Necesitamos confiar
“Necesitamos confiar” es la frase con la que me convenció Rober para dejar de cuestionar una decisión ya tomada. Iba a dar a luz en la sala de parto natural de la Milagrosa con Gaia y con Tania a nuestro lado. Parece que yo necesitaba que mi cadena de convicciones y personas de confianza llegara hasta él y aunque me cueste admitirlo, la validara.
He leído muchas historias de mujeres que deciden parir así, convencidas de su capacidad fisiológica y de sus ganas de traer al mundo a sus bebés con total consciencia. No era mi caso. Yo no estaba empoderada, estaba asustada y efectivamente necesitaba confiar.
Estaba asustada porque hacía 4 años de mi primer parto, de cuyas secuelas estaba empezando a recuperarme hace a penas un año, sólo un par de meses antes de enterarme que estaba esperando otro bebé… es decir, unas semanas después del “no va mal” me quedé embarazada, sin planificarlo, sin decidirlo, pero por lo que mi cuerpo me ha enseñado, deseándolo.
Llegó la noticia justo cuando tenía que empezar a celebrar mi recuperación, aunque en realidad llegó cuando tocaba acabar de sanar, cuando sólo un parto nuevo podía reparar el daño emocional que había habitado en mí desde entonces.
Esta vez sabía con quien contar. Confiaba en Tania, la primera persona que con franqueza me explicó una a una mis lesiones, la relación que había entre ellas y las prácticas médicas que las causaron. La única persona que no trató de convencerme que todo lo que sentía y padecía después de aquel parto era “lo normal” o “mala suerte”. Convencida esta vez que la vida había decidido por mí lo que me tocaba vivir y que era un regalo para ambas poder estar en esto juntas.
Así empezó la historia de este embarazo. Yo confiaba en Tania, Tania confiaba en Gaia, Gaia en su equipo y en su práctica, Rober confiaba en ellas y ellas confiaban en mí. Es bonito ser el primer y el último eslabón de una cadena de confianza que se cierra para conseguir que yo volviera a confiar en mí.
Aunque eso ha ocurrido después, después de mil miedos, mil dudas, algunos imprevistos y muchas lágrimas. He vuelto a confiar en mí después de este parto. Después de resolver una a una mis dudas con Gaia durante el embarazo. Después de preparar mi cuerpo cada miércoles con Tania para el trabajo físico que iba a suponer. Después de leer relatos y hablar abiertamente de ello con otras mujeres. Después de compartir con Rober cada uno de mis sentimientos. Después de confiar y pedir ayuda a quien me la podía dar y después de renunciar, con todo lo que duele, al apoyo y comprensión de quien no me podía ayudar.
He vuelto a confiar en mí después de aquel martes en el que me levanté, me acabé el desayuno de Helena y rompí aguas en el camino de vuelta a la cama. Aquel martes en el que contra todo pronóstico me puse de parto de día; contracciones en casa, contracciones en el taxi y contracciones ya en la “habitación naranja”.
Ana nos recibió y nos confirmó, por si no lo tenía ya claro, que efectivamente “ese era el día” mientras Tania, Gaia y Miguel llegaban, íbamos cerrando persianas, poniendo la música, quitándome la ropa y empezando a notar que esto dolía, mucho, cada vez más.
Me duché con agua caliente, muy caliente… aún tenía dolores que podía soportar, similares a otros que había soportado antes y que una ducha muy caliente me los podía aliviar. Salí de la ducha y empezó a ir a más, probamos posturas para aliviar el dolor, hasta encontrar “la postura que reducía el dolor a la mitad” EJEM, a la mitad, a la mitad no sé… pero me pasé unas cuantas contracciones colgada de Tania y Rober y ayudó ;)
Cada vez dolía más, yo quería volver al agua, a la ducha, o a la bañera. Tenía que esperar a meterme en la bañera para evitar que fuera demasiado lento… pero lejos de ir más lento, casi no tenía tregua entre contracciones y tras una exploración pude meterme en la bañera porque parece que ya había llegado a la “dilatación rápida”.
Recuerdo repetir una y otra vez en la bañera que me dolía mucho, aunque ahora no recuerdo que me doliese tanto; que podía aliviar fácil el dolor haciendo fuerza con la pierna, basculando la espalda, respirando deprisa, o echándome agua caliente con la ducha en la tripa. Entre hiperventilar, el dolor sin descanso y la pérdida de noción del tiempo pasé en la bañera una especie de borrachera… pero de esas en las que estás tranquila porque las personas que están contigo te están cuidando.
Estaba ya en otra fase, mucho antes de lo que nadie se esperaba. Salí de la bañera con ganas de empujar, pero también de desaparecer, de echarme a dormir… de poner en pausa tanta intensidad. Lo deseaba de verdad, lo pedía llorando como si por pedrilo pudiera detener lo que estaba pasando. De nuevo, Tania con franqueza…”no se puede parar, pero estamos aquí para ayudarte”
Me preguntó Gaia que si me exploraban, por comentarios que me pareció oir que era pronto. Pero yo me subí a la cama. Era lo más parecido a mi deseo de echarme a dormir. Nada más lejos, recuerdo las exploraciones con muchísimo dolor, aún quedaba, según la exploración.
No sé contar lo que pasó después, no sé expresar con palabras esa sensación de salir de mi propio cuerpo para soportar el dolor, de no no poder atender a lo que me estaban pidiendo, de casi derrumbarme en el suelo y cuando conseguí colgarme de nuevo tener ganas de gritar, de llorar, de empujar… estaba pasando. El bebé estaba coronando y yo estaba en cuclillas…. no era una de las posturas que mejor venían para evitar una nueva lesión, tampoco podía empujar.
Conseguí subir a la cama en cuadrupedia, Rober me acariciaba la cabeza y yo noté al bebé empezar a salir…. “No empujes sólo ábrete”. “Esperamos la contracción para que el bebé salga”. Grité mucho, mordí, me agarré con fuerza, me abrí… pero conseguí no empujar. Por suerte, las siguientes contracciones no tardaron en llegar. Lucas nació y me lo entregaron bajo mi cuerpo y con él en brazos me giré y se quedó en mi pecho.
No recuerdo un instante más pleno en mi vida; yo volví a nacer con él y la nube de oxitocina en la que nos conocimos se mantiene hoy. Nunca olvidaré con quien la compartimos. Sé que ocuparan un lugar en mí que estará ahí siempre.
Gracias Rober
Gracias Helena
Gracias Tania
Gracias Gaia
Gracias Miguel
Gracias Ana
Gracias Patricia,
Gracias Lucas
Gracias Sara