Nacimiento de Martín. Parto vaginal después de 2 cesáreas en hospital
Madrid, 2 de julio de 2010.
MIS CESÁREAS:
Mi hijo Jorge nació en febrero de 2004. Me puse de parto el día que cumplía la semana 40. Al llegar al hospital había dilatado 3 cm y todo estaba bien según la matrona. Pero llegó la ginecóloga que había pasado la noche en el hospital y tenía que incorporarse a su consulta en la Seguridad Social y me dijo que mi hijo tenía sufrimiento fetal, que se moría, y que me iba a hacer cesárea. Fue en el propio quirófano cuando había terminado la intervención y todo el personal sanitario se había ido cuando me di cuenta muerta de frío, sola y con los brazos en cruz, que me habían engañado.
Cuando me quedé embarazada de Guille, mi segundo hijo, le comenté a otro ginecólogo mi intención de intentar un parto vaginal (PVDC). Me dijo que no había problema. Pero me volvieron a engañar. Después de anular 3 quirófanos me puse de parto en la semana 41, pero ése médico no tenía ninguna intención de intentarlo… “Tú útero está tocado, por eso no dilatas”…
En junio de 2009 estuvimos de vacaciones en Calpe, casualmente a 30 km de la clínica Acuario. Estuve hablando con Enrique Lebrero. Salí llorando de la consulta y ví muy claro que no me iba a dar por vencida. Yo estaba segura de que me habían engañado, pero que Lebrero me lo confirmara fue como un empujón para volver a intentarlo, en contra de lo que pensara todo mi círculo más cercano.
Justo al año siguiente, el mismo día del mes de junio, salía de cuentas de Martín, “mi milagro”.
MI AVENTURA:
Creo que el momento más emocionante de mi embarazo fue una noche del mes de enero de 2010, en la que envié un mensaje de auxilio al foro de “Apoyocesáreas”. En pocos minutos empecé a recibir mensajes de mujeres que habían tenido su PVD2C, de mujeres que habían pasado por una cesárea y entendían mi dolor, y de mujeres que no dudaban de mi capacidad para parir a mi hijo. Desde ése momento ya no había marcha atrás: estaba embarazada, mi marido me apoyaba totalmente y ahora además contaba con ayuda exterior y objetiva que iban a hacer que no ocurriese lo mismo que en mi segundo embarazo.
El seguimiento de mi tercer embarazo lo estaba haciendo con el mismo ginecólogo de Valladolid que me hizo la segunda cesárea, y que me ofrecía cesárea programada en la semana 37. Busqué otras opciones, visité varios ginecólogos que estaban dispuestos a ayudarme, y me decidí por Madrid, a una hora en AVE de mi casa y por un hospital, puesto que mi idea no era parir en casa.
En la semana 37 fui a monitores en Valladolid y mi gine me dijo que era peligroso esperar más, concretamente me dijo “útero roto, niño muerto, un cristo”… Me dio cita para la semana 38 y me advirtió “no se te ocurra intentarlo…” No volví.
A partir de ahí el seguimiento lo iba a hacer en Madrid, pero me dijeron que no me preocupara, si sentía al niño no había problema, y no hacía falta que fuese a más monitores que no había ningún peligro. Me citaron en la semana 41 para valorarme. Si seguía el niño muy arriba y sin borrar el cuello me aconsejaban cesárea programada y respetuosa para el día 8 de julio.
Después de esta visita a Madrid estaba un poco desanimada porque me parecía volver a vivir lo mismo que con mi segundo embarazo.
Mi FPP era el lunes 28 de junio 2010. El jueves 1 de julio (40+3) por la mañana al ir al baño empecé a echar el tapón mucoso, pero muy poquito. Bajé a la piscina con los niños y sobre las 3 de la tarde cuando estaba dándoles de comer, empecé a notar contracciones.
Mi idea fue siempre irme a Madrid con calma…y al hospital con más calma todavía…A las 15:30h llegó Nacho (mi marido) y le dije que casi mejor dormíamos en Madrid por si se aceleraba por la noche. Y se aceleró, pero en ése momento, porque empecé a tener contracciones muy cortitas y dolorosas, pero cada 5 minutos, así que le dije a Nacho “llama a RENFE y coge billetes para el primer tren que esto va rápido”.
Hice maletas, me duché, llevamos a los niños a casa de mis padres y a las 19:30h estábamos sentados en el AVE. Alguna contracción era cada 3 minutos. En Segovia empecé a ponerme nerviosa porque cada vez me molestaban más y era un poco complicado encajarlas sentada en el tren.
