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Parto de Mario, en casa. Historia de Paloma

Cuando nos pusimos a buscar a nuestro segundo hijo mi marido, si bien aún no estaba convencido del todo del parto en casa, al menos lo contemplaba ya como una opción posible.

Y en Julio del 2013 Mario decidió empezar a formar parte de nuestras vidas, y nos eligió como familia para aprender en su largo, muy largo, y feliz paso por este mundo. Para aprender, y para enseñarnos a nosotros lecciones maravillosas, lecciones que nos estaba dando desde el principio.

Julio lo despedimos con un feliz test positivo de embarazo. Esta vez sí que lloré de felicidad,…pero la incredulidad también hacía mella en mí. Habíamos estado muchos meses buscándolo, y algún que otro “falso positivo” nos había ocurrido… así que no las teníamos todas con nosotros. Así que días después volvimos a repetirlo, y otro positivo confirmaba nuestro embarazo. No somos de los que tardan en dar la noticia,… así que familia y amigos cercanos conocieron la feliz buena nueva enseguida. Pero teníamos incertidumbre, y queríamos corroborar ese lindo embarazo…

Acudimos a la misma consulta privada que con Daniela para un seguimiento en fase inicial del embarazo. Confirman huevo implantado y aproximadamente la fecha gestacional que calculábamos. Nos citan dos semanas después para confirmar la implantación y evolución correcta y el latido fetal que nos dejara más tranquilos.

Pasan esas dos semanas y fuimos a ver un embrión que por entonces tendría 7 semanitas de embarazo (5 semanitas de vida), pero nos llevamos un tremendo disgusto. La ginecóloga no encontraba el latido. El tamaño del embrión correspondía a un embarazo de 5 semanas, así que las cuentas no nos encajaban. No había posibilidad de ovulación más tardía porque no habíamos tenido relaciones más allá de nuestros cálculos en este mes. El último encuentro fue un 11 de Julio, a mediados de agosto el embrioncito debía tener latido ya, eran 7 semanas, a lo poco que fueran 6 porque ovulara 4 días después,… No encajaba. Era un embrioncito de 5 semanas escasas, sin latido, pequeño y sin latido. La ginecóloga es un cielo y volvía a repasar con nosotros las cuentas, pero no nos encajaban: el pequeño embrioncito no iba como debía de ir; o se estaba parando, o estaba ya parado.

La ginecóloga nos contó que en algunos casos la naturaleza es caprichosa y los avances en edades gestacionales tan tempranas pueden ser algo imprevisibles, pero que tampoco nos quería dar demasiadas esperanzas, ya que realmente la cosa no pintaba bien.

Nos preparó mentalmente para un posible aborto. Nos dijo de vernos a la semana siguiente, pero nosotros nos íbamos de vacaciones a Portugal con nuestra querida Daniela: no íbamos a suspender las vacaciones. Le pregunté por el presunto riesgo, y me dijo que en un país como Portugal ninguno. Que lo peor que podía pasar es que sobreviniera el aborto natural con un sangrado algo abundante, y que dado el caso fuera a un centro de salud.

Así que acordamos darle tiempo al tiempo, y disfrutar de las merecidas vacaciones, descansar, y dejar a la naturaleza ser…

Quedamos en vernos a la vuelta, en la que el embrión debía tener 9 semanas de embarazo. Si se confirmara entonces la parada del embarazo ya nos plantearíamos si esperar al desenlace natural o bien forzarlo con medicación. En principio nos planteamos la primera opción…

Así que salimos de aquella consulta llorando, tristes,… Daniela nos acompañaba, ella que había entrado preguntando por el hermanito al que había visto como una huevito en la primera eco, y del que esperaba escuchar el latido ahora,…ella con 2 años escasos, entendió perfectamente lo que pasaba, y permaneció tranquila, callada, nos abrazó, y se durmió en el coche camino de vuelta a Gaucín. Es increíble la percepción tan tremenda que tienen los niños pequeños: Cuanta sensibilidad!

Así que a aquellos amigos y familiares más cercanos que sabían la buena nueva, les comunicamos las no tan buenas noticias que nos acompañaban. Todos tomamos la misma postura: esperar, dejar a la naturaleza hacer su trabajo, y animarnos a disfrutar de las vacaciones tratando de desconectar, de disfrutar.

Así que eso hicimos. Y nos fuimos a disfrutar de unas vacaciones un tanto agridulces. Pero muchas eran las señales de que todo podía ir bien: mi tripa estaba creciendo desmesuradamente (en el embarazo de Daniela no se mostró hasta el quinto o sexto mes,…y ahora ya tenía una tripita como la de entonces a finales del segundo trimestre), las náuseas habían aparecido (sobre todo por las tardes, a la hora de cenar, no tan intensas ni desagradables como con Daniela, pero ahí estaban, unos días más y otros menos).Yo no podía evitar consultar al Sr. Google: allí leía que las hormonas podían seguir trabajando aun con un embrión que no evolucionara, así que tampoco queríamos ilusionarnos demasiado para que el varapalo no fuera muy grande a la vuelta.

El sitio de vacaciones era ideal para la ocasión: era tranquilo, precioso; una cala romántica y con poca gente; una piscina con palmeras, umbría y tranquila; Daniela disfrutando muchísimo, y nosotros tratando también de hacerlo con ella…

Y llegó el momento de volver a la realidad, de enfrentarse a la vuelta a la vida real, al trabajo, y a la cita con la ginecóloga. Qué nos confirmaría? Yo quería creer que sí, que nos confirmaría la vida: que el pequeño Mario (al que yo ya llamaba por ese nombre) seguiría con nosotros. Por otro lado también le hablaba siempre que podía, y le decía que no nos íbamos a poner tristes si su paso por esta vida había de ser tan corto, que le acompañábamos y que le querríamos siempre. Las dos opciones estaban presentes, siempre. Nuestra habitación era la 374: ambos habíamos pensado lo mismo, y así la despedimos “somos 3 que con la suerte del número mágico 7 seremos 4”.

Supersticiones, conversaciones con nuestro pequeño Mario, ilusiones por los síntomas, incertidumbre y cuestiones y miedos derivados de la última consulta. En teoría no podía ser, pero sin embargo todo apuntaba a que parecía que sí, que podía ser, que Mario estaba creciendo…

La vuelta llegó, y no recuerdo haber estado tan nerviosa nunca. En la vuelta al trabajo todos se percataron de mi barriga, así que no podía esquivarlo: no quería esquivarlo. Me apetecía decir que estaba embarazada, aunque el temor a que esa misma tarde me confirmaran una involución del mismo estaba constantemente presente…

Y la tarde llegó: llegó la consulta. Esta vez decidimos ir sin Daniela: no sabíamos que nos íbamos a encontrar. Mi marido me animaba, me tranquilizaba. Entramos en la consulta y aún recuerdo las palabras de mi ginecóloga: “Vamos a ver que nos encontramos, venga”.

A mis náuseas y a mi barriga creciendo se mostraron optimistas,…así que de eso hablábamos mientras me colocaba para ser examinada. Los segundos que pasaron desde que me introdujo el ecógrafo vaginal hasta que vimos aquel maravilloso y precioso embrión fueron eternos. Pero ahí estaba nuestro Mario. Ahí estaba!: grande, fuerte, latiendo con toda su fuerza; de tamaño justo para las nueve semanas de gestación que calculábamos. En dos semanas había crecido el equivalente a 4 semanas de gestación: Los milagros existen. La naturaleza es muy sabia…

Mario quería vivir, necesitaba vivir, había venido a mi vientre para vivir y crecer, y hacerse un niño precioso. Había venido para enseñarnos que la ciencia no puede superar ni controlar a la naturaleza, que las ecografías antes de la semana 12 no tiene ningún sentido; que no se puede controlar el milagro de la vida, que nadie puede controlarlo; que creemos saber la teoría,… pero la realidad va mucho más allá.

