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Parto en Maternidad H. Gregorio Marañón

“Deseaba con todas mis fuerzas iniciar el trabajo de parto de forma espontánea en casa y poder conocer qué se sentía con las primeras contracciones… Quería poder poner en práctica toda la preparación consciente que había realizado durante el embarazo (hipnoparto, respiraciones, visualizaciones, relajación, movimiento libre…) Pero también tenía la mente abierta a cualquier posibilidad, incluidos contratiempos, adversidades y complicaciones… para poder vivir el nacimiento de mi hija de una forma positiva ocurriese de un modo u otro; y así fue.”

La madrugada del 3 de Octubre de 2022, 4:30h am, me desperté con sensación de dolor menstrual que se repetía cada 6-7 minutos. Tras ir al baño, beber algo fresco, intentar volver a dormir sin conseguirlo y ver que se repetían de forma continua, supe que el momento había llegado. Comenzaba el viaje de Makenna hacia el otro lado de la piel… Acomodamos la habitación con luz tenue, pusimos la lista de música relajante que habíamos escuchado durante el embarazo, encendimos una vela, conectamos el humidificador con aceites esenciales… A mi alcance la pelota de pilates y la bolita miofascial (de pinchitos) Desayuné para coger fuerzas y me sentó muy bien. Mi marido calentaba los saquitos de semillas cada vez que se lo pedía, me traía agua, frutos secos… Qué bonito recuerdo, papá con nosotras cuidándonos.

Las contracciones eran continuas sin descanso pero irregulares: 5 min - 7 min- 2 min - 4 min, y de unos 45 segundos de duración. Algunas dolían más que otras pero sentía que cada vez las toleraba mejor con la respiración y los cambios de movimiento libre. El dolor abdominal bajo tipo “dolor menstrual” se fue irradiando hacia las lumbares, de modo que con cada ola me aliviaba muchísimo la presión en la espalda. Fui cambiando de postura según me pedía el cuerpo, apoyada en la pelota y ésta a su vez en la pared, o en cuclillas. Entre contracción y contracción me encontraba bien.

Estuve releyendo algunos capítulos de libros de maternidad para relajarme. Fui al baño en múltiples ocasiones, sin dolor ni malestar; sabía que mi cuerpo se estaba “autolimpiando” de modo que verificaba que no es necesario poner enemas de rutina, el cuerpo es sabio. Me di una ducha caliente para relajarme. Era consciente de que estaba transitando la primera parte del parto tal cual había deseado: en mi casa, con mi pareja, con calma, tolerando cada “ola” con control y tranquilidad y repitiendo las afirmaciones positivas que tenía grabadas a fuego en mi memoria (después de haberlas tenido impresas por la casa los últimos meses del embarazo): “Soy una mujer fuerte y segura” “Mi bebé sabe cuándo y cómo nacer” “Somos un equipo” “Mi pareja me apoya” “Confío en mi cuerpo, mi instinto y mi bebé” “Con cada ola estoy más cerca de conocer a mi bebé…” La verdad es que el trabajo de hipnoparto me ayudó muchísimo a conocer y afrontar este camino tan desconocido. Me sentía segura y confiada. Las horas pasaban y el ritmo de parto no se detenía, pero tampoco avanzaba. Comimos e intenté descansar un poco pero las contracciones no daban tregua y no soportaba estar tumbada… 8 min como máximo entre una y otra, y se aceleraban de nuevo. Por un lado estaba tranquila porque me encontraba bien y notaba que mi bebé se movía entre contracciones, pero por otro lado comencé a inquietarme un poco ya que con más de 12 horas de contracciones sin parar deberían haber aumentado el ritmo.

