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Nacimiento de Aurora

Antes del parto me documenté muchísimo Y tenía una idea muy clara del parto que quería, de la recepción que quería dar a mi hija. Estaba claro que quería un parto en casa, es lo que pienso desde que, a raíz de que nació mi sobrino (hace 9 años), empecé a plantearme la cuestión. Me quedé de una pieza cuando descubrí que esa opción no existía en Tenerife. Me pareció muy raro. Islas mucho más pequeñas, con una décima parte de la población, como Lanzarote o Fuerteventura, tienen equipos de atención al parto en casa programado.

Para valorar el problema hay que tener en cuenta que «No hay diferencia estadística significativa en el resultado en términos de mortalidad materna o perinatal entre el parto hospitalario y el parto en casa; sin embargo, se observa una mayor morbilidad en los partos atendidos en el hospital»(1), y que existe una evidencia científica que demuestra que el parto normal es tan seguro en casa como en el hospital. El parto en casa es seguro y se practica en toda Europa: en países como Holanda el parto en casa es la opción principal a nivel estatal, y en otros países es una opción más, cubierta económicamente por la Seguridad Social. En España es un servicio realizado normalmente por matronas profesionales pero no cubierto por la Seguridad Social: se realizan cada año unos 800 partos. En 2016, 373 mujeres de Cataluña decidieron tener un parto atendido en casa por matronas. En 2018 en Tenerife esto es simplemente imposible, no existe.

Cuando contacté con personas que sabían del tema en Tenerife me dieron varias recomendaciones para solventar el problema; recomendaciones que, por distintos motivos, tuve a bien descartar. Por un lado, traer a una matrona de fuera: ¡pero me parecía excesivamente complejo y costoso! O sea, yo quiero tener un parto en casa, entre otros motivos, porque quiero tenerlo fácil: quiero que quien me atienda se mueva por mí (a mi casa), y no que sea yo la que, en medio de los dolores de parto, se tenga que trasladar, cargada de mochilas, hasta otro lugar (el hospital). No sé si se entiende mi razonamiento: entiendo que lo lógico sería ahorrar dificultades a la persona que está de parto. Yo buscaba limitar al máximo las molestias para poder concentrarme en mi cuerpo: por eso, organizar una cosa tan complicada como traer alguien de fuera me parecía incoherente con esa filosofía. Además me citaron el nombre de una partera muy buena que trabajaba en Tenerife, y aunque no tengo prejuicios hacia una solución de este tipo, me puse yo misma una limitación que consideraba vetado un parto atendido por alguien que no fuera una matrona.

Después de varios intentos infructuosos y de descartar la posibilidad de viajar a otra isla para atender el parto (era imposible por motivos laborales amén de extremadamente caro), pensé que quizá podría ser más flexible, dar mi brazo a torcer, e intentar, en resumen, un parto respetado en alguno de los hospitales tinerfeños. No soy una persona inflexible. Así que, cuando tenía 5 meses de embarazo, llevé mi plan de parto al Hospital Universitario de Canarias. Pero al día siguiente, en un descanso de mi trabajo, recibí una llamada del hospital de lo más desagradable. Antes que nada, intentaron sonsacarme el nombre de la persona que - estaban convencidos de ello - me había hecho el plan de parto. Fue inútil decirle que lo había hecho yo sola (usando un modelo propuesto por la asociación El parto es nuestro y documentándome profundamente con una serie de documentos del Ministerio de Sanidad, la consejería canaria de sanidad y la OMS): mi interlocutora siguió insistiendo en preguntarme el nombre de mi matrona porque no se creía que lo hubiera hecho yo. A continuación me informó de que mis peticiones no tendrían espacio: entre otras, me aseguró que sería absolutamente imposible que no me pusieran una vía intravenosa de rutina, como yo había solicitado, pues esto habría ido contra el protocolo del hospital. Para mí este es un factor muy importante, porque soy muy sensible a los pinchazos. No es que sienta miedo ni asco; es automático: simplemente me desmayo. Me había pasado durante la curva de cuatro puntos (que, por error, me habían hecho en el primer trimestre de embarazo). Yo en mi parto quería estar fuerte, sentirme sana, y no tener un aparato en el brazo que, en el mejor de los casos, si por suerte no me hubiera bajado la tensión, me habría seguramente inquietado y restado movilidad. Había estudiado muy detenidamente los documentos oficiales del Ministerio de Sanidad y sabía a ciencia cierta que se recomienda no poner de rutina la vía intravenosa. Así se lo hice saber a la persona que me llamó por teléfono, pero me respondió que ellos, según su protocolo, tenían que poner la vía y que el protocolo estaba basado “en la evidencia” (repitió mucho esta palabra) y “no en informaciones sacadas de internet”.

