los de regla. Al día siguiente me tocaban monitores por la mañana temprano, así que fui y le conté a la matrona lo que me ocurría. Me hizo un tacto y me dijo que se estaba empezando a borrar el cuello del útero, según ella podía estar varios días así y me indicó que sería mejor que me pusiera prostaglandinas . Yo no tenía ni idea de qué era eso y le dije que no quería que me pusiera nada raro. Me dijo que eso era algo muy natural y me dejé hacer. Ni siquiera sabía que eso era un método para inducir partos y que, de hecho, eso era lo que me estaba haciendo, tratando de inducírmelo, sin tener ningún motivo.

Después de ponérmela, me dijo que me fuera a mi casa y que volviera por la tarde noche. La prostaglandina me hizo un efecto casi inmediato, tanto, que nada más llegar a mi casa ya estaba con contracciones. En dos o tres horas no podía más de dolor, no me daba tiempo a recuperarme entre una contracción y otra.

Estaba en casa de mi madre, intentando hacer la comida (nunca se me olvidará, arroz con champiñones), hasta que ya no pude más y le dejé el relevo a ella. Iba aguantando como podía, estaba haciendo tiempo para que mi marido, que estaba en una cita médica, llegara y me llevara al hospital. Luchaba contra el dolor en vez de dejarme llevar y relajarme.

Cuando llegó mi marido, rápidamente nos fuimos al hospital. Iba fatal, me moría de dolor y recuerdo que pensé que no iba a poder guardar las apariencias en el taxi, no estaba para nada metida en mi “planeta parto”. Al llegar me dieron una habitación para mi sola, era un hospital privado, el hospital San Rafael de Cádiz.

Al poco me hicieron un tacto, y al comprobar que estaba de cuatro centímetros, me llevaron a ponerme la epidural. A estas alturas la quería porque no aguantaba el dolor, aunque nadie allí me preguntó, dieron por hecho que me la iba a poner y ya está. Me llevaron en una camilla a quirófano a ponérmela y me dijeron que no me podía acompañar nadie. Recuerdo que me sentí muy indefensa y sola por el camino, observada por la gente que había en los pasillos.

Antes de ponérmela, el anestesista me dijo de forma muy rápida las contraindicaciones que podría tener para mí ( no dijo que pudiera tener alguna para el bebé) y recuerdo que me quedé asombrada cuando nombró que me podía provocar meningitis. Ahí le dije como pude (porque los dolores no me dejaban ni hablar), que yo no quería tener meningitis, que me pusiera muy poquita, no fuera a ser…y él se enfadó (de todas formas no se puede decir que estuviera de buen humor antes) y me dijo que me estaba portando como una niña chica o algo así. La matrona lo corroboró y me instó a portarme bien, porque yo, aparte de ese comentario, me estaba quejando porque me dolía horrores.

Hasta el tercer intento no me pudieron poner la epidural, no se muy bien el motivo, porque yo estaba sentada muy muy quietecita como me habían pedido. Mientras me la ponían, la matrona me felicitó porque ya “me estaba portando muy bien” y no me quejaba ni me movía. Yo solo quería que aquello terminara cuanto antes e hice lo que estuvo en mi mano.

A partir de ahí ya fue todo muy rápido. Llamaron a mi marido y me dejaron sola con él en el quirófano. La matrona estaba cerca y entraba de vez en cuando para ver qué tal iba todo. Yo creo que me pusieron también oxitocina, aunque no me dijeron nada.

Una de las veces que entró la matrona me dijo que me iba a romper la bolsa, como si fuera lo más normal del mundo, y así lo hizo. Luego me dijeron que ya estaba totalmente dilatada y era el momento del expulsivo. Tiene “guasa” que en mi propio parto yo no supiera que “ tocaba” ya el expulsivo y me lo tuviera que comunicar alguien ajeno a mí. Entonces entraron la matrona y otra enfermera . La matrona me indicaba cuándo empujar, aunque yo notaba algo (el anestesista me debió hacer caso cuando le dije que poquita epidural).