Mario con tan solo 7 semanas de vida (9 de embarazo) nos había dado una gran lección. Y sólo era la primera por venir…

El embarazo de ahí en adelante trascurrió fenomenal. Estaba feliz, radiante, ilusionada. El trabajo en su justa medida. Ya desde el embarazo de Daniela aprendí a racionarlo para cuidar y disfrutar de mi hija, ahora embarazada del segundo no iba a ser menos… No podía fallarme, no podía fallar a la naturaleza: había aprendido la lección, había aprendido a ordenar mis prioridades. No quería vivir otra colestasis hepática, y estaba convencida de que esta vez no iba a repetirse: me estaba cuidando, me estaba mimando, y mi cuerpo lo agradecería.

En noviembre nos pusimos en contacto con una matrona que atiende partos a domicilio en nuestra zona. Las referencias eran buenas y Andrés se mostraba complaciente a ir a conocerla, pero aún no estaba totalmente convencido del parto en casa. Fuimos a conocerla tras varias conversaciones telefónicas y varios emails. La primera impresión fue inmejorable, fue estupenda! He de reconocer que yo también barajaba mis propios miedos, que además no conocía a nadie a quién esta mujer había atendido, con lo cual aún llevas más interrogantes. Tenía buenas referencias de conocidos de amigos, pero nada directo.

Andrés y yo salimos contentísimos de ese primer encuentro. Por fin mi marido parecía dispuesto a la opción del parto en casa. Claudia se había mostrado tan profesional, tan lógica, tenía tanta experiencia a sus espaldas. Era tan…, tan…maravillosa, que ninguna duda nos quedó. Por supuesto, ya en la primera visita la hice partícipe de mis miedos respecto a la colestasis hepática. Ella me trataba de convencer que no tenía porqué volver a pasar, que éste embarazo era otro, era distinto, que no pensara en eso…

Así que, incluyendo el habernos puesto incluso en contacto con la matrona, y el estar planeando un parto domiciliario, el segundo trimestre transcurrió fenomenalmente,… pero, esta vez el tercer trimestre no tardó en complicarse, de nuevo. En la semana 29 de embarazo y tras dos semanas estresantes de trabajo que no podía eludir, sobrevino un cólico nefrítico. Yo confundía los calambres del cólico nefrítico con contracciones: se mezclaban, y de hecho me pareció una alarma de parto prematuro. Así que tras varios episodios aguantando esos dolores, una noche se desataron de forma que no me dejaron dormir. Por la mañana me levanté dispuesta a ir al trabajo, y estaba convencida de que una ducha me ayudaría. Pero apenas podía andar: aterricé en la realidad, había que ir al hospital. Allí confirmaron un cólico nefrítico y descartaron amenaza de parto prematuro. Me aconsejaron el ingreso y el control del cólico nefrítico allí hasta que pasara. Pero no, yo opté por el alta voluntaria, y tratamiento con homeopatía, y por supuesto reposo en casa.

Pasaron cerca de dos semanas hasta que el cólico nefrítico remitió, pero durante esas dos semanas algo terrible pasó. El cólico nefrítico era lo de menos, yo esperaba a que se me pasara y poder volver al trabajo, a mi vida normal. Pero no, una noche empezaron a picarme la barriga y la cara: mucho. Quería creer que era dermatitis, la piel la tenía terriblemente seca en este embarazo; además tenía un eccema (mal diagnosticado como hongo) en la pierna que me picaba muchísimo durante todo el embarazo, pero estos picores de la barriga y cara eran más intensos. La sombra de la colestasis se presentó de repente. No podía evitar temer por ella: No, otra vez no por favor! Las palmas de pies y manos no me picaban, así que me forzaba a creer en la dermatitis.

No obstante, y a la vista de que los picores crecían, en la consulta de seguimiento de mi cólico nefrítico con mi matrón le comenté los síntomas, y dados los antecedentes, inmediatamente me mandó los análisis correspondientes.

El cólico nefrítico iba bien,…no había aparecido infección (el cuerpo estaba bien de defensas, descansado, el trabajo no era tanto como en el embarazo anterior y había aprendido la lección, estaba siendo buena: llevaba una semana de baja en cuanto el cólico nefrítico hizo aparición, no quise demostrar nada a nadie, no era ninguna supermujer; sólo era yo embarazada, queriendo cuidarme y rezando porque no apareciera la colestasis.

Pero el resultado del análisis llegó, y las transaminasas estaban fuera de rango. Si bien no estaban disparadas, si estaban ya subiendo. Aun no picaban las palmas, pero faltaría poco.

El diagnóstico aun no era definitivo, pero mi temor era ya más que un temor,…ya era una realidad: la colestasis estaba apareciendo un vez más. No podía ser, no quería, por qué otra vez? Empecé entonces a pedir ayuda a los cuatro vientos. Necesitaba especialistas que me intentaran frenar la colestasis, no podíamos llegar a lo mismo que con Daniela, no quería sufrir noches sin dormir por culpa de los picores, y lo que es peor, no quería sufrir y sentirme culpable por la posible muerte súbita de mi pequeño feto, de mi pequeño Mario, porque sí, era Mario, era un varoncito, ya lo sabíamos seguro.

Entonces aparecieron personas maravillosas que me ayudaron muchísimo a llevar este trance. Mi homeópata se puso las pilas para tratar de ayudarme en medida de lo posible y empezó a estudiar sobre colestasis hepática en el embarazo. Una doula a la que hoy considero una buena amiga, aun sin apenas conocernos, una persona maravillosa que pronto será una matrona aún mejor, se puso a mover cielo y tierra buscando profesionales que me pudieran orientar en el tratamiento más adecuado para combatirla. Yo empecé una carrera frenética contrarreloj de búsqueda científica en google acerca del tema: artículos científicos, consejos, estadísticas,…

Encontré una página especializada en el tema, que apoyaba a mamis gestantes con esta dolencia. Seguí la dieta recomendada. Los consejos de mi amiga doula me llevaron a visitar a un kinesiólogo de reconocido prestigio en la costa del sol, seguí también sus consejos nutritivos al pie de la tabla, su diagnóstico tenía sentido y relacionaba mis problemas renales con las colestasis gestacionales.

Otra semana más pasó, y mientras yo hacía todo lo posible por evitar la colestasis un nuevo análisis de control de ésta llegó, pero nada, no había posibilidad de ganarle la partida: las transaminasas seguían creciendo…. aunque sin dispararse demasiado. Ahora sí confirmaban las colestasis gestacional sin lugar a dudas. Ahora si me volvieron a derivar al hospital, esta vez a consultas externas, era sólo la semana 31. Allí inmediatamente me ponen con el protocolo de colestasis gestacional… EL tratamiento se había modernizado, ya no era la colestiramina que me mandaron con Daniela, ya era el ácido ursodeoxicólico, que según había leído parece que estaba ofreciendo buenos resultado en el control de esta dolencia en el embarazo sin daños para el feto. También profilaxis de vitamina K, y a hacerme controles ecográficos cada una dos semanas a lo sumo, además de repetir análisis o bien semanales o cada dos semanas a lo sumo también.

Y en este ambiente pasaban las semanas, muy lentamente: la 31, la 32, 33,…,35,... Parecía que entre todos al menos estábamos controlando la subida disparada de transaminasas. Los picores palmares habían aparecido ya, pero gracias a la homeopatía las noches buenas superaban a las malas. Eran muchas las que podía dormir controlando los picores, gracias a Dios. Picaban, y no me permitían un descanso pleno, pero no llegaban al estado del embarazo de Daniela en el que me tenía que levantar de madrugada porque era insoportable.