Yo tengo un doctorado en una carrera de letras. No soy médica, pero sé lo que es la investigación: de hecho soy profesora de técnicas de investigación en un centro de enseñanza superior. Imagínense cómo me sentí cuando me vi tratada de esta manera por una persona que no me conoce de nada y que no tiene que dar por descontado que habla con alguien que no tiene ningún criterio. Ahí confirmé mis temores: el parto respetado no era una opción posible en mi hospital. Un lugar donde se te falta de respeto de entrada, un lugar donde ignoran las recomendaciones del Ministerio de Sanidad para un parto respetado (documento que tiene ya más de 10 años y que, ese sí, está basado en la evidencia científica). Por lo menos es la conclusión a la que llegué después de esa conversación. Las otras peticiones, aunque eran importantes para mí, no las consideré clave: una de ellas consistía en solicitar que mi pareja estuviera junto a mí en caso de cesárea. Había leído que en algunos hospitales se estaba experimentando (creo que en el Vall d’Hebron de Barcelona). En todo caso me importaba menos: esperaba no tener que llegar a esa situación, y en todo caso, para mí lo más importante era, digamos, empezar bien. Pero el tema de la vía intravenosa ya era suficientemente preocupante, tanto por el hecho en sí de que no me dejaran tener un parto tranquilo como por lo que suponía en relación al conocimiento y al respeto de las recomendaciones del Ministerio de Sanidad; y el tono con que me llamaron me dio el golpe de gracia.

Como paréntesis quiero añadir que en su momento fui a controlar cómo la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias había adaptado la Estrategia de Atención al Parto Normal del Ministerio. La adaptación canaria se puede leer en un documento en pdf alojado en la web del Gobierno de Canarias que se titula oficialmente “Protocolo de atención al parto normal”. Sin embargo, al abrir el enlace web aparece otro título del documento: “PARTO NORMAL MONTAJE PA TIRAR.indd”; literalmente. Es, de hecho, lo que figura como título del pdf en la solapita superior de la pestaña cuando se abre el enlace (consultado por última vez el 2 de abril de 2019): https://www3.gobiernodecanarias.org/sanidad/scs/content/cd295228-0324-11e3-8241-7543da9dbb8a/ProtocoloPartoNormal.pdf.

Probablemente alguien cargó el documento a la web y no se dio cuenta de que se había subido también el título original del pdf (o del documento de InDesign con que probablemente se maquetó). Un despiste que no tiene más importancia pero que deja una cierta sospecha en relación al cuidado con que se hizo y se subió el documento.

Entrando en el contenido, el documento canario hace constar la clasificación de actos según la guía práctica de la OMS: en la categoría B, como “actos que son claramente dañinos o infectivos y deberían ser eliminados” aparece la “inserción profiláctica de vías intravenosas” (página 9 del protocolo). Sin embargo, lo que en el documento ministerial de Estrategia de Atención al Parto Normal (2007) recomendaba claramente “no colocar vía venosa periférica profiláctica de rutina” (p. 26), se convierte en el documento canario en un sibilino “valoración canalización de vía venosa” (p. 24), que me parece, pervierte muy claramente las recomendaciones de la OMS y del Ministerio español.

Volviendo a mi experiencia, a raíz de esta llamada quedé completamente aturdida, me sentí insultada, preocupada, desilusionada; y decidí que tenía que hacer un parto en casa como fuera, a cualquier precio. Conseguí (de puro milagro, con enormes dificultades cuyo relato les ahorro) ponerme en contacto con una matrona de la península a la que tendría que pagar el pasaje (además del pago de sus honorarios) para que viniera a atender mi parto. Tuve la suerte de encontrar una persona enormemente capacitada. Conseguí llevar a cabo, superando muchos obstáculos y desde la enorme lejanía, todos los complicados preparativos, dificultados por el hecho de tener que conseguir también cosas que normalmente llevaría ella, pero que habría sido imposible llevar en el avión (conseguí silla de partos, piscina de partos etc, todo ello gracias a la colaboración de algunas personas, algunas mamás pero también profesionales de atención al parto, super super super comprometidas, que tuve la absoluta fortuna de conocer), o aquellas que cambiaban por el hecho de venir de otra región (por ejemplo, los documentos de registro, la prueba del talón, etc).

Siempre teniendo en la perspectiva la posibilidad de que el parto puede acabar en un hospital aunque se empiece en casa, decidí acudir a la visita al Hospital Universitario de Canarias que ofrecen a las mujeres embarazadas. La visita fue muy interesante y desde luego vale la pena ir para hacerse una idea del lugar donde puede desenvolverse el parto; pero esta visita me reafirmó aún más en mi decisión del parto en casa, ya que aunque el hospital tenía dependencias muy agradables y muy bien equipadas, lo cierto es que el espacio específico del paritorio me daba exactamente la idea de un frío quirófano, de un lugar donde el parto es un proceso que depende exclusivamente de los médicos, lugar sin humanidad y que inspiraba poca confianza. Estaba iluminado fuertemente con luces frías y tenía todo el equipamiento médico a la vista, ganchos y extraños instrumentos. No me inspiró nada bueno. Reitero que, a ojo, me pareció un lugar moderno y bien equipado desde un punto de vista médico, pero no me pareció para nada que tuviera en cuenta los factores psicológicos del parto cuya importancia se conoce desde hace décadas. Durante el embarazo pude escuchar una conferencia sobre el tema que difundió la asociación catalana para un parto respetado Dona llum, que muestra los pasos que se están dando en muchísimos hospitales hacia ese ideal. Si el embarazo no es una enfermedad, ¿qué sentido tiene que concluya obligatoriamente en un quirófano? En este caso, tanto el espacio del paritorio como sus protocolos me estaban mostrando la filosofía del embarazo y el parto que tenía este hospital: el parto es un proceso patológico del que los médicos y médicas son protagonistas.

