Parto en casa, nacimiento de Jaled
Para contar el nacimiento de Jaled, es preciso hacer un poco de historia y remontarme al nacimiento de mi primera hija, Jordana. Tuve un primer embarazo con bastantes náuseas y algunas molestias habituales, pero estaba super activa. En ese momento vivía en Chicago (Estados Unidos) y todos mis controles los hice con un obstetra venezolano recomendado por una amiga argentina que se había atendido con él. Cuando lo conocí me gustó, me hacía prácticamente todos los controles y estudios en su consultorio, respondía si tenía consultas por mail y me tranquilizó en algunos momentos en los que tuve dudas…Pero debo reconocer que en los controles hablaba más con mi marido de fútbol y política que lo que me prestaba atención a mí. Fui a trabajar hasta la semana 40 y luego continué haciéndolo desde casa para no aburrirme. Hasta ese entonces estaba relativamente tranquila, a pesar de todos los mensajes que me llegaban a diario de Argentina consultando por novedades. Si usted está leyendo esto y es de los ansiosos que le pregunta a una embarazada “¿y? ¿novedades?” cuando llegó a la semana 40, sepa que no colabora en nada y que cuando la criatura nazca se va a enterar, gracias!.
Mi obstetra justo se iba de vacaciones para mi fecha probable de parto, pero me había dejado con otro equipo de obstetras con quien tuve un monitoreo mientras él no estaba. Ese control fue el momento más doloroso e impresionable de todos mis embarazos y partos. Este obstetra de “backup” controló primero los latidos del bebé y luego (sepan disculpar lo gráfico del relato) me metió, literalmente, todo su antebrazo para hacerme un tacto y ver si había dilatación. No había, claro está…pero el “señor” logró hacerme ver las estrellas y llorar del dolor. Es al día de hoy que cuando recordamos ese momento junto a mi marido ambos ponemos cara de sufrimiento. Ahora pienso, ¿me habrá hecho desprendimiento de membranas? Probablemente... pero claro, sin decirme absolutamente nada.
Finalmente mi obstetra regresa de sus vacaciones, y yo seguía sin contracciones, sin perder el tapón mucoso y sin tener novedades para los ansiosos de Argentina. El “deadline” era la semana 41 y sino íbamos a inducción. Nunca lo cuestioné, supuse que ponerle fecha de vencimiento a un embarazo era algo normal y habitual. Programamos el ingreso para el día exacto en que cumplía las 41 semanas, pero me llaman el día anterior para posponerlo un día más por cuestiones logísticas del hospital. Entré en crisis, tenía miedo, me perseguían los mil y un peligros que me habían dicho le podían pasar al bebé si se quedaba mucho tiempo dentro del "horno". Lloraba desconsoladamente, no estaba segura de estar sintiendo moverse a mi bebé las 10 veces por día que “las páginas web para madres primerizas indicaban”. Mi marido decide llamar al obstetra y este me cita para hacerme un monitoreo de control y, básicamente, tranquilizarme. Todo estaba bien. Tenía que internarme a las 00 hs del 15 de octubre de 2014.
Unas horas antes, estando aun en casa, comienzo a tener unas leves contracciones… Nada dolorosas, ni continuas. Pero llego a la institución y frenan. Me acuestan en la cama, me enchufan todos los aparatos habidos y por haber y comienzan a pasarme oxitocina sintética. Al rato ingresa la persona encargada de aplicar la epidural y me consulta si la quiero o esperamos. En el mismo momento en que estamos hablando, y mientras pienso lo que voy a hacer, tuve un cambio radical, pase de 0 a 100 en sólo unos segundos. Las contracciones se hicieron super dolorosas, tiemblo del dolor y siento que no puedo más. Acepto la epidural. Hacen salir a mi marido, me inyectan en la espalda y me dan un control remoto para que yo misma pueda aumentar la dosis en caso de necesitarlo. El alivio fue inmediato. Siento que me estoy mojando y le aviso a una enfermera… había roto bolsa y comienzo a tener ganas de pujar. Eran alrededor de las 5am. Las enfermeras hablan con el obstetra y le indican que ya estaba con ganas de pujar, por lo que lo invitan a acercarse al hospital. Si mal no recuerdo, ya para este entonces tenía dilatación completa.