Pero, con todo esto, y aun con el control de aliado, mi miedo a que le pasara algo a Mario era mayor que con Daniela. Había tenido más tiempo para leer, e informarme de cosas que me ayudaron a conseguir ese control, pero también para enterarme de los peligros de la colestasis, de la necesidad de inducción antes de la semana 38. Entonces mi sentimientos se confundían, se enfrentaban: por un lado el seguimiento médico me parecía insuficiente, escaso, ya que algo malo le podía pasar a Mario en cualquier momento y me faltaban pruebas más determinantes (controles de ácidos biliares por ejemplo, que según artículos referenciados son fundamentales, ya que parecen indicar más fehacientemente el posible fallo placentario que derive en muerte súbita, pero son pruebas caras, y en muchos sitios no se hacen). “Sólo” me estaban analizando cada dos semanas. Pero los controles ecográficos realmente no servían para nada: según la bibliografía el bebé puede estar perfecto ahora y morir súbitamente una hora más tarde. Así que, por un lado quería que me lo provocaran cuanto antes, que me abrieran en canal en cesárea de urgencia y me permitieran vivir a su lado. Tenía la conciencia de que mi cuerpo podía ser su tumba (así de feo…pero así lo sentía…) me sentía culpable, peligrosa para él. Por más que cuidaba mi alimentación, por más que me tomaba todos los suplementos y medicaciones, por más que hiciera todo lo que estaba en mi mano, no podía evitar sentirme culpable pensando que le podría pasar algo. Pero constantemente le decía: “Mamá está haciendo todo lo posible porque no te pase nada, se fuerte mi vida, se fuerte y agárrate a la vida como lo hiciste las primeras semanas, aguanta…”.

Por otro lado, en otros momentos me sentía plenamente confiada en mi naturaleza, en mi poder, en la sabiduría de la evolución, en que si mi cuerpo sufría una colestasis sabría librar la batalla con ella y llevaría a Mario a buen puerto. También confiaba ciegamente en la fuerza de Mario, ya nos demostró que era, y es, mucha. Confiaba en que el parto en casa era posible: sólo hacía falta que Mario se animara a llegar antes de que los doctores precisaran de la inducción.

Claudia, nuestra matrona de parto en casa se mostraba al margen de nuestras decisiones. Mantenía nuestro seguimiento pero no quería influir en nuestra decisión de si aceptar una inducción o no hacerlo, o de si querríamos seguir pariendo en casa o ya en ningún caso hacerlo. Todo estaba en el aire: los planes, y por supuesto, mis sentimientos.

La revisión de control de embarazo de riesgo de la semana 35 fue determinante. Una vez más, después de 3 años, volvimos a vernos con aquel ginecólogo afable y empático que me atendió la primera vez en la colestasis de Daniela. Él se mostró muy optimista. Pude hablar mucho con él, contarle lo que había leído sin que me tachara de que yo debía, como mucho, informarme con el telediario en la TV (como me había reprochado otro ginecólogo que me tocó en los controles cuando le contaba mis miedos de lo que estudiaba sobre la colestasis)… Éste era, y es, especial, y sumamente atento y agradable. Me escuchaba, me animaba. Confirmaba aquellos estudios que decían que tampoco estaba tan sumamente contrastado que la colestasis aumentara tanto la muerte súbita, y muy raramente antes de la semana 39. Que si yo seguía pudiendo dormir medio bien, y las transaminasas se seguían mostrando controladas (muy altas, pero sin dispararse), podíamos plantearnos dejar a la naturaleza seguir su curso hasta la semana 39, incluso la 40. Una vez más me animó a tratar que el embarazo viniera de forma natural antes, andando y haciendo el amor… Además, me aseguró que por mi fisionomía, siendo el segundo nene y viniendo grandote, seguramente el parto se adelantaría (decía casi asegurar que no llegaría a la 40 en ningún caso); que no me preocupara porque ésta vez no iba a hacer falta inducirlo y que el nene estaba muy bien y sano dentro mía. Le asombró el tamaño de mi nene con sólo 35 semanas, ya que, con sus márgenes amplios de error, rondaba los 2800 gramo, y parecía grande y gordito. No se esperaba que una chiquitaja y canijilla como yo pudiera tener a semejante grandote dentro en tan poquita tripa.

Podéis imaginaros lo feliz que salimos de aquella consulta. Recuerdo que ese día salimos de allí para ir corriendo a un acto en que a mi madre galardonaban con una Insignia de Honor en el ámbito de la cultura de nuestra ciudad. Era un día redondo: feliz.

Entonces no se me iba de la cabeza lo que me contó mi ginecóloga privada (a la que tengo la gran suerte de ver también en la seguridad social cuando me toca). Me dijo algo muy parecido a este hombre, pero varias semanas antes, cuando aún veía la recta final muy lejos: me contó que una compañera suya del hospital también la había sufrido, y que habían hecho un manejo expectante hasta la semana 40 en que ella se puso sola de parto, ya que parecía que el ácido ursodeoxicólico estaba funcionando muy bien; que no me preocupara que esta vez no haría falta inducirlo. Pero claro,…cuando ella me dijo estas palabras era el día que me lo habían diagnosticado, y aun restaban muchas semanas, y no me procesaban tanto aliento esas palabras. Ahora sí, ahora todas se aunaban haciéndome vaticinar que la no inducción y un embarazo con final feliz eran más que posibles.

Así que ahora tocaba centrarse en estas expectativas positivas y halagüeñas. Pero, entonces, ¿el parto en casa seguían siendo posible? Parecía que sí, que podía aspirar a ponerme de parto de forma natural y a que Claudia nos atendiera, en nuestro hogar. “Sólo” tenía que ponerme de parto de forma natural antes de la semana 39,…a lo sumo la 40.

Yo llevaba algunas semanas que si andaba mucho y muy rápido sobrevenían contracciones, entonces procuraba ir con mucha tranquilidad ya que tampoco nos gustaba la idea de un parto prematuro, pero algo me decía que se iba acabando el guardarse tanto, y que debía de ir dejando a la naturaleza seguir su curso. Ahora podía seguir los consejos del ginecólogo y andar mucho sin miedo, y hacer el amor,… Además, ¡tenía que preparar mi casa! El parto sin inducción era más que posible y no tenía aun nada preparado, ¡y la semana 37 estaba a la vuelta de la esquina!

No podía evitar que siguieran apareciendo los miedos. Entre todo lo leído había muchos estudios que decían que podía pasar lo peor, y que habría que inducir como muy tarde en la semana 37, pero ¿por qué centrarme en esos?, ¿por qué no centrarme en los que defendían un manejo expectante?….

Confía Paloma, confía.

Embarazo de Mario en su fase final

Cada noche, desde que me confirmaron la temida colestasis, me dormía diciéndole a mi Mario que fuera muy fuerte, y visualizando que me ponía de parto estando en la cama, de noche, en casa; siempre visualizando un parto en casa, en paz, y muy feliz.

Llevaba semanas durmiéndome con ese pensamiento positivo, y esta semana no iba a ser menos. Además, cada vez me lo creía más, y más, y esa visualización iba tomando más fuerza, más realidad.

