Parto de Chus. Nacimiento de Eva. Maternidad Acuario, Beniarbeig.
El pasado miércoles día 13 nació mi pequeña Eva.
Nos escapamos para Beniarbeig el día cuatro (con diez días de antelación respecto a la fecha prevista de parto, por si se adelantaba...). Habíamos alquilado una casita dentro de una finca a unos quince kms de la playa, en un valle lleno de naranjos y protegido por montañas que nos proporcionaron un tiempo fresco y muy agradable (incluso llovió varios días). Allí teníamos autonomía completa, una piscina enorme para hacer largos, y Denia muy cerquita para cenar pescadito... Fueron unos días geniales, en los que disfrutamos como enanos de las vacaciones, de las ganas de que Eva llegara, de nuestra particular "despedida de solteros". Estábamos de un humor maravilloso, no recuerdo haberme reído tanto en mucho tiempo, incluso me sentía mejor físicamente que durante el resto el embarazo (por fin podía hacer deporte otra vez sin miedo a un parto prematuro, además dormía genial, no me dolía nada, la barriga ni me molestaba ya...), mi chico estaba maravilloso... En fin, como preludio a la llegada de Eva fueron diez días fantásticos.
El día doce por la noche empecé a tener contracciones regulares, cada cuatro o cinco minutos, y poco dolorosas, sólo molestas. Me pareció evidente que aquello era por fin el principio del parto, pero quise permanecer tranquila y estuve leyendo hasta tarde, y me acosté con la esperanza de poder descansar todo lo posible de cara al inminente parto. A eso de las tres me levanté a hacer pis y ahí las contracciones ya eran más molestas, hasta el punto de que no pude dormirme de nuevo. Mi chico se puso un poco nervioso, tenía miedo por la niña, porque yo, con las contracciones, no podía sentir sus movimientos, así que al final, a regañadientes, accedí a ir a la clínica a que me echaran un vistazo y comprobaran el bienestar fetal. Llegamos allí a eso de las cinco de la madrugada, y comprobaron que mi dinámica uterina era buena, que la niña estaba bien, y que sólo estaba dilatada de dos centímetros, esto es, aún era preparto, de modo que decidimos regresar a casa, desayunar bien, y dormir todo lo posible hasta que el parto se desencadenara. Dicho y hecho, zampamos glotonamente mientras amanecía y de nuevo a la cama, donde pude dormir otras tres horas (¡qué bien me vinieron!). El resto de la mañana lo pasé leyendo y tranquilita, aguantando las contracciones, que dolían pero no demasiado, y organizando mis cosas para llevar a la clínica y para dejarle el resto de mi equipaje a mi chico medio hecho. Hacia la una decidimos irnos a Beniarbeig (a unos siete kms de nuestra casa), comer en algún restaurante por allí, y que luego me examinaran de nuevo a ver cuánto había progresado; porque para entonces las contracciones dolían ya bastante, de modo que algo tenía que estar progresando... Así que nos tomamos un menú ligerito (cada cuatro minutos tenía que parar para pasar la contracción, cada vez un poquito más desencajada...) , y a las tres y media estábamos en la clínica llenos de expectación pero muy tranquilos e ilusionados. Allí me monitorizó la matrona (me tocó Cari, la única que no conocía) y me echó un jarro de agua fría, porque según el gráfico mis contracciones eran muy pequeñitas (¡con lo que duelen!, pensé aterrorizada, cómo serán las grandes, si esto es así no podré aguantarlo!!!). Sin embargo inmediatamente me hizo un tacto y ¡oh sorpresa! resultó que ya estaba de cinco centímetros... ¡Había hecho ya la mitad del camino para verle la carilla a mi niña! Esa noticia me llenó de moral y me predispuso muy bien para afrontar lo que se avecinaba.
Realmente la duración y fuerza de las contracciones iba en aumento en progresión geométrica. Era difícil soportarlas. Empecé a pasarlas a cuatro patas sobre unos cojines muy grandes, balanceando la pelvis para facilitar que Eva descendiera en buena posición, e intentando descansar entre una y la siguiente. Pronto no pude aguantar más así y continué caminando de un lado al otro de la habitación, y durante la contracción me agarraba del borde de la bañera y un poco inclinada aguantaba el tirón. Para entonces el dolor era realmente intenso, yo estaba medio ida, desconectada del entorno, sólo tenía fuerzas para prepararme para la siguiente contracción, y cada vez me parecía que ya no podía más, que la siguiente sería demasiado para mí... Regresó la matrona y me hizo otro tacto: siete centímetros. No pude ni alegrarme del progreso. Ella propuso llenar la bañera para que continuara allí la dilatación, era un buen momento y ya no corría peligro de que el proceso se detuviera a causa de la relajación que propicia el agua caliente. Pufff, nunca se me ha hecho tan largo el rato que tarda en llenarse una bañera... Cuando por fin entré gemí como un animalillo del placer, hmmmm, el agua calentita, la ingravidez... aggggggh. Eso sí, las contracciones dolían igual, de hecho su intensidad seguía aumentando, pero al menos entre una y otra me relajaba mucho mejor. Yo ya estaba deshecha, el dolor me superaba, con cada contracción me quejaba más y más, le aseguraba a mi chico que no podía más, que ya había traspasado mi límite... Cari me decía que no, que el límite estaba en la siguiente, me animaba, aysssss, era difícil creerla cuando te duele tanto, tanto, sobre todo cuando no sabes cuánto va a aumentar el dolor ni cuánto puede durar. Entre contracciones fantaseaba con que el dolor desapareciera, pero en ningún momento deseé pedir la epidural, porque sabía que no me compensaría, que ya estaba demasiado cerca el expulsivo, no quería una vía, ni monitorización continua, ni electrododos en la cabeza de mi niña, ni amniorrexis, ni litotomía... Demasiadas pegas. Y eso sin entrar en los efectos secundarios de la propia anestesia. Estaba claro, no quería la epidural, pero me dolía tanto... No sé en qué momento la matrona me animó a explorarme la vagina con los dedos, ¡y allí estaba la cabecita de Eva, al fondo de la vagina, se notaba a través de la bolsa de las aguas, blandita, recubierta de pelo! Qué emoción tan grande a pesar del dolor.