La fecha se acercaba peligrosamente y yo sabía que tenía que “aguantar” hasta que llegara la matrona. No era fácil: la matrona no podría llegar antes del 15. Mi peque tenía como fecha probable de parto el 28, pero había sido una fecha puesta tras la ecografía del primer trimestre, que había mostrado que en realidad el embarazo tenía un mes más de lo que yo pensaba por culpa de un sangrado fuera de tiempo. Todo esto complicaba las cosas. Yo sabía casi a ciencia cierta, basándome no solo en la ecografía (leí que la primera ecografía tiene un margen de error muy pequeño), sino también en los movimientos fetales, y también en lo que, visto lo visto, había sido realmente la última regla, que la niña nacería incluso antes de lo que me habían dicho en la primera ecografía. Mi cálculo es que fuera entre el 15 y el 20. Pero la matrona no podía venir antes a Canarias, el vuelo tenía que ponerse obligatoriamente después del 15. Si el parto se adelantaba lo más mínimo habría perdido todo. Más problemas… más problemas que me habría ahorrado si hubiera en Tenerife un equipo que atendiera partos en casa.

Me concentré en “aguantar”. Los últimos días intenté hacer la menor cantidad de ejercicio posible: incluso ir a comprar las cosas necesarias para el parto me parecía un cansancio excesivo. Pero pronto me di cuenta de que no había nada que hacer. En las noches empecé a tener un dolorcillo de espalda que a mí me recordaba al dolor de regla. Intuí que tenía que ver con el parto. La primera vez que lo sentí, Gael, mi pareja, no estaba siquiera en la isla: había tenido que viajar fuera de la isla urgentemente. La peor de las pesadillas se presentaba ante mí: si se adelantaba el parto tenía que hacerlo en el hospital y encima sin mi pareja. Por suerte aguanté, por lo menos hasta que llegó Gael, un par de días después, pero no lo suficiente como para que llegara la matrona. 5 días antes del vuelo que habíamos comprado.

El parto se desencadenó con unos dolores intermitentes muy parecidos a mi vivencia del dolor de regla, pero con unos intervalos regulares de dolor y de descanso. Empecé a tenerlos una noche bastante seguidos pero acabaron desapareciendo. Al día siguiente fui al Hospital Universitario y me dijeron que había contracciones, aunque en ese momento yo no sentía ningún dolor. Además el cuello del útero se había borrado. Me dijeron que el parto no estaba lejos. Esa misma noche volvieron los dolores como los del día anterior pero esta vez no se pararon durante la noche. Toda la mañana estuve en casa con mi pareja que me ayudaba dándome líquidos. No pude desayunar, pero mi pareja me preparó algunas bebidas. Una de ellas me fue especialmente de ayuda: un termo lleno con bebida de arroz en la que disolvimos gofio (creo que de espelta) bien disuelto; fue maravilloso, me reconfortó enormemente, mientras iba dando sorbitos con unas pajitas. Además iba consumiendo agua y también un zumo no ácido, unos zumos de multifruta que están riquísimos, “100% veggie”.

Durante toda la mañana estuve con estos dolores parecidos al dolor de regla pero cada vez más intensos y que me daban la idea de las olas del mar cuando rompen, en una especie de fuerza imparable. Decidí darme una ducha y estuve un buen rato debajo del agua tibia con grandísimo alivio. Fue agradable estar en casa. Lo recuerdo con enorme paz, con momentos cómicos como cuando llegó el repartidor que debía traernos la cuna días antes y por retraso suyo llegó a tiempo para oír mis lamentos.

A un cierto punto sentía una especie de “presión” y quise ir al hospital, pues imaginaba a la niña muy cerca. Mi pareja no estaba de acuerdo porque las contracciones todavía no llegaban a ser una cada 7 minutos siquiera pero yo estaba segura de que el parto estaba procediendo muy rápido así que decidimos coger un taxi y nos llevamos todas las cosas que habíamos preparado en una enorme mochila, el zumo, el termo con el gofio, un litro de agua, mi alfombra de yoga, así como las cosas para mí y para el bebé. Me llevé puesta una bata azul que me hizo mi madre.

Cuando nos subimos al taxi decidimos que en vez de ir al Hospital Universitario de Canarias, el que me tocaba y donde me habían tratado tan mal, íbamos a ir al hospital de La Candelaria que está casi igual de cerca y del que me habían hablado muy bien para el parto. No me gustaba mucho ir a ciegas, pero cuando llegué el paritorio, efectivamente, tengo que decir que el espacio era mucho más amable que en el otro hospital. Cuando llegamos, el ginecólogo se molestó un poco al advertir que aquel no era mi hospital: me dijo que si el parto no estaba muy avanzado iba a tener que ir al Hospital Universitario. Pero cuando hizo la exploración observó que tenía una dilatación de 7 centímetros, así que fui llevada al paritorio.