Así que con esas dudas, decidimos ir al hospital sobre las 19h de la tarde; nos llevaron mis padres que estaban tan nerviosos y preocupados como si fuera su propio parto. Pasé al triaje rapidísimo (sola…) y me decepcionó escuchar tras la exploración que tan sólo estaba de 2 cm. ¿Después de todo el día con contracciones sin descanso? No me gustó pero lo acepté. Me pasaron después durante casi una hora a una sala de observación para colocarme la monitorización fetal, en una cama junto a otras 4 o 5 mujeres. Sabía que era el procedimiento en ese hospital que yo había elegido, pero me sentía un poco vulnerable y sola… No obstante intenté durante todo el tiempo pensar en positivo, mi niña estaba en camino…

El dolor de las contracciones durante ese tiempo se hizo más intenso, no me gustaba estar tumbada sin moverme, y el entorno tampoco ayudaba; intentaba controlarlo apretando fuerte la bola miofascial que me eché en el bolso; además tenía un calor sofocante que trataba de amortiguar con mi abanico. Intentaba concentrarme en respirar y evitar pensar en los inconvenientes. Después de ese tiempo, me dijeron que saliera a la sala de espera, en la que por suerte no había mucha gente, hasta que me llamara el ginecólogo. Más tranquila al estar con mi marido y mi madre aguanté casi otra hora más de contracciones.

Cuando por fin me llaman y me evalúa el ginecólogo ya estamos de 4 cm y todo va bien; agradezco su trato muy agradable, me explica todo con calma y gestiona el ingreso pronto. Son las 21-22h pm: cambio de ropa, camisón, pulsera, analítica, PCR covid y nos llevan a paritorios. Es un paritorio muy amplio, individual y nos atiende una matrona muy amable que se presenta dulcemente y nos dice que esta noche es tranquila porque somos los únicos por ahora en la planta. Me explica todo muy bien y nos deja poner la lista de música y ponernos cómodos. Estaba tranquila y animada, pero a pesar de que iba con la idea de aguantar todo lo posible con mis métodos no farmacológicos, apareció una contracción dolorosísima y larga que hizo que junto con el cansancio acumulado de todo el día decidiese pedir la epidural. No imaginaba hasta entonces que era lo mejor que podía haber hecho.

La anestesista llegó rapidísimo y fue muy amable a la vez que delicada y empática permitiendo a mi marido que se quedase conmigo dándome la mano mientras me la ponía. Me transmitía mucha calma, me iba contando todo lo que iba haciendo a mi espalda y me decía que le encantaba la música que había puesto, que a ella también le relajaba. Detalles de humanidad que se agradecen tanto. Así sí, estaba tranquila, segura y en unos minutos desaparecieron totalmente los dolores; además podía mover las piernas; me puso la dosis ideal, aunque no me dejaran levantarme de la cama; ya quedaba menos para ver a mi niña. Desafortunadamente las cosas se empezaron a enlentecer.

Las contracciones se espaciaron, el monitor pita continuamente, mi tensión baja y mi bebé se resiente con bajadas de frecuencia cardiaca transitorias. Me pasan volumen intravenoso y me cambian de postura hacia un lado u otro, buscando la mejor opción para mi niña. Comienzo a ponerme un poco nerviosa. A las 23.00 h aparecen dos ginecólogas nuevas que me exploran de forma desagradable y brusca (y agradezco entonces tener la epidural puesta y no sentir dolor) Hablan entre ellas, sin mirarme a la cara y sin dirigirse a mí, sigo en 4 cm y la cabeza está demasiado alta por lo que para acelerar el proceso van a romper la bolsa y colocar un monitor interno para monitorizar mejor al bebé. Les pregunto que me expliquen si es necesario, pues no quería tantas intervenciones… Me contestan con soberbia que sí; y además con ironía me preguntan que cuánto mido ¿? Porque la niña parece demasiado grande y yo soy muy bajita ¿? … Quise gritar. ¿En serio estaba escuchando esa estupidez grosera en un hospital de tercer nivel? Una rabia interna me empuja a debatirles, les digo de la forma más educada que puedo que soy pediatra y entiendo lo que médicamente está y lo que no está en los protocolos y sus caras cambian y se suaviza su intervención intentando ahora sí explicarme las cosas como debieran haber hecho en el momento que entraron a paritorio… pero lejos de enzarzarme en discusiones que enturbiasen el momento, y más bien por el miedo a que algo fuera mal con la niña por mi culpa, finalmente consiento, a pesar de la impotencia que sentía… Se marcharon y por suerte no las volvimos a ver.