Desde la estación de Valladolid había llamado al teléfono de las matronas que me habían dado y hablé con Julián, que estaba de guardia, y me dijo que me pasase por la clínica para valorarme y así me quedaba más tranquila. Al llegar allí me dijo que mi ginecóloga estaba fuera de Madrid y que me atendería Begoña que era del mismo equipo. Yo no había cruzado una palabra con ella nunca, y algo había oído de lo que pensaba sobre los PVD2C, pero estaba en sus manos, así que siguiendo un buen consejo que había recibido a última hora, fui franca con ella, le dije a que venía y que confiaba en mi útero y en mi niño y que a ellos les necesitaba para controlarme. Me hizo un tacto y estaba dilatada de 2 ó 3 cm y el cuello borrado. Me comentó que estaba favorable y que lo íbamos a intentar porque lo más difícil ya lo había hecho que era ponerme de parto, que me trataría como si tuviese una cesárea, pero que no lo íbamos a intentar a cualquier precio, que en cuanto viese algo raro no me iba ni a consultar. Su planteamiento me pareció muy razonable; también lo había sido el mío. Así que adelante.
Le pregunté a Julián que si creía en los PVD2C y me dijo “Algo he leído. Hay el doble de riesgo de rotura uterina que con una cesárea”…imaginaros como me animó…pero lo olvidé enseguida porque tanto él como Begoña me hicieron sentir, como si mi útero NO fuese una bomba de relojería a punto de estallar.
Me aconsejaron meterme en la bañera con agua muy caliente y aunque al principio no estaba muy convencida, me vino bien. Me puse de lado con la luz apagada y empecé a quejarme todo lo que me había aguantado en el AVE. Nacho me decía que no me quejara mucho para no asustarles. Yo lo único que hacía era decir “¡¡¡AAAHHHH!!!” con la boca muy abierta por eso que dicen que al abrir la boca se abre también la vagina…
Hacía mucho calor y me agobié en el agua. Vomité por segunda vez. El tema se iba animando y yo quería moverme para que Martín bajara pero no podía ni estar de pie, así que me tumbé en la cama de lado. La dilatación iba muy bien, el problema podía ser que el niño no bajara por la pelvis, además era grande… Me dijeron que lo mejor era la pelota y empecé a hacer círculos con la cadera. Nunca me había sentado en una pelota y me caía. Me apoyaba en la cama y la cama se movía y no podían ponerla fija. Me mareaba, así que desistí de la pelota. Otra vez a la cama.
Las contracciones duraban cada vez más. Se me mezclaban todas las indicaciones de cursos de preparación, libros, Internet, reuniones, relatos…confundía la respiración con el “sumérgete en el dolor, no le opongas resistencia”. Respiraba fatal y Julián decía que iba a hiperventilar. Yo seguía con mis “¡AES!” enormes con la boca muy abierta, mientras Nacho me decía que evitase gritar y respirara como me indicaba Julián. Y yo no estaba para explicarle lo de la boca-vagina…
Le pregunté a Julián que podía hacer para que no doliese tanto y me dijo que la respiración o la epidural. “¿¿La epi qué…?? si soy cesareada no se me puede poner ¿no?” pregunté.
Me dijo que sí. Cuando volvió Begoña me comentó que si podía ponerse epidural a pesar de una cesárea anterior porque hay muchas formas de notar la rotura uterina si se diese el caso, y que además la epidural hace que la madre se tranquilice y en ocasiones ayuda a continuar con el parto. Yo desconfiaba porque tenía miedo de pararlo todo con la anestesia. Como además siempre había tenido la idea de que no me la iban a poner, pues pasé del tema.
Begoña y Julián me daban masajes en la parte baja de la espalda para aliviarme el dolor mientras yo me agarraba con fuerza, mucha fuerza al brazo de Julián o al de Nacho. Durante la contracción me clavaban los dedos en la espalda y todavía no sé el motivo pero me ayudaba a superarla.
Empecé a sangrar y Begoña nos comentó que era el tapón y que hay partos más sanguinolentos que otros. Pero ella quería que rompiera la bolsa para ver cómo estaba el líquido amniótico y quedarse más tranquila.
Me dolía cada vez más y Begoña me dijo que cuando rompiera la bolsa el niño presionaría y las contracciones serían de mayor intensidad. En ese momento volvimos a hablar de la epidural. Le pedí su opinión y me dijo que ella esperaría porque me veía tranquila y que controlaba entre contracciones.
Ahora recuerdo y me parece súper curioso, que entre contracción y contracción estaba tan tranquila, como si estuviese en casa sentada en la cama hablando con mi marido. En realidad así era, con mi marido y con Begoña que a veces venía y se sentaba en una silla y me contaba cosas, yo le preguntaba, hablábamos de mis otros hijos y de los suyos.
La bolsa se rompió a la 1:30 h cuando estaba de más de 7 cm (en realidad no sé cuánto estaba dilatada pq sólo me hicieron 3 tactos: de 3cm, de 7cm, y en completa) El líquido estaba OK. Aguanté un rato más, pero las contracciones ya eran muy fuertes y le pedí que llamara al anestesista. Tenía miedo de que no fuese la decisión correcta, pero también tenía miedo de no poder aguantar mucho más y ése miedo también podía echarlo todo a perder. Recordaba todas las historias de PVD2C que había leído, que eran muy lindas, pero ninguno de esos partos habían sido cortos, sino más bien de días…
Tardaron en ponérmela, me pareció una eternidad.