Se trataba de una habitación bastante normal, confortable, un lugar donde la luz parecía, o yo recuerdo, bastante normal, con un tono cálido y no excesivamente brillante. Tenía los aparatos para el registro cardiotocográfico y poco más. Estaba pintada de un color tenue con decoración infantil. Al lado de la habitación había un baño con una amplia ducha, y en ella puede pasar muy buenos ratos. La persona que nos atendió durante muchísimas horas fue una matrona absolutamente correcta, amable y profesional. Esta persona se presentó nada más conocerme. Además tenía como costumbre explicarme todas y cada una de las intervenciones que iba a realizar sobre mi cuerpo y pedirme permiso para realizarlas. Esto me dejaba la certeza de seguir siendo una persona, la misma persona que había entrado en el hospital, la mujer que fuera de este sitio tiene una dignidad, y que dentro de él no tiene por qué perderla.

Nada más llegar a la habitación, una matrona más mayor había intentado quitarme la ropa para ponerme la bata (o sea, quitarme la ropa con sus mismas manos y casi sin avisarme) y yo le dije con voz tenue que, por favor, no quería quitarme mi ropa, tal como aparecía en mi plan de parto. La matrona mayor intentó convencerme con voz aún más tenue y persuasiva. Pero la joven que finalmente se quedó para atenderme la detuvo y me permitió quedarme con la ropa que yo quería; y, desde luego, no me aplicó la vía intravenosa, tal como aparecía en mi plan de parto (con el que fui armada hasta los dientes). Esto me dio mucha confianza y tranquilidad.

Pasé muchas horas tranquila, sola junto a mi pareja. La matrona nos dejaba tranquilos casi todo el tiempo, en la posición que yo quería, que era en cuclillas, donde tenía muchísimo menos dolor que cuando estaba acostada. A propósito de la posición, la matrona se rió un poco de mí y también, dijo, de la otra madre que estaba atendiendo al mismo tiempo: ¿de dónde habíamos sacado esa historia de la posición vertical? La verdad es que yo lo había leído, pero es que además, en la práctica, me dolía mucho menos, como ya dije. En fin, ella, aún encontrándolo extraño, me facilitó todo lo posible llevar a cabo mi elección y también me explicó cómo usar la ducha: podíamos usarla cuanto queríamos, así que, ya que la ducha me daba un enorme alivio, pasé muchísimo tiempo allí bajo el agua tibia. El alivio era tan enorme que incluso llegué a plantearle a la matrona, cuando pasaba a controlar, si eso podría estar deteniendo el parto… a lo que respondió medio riéndose de mis temores. Así que, ya que no estaba usando anestesia peridural, pasé muchísimo tiempo bajo el agua tibia. También fue muy agradable para mí poder escuchar música, e incluso bailar dulcemente al ritmo de las canciones de Víctor Jara.

El caso es que cuando, muy de tarde en tarde (yo había puesto cada cuatro horas en mi plan de parto, tal como se está recomendando actualmente) la matrona me hacía tactos, la situación no evolucionaba de los 7 centímetros que tenía cuando llegué al hospital. Yo no sé si fue el agua tibia o la molestia de haber tenido que ir hasta el hospital. Lo cierto es que, efectivamente, el parto parecía parado (aunque las contracciones continuaban como antes) y ni siquiera había roto aguas.

El parto se había desencadenado a las 4 de la mañana y a las 14 horas llegué al hospital de la Candelaria. Estuve en el paritorio con esta matrona hasta las 20 horas. Sobre las 19 la matrona nos dijo muy dulcemente que quizá sería oportuno romper la bolsa amniótica. Hasta entonces había conseguido evitar cualquier intervención médica que no fuera de control de la situación (tactos y registro cardiotocográfico): le rogué que esperáramos media hora y, efectivamente, en esa media hora sentí como un globito lleno de agua que se pinchaba entre mis piernas.

A las 20 horas mi matrona se disculpó: acababa su turno y no podía quedarse más.

Entonces recuerdo un largo periodo en que nadie venía por allí y yo sentía que no tenía el control de la situación. Llamaba y nadie venía. De vez en cuando escuchaba gritos muy fuertes que venían de una habitación cercana. El primer parto de mi madre, hace casi 50 años, fue en casa; el segundo lo hizo en un hospital y según ella comentaba, la habían impresionado los gritos de las otras mujeres, que, claro, en su casa no había tenido ocasión de escuchar. En este caso, se trataba de los gritos de una matrona que dirigía un parto como una auténtica entrenadora deportiva.