Intenté empujar como me habían enseñado en las clases de preparación, pero la matrona me dijo que así no lo estaba haciendo bien, así que empujé como supe y pude y dejé de hacerlo como me habían enseñado. Cuando llevaba poco tiempo de expulsivo entró el ginecólogo a hacerme la episiotomía sin preguntarme siquiera y me dijo textualmente “como no salga al siguiente empujón” habrá que utilizar ventosas y tu marido tendrá que salir. Ante semejante amenaza, empujé con todas mis fuerzas y mi hijo salió. Todo fue muy rápido. A las cuatro de la tarde ingresé en el hospital y a las 7 de la tarde de ese mismo día mi hijo ya había nacido.

Me lo pusieron encima, lo miré y lloré un poco. La matrona dijo algo así como que “yo no tenía sangre en las venas”. Creo que se refería a que yo viví el proceso aparentemente sin emocionarme, y es que siempre me ha costado expresar mis sentimientos, y más, en público.

Después de pesarlo, medirlo, aspirarlo y todas esas cosas, se llevaron a mi niño al nido. Yo ni siquiera protesté. Dejé que se lo llevaran. Me lo trajeron a las dos horas y me dijeron que no le diera pecho, que ya vienen hartos y no necesitaba mamar hasta el día siguiente.

Luego supe que mi hijo lo que estaba era “harto” sí, pero por un biberón de suero glucosado que le habían dado en el nido sin pedirme permiso ni informarme siquiera. Mi hijo no mamó en toda la noche y, al día siguiente, no paró de llorar y de mamar sin descanso. Estaba claro que le dio el bajón de azúcar del dichoso biberón que le dieron y que quería recuperar el tiempo perdido. Esta circunstancia dificultó nuestra lactancia los tres primeros meses.

El protocolo que siguieron conmigo hace casi 4 años es el que siguen realizando todavía a día de hoy (me consta por una amiga que ha parido hace poco allí) a pesar de las recomendaciones de la OMS, UNICEF, AEP, etc…

Hace poco les puse una reclamación por esto y por la atención recibida durante el parto, sin embargo, la subinspectora que llevó el caso no vio ninguna anomalía en el proceso de parto ni posteriormente. Según escribió, aunque entendían mis deseos de que se me hubiera asistido conforme a las recomendaciones de la “ Guía de Práctica Clínica sobre la Atención al Parto Normal” del Ministerio de Sanidad, esta guía no es de obligado cumplimiento ni sustituye al juicio clínico del personal sanitario. Pero no se trata de juicio clínico, en realidad se trata de un protocolo obsoleto que llevan años practicando y que no se cuestionan: separar el recién nacido dos horas por norma (aunque esté sanísimo, como era el caso de mi hijo), inducción de partos, rotura de bolsa, episiotomía, breve tiempo de expulsivo (lo que suele llevar a una instrumentalización del parto sin necesidad real), y lo que me sentó peor de todo, darle a mi hijo sin mi permiso y sin informarme siquiera, un biberón en vez de dejarme alimentarlo a mí la primera vez.

Lo peor o “mejor” de todo es que yo no percibí en aquel entonces que hubieran hecho las cosas mal en mi parto, sí que es verdad que no me gustó el trato del anestesista ni la condescendencia de la matrona, pero también me sentía culpable por haberme “portado mal”.

De hecho, me sentí afortunada: parto vaginal, todo muy rápido, menos de 3 horas desde que ingresé, bebé sano, recuperación súper rápida…(excepto mi suelo pélvico).

Tiempo después de tener a mi hijo Alejandro, contacté con el grupo de apoyo a la lactancia de mi localidad (“mamás que miman”), y allí escuché por primera vez el término “parto respetado”. Poco a poco me fui dando cuenta de que mi parto no lo había sido. Empecé a leer todo lo que caía en mis manos sobre embarazo, lactancia, parto y crianza, un artículo tras otro, cada vez más interesada. Me sumergí en un mundo nuevo para mí. Tenía claro que si tenía otro hijo lucharía con todas mis fuerzas para que todo fuera diferente. Y así fue.

Mi segundo hijo, Javier, nació en casa.