Así que esa semana me dispongo a preparar las cosas para el posible parto en casa. Recuerdo que estuve de compras en el Hipercor, muy ilusionada. Ese día me sentía especialmente cansada, pero muy esperanzada. Muy, muy cansada. Tenía que parar varias veces porque sobrevenían algo parecido a contracciones, de las que tantas veces habían venido. Pero ya no me daban miedo a un parto prematuro, al revés, me ayudaban a convencerme de que el parto no podía retrasarse más allá de la semana 39 en esas condiciones…

Llegó el fin de semana, eran Carnavales en Algeciras. Le había comprado un traje de Campanilla a Daniela para que disfrutara de sus últimos carnavales como hija única. Íbamos a salir a disfrutar el domingo, pero ese día amanecí muy malita: me sentía muy mal. Llevaba varios días con molestias en la vejiga, y al amanecer con ese mal cuerpo estaba convencida de que tendría una infección de orina. El lunes iba a ir a que me hicieran un análisis al matrón. La homeópata y mi matrona de parto en casa se pusieron en contacto conmigo el domingo. Me aconsejaron reposo, y medicación homeo. Ambas pensaban que era la cabeza del niño encajándose, pero yo me sentía demasiado mal, y estaba convencida de que era una infección o una gripe.

Así que el domingo de carnavales fue solo para Daniela y su papá. Les pedí que disfrutaran mucho y estuvieran todo el día por ahí mientras yo descansaba mucho, que era lo que necesitaba. Estaba triste, cansada, ”griposa”,… Ellos estuvieron de paseo por las calles, en el parque, viendo chirigotas, tapearon por ahí, y yo descansando, descansando, descansando…

Volvieron tarde, a las 7, cansados. Yo entonces me encontraba mejor, y quería ir a que nos hicieran las fotos del embarazo. Mi tía quería hacérnoslas, y yo quería que fuera ese día. Ella estaba disponible, yo aún cansada pero mucho mejor, y algo me decía que no podía dejarlo más si quería fotos de mi tripita. Andrés y Daniela estaban muy cansados, pero los animé y fuimos a casa de mi tía y de mi abuela a hacernos las fotos.

EL lunes caí en la cuenta de que no tenía ninguna ropa preparada. Había comprado cosas pero no estaban lavadas, y habría que lavarlas para cuando naciera el bebito. Así que a lavarlas, pero cuando fuimos a poner la lavadora algo me dijo que no debía meter toda la ropa dentro: y si nacía antes de que se secara? qué le pondría? Así que por si acaso me empeciné en dejar parte fuera.

El día siguiente era martes, 12 de Marzo. Ese día cumplía las 36 semanas. Por la tarde Claudia iba a venir a casa a una visita rutinaria y a hablar con nosotros para ver si podíamos concretar algo los planes, lo que nos había dicho el ginecólogo en la última revisión, cómo nos sentíamos, qué queríamos,… Además, quería conocer a Daniela, porque en el caso de que decidiéramos parir en casa era importante que conociera a la peque, y que al menos coincidieran en un par de reuniones (hasta el momento siempre habían sido sin niños).

Yo me encontraba entusiasmada. Andrés llegaría también esa tarde algo más temprano para reunirnos en familia con ella, en nuestra casa. Nosotros tras la visita al ginecólogo del último día, y tras haberlo pensado, teníamos bastante claro nuestro parecer, pero queríamos saber qué opinaba ella. Nuestra intención seguía siendo tener el bebé en casa, siempre y cuando el parto se desarrollara de forma natural, sin inducción alguna, y siempre que los médicos siguieran en la línea de manejar la conducta expectante y dejar hacer a la naturaleza su trabajo con todo “bajo control”. También habíamos decidido que si finalmente había de inducirse, por la razón que fuera, queríamos pedirle a Claudia que nos acompañara en ese proceso en el hospital. Ella me daba ya mucha confianza a estas alturas. A los dos nos daba mucha confianza. EL saber que ella estaría a nuestro lado en el hospital si habían de inducirme me daba muchísima seguridad y disolvía en parte los miedos que la inducción de Daniela me había creado.

La tarde llegó. Recuerdo perfectamente que media hora antes de que Claudia llegara le dije a Daniela que teníamos que ir a comprar a la tienda ecológica de Antonio. Me sentía muy cansada, pero tenía tremendo antojo de fresas. Puf… no os podéis imaginar. Así que a eso de las 18:30 nos acercamos a la tienda de la manita. Llegamos, y había fresas!!! (Al ser una tienda ecológica no siempre le entran, ni sabes exactamente cuándo habrá). Guau! Que felicidad! Fresas!!!... Así que le dije que me pusiera 1 kilo, y cuando lo estaba echando le dije, no, mejor 2!... Antonio el pobre me miró y me dijo que le iba a dejar sin fresas para los demás, pero que me las dejaba llevar por mi estado. Así que feliz cual perdiz iba yo con mis dos kilos de fresas y mi hija a casa a esperar que llegara Claudia.

A eso de las 19:30 Claudia llegó y conoció a Daniela. Conectaron muy bien desde el principio. Andrés no llegó hasta las 20h, entonces hablamos de nuestras intenciones y deseos. Ella me hizo un examen de mi vientre, comprobó que Mario estaba ya encajado, y le estimó un buen tamaño “cerca de los 3 kilos tiene que andar ya, está grande para 36 semanas”, dijo Claudia. Me preguntó entonces por cuánto habían estimado de peso en el hospital la semana anterior, 2800gr le dijimos. “Por ahí debe andar la cosa ahora”, dijo ella. “Bueno,..está ya encajado, y por todo lo que cuentas, parece que el parto puede adelantarse, pero me da mucha tranqulidad ver que el niño está sano y grande, y que a ti también se te ve fuerte, a pesar de la colestasis. Que sepáis que si finalmente requiere inducción yo os acompañaré encantada al hospital, pero, aparte, y teniendo en cuenta que os he hecho un seguimiento profundo desde hace varias semanas, que el niño parece bastante preparado para nacer, y que a ti se te ve sana y fuerte, yo, me pongo hoy oficialmente de guardia con vosotros. EN esta ocasión no voy a esperar a la semana 37 que es el protocolo. Entenderéis que en otras condiciones, si no conociera bien a la pareja, su historial, si el niño no viniera grande, si la madre no mostrara fuerza y salud, no me pondría de guardia en la semana 36, porque no atendería un parto en la semana 36.”. Recuerdo perfectamente que cuando ella nos dijo estas palabras yo sentí un alivio tremendo. “Entonces estás oficialmente de guardia ya?”, pregunté yo. “Sí, lo estoy”, me asintió ella sonriendo. Madre mía, que sensación de tranquilidad me invadió todo el cuerpo.

Entonces ella me propuso hacer una relajación, visualización. Andrés se apartó un poco con la niña, seguían en el mismo salón o en la cocina lo más lejos, pero algo a parte. Yo me tumbé en el sofá y ella me guio en una dulce y muy relajante visualización. Mi niño estaba muy bien, lo sentía claramente, y estaba preparado para salir, eso también podía sentirse. Mientras visualizaba guiada por sus palabras, ella tenía sus manos apoyadas suavemente sobre mi barriguita, sobre Mario. Entonces, vino una contracción, estando allí en reposo y total tranquilidad. Le pregunté “Claudia, eso es una contracción verdad?”, y ella asintió dulcemente. Durante la visualización sentí alguna más, muy suave, pero allí estaban Mario y mi útero diciéndome que estaban preparándose…que todo iba a ir muy bien.

Suavemente finalizamos la visualización. Que paz sentía. Entonces Daniela se vino corriendo a mí, “mami tetita”, se enganchó y seguimos hablando los 3, y entonces, nuevas contracciones sobrevinieron. Parecía que la oxitocina estimulada por la succión de Daniela bastaba ya para seguir entrenando mi útero a un parto que cada vez se presentía más probable en casa.

Repasamos las cosas que harían falta para dar a luz en casa. De mi arrebato de la semana anterior tenía bastantes cosas compradas, pero faltaban algunas otras.