Después descubriría que la matrona entrenadora sería la que dirigiría la llegada al mundo de mi peque. Llegaron dos personas nuevas que se presentaron con sus nombres, tal como había hecho la primera. Eran mayores, más de 50 años y yo diría que hasta tirando para 60. Yo estaba extenuada y dolorida. Estas dos mujeres me dijeron que me tendiera, para poder monitorear el registro cardiotocográfico. Una de ellas, la entrenadora, sería un poco la que dirigiría de manera más activa el parto. La otra era más de estilo, por así decir, pasivo agresivo, y me apretaba las tiras del registro cardiotocográfico. Le pedí que por favor aflojara, que me hacía daño, pero me contestó con voz meliflua (un poco como la que había intentado quitarme la ropa) que era para ver si mi bebé estaba bien. Yo quería ponerme en cuclillas pero la primera matrona, con el estilo que caracterizaría las horas siguientes, se mostró muy contraria, aunque sin prohibirlo expresamente, obstaculizando y negando la ayuda, todo muy desagradable: cada vez que lo intentaba las dos se alejaban, solo me ayudaba mi pareja, mientras la primera matrona negaba con la cabeza y comentaba con tono agrio y en una muy desagradable tercera persona “lo único que conseguirá es extenuarse”. Claro, yo estaba extenuada, pero en cuclillas al menos tenía menos dolor. Yo había querido tener un parto sin anestesia epidural para poder tener movilidad, entre otros motivos, y resulta que estas personas con su comportamiento anulaban mi esfuerzo con esta actitud.

Las horas pasaban y yo estaba cada vez más desesperada. Llevaba más de un día sin comer. Yo hablaba a la peque, diciéndole palabras bonitas. En una de ellas le dije en voz alta que no se preocupara, “que la puerta está abierta”, y entonces se oyó una de las matronas decir desesperada “¡ya voy, ya voy a cerrar!”. Efectivamente, la puerta del paritorio estaba abierta: la cosa hasta habría sido graciosa si no hubiera ido contra mis deseos expresos de reserva y respeto a la intimidad formulados en mi plan de parto. Sobre la marcha en todo caso me apresuré a aclararle que no era una orden dirigida a ellas ni mucho menos… ahora pienso que habría tenido que echarle un buen rasque, pero en ese momento no estaba para eso.

La segunda matrona apretaba cada vez más fuerte la banda del registro y hacía un fuerte masaje, bastante doloroso, que si no me hubiera dicho ella que eso era un masaje yo habría jurado que era un Kristeller. Mientras tanto la primera, la que identifiqué como la entrenadora, empezó a hacer unos masajes en la vulva, con mucha fuerza, como bordeando toda la pared del órgano. Decía que estaba durísimo, que parecía una piedra, que si no había hecho masaje perineal. Sobre la marcha lo que pensé más bien es que era ella la que estaba destrozando la zona con su brutal masaje. No acabo de comprender qué sentido puede tener una intervención así. Fue una experiencia horrorosa.

La matrona 1 empezó a sugerir que habría que hacer una episiotomía, pues de otro modo lo que iba a pasar es que si pasaban más horas iba a venir el ginecólogo y entonces la situación se iba a complicar bastante, medio insinuando que entonces tendría un parto instrumental, o eso por lo menos entendí yo. De nuevo seguía con su estilo de hablar en tercera persona: “si quiere una episiotomía me la va a tener que pedir”. Me sentía tan humillada dentro de mi cansancio… durante meses después, en las noches que me levantaba para dar de mamar, me torturaba y angustiaba pensando en lo mal que me lo habían hecho pasar estas frases. Yo me negué en principio pero ella siguió insistiendo. A mí me caía la moral, porque estaba cansada, y tenía miedo de sus amenazas. De vez en cuando me acordaba de la anestesia epidural que había decidido no solicitar. Sobre todo me faltaban fuerzas. Cada vez que sentía una contracción la primera matrona (y en menor medida las personas que tenía alrededor) me gritaban para que empujara, pero mis esfuerzos me parecieron bastante ineficaces, y cada vez me parecía que eran más débiles. La peque estaba ahí. A un cierto punto ni siquiera entendía bien cómo estaba siendo la dinámica de las contracciones. De nuevo venía otra y volvían los gritos a mi alrededor, aumentaba mi cansancio y mi desánimo. Con cada contracción parecía querer salir, pero la matrona 1 se mostraba muy escéptica: “no sale, esto que vemos es solo tumor de parto”.

Al final accedí, pedí la episiotomía. No respondió nada, así que lo dije más alto a ver si es que no me había escuchado. La matrona 1 se alejó y volvió con una mesita con ruedas con instrumental. Mi pareja me comenta ahora que, según él recuerda, la aparición del instrumental no se había concretado en este momento, sino antes: lo primero que la matrona 1 hizo nada más llegar fue traerse su mesilla de herramientas y colocarla delante de mí; es más, la mesita estaba siempre de por medio, dificultando nuestros movimientos al intentar la posición de pie. En fin, no vi mucho. Creo que puso una anestesia local… no me enteré de mucho. Creo que en la siguiente contracción nació mi bebé, poco antes de medianoche. Casi ni me di cuenta. Pensaba que la salida del bebé se notaba, pero yo no noté nada. Me pregunto si es por la episiotomía o por la anestesia… No me pareció una contracción distinta de otra. Simplemente de repente todos gritaban y a los pocos segundos su cuerpecito estaba ahí. Me quedé congelada un segundo mientras me animaban a cogerla, y cuando, tras ese segundo, desperté, me apresuré a cogerla y ponerla sobre mi pecho. Era preciosísima. Preciosa de verdad. Me parece que la vi sonriendo, tal como había soñado un par de noches antes. Mientras la miraba, la matrona 1 estaba ahí cosiendo y comentando los poquísimos puntos que me estaba poniendo. Y comentaba cuánto le gustaba la cara de la parturienta después del parto. Imagino que ella lo encontraría muy amable, pero yo la estaba odiando, porque quería escuchar a mi niña, no la voz de la matrona. La otra se movía por aquí y por allá y comentó con tono impertinente: “bueno, ahora ya podemos encender la luz, ¿no?” Mi plan de parto pedía que la luz fuera baja, íntima. Le pedí que por favor no la encendiera aún, y la escuché rezongar que vaya tonterías leíamos en internet. En fin, una cosa bastante lamentable.