Retomé mi actitud en calma concentrada en mis pensamientos positivos y en mi música junto a mi marido. La matrona entraba cada vez que el monitor pitaba, me tranquilizaba y me ayudaba a cambiar de postura, me exploró en otra ocasión y seguía sin cambios; avisó de nuevo a ginecología y esta vez fue el ginecólogo simpático de la urgencia, quien a partir de ahora me atendería hasta el final (menos mal). Mi niña estaba muy a gusto dentro de mí (a pesar de mi corta estatura que tanto molestó a esas dos ineptas) Serían las 2.00h o 2.30h cuando comencé a sentir dolor en la pelvis con las contracciones. Aparece un rayo de luz en mi mente al decirme el doctor que quizá podría ser una señal de que la niña se hubiese encajado y todo estuviera progresando. Avisaron a anestesia para aumentarme un poco la epidural y que estuviera confortable. El rayo de luz duró poco, ya que se repetían los mismos 4 cm de dilatación. El ginecólogo intentó tranquilizarme y me dijo que podríamos esperar un poco más de tiempo, que a veces la cosa avanzaba después… Confié aunque en mi foro interno ya sabía lo que pasaría.

Quería aguantar lo que fuese necesario para intentar un parto vaginal pero mi niña empezaba a resentirse y su monitor pitaba y pitaba aumentando mi ansiedad como pediatra y como madre. 2.50h Aprovecho para hablar unos minutos por whatsapp con mi madre y distraerme un poco de ese sentimiento. Sabía que estaba despierta y nerviosa preguntando a mi marido de vez en cuando, y leerme a mí le daría un poco de paz y tranquilidad. A las 3:00h la matrona me dice dulcemente que no me preocupe pero que va a volver a llamar al ginecólogo. Veo en su mirada nerviosa la preocupación y empieza a crecer en mí un sentimiento de angustia que quiero camuflar sobre todo para que mi marido me vea tranquila. Le digo que tengo un mal presentimiento, que son muchas horas y que probablemente tengan que acelerar todo… como para prepararle para el momento. Cuando llega el ginecólogo y me explora nuevamente, estando en los mismos 4 cm, me explica que llegados a este punto lo mejor para mí y para la niña es hacer una cesárea urgente dado que habitualmente suelen dejar unas 4 horas de evolución si no hay progresión en la dilatación y yo ya llevo 6 horas en el mismo punto desde que me vio él en la urgencia y la niña estaba empezando a sufrir de forma mantenida. Me lo explica todo tan bien y con tanta amabilidad que asiento sin rechistar.

Quiero que mi bebé esté bien, lo mejor es que nazca cuanto antes. Sonrío a mi marido al despedirme diciéndole que en breve tendremos a la niña; hará el piel con piel con él mientras yo esté en la sala de reanimación. Por dentro me muero de miedo pero sólo quiero pensar en lo positivo como había trabajado durante meses con hipnoparto, iba preparada para vivir cualquier camino con positividad y así iba a ser. Y grabo en mi interior ese último beso, su mirada y su caricia antes de que la camilla echara a andar.

Todo fue muy rápido; por el camino a quirófano la anestesista me puso un bolo más de anestesia por el catéter que ya tenía (si no hubiese pedido la epidural en su momento probablemente sería más complicado todo el procedimiento, quizá con anestesia general…) y me tranquilizó diciéndome que todo iría bien y en un par de horas estaríamos en la habitación los tres juntos. Al llegar me cambian de camilla y me ponen los brazos en cruz “para la vía y la tensión…” Sentimiento muy desagradable de estar atada, inmóvil…como había leído tantas veces… y me quitan mis gafas. Les digo con un hilillo de voz que soy pediatra y que me encantaría si fuese posible hacer piel con piel con la niña y pinzamiento tardío del cordón y me dicen que siempre lo intentan hacer...