Repasamos también cómo tendría que recibir Andrés al bebé si se presenta un parto rápido. También nos dijo que sería muy útil que yo misma o él aprendiéramos a examinarme, para, si se diera el caso de que me pusiera de parto y ella no llegara rápido, pudiéramos estimar en qué fase del parto estaba (si el cuello está alto, o ya ha bajado, si está ya blando, o muy abierto). Entonces ella nos invitó a que probáramos a ver cómo estaba en ese momento. Yo accedí encantada, pero yo no sería la examinadora, sería Andrés.

Así que yo me tumbé en la cama y ella me examinó el cuello con una delicadeza y cuidados que jamás me pensé pudiera hacerse así. Sublime respeto, tardando el tiempo necesario para que yo me relajara, para que yo diera permiso real (nada que ver al trato vejatorio del mejor de los tactos hospitalarios). Transcurrido un tiempo comprobó que el cuello estaba aún alto. Invitó a Andrés a comprobarlo, me pidieron permiso. Andrés también supo hacerlo igual de bien que ella. No sentí molestia alguna, nada.

Al poco tiempo Claudia se despidió de nosotros. Una última escucha de los latidos de su corazón antes de que te vayas por favor, (le pedí yo a Claudia). Abrió su maletín en la misma puerta y escuchamos sus latidos. Habíamos acordamos vernos en la semana 37 con la Doula Luz, para conocerla (yo sí tenía el placer de conocerla ya, pero Andrés no, y debíamos intimar más antes del día mágico), porque seguramente ella también vendría a acompañarnos al parto.

Recuerdo la tranquilidad que sentí cuando vi a Claudia partir de mi casa pero estando ya oficialmente de guardia. De hecho volví a recordárselo. En cuanto cerré la puerta, otra contracción.

Parto de Mario

Se había hecho tarde. Eran cerca de las 23h. Preparamos algo de cena rápido, cenamos y nos sentamos en el sofá. Daniela se enganchó para dormirse como de costumbre. Se durmió muy rápido esa noche. Andrés se la llevó al dormitorio y se acostó con ella. Yo me quedé en el salón, escribiendo a la Doula Luz para concretar un día con ella, y preparándome una infusión, y tomándome todos los medicamentos y suplementos que estaba llevando por la colestasis. Se acercaban las 00h, y las contracciones, muy suaves, sobrevenían cada vez con más frecuencia. Claramente estaba con pródromos. No me pude resistir en entrar a cotillear a Don Google. Efectivamente me confirmaba que los pródromos pueden durar un par de semanas, o que pueden existir por la noche y desparecer por la mañana.

Estaba sumamente feliz. El parto se estaba preparando, y éste sería a lo sumo en las dos siguientes semanas. Mario vendría pronto, llegaría por su propio pie, no necesitaría inducción, y podría nacer en casa, tranquilo sano y salvo.

Escribí a mi amiga Ariane y la hice partícipe de mi alegría y de mis contracciones. Hablamos unos minutos y me acosté. Estaba cansada.

Las contracciones seguían, y eran algo más intensas, lo suficiente como para no dejarme dormir. Me quedaba dormida, y a la siguiente me despertaba. Entre cabezada y cabezada me empezaron a parecer regulares. Así que cogí mi móvil, y me descargué una aplicación para contabilizar contracciones. Cuando venía le daba, clicaba otra vez cuando se iba, y cabeceaba un rato hasta que la siguiente contracción de volvía a despertar. Cuando llevaba varias, para asombro mío comprobé que eran contracciones regulares, duraban entre 50 segundos y un minuto, y aparecían cada 7 minutos. No podía estar de parto, no podía ser aun, serían pródromos: “seguro que son de esos que cuando sale el sol y te activas desaparecen”, pensaba mientras me convencía. Me entró mucha, mucha, hambre. Me levanté a la cocina a comer algo. Caminando se espaciaban en el tiempo, cada 10 minutos, pero cuando venían eran aún más fuertes. “No son regulares, no estoy de parto, no puede ser…”. Me volví a acostar, a tratar de dormir, pero era imposible: la inquietud por pensar que podía estar empezando a ponerme de parto y las contracciones en si mismas no me dejaban conciliar el sueño. Me relajaba marcando las contracciones en la aplicación, y trataba de dormir entre ellas. De nuevo totalmente regulares. De nuevo hambre, mucha hambre: vuelta a levantarme, y vuelta a espaciarse ligeramente pero a intensificarse más. Ya no sabía si levantarme a saciar mi hambre o debía quedarme en cama tranquila. Eran pródromos o estaba claramente poniéndome de parto?. Era plena madrugada, no quería despertar a mi marido, a las 6:20 se levantaba para ir a trabajar. Y si eran sólo pródromos y yo le molestaba y le quitaba el sueño para nada? Podía avisar a la matrona, debía hacerlo, pero tampoco quería despertarla, aun eran espaciadas: cada 7 minutos. Seguía contabilizándolas. Me desvelé totalmente, ya no tenía sueño. Eran las 4 de la mañana. Me levanté un par de veces más a comer, en la misma tónica. Guardé copias de la lectura de las contracciones y le escribí un WhatsApp a Claudia la matrona, si a las 8 no tenía noticias la llamaría (no quería despertarla antes sino lo veía imprescindible). Llegaron las 6:20, sonó el despertador de Andrés. Me miró y me vio despierta, “cómo estás?”, yo le dije “bien, muy bien, sólo que llevo con contracciones regulares cada 7 minutos y de un minuto de duración desde las 12 de la noche…”, “Cómo dices?!”, me preguntó él, “por qué no me has despertado antes?!!”. Le contesté que no estaba segura de que estuviera de parto. Él me preguntó que si se iba a trabajar o se quedaba, y yo le animé a irse a trabajar. No estaba de parto, no lo sentía así, apostaba más porque en cuanto amaneciera y me levantara se me pasaría. Así que eso hizo él, y se fue al trabajo, a Gaucín, a 1 hora de camino.

Allí me quedé yo con mi pequeña Daniela y mis contracciones. Empezó a amanecer. Más hambre, vuelta a levantarme: vuelven a acentuarse, pero ya no se distancian,…”ups”.

Son las 7:30 y Claudia no contesta, pero esto se está poniendo serio, así que decido llamarla. Hablamos, estaba en la cama, no lo tenía claro aún. “Pero estás sola? seguro que no crees estar de parto? Quieres que vaya?”, yo le dije que no hacía falta, que sólo quería que estuviera al tanto. Me comentó que el ritmo que llevaba podían efectivamente ser pródromos y desvanecerse en un rato, o bien seguir y acelerarse, que dependía de la evolución y de mi corazonada el saber lo que venía detrás. “No, creo entonces que no estoy de parto, tranquila”. Entonces ella me pide por favor que la llame con la más mínima novedad, que nada de WhatsApp, que sólo llamadas, y que por si acaso fuera parto que fuera llamando y despertando a mis padres en cuanto pudiera y les diera la lista con las cosas que aún me faltaban para abordar un parto en casa, también me aconsejó que preparar la maletita para el hospital y el plan de parto, por si acaso. Por supuesto tampoco tenía nada de eso preparado.

Así que tras hablar con ella me dispongo a preparar la maleta del hospital, aún es temprano para despertar a mis padres, no quería preocuparles sin necesidad, aun no eran las 8.

Empiezo a preparar la maleta, y rescato una copia que tenía del plan de parto de Daniela y con un bolígrafo le cambio el nombre por el de Mario. Las contracciones se iban intensificando, mucho, y aproximándose. Ya me olvidé del contador, ya no hacía falta. Cada vez estaba más claro que me estaba poniendo de parto. Fui al baño a orinar y, sorpresa!: el tapón mucoso fuera, sanguinolento. Qué más señales quería?!: estaba de parto, estaba de parto, estaba de parto?!!!!!