No sé cuánto tiempo pasó cuando pidieron cortar el cordón umbilical a mi pareja. Solo faltaba el alumbramiento de la placenta. Yo había pedido que no se usara oxitocina, si fuera posible. Sin embargo, se me planteó la posibilidad de que el alumbramiento tardara más de una hora y que, en ese caso, habría sido mejor intervenir con oxitocina. De cara a ello, me pidieron ponerme una vía intravenosa, a lo que accedí. Después de veinte minutos, apareció una ginecóloga que empezó a explorarme sin mediar palabra y sin presentarse ni explicar lo que estaba a punto de hacer, como en cambio habían hecho todas las matronas hasta ese momento. Como si fuera lo más normal, contraviniendo a todo lo que aparece en mi plan de parto y, por supuesto, sin aviso previo, me sacó manualmente la placenta. Entonces, supuestamente ya no haría falta la oxitocina para lo que habíamos pactado: sin embargo, aprovechando que la vía estaba puesta, la matrona segunda (la que identifiqué como pasivo-agresiva) abrió directamente el goteo. Mi pareja pidió explicaciones y se le dijo que era para prevenir hemorragias, pero él había ido preguntando anteriormente si había señales o indicios de hemorragia, puesto que la matrona 1 estaba vigilando todo el tiempo en función de este riesgo. Las respuestas habían sido siempre tajantemente negativas. En todo caso, este uso de la oxitocina no era para nada lo que se había acordado.

La niña estuvo sobre mi pecho dos horas, tal como pedí. Se enchufó muy pronto al pecho. Estaba preciosísima, muy rosadita. Sacó su primer 10 nada más nacer: el del test de Apgar. Poco a poco todo se fue serenando, excepto el tiempo: fuera se oía un viento de vendaval, maravillosamente relajante, como aire pasando por las vías respiratorias de un recién nacido.

Cuando pasaron las dos horas me dijeron que llevarían a la niña a una dependencia a un par de metros de donde me encontraba, desde donde yo misma podía ver lo que pasaba, y allí la pesarían. Llamaron con ellas a mi pareja, que pudo ver todo y sacar una foto.

Después me llevaron a planta.

Siguieron dos noches horribles. Lo primero que noté, aún de noche, era un ruido infernal: ruido de motor que venía de una ventilación que, según me dijeron, no podía pararse, y ruido ensordecedor de la autopista, que pasaba justo debajo de la habitación. Compartí una habitación pequeñísima con otra mujer recién parida, mi bebé y su bebé, más los dos padres, que tenían que dormir en sendas sillas. Los dos bebés lloraban alternativamente: cuando uno paraba el otro empezaba. Habría querido salir, para permitir al menos a mi compañera dormir un poco cuando dormía su bebé, pero no estaba permitido salir de la habitación con el bebé en brazos, sino dentro de la cunita. Cada pocas horas aparecía alguien por ahí, enfermeras, pediatras etc, cada cual con una teoría diferente sobre lo abrigada que tenía que estar la niña o lo que yo tenía que hacer para que comiera más. La niña dormía muchísimas horas, creo que llegó a estar como seis horas sin comer. Yo no sabía qué hacer, porque la peque no parecía querer despertarse. Se la veía bien, pero se despertaba de tarde en tarde. Así que en una de esas llegó alguien del personal del hospital, creo que una enfermera o una matrona, y para “ayudarnos” se dedicó a maltratar el pie del pobre bebé. Mi niña se puso a llorar desesperadamente, como no lo había hecho hasta entonces, y desde luego lo menos que hizo fue comer. La enfermera desapareció de la habitación y me dejó con el bebé, que seguía sin comer pero encima ahora lloraba desconsoladamente.

Vinieron a hacerle todo tipo de pruebas e inyecciones a mi peque. Yo había recibido información de mi matrona para el parto en casa de que la prueba del talón, si se hace en las primeras 48 horas, tiene muchas posibilidades de resultar en un falso positivo. Pero no me negué, ya no luché. El parto acabó con todas mis resistencias. Para mí por eso fue muy duro cuando llegó, un par de semanas después, una llamada porque el resultado había sido positivo y había que repetir la prueba (que resultó ser, de hecho, un falso positivo). Además, otra enfermera (no sé si era matrona) para ayudarme a dar el pecho intentó sacarme leche, y lo hizo con tan fuerte pellizcón que me dejó muy dolorida: del pecho salió una gota rojiza y la enfermera se dio la vuelta y se fue sin saludar. En el pecho se quedó una especie de marquita. Un día después una monitora de lactancia me diría que aquello era una grieta. Como me producía un gran dolor, durante unos días me dediqué a dar de mamar más con el otro pecho, intentando que así la grieta se fuera reparando. El resultado es que hoy tengo un pecho visiblemente mayor que el otro.