A pesar de no aumentar la dosis de epidural, comienzo a sentir cada vez menos las contracciones, al punto tal que tampoco siento las ganas de pujar. Llega el obstetra. Entra cada tanto a ver como progresa la cuestión, pero son las enfermeras las que me acompañan en los pujos. Siento que hago fuerza pero nada pasa. Me tienen que indicar cuando pujar porque yo ya ni me enteraba de las contracciones. Entra y sale gente, me dan papeles para firmar, me hablan en inglés... me cuesta concentrarme.
Vuelve el obstetra y me cuenta que ya habían pasado 3 horas… yo ni enterada que había pasado tanto tiempo. Y es ahí cuando viene la frase que ningún padre quiere escuchar “le están bajando los latidos…”. Me recomienda entonces utilizar fórceps para ayudarme, ya que Jordana está cerca, pero no logra pasar la última parte del canal de parto. Lloro mientras recuerdo mi propio relato de nacimiento contado innumerables veces por mi madre donde una partera la amenazó con sacarme con fórceps si no pujaba bien. Por suerte ella sacó fuerzas de no sabe dónde, hizo un pujo y finalmente nací. Yo, por el contrario, no pude. Estaba asustada por lo que podía pasar si seguíamos esperando, asī que accedí al maldito forceps. Entra otra médica, meten entre los dos cada uno una pinza enorme, hago un pujo y nace Jordana a las 8.53 am, con una marquita en cada cachete y perfecto estado de salud. En cambio yo, quedé rota. Me costó más de una semana poder caminar normalmente y sin dolor.
En mis innumerables horas dando la teta empecé a repasar mi parto, leer sobre el tema, a meterme en el mundo de la maternidad, la lactancia y la fisiología. A pesar de no haber terminado en cesárea sentía una gran frustración por haber tenido un parto tan intervenido y poco “natural”.
Cuando planeamos tener un segundo hijo, yo sabía claramente que no quería volver a pasar por una experiencia de parto como la anterior. Para entonces ya había vuelto a Argentina y tenía toda la información y el empoderamiento para encarar un segundo parto de una manera más fisiológica. En enero de 2018 me entero que estoy embarazada y comienzo la búsqueda de obstetra. Una amiga me recomienda uno. Si bien me pareció correcto, dos cosas sentenciaron el cambio: “tengo una vida” me dijo cuándo le pedí su número de celular o mail por cualquier consulta no urgente, lo cual se negó a darme, sumado al eterno tiempo de espera en su consultorio sin razón aparente.
Ingreso al grupo “Para saber con quien parimos”, leo comentarios de él y rectifico mi decisión de cambio. Cambio por otro, quien se toma su tiempo para responder todas mis consultas, espera al menos hasta la 41+3 para inducción, respeta decisión de trabajo de parto sin epidural y libertad de movimiento… OK, acepto. Total, yo sabía por mi experiencia anterior que el rol del obstetra al momento del parto no era fundamental y que dependía más de mi y la partera. Llega el momento de la TN Plus (ecografia), tengo un leve riesgo de tener presión alta en el embarazo y que el bebé tenga restricción de crecimiento intrauterino, por lo que me medican con aspirina por precaución. Pienso que es realmente raro porque yo siempre fui de tener presión baja y sigue así durante el embarazo, pero acepto medicarme, total no cambiaba en nada la posibilidad de un parto sin intervenciones ni le hacia ningún daño al bebé. Eso sí, deciden que me quieren controlar más seguido. Yo sigo mi vida normal, estudiando, voy a yoga donde mi profesora me invita a cantarle mantras a mi bebé y sigo yendo a zumba a revolear un poco la panza y desconectar.