Llamo a Claudia, en eso que me viene una contracción, ella me dice “suelta el móvil y déjate llevar, olvídame”, cuando pasa lo vuelvo a coger, y me dice “Paloma, voy para allí ya. Tenía las cosas preparadas por si acaso me llamabas, y después de escucharte no tengo la más menor duda, estás de parto preciosa. Llama ya a Andrés y que baje corriendo a Algeciras. Has llamado a tus padres? Pues hazlo ya y que se vayan para la casa contigo y a comprar las cosas que faltan”.

Daniela se despertó al escucharme hablar con Claudia. Yo me fui a tratar de terminar la maleta, a llamar a Andrés y a mis padres. Las contracciones cada vez eran más fuertes… Daniela se levantó pidiendo teta, la intenté dejarse enganchar entre contracciones, pero era imposible, aceleraba la llegada de otra aún más fuerte: insoportable. Se lo expliqué “mi vida, creo que tu hermano tiene ganas de conocernos ya, y hoy va a salir de la barriguita para vernos y estar con nosotros. A mami le duele mucho y es normal, tiene que ser así, no te preocupes, pero no puedo darte tetita porque me duele aún más”. En ese momento yo estaba de rodillas sobrecogida por la última contracción, ella me miró muy de cerca, me dio un beso y me dijo “no te preocupes mamá, yo estoy contigo” (Daniela tenía entonces 2 años y 10 meses), y se portó con increíble madurez y sensibilidad en las contracciones que le siguieron.

Mis padres llegaron, mi madre a quedarse (estaba planeado que se quedara en casa cuidando de Daniela), y mi padre recogió la lista de cosas que quedaban y se fue a recogerlas.

Todo empezó a fluir demasiado rápido. Las contracciones se hacían ya demasiado fuertes, busqué mi postura, encima del sofá, sobre mis rodillas apoyando mi cabeza sobre un puf que puse encima. Así las sobrellevaba mucho mejor. Daniela se preocupaba y se acercaba cuando me escuchaba gemir. En alguna que otra contracción se puso en el puf apoyada conmigo. Mi madre creo recordar que quería apartarla, y yo me negué con la cabeza, me gustaba sentirla tan cerca de mí, susurrándome cosas tan lindas que ya a esas alturas del parto no recuerdo bien.

Claudia llegó a Algeciras, me llamó por teléfono y aun pude cogerlo y atenderla, me dijo que no encontraba aparcamiento, pero que ya estaba allí, no pude ni contestarle y otra contracción vino, supongo que me escucharía. Cuando se me pasó estaba ya llamando a la puerta. Entró como una exhalación buscándome para darme todo el cariño del mundo. Me miro sonriendo, y me dijo que tras haberme escuchado como iba la cosa dejó el coche en doble fila con las llaves puestas. Creo que le decía a mi madre que cuando llegara Nadia (la nena que cuida a Daniela), que por favor le aparcara el coche, y le describió como era,…

Me miró fijamente y me preguntó si iba a esperar al papi para tenerlo, no entendía la pregunta, ¿cómo?, ¿tan inminente parecía el parto?. Asentí sonriendo.

Aquí ya no controlo bien lo que pasaba, ni los tiempos,… No sé si llegó antes Andrés o Nadia,… creo que Nadia, pero ella no suele llegar hasta las 10,… Andrés tardo tanto en llegar?... Nadia salió a buscar el coche para aparcarlo,…

Andrés entró y se puso a mi lado, yo creo que seguía en el sofá en mi posturita que tanto me ayudaba. Me miro y me sonrió, y creo que me dijo algo como “ya mismo lo tenemos aquí. Cómo estás?”. Creo que no respondí, o asentiría con una sonrisa en todo caso. Estaba totalmente sumergida en eso que llaman el planeta parto. Ya no podía controlar nada. Daniela creo que empezó a ponerse más nerviosa con la gente: la recuerdo protestando. Creo que por eso decidí irme al dormitorio: demasiada gente ya en casa,…mucho trapicheo. En la cama me puse en la misma postura. Creo que Claudia se percató de que podía molestarme la agitación que ya a esa hora tenía mi Daniela; me preguntó si me parecía bien que se la llevara Nadia al parque, y me pareció correcto.

Supongo que pasarían una o dos horas. Entiendo que Claudia por la dinámica que llevaba se esperaba que hubiera nacido ya, así que quiso ver cómo iba la cosa. Me preguntó si me apetecía que me examinara para ver cómo íbamos, accedí. Allí mismo y tomándose todo el tiempo necesario para que a mí no me molestara, con suma delicadeza hizo el tacto: “bueno,…unos 5 centímetros tenemos. Va muy muy bien, pero más lento de lo que esperaba”. Esta parte sí la recuerdo con tremenda lucidez. Serían sobre las 12 de la mañana a lo sumo. Detrás de esto los recuerdos vuelven a ser borrosos. Me sumerjo en un mar de besos y caricias con Andrés que me hacen sentirme realmente bien. Todo iba genial. Van pasando las horas, y Claudia nos recomienda que me mueva, que ande a ser posible, así que empezamos a dar paseos por toda mi casa. Las habitaciones se comunican permitiendo andar en círculos: madre mía la de vueltas que dimos!

Claudia me pide permiso para invitar a mi madre a irse a su casa. Entiende que lo está pasando mal y muy nerviosa y que aunque apenas se asome para mirar, parece no dejarme concentrarme (creo recordarla asomándose a preguntar si todo iba bien en más de una ocasión). Creo que Claudia tuvo que hacerme esa propuesta en más de una ocasión. Yo sabía que mi madre estaba muy preocupada y me daba pena echarla de allí. Sentía que ella estaría más tranquila estando en mi casa. Pero al final cedí, porque reconocí que sí que me estaba poniendo nerviosa.

Mi madre la pobre sufrió la pérdida de su primera hija por negligencia hospitalaria, por exceso de calmantes, cuando entonces “se llevaba” dormir a las madres para extraerles los bebitos. Así que la pobre creo que, en base a su experiencia de muerte neonatal, y siendo un parto prematuro, la colestasis, todo le hacía temer por su nietecito. Pero lo que ella no sabe es que desde el cielo tenemos una estrella que nos alumbra a todos y que vela por nosotros, y que así era imposible que nada saliera mal, ni en casa, ni en hospital alguno.

Y las horas seguían pasando, mi dinámica igual de intensa: contracciones muy fuertes y muy continuas desde las 9 de la mañana. Rondarían las 4 de la tarde cuando sentí que quería empujar. Sentía miedo de tener que volver a controlar esas ganas como con Daniela, no sabía cómo hacerlo. Claudia me dijo que me dejara llevar, que no apretara mucho, que escuchara a mi cuerpo. Seguíamos dando vueltas por la casa, y yo colgándome de Andrés en cada contracción, dejándome empujar un poco, pero…me creaba inseguridad: recuerdo perfectamente esa sensación de “estaré empujando demasiado? Será poco?”. Pido que me examine por favor, quizás esté ya completa y por eso quiera empujar,…

Claudia me examina, y sorpresa: 4 o 5 horas después sigo de 5 cm (ella dijo que casi 6cm, por “animarme un poco” sin engañarme, pero después, cuando todo acabó, nos confesó que es que realmente no había habido cambio apreciable). Claudia me dijo que estaba bloqueada. Que tenía un bloqueo emocional, que eran muchas horas con una dinámica de parto físicamente muy intensa, pero que algo estaba fallando. Me propuso empezar a gritar más profundamente en las contracciones, liberar la garganta para ver si así desbloqueábamos el útero. Que me dejara llevar en la contracción y soltara gritos profundos, que soltaran la garganta. Así que entorno a las 5 de la tarde empezó mi recital de gritos guturales.