La camilla se mueve bruscamente de un lado a otro, me sorprende el tambaleo tan fuerte… me han avisado de que es incómodo “sentir esos movimientos” pero nada doloroso. Y es verdad, no me duele nada pero siento como me manipulan de forma agresiva y me aterroriza saber que me están abriendo en canal, teniendo en mi conciencia la cantidad de cesáreas que vi durante mi formación… segundos y “Aquí está” Makenna vio la luz al otro lado de mi piel a las 3:19h del 4 de Octubre de 2022. Me enseñan su cabecita por encima de la sábana durante una milésima de segundo, cabecita que veo borrosa sin gafas, y se la llevan a la cuna de reanimación. Quise escuchar un ligero quejido pero no sé si fue una imaginación de mi subconsciente. La cuna estaba a escasos 2 metros de mí, pero mi miopía, sin gafas, no me permitía ver nada nítido.

Ni pinzado tardío ni piel con piel. Fueron 20 segundos eternos hasta que oí su llanto fuerte y yo lloré con ella por tenerla lejos y no poder abrazarla ni olerla, ni siquiera verla... Pero está bien, me tranquilizaron las pediatras. Pedí por favor mis gafas y rogué que me pusieran a mi hija encima. Mientras alguien me decía que dejase de mover las piernas que me podían hacer daño… Supongo que de los nervios no era consciente de que estaba intentando salir corriendo hacia mi niña… Segundos de impotencia y rabia al ver que se entretenían en ponerle un gorro y pañal en lugar de dármela… Al menos no la pesaron en ese momento ni se entretuvieron en hacer más cosas.

Finalmente me la colocaron encima, a la altura de mi cuello. Una auxiliar que estuvo pendiente de mí todo el tiempo tuvo el detalle de quitarme la mascarilla y pude besar a mi bebé preciosa una y otra vez en su carita. Intentaba olerla pero no podía pues yo tenía la nariz taponada de llorar. Recuerdo grabado a fuego intentar ver su cara y tenerla tan cerca que tan sólo podría ver su perfecto ojo derecho, muy abierto, de un profundo color negro mirando fijamente hacia un lado y cambiando la mirada hacia el otro lado. Sentir que estaba conmigo por fin en mi pecho, tranquila, observando el mundo… calmó parcialmente mi dolor a pesar de seguir atada. Disfruté cada minuto de su contacto. Me ofrecieron intentar que se enganchara al pecho, y aunque no lo conseguimos (agradecida por la ayuda de la auxiliar o enfermera, matrona… eran dos mujeres que estuvieron conmigo muy pendientes) el poder sentir ese contacto de su boquita con mi pecho durante ese tiempo, mientras a mí me terminaban de coser, me consoló, me calmó, me sanó y me llenó de fuerza.

A las 4:00h terminó la cirugía y el ginecólogo me dijo que todo había ido bien, había perdido muy poca sangre y la recuperación esperaba que fuera favorable. Llegaba el momento de la separación, me tocaba estar 2 largas horas en la REA. En ese momento, afortunadamente por mi salud mental, lo viví con calma y positividad. Nada de lo que dijera podía cambiar “ese protocolo” así que tenía que pensar que la niña iba a estar esas 2 horas haciendo piel con piel con su papá, las mejores manos del mundo en las que confiaba que estaría tranquila y protegida. Y así, ella en su cuna y yo en mi cama, nos separaron. Y duele, duele mucho.

Cuando llegué a la REA me recibieron una enfermera y una auxiliar muy agradables. La anestesista me dice que a las 6:00h vendrá a darme el alta si va todo bien. Estoy yo sola en la sala. Nadie más… y no puedo evitar pensar qué impedimento tan doloroso, no permitir en ese momento tener a mi compañero de vida al lado dándome la mano junto a mi hija… Protocolos absurdos, arcaicos. Me piden que descanse, pero es imposible. Cierro los ojos pero no puedo dormir, pienso y revivo una y otra vez el camino; intento poner en práctica alguna meditación, concentrarme en la respiración… quiero que el tiempo pase rápido, pero va muy lento. Pienso que me encuentro muy bien y tengo que estar contenta, ya queda menos; me toman la tensión cada cierto tiempo. Pregunto la hora y tan sólo han pasado 40 minutos. Agradezco en el alma la conversación de la auxiliar, contándome anécdotas y su experiencia positiva en la maternidad para que estuviese entretenida y se me pasara el tiempo más rápido… Gracias.

