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Parto de Carmen. Nacimiento de Héctor. Noviembre de 2009.

Parto natural, descubrir la confianza en una misma.

“No aceptes lo agradable, ni rechaces lo doloroso. No afirmes ni niegues. ¡Mantente muy despierto en un estado de naturalidad sin falsear! Cuando así te mantengas, la señal de progreso será tu cuerpo, tus palabras y tus pensamientos te parecerán libres y sueltos, más allá del placer y el dolor.”

Padmasambhava (siglo VIII) Tíbet

Pensaba que hacer mío el parto consistía sólo en decidir sobre lo que quería y lo que no, pero descubrí algo mucho más importante, la fuerza que hay dentro de mí, la capacidad de la naturaleza para afrontar un momento tan crucial en la vida sin más necesidad que la que ofrece la paciencia y la confianza.

Nunca pensé que un hombre me ayudara a descubrir el inmenso potencial que las mujeres tenemos dentro para afrontar un parto. Pero ahí estaba Antonio, mi matrón, encantado de seguir mi plan de parto. Todo le parecía bien y debo decir que él, con más confianza que yo, me contagió su seguridad en los momentos en los que la mía se venía abajo por el cansancio de las horas. "Esto es así. Para las grandes multíparas como tú, al útero le cuesta más, es más sensible al dolor pero menos eficiente. Es más difícil preveer el momento. De pronto nace el niño y sale como de un tobogán."

Cuando apareció Antonio, me sorprendió un poco. “Un hombre atendiendo un parto”. En el fondo era más convencional de lo que creía. Una piensa que una mujer es más sensible, o que si ha pasado por la experiencia del parto puede entender mejor a otra que se encuentra en la misma situación. ¡Menuda tontería! Antonio creía más en las mujeres, de lo que las mujeres creemos en nosotras mismas.

No sé de quien es la culpa, pero hemos perdido la confianza en nosotras mismas. Somos el sexo débil, sí, pero nuestra debilidad sólo está en nuestra confianza y seguridad. La naturaleza nos ha dotado de todo lo necesario para que el parto no necesite de nada más que de una mano sabia y paciente que nos anime cuando las fuerzas nos fallan o cuando el cuerpo tarda en responder.

Antonio era el nombre que yo hubiera deseado para mi hijo. Así que cuando mi matrón se presentó, la coincidencia me alegró.

No creo en las casualidades, para mí, que soy amiga de lo espiritual, son causalidades.

Día 31, lunes, los números y el día de la semana del santo. Un santo que se representa portando un libro de sabiduría y unos lirios de sensibilidad en una mano, y con la otra sujeta al niño Jesús, es una imagen que sin duda representa muy bien lo que Antonio es y hace.

Sin embargo mi hijo se iba a llamar Héctor, un nombre de consenso familiar. Y Héctor era grande, bastante grande e iba a necesitar tiempo. Cincuenta y cuatro centímetros, más de 4.300 gramos y la mano sobre la cabeza.

Cada parto es único, tan único como cada hijo. Yo había tenido tres y cada uno completamente diferente. El peor de todos el primero: inducido y con todos aquellos pasos que yo rechazara después para mis partos: rasura, enema, oxitocina sin epidural, monitorización interna, potro, episiotomía, un ambiente poco afortunado y finalmente un posparto que se alargó durante meses en mi periné.

El segundo fue rápido como un rayo. Apenas si pudieron colocarme la epidural que exigí ante mi primera experiencia de filtiré perineal. El tercero vino con un plan de parto bajo el brazo, pero no consiguió cuajar por completo. Terminó con epidural y un expulsivo algo lento. Ante el cuarto, preparé el plan de parto con escepticismo. Una no sabe si es mejor ir pidiendo lo que quiere, porque a veces dependiendo de las personas, hay quien no te entiende y malinterpreta tus intenciones, y quien directamente no te hace ni caso.

Pero lo hice. Y ahí estaba Antonio, como el santo de las causas perdidas, llamando por teléfono al pediatra para pedir autorización en aquellas cosas que se salían de su competencia, conformando a los compañeros que entendían el plan de parto como una falta de confianza o de intromisión a su profesionalidad.

Se llevó el texto. Lo leyó a solas y después comentamos punto por punto cada una de mis peticiones. No cuestionó si estaba preparada o no para exigir esta cosa o aquella. Simplemente me respetó y complementó mi información. Me habló de las posibilidades que teníamos. No necesitábamos ir al paritorio. La cama era genial y podía transformarse totalmente para adaptarse a las necesidades o preferencias de posturas. Además de la epidural podían administrarse otro tipo de calmantes. En definitiva a Antonio le apasionaba su trabajo y eso se notaba. - No envidio a la gente que viaja por el mundo, yo todos los días asisto a un espectáculo maravilloso, - decía.