No todo fue malo en esos dos días. También entró un matrón encantador, super profesional, amabilísimo, que en su intento por sacarme leche no solo no me hizo daño sino que consiguió sacar algo de leche y enseñarme a hacerlo, además de mostrarme algunas posturas para hacerlo cómodamente, también echada. En general, por otro lado, salvo los casos comentados, el personal me pareció profesional y bastante amable.

La niña dormía muchísimo y lo que yo habría querido es tener a mi hija desnuda sobre mi pecho descubierto, ambas tapaditas y calentitas. Pero estaba en una habitación de hospital, con otra familia que recibía innumerables visitas, con el personal del hospital que entraba y salía continuamente, con una puerta siempre abierta. No era el contexto más apropiado para ello. La cama era muy incómoda, y aunque pedí poder tener al bebé conmigo me dijeron que “si lo hacía era bajo mi responsabilidad, y que si el bebé se caía iba a ser muy peligroso”. Nada de colecho.

Durante esas dos noches lloraba amargamente y así siguió siendo durante meses. Durante mucho tiempo la inflamación en los genitales fue dolorosísima.

Cuando llegué a mi casa tras esas dos noches de guerra despedí a amigos y parientes. Entre ceja y ceja tenía que iba a dormir con mi familia por fin. Y aunque nos habían atemorizado sobre los graves peligros del colecho, yo esa noche la pasé prácticamente en vela, viendo dormir plácidamente a mi pareja y a nuestra niña. La recuerdo la noche más feliz de mi vida. Saqué un par de selfies en los que se ve a la mamá, única despierta, con cara de persona que ha tomado sustancias psicotrópicas o algo así. Me venía a la cabeza el verso de un villancico, como si lo entendiera por primera vez: “noche de paz, noche de amor”. Ahora lo veía claro. Es la noche del nacimiento. Para mí esa fue la verdadera primera noche.

Lo que yo percibí en el Hospital de la Candelaria es un esfuerzo. Un esfuerzo no completamente logrado, pero sí un esfuerzo. Es un hospital con estructuras claramente envejecidas, me pareció sin duda más pobre que el otro hospital insular, el HUC; y sin embargo el paritorio realmente ofrece un espacio más en línea con las teorías que desde hace décadas defienden la necesidad de un espacio amable, acogedor, respetuoso con la dinámica psicológica del parto. Faltaban cosas útiles e importantes: no conté con una piscina, ni con silla de partos, ni mobiliario estable (algún tipo de cuerdas, por ejemplo) para colgarse. Pero el espacio estaba por lo menos decorado con inteligencia para no asustar a la parturienta, era posible disminuir la luz, tenía una buena ducha privada, y era posible (si la matrona así lo deseaba, al menos) tener a buen recaudo el instrumental médico. El personal también deja ver un esfuerzo, por lo menos en lo que se refiere a las matronas y matrones: todas las veces que una matrona entró en el paritorio o en mi habitación se presentaba con su nombre, en todo momento me informaba de lo que iba a hacer. Además las matronas, incluso las que me trataron peor, habían leído y conocían a la perfección mi plan de parto. En cambio, las ginecólogas que me atendieron nunca se presentaron ni me informaron de lo que pensaban hacer con mi cuerpo, lo cual me pareció poco profesional y poco ético, y dejó en mí una impresión tremendamente desagradable. Las pediatras (me parece que solían venir a la habitación de dos en dos) eran un punto medio: no recuerdo que ninguna se presentara (quizá lo hicieron, pero yo no lo recuerdo), pero en general solían explicar muy bien lo que pretendían hacer al bebé, los motivos médicos por los que se hacía, etc. En el hospital se me dieron consejos e informaciones útiles sobre la lactancia: todas las cosas que yo ya sabía, en realidad, y muy pocas soluciones prácticas, salvo las que me pudo dar el matrón que me ayudó. Por otro lado, al salir del hospital tuve que contactar (y pagar de mi bolsillo) a una asesora de lactancia, que observó detenidamente a la niña (si tenía o no frenillo), me dio instrucciones muy detalladas y demostraciones sobre cómo debía ser mi postura al amamantar, y, por si acaso continuara aún la problemática situación de la peque durmiendo a mansalva, cómo extraerme leche y dársela a la niña poco a poco con una jeringa. Pienso que esta persona, externa al hospital, salvó realmente la situación. Mi niña recuperó peso muy pronto y se puso en breve deliciosamente regordeta. Sin ninguna necesidad de torturarle los pies.