Y llegan las 06.00h y la anestesista aparece cumpliendo su promesa, me revisa y me da el alta para subir a la habitación. Sentimiento de esperanza e ilusión por el pasillo, llegamos a la puerta de la habitación 5D03. Segundos eternos mientras sacan la cama vacía para meterme a mi, y al entrar por fin les veo. Mi niña bonita en brazos del amor de mi vida, que estuvo protegiéndola de todo, piel con piel, evitando que nadie la manipulase, ni la bañase ni la dieran biberón a pesar de tener hambre y las sugerencias y presión de parte del personal... Fue fuerte y cumplió lo que prometimos. Nos miramos a los ojos diciéndonos todo… tenemos una niña preciosa y sana. Makenna bonita, ve con mamá. La matrona me ayuda a colocarme en la cama y por fin, juntas, la abrazo fuerte sobre mi pecho descubierto, se engancha con fuerza y me siento feliz; se borra toda la ansiedad de separación, todo merece la pena, todo tiene sentido… Felicidad absoluta y ya no te suelto nunca más; comienza nuestra vida juntas.

Los siguientes días me sentí muy bien emocionalmente, con una energía exuberante, positividad, viviendo todo el proceso con calma y sin culpa (a pesar del dolor de la cesárea) y doy gracias por haber vivido un postparto también muy positivo. Pero a día de hoy, casi dos meses después, no puedo dejar de pensar en el por qué se sigue separando a las madres de sus hijos. No lo entiendo ni lo entenderé. Por qué me quitaron el privilegio de estar con mi niña en sus primeras horas de vida. Por qué en unos hospitales sí puede estar la pareja al lado de la madre en quirófano y en otros no; por qué mi marido tuvo que quedarse fuera sin ver el nacimiento de su hija y luego esperando 2-3 horas con angustia, soportando la incertidumbre de que no me pasara nada malo a mí. No hay respuestas. Yo elegí ese hospital a conciencia por ser un buen hospital maternal y pediátrico con una potente UCI neonatal, sabiendo que lo más probable es que no la necesitara, pero yo estaría más tranquila. Sesgo de pediatra. Y sabía que si el camino se torcía hacia el lado que se torció, iba a tener que vivir esa separación.

Sabía que en otros hospitales sí permiten a las parejas entrar a quirófano (si no es una urgencia vital) pero tenía que elegir entre todas las opciones. No es mi culpa. No es responsabilidad de las madres. Mi marido podría haber estado conmigo y con nuestra hija, sin molestar en una silla a mi lado en la REA si hubiesen querido y el servicio se adapta para ello. Y no se quiere por comodidad, por rutina, por "siempre se ha hecho así".

Hay mucho que cambiar. Ojalá llenemos los hospitales de testimonios reales y reclamaciones para que dejen de pasar estas cosas y podamos tener en un futuro cesáreas humanizadas en todos los hospitales de España.

Gracias a todos los profesionales que nos trataron con amabilidad, respeto y empatía, durante el parto y posteriormente en la planta de hospitalización, que fueron la mayoría. Gracias a mis padres por estar siempre ahí para todo lo que necesito, en cualquier momento y en cualquier lugar. Por ser los mejores abuelos que mi niña podría tener.

Gracias a mi hermano y su mujer, por ser los mejores tíos del mundo, por mimarnos y ayudarnos continuamente sin pedir nada a cambio. Gracias a mi negrito, por ser el mejor acompañante de vida que podía haber elegido y demostrármelo día tras día. Increíble marido y maravilloso papá.

Gracias Makenna por traer tanta felicidad a mi vida, como tu nombre indica. Por llenarme de ilusión, de paz y de esa energía de superación. Gracias por hacerme ser la mamá que siempre quise ser, por cumplir todos mis deseos. Me siento orgullosa de mi misma, me siento fuerte, empoderada, confiada y capaz, y es gracias a ti.

Sé que ya he cometido algunos errores en tu corta vida, y muy probablemente seguiré metiendo la pata alguna que otra vez, sin darme cuenta por supuesto. Pero por favor, sigue mirándome siempre así cómo lo haces, con esos ojos grandes y profundos, igual que cuando viste la luz del mundo por primera vez aquella noche en ese quirófano y te encontraste conmigo... Te quiero.