Y seguían pasando las horas,… Andrés estaba tan cansado como yo, el pobre estaba exhausto de soportar mi peso en cada contracción durante tantas horas.

Claudia me invita a darme un baño en la bañera a ver si me relajo y cambiamos la dinámica. Al principio no quería, pero luego sí me apeteció. Me habían preparado el baño con velas: era un ambiente maravilloso, tan maravilloso que me relajó demasiado y las contracciones empezaron a distanciarse y a bajar en intensidad, así que Claudia me invitó a salirme de allí y a seguir andando para reactivarlo. Le pedí unos minutos más, yo necesitaba ese descanso. Lo necesitaba. Recuerdo los minutos en la bañera perfectamente: me sentía genial, relajada, disfrutando las contracciones…

Me salí de la bañera y al empezar a andar se activaron, y de nuevo todo está borroso. Seguimos dando vueltas por la casa. Claudia se pone en contacto con mi homeópata de Inglaterra llamándola, quiere que nos recomiendo algo para que el parto fluya sin bloqueos, Claudia sabe que mi homeópata me conoce muy bien. Sarah me prescribe algo que no recuerdo, lo buscan en mi maletín Andrés y Claudia y me lo dan.

Claudia también me recomienda que me aísle un rato, que deje a Andrés descansar y que trate de buscar en mi interior,…de zambullirme de lleno en mi parto. Elijo el lado del sofá donde me puse por la mañana. Creo que no me gustaba sentirme sola, creo recordar que le pedía a Andrés que viniera. No sé si le dio tiempo a echarse una cabezada, creo que sí. Ya rondaban las 9 de la noche… Entonces hicimos otro tacto, y…aquello seguía igual.

Claudia se puso más seria, y me dijo muy convencida que había un bloqueo emocional que había que romper si queríamos que todo terminara bien. Me avisó que sería dura conmigo, pero que hacía falta. Así que empezó a decirme que fuera lo que fuera lo que tenía dentro tenía que llorarlo. Me hacía preguntas tratando de que yo confesara mis miedos, el sentirme agotada, asustada, perdida, pero, a todas las preguntas, cuando pasaba la contracción, yo contestaba con una sonrisa y algo como “todo va bien, estoy bien, está bien”. Ella insistía en que no podía contestar eso, que era mentira, que si mi marido estaba exhausto y había necesitado dormir, como estaría yo después de tantas horas con esa dinámica de parto y la noche previa sin dormir, que no podía estar bien, al menos tenía que sentirme agotada, “no, estoy bien” contestaba yo. Me decía que sino sentía temor porque a Mario le pasara algo, que era prematuro y eran muchísimas horas de parto con una dinámica muy fuerte que él también estaba sufriendo, “no,…todo está bien, él está bien”, decía yo. Entre más cosas también me preguntó que si quería que nos fuéramos al hospital, yo le pregunté que si hacía falta, ella me dijo que aún podíamos dejar algo más de margen, pero que poco más, que la dilatación tenía que reactivarse ya, y que para eso yo tenía que sacar lo que tuviera. Creo que volvió a insistirnos en el niño, y en lo que podría estar sufriendo,… En su insistencia por sacar mis temores a flote Andrés empezó a llorar. Entonces recuerdo perfectamente que me dijo que era increíble que Andrés estuviera llorando y yo siguiera impertérrita. Creo que nombró a Daniela,…que sino la echaba de menos, tantas horas,… No sé, no sé qué dijo, quizás fue el ver que mi marido lloraba y me apretaba, creo que me abrazaba, entonces, por fin rompí a llorar. Ella sonrió, y me animó a seguir llorando y a que dijera todo aquello que me preocupaba. Dije preocuparme porque Mario sólo venía con 36 semanas, preocuparme por mi Daniela, preocuparme de los vecinos que estarían hartos de escucharme gritar durante tantas horas, y ya llegaba la noche, dije el miedo que había pasado con la colestasis esta vez, todo lo que había sufrido y rezado porque todo fuera como estaba yendo, que no sabía que me pasaba…

Mientras hablaba, fui consciente de que las contracciones habían cedido, que estaban paradas mientras yo lloraba y lloraba y hablaba, así que entonces fue cuando más profundo lloré y grité que ahora además todo se había ido al carajo porque las contracciones encima se habían parado.

Entonces ella se rio, y nos dijo que ahora era precisamente cuando todo iba a empezar a ir bien, que no me preocupara. Nos invitó a cuando me encontrara mejor y con fuerzas empezáramos a andar de nuevo para reactivarlas otra vez.

Recuerdo que miré el reloj encima de la barra americana: marcaba las nueve y media pasadas. Esa fue la hora en que el bloqueo emocional se pasó. Las contracciones se reactivaron, los paseos continuaron, algunas paradas en la cama, y tal y como diría Joaquín Sabina: y nos dieron las 10 y las 11, las 12 y la 1…

Cerca de las 12 Claudia me dirigía las posturas con más control. Quería ayudar a que todo fluyera. Me animaba a ponerme tumbada de un lado, luego del otro, recuerdo que me costaba la propia vida cambiar de posturas a esas alturas. También me invitaba a ir al baño a hacer pis, creo que fui varias veces.

La bolsa se rompió de forma espontánea a las 12. El líquido venía claro. Todo parecía ir muy bien. Claudia escuchó los latidos de Mario una vez más. Lo hizo muy a menudo durante todo el día (luego no comentó que no suele escuchar tanto, pero que dada la prematuridad del pequeño Mario se quedaba más tranquila escuchando frecuentemente).

La noticia de la rotura de la bolsa la recuerdo perfectamente, pero de esas últimas horas hasta llegar la 1 poco recuerdo más que los esfuerzos por cambiar de posición cuando le había cogido el descanso a una nueva. También recuerdo el comentario de Claudia de “Mario ha elegido que no quería nacer el día 13, que había de ser el 14. Ya es 14 de Marzo”.

Entorno a la 1 de la madrugada pedí a Claudia que me examinara, ella llevaba un rato animándome como si en la recta final estuviéramos ya, pero yo quería comprobarlo… Este tacto si trajo por fin una buena noticia: estaba completa! Y Mario estaba a punto de llegar! Claudia me animó a que me levantara de nuevo de la cama y fuera al baño a hacer pis, o lo que me apeteciera, ya que esa postura me iba a animar a acelerar el expulsivo. Entonces fue cuando al levantarme se vio que chorreaba líquido manchado de meconio. Claudia rápidamente escuchó las pulsaciones a Mario, y éstas habían caído algo. Entonces ella me miró fijamente y me dijo “Paloma, tranquila, parece que Mario está sufriendo un poquito, está siendo un parto muy largo, así que vamos a hacer el expulsivo lo más corto posible. Ahora hazme mucho caso por favor”. Allí mismo en el baño puso una toalla en el suelo para que yo me pusiera a cuatro patas y me pidió que empujara lo más fuerte que supiera. Empujé con toda mi alma en la siguiente contracción que vino mientras un grito desgarrador salía de mis entrañas. Mi baño es muy chiquito, y ahí ella no estaba bien, me dijo que necesitaba sitio para aspirarle las vías en cuanto asomara la cabecita por el meconio. Así que me animó a irme al dormitorio, mientras me preguntaba qué postura prefería yo para parir, cómo lo hice con Daniela, “la silla de partos” dije, “bien, en cuclillas entonces” dijo ella, “Andrés, sujétala otra vez por favor, que se cuelgue de ti y se ponga en cuclillas. Paloma, no vayas a empujar por favor, ahora no, aguántate y deja que tu útero saque a Mario poco a poco…Lo tenemos aquí ya,...no empujes por favor”. Nos pusimos junto a la cama, ahí vino otra contracción, entonces sentí el famoso aro de fuego,…sí, lo estaba sintiendo,…Mario estaba allí, coronando, estaba llegando al mundo, pero ella no llegaba a aspirar a Mario, no había sitio. “Venga!, arriba de la cama ahora mismo!, Andrés ponte de pie y sujétala como lo estabas haciendo!. Paloma, no empujes, sigue así, deja a tu útero sacarlo poco a poco”. Ay madre como ardía,… pero que sensación tan grande, tan intensa, tan inmensa: estaba sintiendo como Mario salía, y lo hacía muy poco a poco, era maravilloso…