La conversación fue a veces tan intensa que las contracciones aminoraron de tal forma que se pararon. Hubo que dejar de hablar. Y no solo se pararon por hablar, también cuando me sentaba en aquella cama “transformer”. Necesitaba estar de pie, liberar la cadera con movimientos suaves y concentrarme en mi respiración.

Tomar conciencia del dolor y utilizar la respiración como medio, aminora la sensación y calma al espíritu. Tan sólo hay que visualizar como el oxigeno llega hasta el vientre y lo alimenta de luz, y como al expirar sale el oscuro dolor suavemente.

Si hay un sistema físico sensible al pensamiento, sin duda es el reproductor. Si la sexualidad necesita de unificar mente y cuerpo, el parto igual, necesita de estarse a lo que se está. Cuando pienso en la toma de mi hijo, inmediatamente los pechos comienzan a segregar leche, y pobre de mí como me pille sin discos protectores y fuera de casa. Así pues, nuestra mente, nuestro pensamiento es fundamental en el proceso. Necesitamos concentrarnos, pero no siempre resulta fácil.

Las contracciones duelen y cansan, y en una termina perdiendo la paciencia.

-Ahora si que ya estaría dispuesta a tomar cualquiera de esas cosas que me has dicho antes.- le dije a Antonio, cuando las fuerzas empezaban a fallarme, tras horas de estoica espera con ocho centímetros. Me respondió con una sonrisa y un “venga vamos a mirar a ver como estás”. Volvió a repetirme que esto era así, que estos partos son así, nunca se sabe cuanto tiempo van a tardar y de pronto el niño sale volado.

Me aconsejó que me pusiera en la intención del expulsivo y así lo hice. Me concentré en decirle a mi pequeño que ya era hora de nacer. En mi soledad interna le pedía a mi cuerpo que colaborara, a mi hijo que me ayudara y me introduje en un espacio en el que nunca me había entrado. Como si de una cueva se tratara, salí de la realidad externa para centrarme únicamente en el momento que vivía.

Y de pronto, no sé ni como llegó, un impulso increíblemente fuerte, salió de mis entrañas. Héctor estaba saliendo, y todo mi cuerpo empujaba. Antonio me pedía que no empujara aún, mientras sofocado atinaba a ponerse los guantes. Pero yo no podía, no sabía, no podía competir con aquella fuerza tan poderosa. Fueron segundos que me parecieron eternos. Y de pronto un gran alivio. Allí estaba mi pequeño, llorando con fuerza.

Por primera vez, el parto había sido mío, completamente mío. Había necesitado esperar a mi cuarto hijo, a encontrarme con el apoyo de Antonio para saber, experimentar lo que es que tu parto sea tuyo.

Y para que sea tuyo simplemente deben dejarte con él, intervenir sólo si es necesario y apoyarte para que seas valiente y afrontes la experiencia en tu soledad interior. Una soledad positiva que te fortalece de dentro a fuera y fomenta la confianza y seguridad en ti misma, en tus posibilidades, como nada, ni nadie puede hacer por ti.

La fuerza está dentro y debes entrar a buscarla, no esperar a que nadie desde fuera marque cuando es el momento, ni te diga como debe de ser. Simplemente tienes que tomar las riendas de tu vida y tu cuerpo. Tú eres quien decide cómo y cuando o mejor dicho, la vida a través tuyo.

Igual que las hembras buscan un sitio tranquilo y apartado para parir, las mujeres debemos encontrar ese espacio dentro de nosotras y dejar que la naturaleza haga lo que tiene que hacer. Hay que darle la oportunidad, tenemos que darnos la oportunidad a nosotras mismas.

De poco sirve afianzar derechos sociales para las mujeres si en algo tan nuestro y tan básico caemos en la inseguridad, porque la verdadera seguridad, la fortaleza esta en nuestro experiencia interna.

Antonio me pidió que contara mi parto, y he decidido hacerlo para, en primer lugar, darle las gracias por apoyarme en una decisión intuitiva pero en la que, para ser sinceros, no confiaba suficientemente, porque tampoco confiaba en mí.

Apoyó mi iniciativa de forma activa, implicándose, tomando decisiones y asumiendo “riesgos” que otros se niegan a asumir, simplemente aceptando el reto de permitir que las mujeres sean protagonistas de su parto, que puedan encontrarse a sí mismas, que puedan descubrir el tremendo potencial que esconden en su naturaleza. Y sólo por esto último, por esa decisión suya, por esa actitud, merece reconocimiento.

Pero también quisiera que mi experiencia sirviera de refuerzo para aquellas mujeres que pese a que desean tener otra experiencia de parto, no se sienten con la fuerza necesaria para luchar por el derecho que tienen a tomar sus propias decisiones, a decidir que ellas son las protagonistas en el espectáculo de la vida, porque es su cuerpo, porque ellas pueden, verdaderamente pueden.

Gracias Antonio, gracias Asociación “El Parto es Nuestro”.

Carmen Cenjor. Noviembre de 2009.