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Nacimiento de Edurne

Todo comenzó de la forma más bonita que podía empezar una historia con final feliz, haciendo el amor. Fue un domingo 21 de agosto y Ángel ya había hecho una llamadita a Juanjo para contarle que habíamos llegado a la semana cuarenta y comentarle como me veía. ¿Qué mejor recomendación existe para que comience bien cualquier proceso en armonía y con buen pie, que la de “sexo y vino?” Pues así fue, así arranco muy lentamente el trabajo de parto de Edurne. Después de hacer el amor, cómo pudimos por el volumen de mi panza, entre risas, y con la ternura que requería aquel momento, se empezó a desprender el tapón mucoso. Era cuestión de días quizás horas, había llegado el momento. Después de pasar unos días con pequeñas perdidas del mencionado tapón y con leves contracciones, llegamos al martes veintitrés ansiosos y expectantes, sin saber si sería ese mismo día o no. Según pasaba el día las contracciones iban siendo más frecuentes y de mayor intensidad, de tal forma que me tenía que agachar para controlar el dolor. Ya por la noche, a la hora de acostar a Jon tenía que concentrarme en la respiración para sobrellevarlas. Había llegado el momento, y no éramos conscientes. Nuestra Edurne ya estaba en camino, era cuestión de horas poder tocarla, olerla, sentirla más cerca si cabe. Con Jon dormido comencé a sentir las contracciones más frecuentes y de mayor intensidad, como una loba que busca su refugio para parir e inmersa en mi planeta parto buscaba la manera de contrarrestar el dolor con cada contracción, me resultaba más fácil de lo que recordaba con Jon. Días atrás habíamos colgado una barra en el pasillo de la casa, de la cual colgaba una sábana de tacto muy agradable, en la que con cada contracción yo me colgaba, unas veces sentada, otras de pie, y concentraba toda mi energía sobre mis caderas y mi pelvis, mandándole la orden de ir abriéndose poco a poco para ayudar a Edurne en su viaje a través de mis entrañas. Me resultaba cómodo y no temía que llegase la siguiente contracción, tenía el control, me sentía fuerte y segura. Entre tanto Ángel siempre a mi lado y en silencio vigilaba mis movimientos, yo le sentía cerca, veía su sombra siempre conmigo, cuando pasaba la contracción a veces me dirigía a él, otras ni le contestaba a sus preguntas “¿estás bien?, ¿ eso ha sido una contracción?” No recuerdo a que hora, cansada y con sueño, me tumbé en la cama esperando a la siguiente contracción, y me desperté a las cinco y diez minutos de la mañana con una contracción fuerte, era diferente, ya no podía controlar el dolor con tanta facilidad, así que esperé a la siguiente para identificar si el cambio había ocurrido. Pasaron siete minutos y llegó la siguiente, me costó trabajo llegar hasta la barra y colgarme, fue igual que la anterior, el proceso estaba avanzando, pensé “ ha llegado la hora de meterme en la bañera, quizás allí pueda controlar mejor este nuevo dolor”. Cuando pasó la contracción fui a la cama donde se había acostado Ángel a descansar y le desperté, y no recuerdo si pensé o le dije que avisase ya a Juanjo y Graciela, porque de repente llegó otra contracción, apenas me dio tiempo a llegar a la barra, con la ayuda de Ángel atravesar el pasillo, se me hizo eterno, como el que ansía llegar a la cima de una montaña y esos metros parecen kilómetros. Entonces fue cuando le dije a Ángel, “Llena la bañera”, no podía mantener una conversación con él pero era muy consciente de lo que me estaba pasando, incluso llegué a pensar que no estaba completamente metida en mi mundo parto, y nada más lejos de la realidad, reconocía cada momento, cada dolor, cada sensación porque