Empiezo a buscar doula que me acompañe en mi trabajo de parto. En mi primer embarazo no había sentido contracciones (naturales), no había tenido que manejarlas y sentía la necesidad de estar acompañada en ese momento. Conozco a dos hermosas doulas pero me entero que lamentablemente el Hospital, donde pensaba tener a mi bebé, ya no las está dejando pasar. Giro el volante y voy por la idea de personalizar partera. Me recomiendan mucho una, nos conocemos, generamos conexión inmediatamente. Decido entonces que sea ella quien me acompañe en mi trabajo de parto. Sabe que mi idea es llegar lo más avanzada posible a la institución para evitar intervenciones innecesarias.
Llega el momento de hacerme la curva de glucosa. Recuerdo que en el primer embarazo me había dado un poco alta, pero luego de una segunda prueba más larga me había dado bien. Por alguna razón tenía dudas con este estudio, había estado más sedienta y bastante antojada de comer pastas. Sabía que más de 140 sentenciaba una diabetes gestacional (DG). Llega el resultado, 186…en el horno. Ahora además de más ecografias y más controles con el obstetra, se sumaban las consultas con la diabetóloga. Lo controlo solo con dieta pero, por alguna razón, comienzan a aparecer los “peros” con respecto a la fecha límite para una inducción, mi gran miedo. A finales de la semana 37 hago mi primer monitoreo. Todo perfecto. El obstetra quiere hacerme un tacto, me niego y él acepta. En la semana 38 ni se atreve a pedírmelo, o se olvida de hacerlo. El monitoreo sale bien y me avisa que la semana siguiente no va a estar por unos días debido a un congreso médico. Ok, pienso, no me cambia en nada… mientras la partera este, me da lo mismo que este él u otro obstetra. Me dice que por la DG ya no podemos esperar hasta la 41+3 por protocolo del hospital, pero que vamos a ir viendo. No entiendo, pido explicaciones pero me corta diciéndome que vamos a ir viendo como va todo, que no nos adelantemos. Le pregunto a la partera por qué motivo no podemos esperar más de 41 semanas si todos los controles de glucosa, míos y del bebé vienen dando bien. “No está bueno” dice y repite ante mi repregunta. Semana 39, hago monitoreo con un obstetra de guardia, todo normal. Por momentos sentía la panza más dura y mayor presión, pero nada que me diera la pauta de estar cerca de conocer a mi bebé.
Miércoles 5/9, el día anterior a mi FPP, voy a una muestra del jardín de mi nena, me muestra contenta todos sus proyectos, nos sacamos fotos. Una mamá del colegio me dice “no tenes cara de estar por parir todavía”. Será que no tenía la típica cara hinchada gracias a la maldita dieta anti pastas y azúcares que me había dejado a “pura panza” y sin reservas. Esa tarde nos entregan el último mueble que nos faltaba para terminar un proyecto de decoración en casa. Ya no voy a yoga ni a zumba, pero sigo estudiando. Pienso que podría ir a cursar al día siguiente, pero mi marido me dice que estoy loca, que ya es hora de que me quede en casa tranquila. Nos vamos a dormir.
Me despierto a eso de las 4.30 am para hacer pis porque sentía bastante presión mientras dormía y se me ponía la panza dura. No era una sensación nueva, podía haber sido una noche como cualquier otra. Me quedo sentada en la cama… sin ganas de dormir, como alerta. Al rato comienzo a sentir algunas contracciones suaves. Después de una hora aproximadamente, decido despertar a mi marido. Estoy con más contracciones, dolorosas pero manejables, seguidas pero cortas. Mi marido llama a mis viejos para avisarles que arrancaba la fiesta - en palabras de él - y pedirles que vengan a casa a quedarse con mi nena. Camino, me siento en el inodoro…trato de hacer algunas de las cosas que habíamos hablado con la partera para el manejo de las contracciones. Mi marido me dice de llamar a la partera y se pone a controlar el tiempo y duración de las contracciones. Le digo "¿para qué? si recién empiezo", pero él insiste y la llama. Ni sé que hora era, calculamos las 6am más o menos. Ella nos dice “bueno, me baño y los llamo en un ratito para ver como seguimos”. Finalmente decidimos que venga a casa para acompañarme en el trabajo de parto. Empiezo con contracciones más fuertes y me cuesta encontrar una posición que me calme. Me meto en la bañera, estoy un rato ahí dentro pero cuando vienen las contracciones estoy muy incómoda y cuando se van tirito de frío. Recuerdo haber sentido eso mismo en la inducción de mi primer embarazo. Me pongo una bata y salgo del baño. ¡Cada nueva contracción es insoportable! pienso que si arrancamos así, habiendo pasado tan poco tiempo, no sé como voy a hacer para llegar a parir. Me pongo en cuatro patas para intentar pasarlas, es la posición que me resulta más tolerable. No puedo respirar bien, grito y puteo de dolor. Mi hija, que estaba durmiendo en su habitación del otro lado del pasillo, se despierta. Mi marido se va con ella para que no se asuste y contarle que pasa.