Ya había dilatado y ahora el niño tenía que bajar. Le pregunté a Begoña qué podía hacer y me dijo que el niño había entrado en la pelvis por la derecha, así que me colocó sobre el costado derecho en la cama y la pierna izquierda flexionada. Así estuve creo que durante una media hora y aprovechamos para descansar. Allí estábamos los dos solos (Nacho y yo) después de 9 meses, descansando, nunca mejor dicho…
Pensé que el estar en la cama no iba a facilitar que Martín bajara, así que decidí que cuando vinieran a verme si las cosas no estaban bien, me levantaría e intentaría por todos los medios que el niño bajara.
Vino Begoña y me hizo un tacto. Yo estaba muy nerviosa porque pensaba “hasta aquí hemos llegado”. Cuando terminó, se aparto y le pidió muy seria a Julián “valóralo tú”.
“Se acabó”, pensé, “quiere que Julián también diga que no baja para convencerme”.
Y Julián dijo emocionado y creo que algo sorprendido “este niño se ha girado!!”. Entonces Begoña se echó para atrás el pelo con las manos (en mi vida olvidaré ni ése gesto ni ésa cara), se acercó a la cama, me tocó la pierna y me dijo “vas a tener a tu hijo por la vagina”.
Yo me puse muy contenta y Nacho muy nervioso. ¡¡Lo íbamos a conseguir!!
Begoña ya me había comentado que aliviaría el expulsivo porque no quería forzar el útero. Como ví claramente que no era negociable le pedí que me dijera en que consistía exactamente y ella me estuvo explicando y tranquilizándome.
Pasó un buen rato hasta que prepararon todo y Nacho daba paseos por la habitación nervioso. Yo creo que Begoña y Julián también debían estarlo, ya que estoy convencida de que nunca pensaron que todo iba a ser tan fluido.
Empujé 4 ó 5 veces, no lo recuerdo. Nacho se sentó junto a Begoña en primera fila, y ahora explica a todo el mundo como nació Martín y cuenta con detalle que al niño no le tocaron, que colocaron espátulas para facilitar la salida pero no tiraron del niño para sacarlo.
De repente me pusieron a Martín encima, mojadito, sucio y muy rico. Y allí me lo dejaron. Pesó 3,700 kg y midió 53 cm.
Creo que desde que entré en el hospital hasta que tuve a Martín en brazos pasaron menos de 6 horas. Tuve mucha suerte. Fue un parto en el que fui superando etapas:
- cuello borrado
- dilatación rápida
- líquido amniótico ok
- paso por la pelvis rápido
En cada etapa estaba convencida de que me iban a decir “prueba no superada, a quirófano”, pero todo fue fluido y rápido y no me pudieron decir el temido “hasta aquí hemos llegado”.
Fue un PVD2C más corto de lo que siempre había imaginado. Fue un parto hospitalario y con epidural. Esa fue mi opción y me alegro, porque creo que no estaba preparada para otra cosa. Pero a pesar de ello fue un parto íntimo puesto que sólo entraron en la habitación las 2 personas que me atendían. Hablaban “lo justo”, respetaban mis silencios o mis gritos durante las contracciones, me tuvieron en cuenta en todo momento, y nos informaban y explicaban todo lo que les íbamos preguntando Nacho y yo. Sentí muy cercanos a Begoña y a Julián, a pesar de que no les conocía de nada ni les había visto en mi vida.
Alguna contracción me dolió mucho, pero mucho más me dolieron las cesáreas absurdas de mis otros hijos. Y más me siguen doliendo después de 6 y 3 años, porque aunque ahora estoy feliz y orgullosa con el nacimiento de Martín, siento mucha pena por Jorge y por Guille, por no haberles sabido defender en el momento de su nacimiento, y no haberlo podido vivir y disfrutar así con ellos.
No lo habría conseguido sin ellos y estaré eternamente agradecida:
- Al libro “Nacer por cesárea”, a “El Parto es Nuestro” y a todas las madres que escriben los relatos de sus partos.
- A Nuria, a Marta, a Chus, a Elisa, a Mª José, a las 22 foreras de “Apoyocesareas” que contestaron a mi primer mensaje de auxilio y a todas las que desde tantos países diferentes, encendieron un velita y estuvieron pendientes de mí cuando estaba en el hospital.
- Al equipo de Nacentia: a Regina que me recibió y me dio esperanzas, y en especial a Begoña y a Julián por acompañarme y guiarme durante el parto. Creo que Julián ya cree algo más en los PVD2Cs…
No lo habría conseguido y ni siquiera lo habría intentado sin el apoyo de Nacho, que además de llegar a entender lo que me pasaba, dejó de lado sus miedos e incluso en algún momento espantó los míos, para apoyarme en las decisiones que iba tomando en la aventura de nuestro PVD2C.