la había vivido con Jon. Una vez lista la bañera, Ángel me acompañó y al entrar me resultó estar muy iluminado, apenas la luz de dos velas alumbraba el lugar y a mí me parecían focos, buscaba mi guarida, mi cueva. Una vez templada el agua, ya que me pareció que estaba demasiado caliente, me metí deseando tener las mismas sensaciones que cuando tuve a Jon. Cuál fue mi sorpresa cuando en la primera contracción que me vino inmersa en el agua ya tenía ganas de pujar....” Ay Dios, pensé, Esto va más rápido de lo que pensaba” esperé a la siguiente contracción para comprobar que realmente eran ganas de pujar, y efectivamente...eran pujos, los primeros... Entonces pensé, “una contracción más, y salgo de aquí, debo salir del agua, aquí no podré pujar eficazmente si la cosa se acelera” Para la sorpresa de Ángel, imagino, le dije, “quiero salir de aquí”, sin darle más detalles, y me dispuse a buscar de nuevo mi lugar. No acababa de pisar con los dos pies en el suelo cuando me vino otra contracción, dios mío no sabía dónde agarrarme, dónde colgarme para contrarrestar el dolor, allí estaban los toalleros, pues los arranqué de cuajo... y me aferré con fuerza a Ángel. Entonces la sensación de frío recorrió todo mi cuerpo, las contracciones eran fuertes, y solo deseaba oír el timbre, Juanjo y Graciela no llegaban. De repente sonó en timbre y le dije a Ángel, “Abre”. Graciela estaba subiendo, la oí entrar y charlar con Ángel, se asombró al ver la barra, yo no podía hablar con ellos. Entonces se arrodilló ante mí y comprobó el latido de Edurne, “está perfecta, dijo”. Enseguida se dio cuenta de que ya tenía pujos involuntarios y se lo dijo a Ángel. Todo iba perfecto. De alguna manera me relajé, ya no estábamos solos, y de nuevo volví a concentrarme en mis contracciones, recordaba las palabras de Carmen Mújica, la ginecóloga que me acompañó en el parto de Jon “deja la contracción que se vaya, suéltala” y me sirvió de gran ayuda. Saber que el momento se acercaba me llenaba de fuerza y energía, ya quedaba menos, el final estaba cerca y estaba preparada. Entonces cuando la contracción cesaba me sentaba en la silla, pero sabía que allí no podía ser, necesitaba que Juanjo llegase con la silla de partos, era otro de mis talismanes. Fue entonces cuando para controlar las contracciones me puse de pie recordaba haber visto aquella imagen en algún sitio, la imagen de una mujer de pie con una pierna sobre una silla. Agarrada con fuerza a la barra, sentía mucha presión en mi interior y unas ganas de pujar con más fuerza, estuve a punto de arrancar la barra de la pared, menos mal que Ángel la sujetaba mientras yo tiraba de ella. En segundos pasó el dolor, y escuché a Ángel hablar con Juanjo por teléfono, ya estaba aparcando, volví a sentir alivio, la silla, solo deseaba sentarme en aquella silla de partos. No vi llegar a Juanjo, solo que una sombra acercaba la silla, mientras apartaban la del despacho, dónde había descansado durante todo el proceso. Le pedí a Ángel que me sujetase por detrás, me abrazó y sentí como su energía recorría en segundos todo mi cuerpo. En dos contracciones sentí el circulo de fuego, lo reconocí perfectamente, ya está aquí mi niña pensé, ya quiere salir, y concentré mi energía en aquel punto, entonces oí a Juanjo “despacio, dijo” y aflojé. Y salió su cabeza, que mezcla de sentimientos, debía descansar para la contracción siguiente, un último empujón y estaría con nosotros. Graciela dijo entonces, “lo estás haciendo muy bien, pronto no te acordarás de esto, ya falta poco”. Estaba ansiosa de que llegase la siguiente, y mientras me intentaba concentrar en la respiración llegó, apreté con fuerza y salió Edurne de mi interior, a las