Empiezo con contracciones muy seguidas, le digo a mi marido “me parece que no voy a llegar”, sentía como un fuego que venía y ya las ganas de empezar a pujar. A esto serían las 6.30/7 am, le digo “llama a la partera y decile que vaya a la institución, que no venga para casa porque no llegamos”. A todo esto mis viejos siguen sin llegar.
Me viene una contracción fuerte, y mientras estoy parada al lado de la cama rompo bolsa. Me tiro a la cama e intento acostarme, siento que es la peor posición del mundo. Me paro, hago un pujo más y sigue cayendo un poco más de líquido. Me toco y le digo a mi marido “siento la cabeza, no llego!!”. Grito como nunca en mi vida recuerdo haber gritado. “¿CÓMO QUE LE SENTÍS LA CABEZA!?” me dice e intenta vestirme para llevarme al auto, pero yo ya no puedo moverme. Le digo “no no, no llego, lo siento, acá”. Pujo mientras me pongo en cuclillas, y al pararme sale completamente. Mi marido lo ataja, Jaled llora, yo me acuesto y él lo pone en mi pecho tapándolo con la primer manta que encuentra. Tiene buen color. Yo no lloro de la emoción, sigo sin caer, pero me quedo tranquila porque lo veo bien. Lo miro en mi pecho desnudo y solo pienso en darle amor y calor. Mi marido llama a una ambulancia y a la partera para avisarle que ya había nacido. Le pregunto por mi nena, me dice que esta despierta en la cama donde le pidió que se quede. Le digo que la traiga, que venga a ver a su hermano mientras esperábamos a que llegue la ambulancia. Ve a su hermano, sonríe tímidamente y se sube a la cama con nosotros. En ese momento llegan mis viejos, mi papá se queda helado al verme con Jaled, mi mamá llora y repite “nació acá, nació acá!”, me besa. Llega la ambulancia. Me paro, miro al piso...sangre, líquido y demás. Me suben a una camilla y mientras estoy saliendo de casa llega la partera. Me toca la cara y me dice “nos vemos en el hospital”. En la ambulancia hacen el clampeo del cordón, pero no lo cortan, nos vamos "ataditos", piel con piel hasta el hospital. Veo como todos sus reflejos se ponen en marcha para reptar a la teta. Se acerca, lo acerco…está en mi pecho, donde lo cobijaré por el resto de mis días.
Pasaron 8 meses ya de ese increíble momento, aún conservo la placenta que supo ser su hogar y unas pequeñas manchas de sangre en la pared de mi cuarto. Por algún motivo aún no puedo soltar ese momento. Intento poner mi parto en palabras pero cuesta, es difícil describirlo y se me escapan algunos detalles. Pienso en el lema de la “Semana Mundial del Parto Respetado” de este año, “el poder de parir esta en vos” y creo que el verdadero poder lo tienen ellos, nuestros hijos. Ellos saben cómo y cuando nacer, ellos vienen a dar vuelta nuestro mundo, a interpelarnos y a enseñarnos algo. No importa la forma en que nacen, desde el minuto cero en que llegan a este mundo lo hacen para cambiar nuestra vida para siempre".