Entonces ella, que en esa contracción se había colado entre las piernas de Andrés en postura circense, se incorporó y nos mostró el resultado de haberle aspirado a Mario todo el meconio de sus vías nasales… “Aquí lo tenemos chicos, no hay peligro alguno. Relajaos. Paloma, no empujes,…la siguiente contracción lo sacará”. Y así,…como un pececillo se resbalo entre mis piernas, y sostenido por Claudia se posó sobre nuestra cama. Yo, rendida, me solté de los brazos de Andrés, que habían sido mi báculo todo el parto, y apoyé mis manos sobre la cama, quedando a cuatro patas sobre mi pequeño Mario. Estaba ahí, lo tenía justo aquí fuera, debajo de mí, pero no podía cogerlo…no podía, estaba tan cansada. “Ya estás aquí mi vida,...por fin”, pensé mientras le miraba. Claudia me dijo que lo cogiera ya, estaba llorando, mucho, muchísimo (Daniela no lloró nada). “Cogedlo, cógelo Claudia, yo no puedo…no puedo”, ella me contestó que no dijera tonterías, que hiciera un último esfuerzo y lo cogiera yo. Lo hice, y claro que pude, pude cogerlo: tan húmedo, tan sumamente resbaladizo…aun puedo sentirlo como en aquél momento. Tan calentito,…tan…tan…tan bonito. Seguía llorando, sin consuelo. Yo le abrazaba y le miraba, Claudia me dijo que le hablara para calmarlo, que le dijera todo lo que sentía. Le dije que ya estaba aquí, que no se preocupara, que todo había pasado, que estaba sano y salvo, que era muy valiente, que era muy guapo, mucho, que le queríamos mucho. Y, efectivamente, mientras me escuchaba apoyado en mi pecho, abrazado, dejó de llorar. Se agarró de forma espontánea en pocos minutos. Test de Apgar 8, 9 a los 5 minutos y 10 a los 10 minutos. EL único signo de prematuridad que presentaba eran sus orejitas… pero por lo demás era un niño fuerte, sano, perfectamente sano y aparentemente a término. Claudia no lo pesó en ese momento, pero le estimó 2700 nada más verlo, y así lo confirmó la balanza a la mañana siguiente.

Eran las 1:47 cuando ese pececito salió resbalando entre mis piernas. Las 1:47 del 14 de Marzo del 2014. La segunda hora mágica de mi vida.

La placenta tardé en alumbrarla 4 horas más. Pero desde el principio Claudia se mostró tranquila. Parecía estar bastante suelta, pero aun algo prendía dentro de mí. No tenía pérdidas de sangre, tenía contracciones frecuentes y lo suficientemente intensas como para que saliera de un momento a otro, Mario estaba perfectamente enganchado y haciendo que la oxitocina circulara a raudales por mis venas. El parto había sido muy largo, y el alumbramiento no podía ser menos,… sólo era cuestión de esperar. Mientras, Andrés cayó profundamente dormido en la cuna sidecar de Daniela. Claudia me invitó a descansar un poco a mí también, y me despertó poco después con muchísima dulzura y un sencillo pero muy suculento picoteo que había improvisado de los enseres de mi cocina. Madre mía que bueno estaba todo: recuerdo fresas, unas rebanadas de pan con aguacate, una infusión calentita,… (había más cosas, pero esas cosas son las que más me marcaron). Que bien sabía ese momento…

Cuando por fin alumbre la placenta fue en un ánimo de Claudia a ir al baño una vez más a tratar de orinar un poco. Rondaban las 4 y media de la mañana. Salió perfecta, de una pieza. Quise observarla, admirarla, y pedirle que me preparar un trocito para mi batido revitalizante. EL trozo lo tomó de mi lado, ya que el lado de mi pequeñín estaba sucio de meconio,…

Con la placenta alumbrada ya oficialmente podíamos comunicar al mundo que Mario había llegado.

Claudia nos preparó la cama con sábanas limpias, y nos dejó a los tres acostados en nuestra camita. Ella se retiró a descansar. Rondaban las 6 de la mañana.

Unas horas más tarde, en torno a las 10, llegaron mis padres con nuestra Daniela. Por lo visto se levantó preguntando si había nacido ya el hermanito, y cuando le dijeron que sí, se volvía loca por venir a conocerlo. Mis padres le dijeron que había que esperar a que les llamásemos. Por fin les llamamos y bajaron. Tengo grabada la cara de mi Daniela a fuego lento en la retina. Era una mezcla de ilusión, asombro, curiosidad: unos ojos muy abiertos, dulces, expectantes, una cara inolvidable. Me preguntó si podía besarle y asentí. Le besó y me miró diciéndome “es muy chiquitito, tiene unas manos chiquititas, una cara chiquitita,… es muy bonito” y detrás me dijo “mami, teta”. Jajaja, la pobre, había sido su primera noche durmiendo fuera, sin su tetita. Es tan buena… Le ofrecí mi pecho, se enganchó, y otro gesto que jamás olvidaré fue la manera en que abrió sus ojitos de par en par mientras mamaba, y entonces soltó la teta para decir “mamá! Sale leche!!!!”, jajaja, yo me eché a reír, y le pregunté que qué salía antes entonces, y con una voz así menospreciando lo que obtenía de mi antes de dar a luz me dijo: “pues era como… zumito”… Jajaja. Inmediatamente volvió a engancharse a seguir disfrutando de ese manjar para ella tan suculento. Y ahí nos quedamos: una nueva familia, una familia que ahora era, y es de 4 miembros.

Agradecimientos:

Gracias Claudia por toda tu confianza en nuestra naturaleza, y sobre todo por tu profesionalidad y saber hacer. Ojalá simplemente la mitad de las matronas del mundo tuvieran tu conocimiento y tu empatía,…

Gracias a mis padres, por su comprensión y aceptación de mis deseos, por cuidarme tanto con la colestasis, y por sufrir tanto y tan bien desde el silencio la llegada de vuestro segundo nieto, oficialmente prematuro, en mi hogar. Sin vuestro apoyo y vuestra ayuda no habría sido posible.

Gracias a Daniela: mi ángel. Siempre me quedará la duda de si te hubieras quedado conmigo todo el día el parto quizás hubiera fluido más rápido. No lo sé, las cosas fueron como debían ser, pero te eché tanto de menos… me ayudaste tanto y tan bien cuando estábamos solitas por la mañana. Te quiero más que a mi vida.

Gracias a Andrés, mi compañero, mi amante, el padre de mis hijos, el hombre que mejor me entiende. Gracias por tu apoyo incondicional siempre, en todo. Gracias por ser mi báculo en la vida, y en el parto de nuestros hijos. Te quiero tanto…

Y… gracias Mario. Por ser así de valiente, por enseñarnos tantas lecciones en tan corto tiempo, por ser tan fuerte, tan precioso y tan simpático. Eres mi sol, mi guía, y mi tercer gran amor.

Y, gracias a la vida que me ha dado tanto…