siete de la mañana del veinticuatro de agosto, nueve meses habíamos esperado para tenerla en nuestros brazos, ¿cómo se puede sentir tanto amor en cuestión de segundos? Mi niña, lloró, su cordón era corto y me costaba sujetarla con tanta emoción, mis músculos no me respondían, había sido un parto rápido, me resultó fácil, sin duda fue maravilloso volver a vivir la experiencia, mucho más consciente de todo, más segura. Quién lo hubiese imaginado después de tantas dudas, tantos temores. Agradecí a Juanjo y a Graciela por estar con nosotros, besé a Ángel, mi compañero para siempre, “el que siempre me ha salvado de los peligros”... Ya tumbada en la cama, con Edurne pegada a la teta y pasado un tiempo, Juanjo pinzó el cordón para que Ángel procediera a cortarlo. Solo faltaba la placenta y aquel proceso que comenzó hacía nueve meses completaría su ciclo. Tras una sencilla maniobra, allí estaba en las manos de Juanjo, le dimos gracias por haber hecho su labor, entonces Graciela me preguntó si quería un zumo con parte de placenta y le dije que sí. Aquel zumo hecho con melocotón y una pequeña parte de aquel poderoso órgano me resultó sabroso y refrescante. Las horas posteriores fueron inexplicables, estábamos en casa, con nuestros hijos, Jon seguía durmiendo, Edurne mamaba y estábamos tranquilos disfrutando de aquella nueva situación. Juanjo y Graciela recogieron todo como hormiguitas, sin hacer ni un ruido. A las diez de la mañana aproximadamente, estábamos desayunando los cuatro en la cocina, compartiendo risas y mucha complicidad, yo ya me había duchado, y me encontraba feliz, mis hijos dormían tranquilos. A las once de la mañana nos despedimos de Juanjo y Graciela y fuimos a despertar a Jon para contarle que Edurne ya estaba en casa. Estaba feliz de ver a su hermana, la miraba y tocaba con asombro... qué momento tan entrañable. Pasamos el resto del día en casa, habíamos decidido disfrutar de aquel momento al máximo y en calma, necesitábamos digerir tanta felicidad, así que decidimos no avisar a la familia hasta el día siguiente. Ángel y yo nos mirábamos, entre sonrisas y miradas cómplices viendo a nuestros hijos, recordándolos momentos vividos aquella noche, toda la casa parecía oler a oxitocina natural, sentía una energía por toda la casa difícil de explicar, comimos, dormios... fue perfecto. ¿Cómo se puede explicar con palabras lo vivido aquel 24 de agosto? Se queda para siempre en nuestros corazones, con imágenes, sensaciones, olores. Este relato tiene la única función de ser una pequeña muestra para aquellos que no lo vivieron junto a nosotros, o no eran conscientes. Para nosotros (Ángel, Graciela, Juanjo y yo misma) fue una realidad y así la guardamos cada uno dentro de nuestro corazón para siempre. Gracias a todas las personas que han contribuido para que este relato sea una realidad, Patricia desde Venezuela que me desbordó con información sobre como parir en casa en España, Emilio que me puso en contacto con Graciela, las chicas de “El parto es nuestro”, que fueron un apoyo fundamental compartiendo sus experiencias, y sobre todo a nuestras comadronas: a María, que gracias a la charleta que tuve con ella me hizo ver las cosas de otra manera, a Graciela y a Juanjo por estar con nosotros aquel día, por su cariño, sus abrazos de verdad, sus consejos, su profesionalidad.... tres personas que sin apenas conocerlas ya tienen un lugar muy especial dentro de mi corazón. Y por supuesto a nuestros amigos cómplices, a los que contamos nuestro “secreto” y nos apoyaron al máximo y nos dieron todo su apoyo desde todos los lugares del mundo, especialmente a Ger que deseó tanto vivir la experiencia con nosotros. Ama, Madrid 9 de septiembre 2011