NACIMIENTO DE AROHA
Después de mucho tiempo… de ver las cosas con la frialdad, con experiencia y con ese deseo de superación de lo ocurrido, creo que me encuentro preparada para poder relatar la historia del nacimiento de mi hija Aroha, cuyo nombre en maorí y japonés significa “te quiero”.
Tuve un embarazo genial, sin ningún tipo de complicación y me encontré pletórica en todo momento, lo único sorprendente fue que se dieron cuenta en el cuarto mes de que tenía dos placentas, parece ser que iban a ser dos, pero solo la fuerte Aroha consiguió llegar.
En el sexto mes decidió sentarse, así siguió el séptimo y el octavo y todos comenzaron a mencionar la palabra “cesárea”. Hice ejercicios para que cambiara de posición, nadé, pero no conseguí nada…por tanto, acepté la situación y he de decir que en esos momentos tampoco me importó (ahora me duele escuchar estas palabras). Pensé que como buena paciente debía dejar hacer a los profesionales. Me limité a ser una persona sumisa, pensando que sería lo mejor para ambas, no tenía experiencia, y pensaba que todo el proceso dependería de la suerte.
Repetía constantemente, que si tenía suerte y un buen parto lo tendría donde fuese y si era malo no habría nada que yo pudiera hacer...Es increíble cómo nos alejan del proceso, como desean que no pensemos, opinemos, sino que nos sometamos a un sistema ya definido, del que tendría que existir un derecho universal que sería el respeto desde el primer momento hacia la futura mamá y su bebe.
Escogí un hospital público para dar a luz porque quería donar el cordón de mi niña, me hacía mucha ilusión, mi hermano posee una enfermedad genética y quería este principio para ella, finalmente ni eso pudo ser…
En la semana 38 me citaron para una cesárea programada por podálica, yo entré radiante al hospital, lo único que me importaba era salir de allí con mi niña, sin saber que entraba en una de las peores experiencias que pueda vivir una futura mamá.
Desde las 8 de la mañana esperé hasta que me bajaran a quirófano hasta las 13.15 de la tarde, sin comer ni beber agua desde las 00.00 hrs de la noche anterior. Me encontraba nerviosa de tanta espera sin explicaciones. Cuando llegamos a quirófano todos los médicos andaban con prisas (claro se hacía la hora de comer y el cambio de turno), nadie parecía darse cuenta de que estaba allí, nadie me preguntó nada...Sólo un celador parecía simpatizar un poco conmigo, debí de darle pena, puesto que me encontraba tiritando de miedo, no por la intervención sino por la sensación de que todo lo que estaba sucediendo no iba conmigo.
El anestesista (el principal hilo conductor de todo el resto de desgracias que aparecieron después), vino a pincharme la epidural sin presentarse, ni decirme ni siquiera hola, sólo le habló al celador, el cual me sujetaba de los brazos situado enfrente mía, le miré y me devolvió una pequeña sonrisa (el único gesto agradable que hubo en todo el proceso). Me pincharon la epidural con rapidez, de la forma más impersonal posible, sin escucharme.. le comenté que continuaba sintiéndome las piernas…continuaba sin escucharme, y con tono inquisidor dijo “pasadla a la mesa”, yo continuaba moviendo las piernas, ellos continuaban poniendo la tela y preparando el instrumental, cuando llegaron los cirujanos continúe insistiendo pero ellos miraron al anestesista buscando su aprobación, y éste dio la autorización para que comenzaran y siguieran adelante como si se tratara de un proceso mecánico y no personal y mucho menos emocional.
Nadie, me escuchaba, nadie pensó en lo que yo sentía, por lo que cortaron “a carne viva” , todavía puedo sentir y escuchar el ruido del bisturí y el sentido del corte..pensé que todo eso se olvidaría. Cuando hablas con las mujeres de tu alrededor, todas te dicen “se pasa mal pero se olvida, se te olvidará con el tiempo”, pero ahora sé que no será así, puesto que mi parto no fue un parto natural y ese proceso natural y fisiológico de “olvidar lo malo” no sucederá en mi mente.