De nuevo vino Cari y me dijo que ya estaba dilatada de diez centímetros, ¡al fin!, que avisara en cuanto sintiera ganas de empujar. Yo había leído que al llegar a esta etapa del parto, cuando por fin puedes empujar y participar activamente en el nacimiento, el dolor se hacía más soportable; además se supone que a esas alturas tu cuerpo ha liberado muchas endorfinas y estás medio grogui. Pero en mi caso nada de nada. Me dolía tanto que cuando llegaba la contracción e intentaba empujar mis músculos se bloqueaban y no ejercía fuerza alguna; mientras tanto Cari manipulaba mi cérvix para colaborar en el descenso de la cabeza y el dolor se multiplicaba. En uno de esos momentos la bolsa se rompió y pensé que ahora sí que estábamos en la última etapa, y también me asusté pensando que las contracciones dolerían más. Todo era muy confuso, el dolor me superaba, me sentía impotente en la bañera e incómoda, inútil para empujar. Estaba claro, yo no estaba ya a gusto en el agua, y Cari me sugirió que saliera para hacer el expulsivo en la silla de partos. Salí de allí entre pucheros, lloriqueando de dolor, temiendo no ser capaz de empujar... Pero sí pude. No sé de dónde saqué la fuerza, pero estaba ahí, esperando. Llegaba la contracción y al dolor inmenso se sumaba el que yo añadía empujando con la fuerza más grande que nunca había generado; mis gritos debían oirse hasta en Valencia..., y tras cada contracción me quejaba: "Me duele mucho, no puedo más...". Juan Carlos me ayudó muchísimo, abrazándome por detrás, animándome, dándome aliento, y yo empujaba, igual que si hundiera el puño en una herida abierta, sabiendo que cuanto más fuerte empujara antes nacería mi pequeña. Creo que fue entonces cuando Cari le pidió a la auxiliar que le trajera unas tijeras; ¡tijeras!, le dije, ¿para qué?, y pensé desolada que me iba a tener que hacer una episiotomía; ella se rió, je je, y me dijo a que era sólo para cortar el cordón cuando Eva naciera. Ufff, menos mal. Y sin duda ya quedaría poco... Una vez más Cari llevó mi mano hasta la vulva y ahora sí que pude tocar la cabecita en la misma entrada de la vagina, el pelo espeso y húmedo, por fin el tacto de mi niña. ¡Qué fuerza me dió aquello! Seguí empujando y a la segunda contracción salió su cabeza; Cari me pidió que dejara de empujar un momento y cuando nuevamente lo hice ya fue todo el cuerpo el que se lanzó al exterior; Cari me dijo que la cogiera y así terminó de salir Eva de mi cuerpo, entre mis manos, con un grito fuerte que en seguida silenció al sentirse entre mis brazos, sobre mi pecho. Mi emoción no se puede describir; entre llanto y risas la abrazaba y acariciaba mientras Juan Carlos me abrazaba a mí desde atrás y nos besábamos. Lo recuerdo mil veces y todas lloro de nuevo, agradecida por esa suerte, feliz por haberle dado a mi hija el nacimiento más hermoso. Eran las seis y media de la tarde.
En menos de diez minutos alumbré la placenta y en cuanto el cordón dejó de latir JuanCar lo cortó. Comprobaron que la placenta estaba completa y todo correcto y ya entonces me pude acostar; siempre con Eva al pecho (que para entonces ya estaba mamando), dejé que me revisaran a ver si tenía algún desgarro. Sólo había una laceración tan pequeñita que no valía la pena ni ponerle un punto, así que en ese momento nos dejaron solos a los tres un buen rato, para disfrutar el momento.
No sé cuánto tiempo pasó pero al fin hubo que dejar el paritorio para ir a la habitación; yo estaba mareada por la pérdida de sangre, así que hice el trayecto en silla de ruedas. Por lo demás me encontraba un poco cansada, y con toda la vulva dolorida, igual que si me hubiera pasado un tráiler por encima, pero muy bien, muy eufórica, muy feliz... Allí nos acostamos y nos dedicamos a descansar, a mirarnos, a mamar, a dormir.
Por cierto, pesó 3.680 kgs., midió entre 50 y 52 cms, y su Apgar fue de 10 y 10. Es morenita como sus padres. Y todavía no sabría decir a quién se parece...
El resto ha ido muy bien. Al tercer día regresamos a Madrid sin problemas en el viaje. Eva sólo se despertó una vez, comió y siguió dormidita: un ángel. En cuanto a mí, la única secuela han sido un par de hemorroides que ya empiezan a encoger. La leche me subió al tercer día sin problemas, ni dolores, ni fiebre, ni grietas de momento. Y a doce días del parto ya sólo me quedan como recuerdo un kilo y medio de más (que se convertirá en leche cremosita para mi peque), porque por no tener no tengo ni una miserable estría... En resumen, he tenido muchísima suerte. Y estoy loca con mi niña, es preciosa y adorable, me llena de felicidad, más de lo que imaginaba que podía sentir. Ahora la tengo en el regazo, en una bandolera de CN, y espero no separarme nunca de ella.