Sin duda el personal del hospital de la Candelaria ha hecho esfuerzos por humanizar el parto y aplicar las recomendaciones del Ministerio de Sanidad. En general, tengo una percepción positiva del comportamiento del personal: o sea, algunos comportamientos me resultaron traumáticamente angustiosos, pero con los meses que han pasado puedo aceptar que algunas personas ya mayores que se han formado con otro paradigma no es fácil que hagan un salto tan importante hacia otra manera de tratar a las mujeres de parto (me niego a llamarlas «pacientes»). Francamente, algunos comportamientos negativos me parece que bastaría un poco de inteligencia y de empatía para eliminarlos, pero ni siquiera pienso que las matronas que me (mal)trataron durante el expulsivo fueran malas personas. Al contrario, pienso que eran personas bastante buenas con algunos comportamientos bastantes tóxicos: espero que un profundo autoanálisis de los resultados obtenidos (a los que ojalá se contribuya con este texto) sirva para componer protocolos y controles que eviten las malas prácticas.

En todo caso, incluso con el espíritu más positivo, no puedo perdonar que se me haya negado mi más profundo deseo: el de tener un parto en casa programado con matronas/es cualificadas/es. Un parto en casa me habría permitido poder elegir y conocer previamente a quien sería mi matrona, a quien me habría acompañado durante un día entero en este paso tan importante de mi vida y de la vida de mi hija. Me habría permitido pasar un posparto tranquilo junto a mi pareja, que nos habría permitido descansar y recuperarnos. Habría permitido que hubiera tenido la posición que me resultara más cómoda durante todo el parto y probablemente me habría ahorrado una episiotomía, intervención que he vivido como una humillación y como una inútil amputación.

Me parece gravísimo que las mujeres en Tenerife no tengan la opción de hacer un parto en casa programado. Creo que es una cuestión de derechos de las mujeres. Según el Tribunal Europeo de los derechos humanos, las mujeres deben tener libertad para elegir dónde quieren parir. Sin embargo, las mujeres en Tenerife no disponemos realmente de esa libertad. No hay inversiones para que los hospitales estén mejor equipados, por lo menos en Tenerife (me dicen que el Materno Infantil de Las Palmas está haciendo muy buen trabajo, lo cual se ha reflejado, cuanto menos, en datos excelentes por lo que se refiere a la cesárea). No hay interés para que haya paritorios y habitaciones amables, para que se respeten las recomendaciones del Ministerio de Sanidad, basadas, esas sí, en la evidencia científica, para que haya piscinas de parto y sillas de parto, las que yo me procuré para mi casa pero no pude disfrutar para mi parto. Sabemos también que el número de matrones y matronas en Canarias es muy inferior a la media de la OCDE y a las recomendaciones de la OMS, y eso a pesar de que se ha cargado sobre sus hombros una enorme mole de trabajo, incluyendo el control de salud periódico de las mujeres (para la citología ya no se te manda al ginecólogo o ginecóloga) o la educación afectivo-sexual de las adolescentes. Según un informe del Colectivo Harimaguada (2018) Canarias tiene 230 matronas/es, o sea, 11 matronas por cada 100.000 habitantes. La media del Estado Español es de 35 matronas. La media de los países de la OCDE es de 70. Según las recomendaciones de la OMS, debería haber 1 matrona/ón por cada 400 mujeres en edad fértil; en Canarias hay solo 1 matrona/ón por cada 2.285 mujeres en edad fértil. Según la recomendación de la OMS, en vez de las 230 matronas/es, Canarias debería tener 1314 matronas/es (2)

Es un insulto a las mujeres - nosotras, que siendo la mitad de la sociedad ponemos más de la mitad del trabajo, entre ocupaciones remuneradas y no remuneradas - que un evento tan importante de nuestras vidas deba ser tan penoso pudiendo ser, en cambio, un evento que nos empodere, que materialice y represente nuestra enorme fuerza. Es lamentable que en este país solo puedan permitirse un parto en casa algunas personas, aquellas con medios económicos bastante altos, mientras que las mujeres con menos renta no tienen elección. Me consta que en otros países europeos es una opción cubierta por la Seguridad Social. Espero que todas las personas implicadas en esta situación puedan hacer cuanto antes todo lo posible para revertirla.

(1) Así reza la Guía de asistencia al parto en casa elaborada por la Asociación de Matronas de Parto en Casa de Cataluña, con el apoyo de la Asociación Catalana de Matronas (ACL), la Federación de Asociaciones de Matronas de España (FAME) y el Consejo de Colegios de Enfermeros y Enfermeras de Cataluña (CCIC) (página 16)

(2) fuente: Colectivo Harimaguada, “Los derechos sexuales y reproductivos, derechos humanos básicos. Políticas Sanitarias y Educativas en materia de Salud Sexual y Reproductiva en Canarias: Abandono y desmantelamiento. Informe I”, agosto 2018. Página 14. https://www.dropbox.com/s/74al0l2dd9rgoxc/Inforne%20DSR%20requetedefinitivo.pdf?dl=0&fbclid=IwAR0Yd6wOxdUitDYVNafqkxart9sD1-Qs9MZ5mI6KeFVEzbowspyC7jyiKHU