Inmediatamente, al comprobar su error, me pusieron anestesia general, y por tanto el resultado fue despertar sin mi hija, sola en una sala independiente del quirófano. Cuando abrí los ojos, pensé que me la habían quitado, que se había complicado, no podía dejar de llorar, incluso cuando me la trajeron no sentía que ella estuviera allí, no la veía.., me encontraba en un proceso de despertar y además en estado de shock. Hasta que recuperé la consciencia pasé unos momentos angustiosos, incluso llegué a decirle a mi marido que esa niña no era la nuestra, (que duro me resulta leer esto).
Cuando subí a la habitación ya con ella, pensé “ya ha pasado lo peor”…pero lo peor todavía estaba por llegar.
Seguí encontrándome fatal, pero todos los médicos, matronas confirmaban que eran cosas normales de la cesárea. A los dos días quisieron darme el alta, yo me negué, me hice fuerte, no podía ni incorporarme de la cama, innatamente sabía que algo no estaba yendo bien..continúe quejándome, llorando, y finalmente al tercer día por la tarde decidieron hacerme un TAC y ahí estaba el motivo de mis quejas sin fundamento! tenía el colón del tamaño de una zapatilla del 46!!!, había sufrido un íleo paralítico que había paralizado mi estómago. No sabían si me tendrían que operar del estómago si había algún tipo de vuelta, y decidieron iniciar el procedimiento previo.
Me retiraron toda la alimentación y me sondaron por todas las partes de mi cuerpo. La sonda nasogástrica dificultaba mis movimientos a la hora de poder coger y amantar al bebé, no podía incorporarme, solo quería llorar, me encontraba realmente enferma..Mi mente no comprendía como el momento descrito por todas las mujeres como el momento más feliz de su vida, para mí se estaba convirtiendo en una pesadilla...llegué a plantearme si sería culpa mía, quizás podría haber parido de nalgas?, pensé que no capaz de soportar el dolor de todas las mamas valientes.
Ni siquiera en esos momentos los profesionales se apiadaron de nuestra situación, miles de matronas y médicos insistieron que dejara de darle pecho a la niña porque supuestamente “no era bueno para nosotras”, me decían que en la posición tumbada no podía darle de mamar (me encontraba tumbada porque el dolor del estómago era enorme, y las sondas tampoco me permitían estar de otra forma, además me sedaban con diazepan constantemente). Nadie me ayudó en buscar una posición cómoda, no me aconsejaban, no querían ayudarnos…comencé a sufrir una mastitis de la que me culparon, y finalmente una matrona nueva se compareció de nosotras, me bajó en silla de ruedas a los extractores de leche de neonatos, me buscó una pezonera, cremas y me dedicó tiempo y volvimos a empezar.
Finalmente los pediatras decidieron darle biberón a mi hija (no pude elegir, fue una decisión unilateral, puesto que decían que no podía permitirme el lujo de que perdiera más peso), pero yo continué dándole el pecho, era lo único que ya no me podían quitar!! Se convirtió en mi lucha personal, en mi forma de recompensarla de su problemática llegada, les pedí que antes del biberón quería que mamara y así lo hicimos durante los 10 días de ingreso que tuvimos allí, y la mejor noticia fue que no tendrían que operarme el estómago, volvió a funcionar!
La llegada a casa pese a ser tan esperada fue desconcertante, me obsesioné pensando que me iban a volver a ingresar, y cada vez que tenía a la niña en brazos sentía ganas de llorar, me sentía culpable, tenía rabia, miedo, me sentía inútil,... Los días posteriores continué comiendo muy poco por la dieta del estómago y en quince días adelgacé 8 de los 10 kilos que engordé en el embarazo.
Dos años y medio después, he necesitado ayuda profesional para superar esta experiencia, para insertarla en mi día a día, para intentar sanar la herida. Siempre he querido tener por lo menos un bebe más, y espero que gracias a todas las personas que tengo ahora a mi alrededor (familia, psicóloga, grupos de apoyo, etc..) consiga enfrentarme al proceso empoderada.
Deseo conseguir en un futuro ese parto de luz, que me devuelva la paz, y aunque no consiga que olvide lo vivido anteriormente sane mi alma y contrarreste mi dolor.
La derrota no es el peor de los fracasos. No intentarlo es el verdadero fracaso.