Parto inducido que acabó en una cesárea de urgencia
Mi hijo nació en enero de 2018, en Vigo, de un parto inducido que acabó en una cesárea de urgencia. Pesaba cuatro quilos y doscientos gramos. Era tan grande que aún hoy cuando veo a bebés recién nacidos, me acuerdo que sus manitos lindas nunca fueron tan pequeñas como las que veo por ahí. Conocerlo fue sin ninguna duda el momento más emocionante de mi vida. Y llegué a dudar si lo haría. Tardaron pocos minutos en hacerme la cesárea, pero fueron suficientes para que yo pensara que no sobreviviría a la operación. Tuve sensación de pérdida de aire, no era capaz de hablar y, aunque hoy por hoy sepa que eso tiene que ver con la rapidez con que mueven los órganos en estas situaciones, siempre me quedé con la impresión de que había pasado algo más. Si no, ¿por qué el anestesista me pegó un par de veces a la cara? ¿y por qué dirían algo como “a esta no le pongan nada más”? Nunca lo sabré. Lo que sé es que de repente todo oscureció, y cuando me desperté estaba en la sala de reanimación. Mientras, a mi hijo lo habían llevado a la UCI. Estaba bien, pero como había tenido sufrimiento fetal, y tuvo taquicardia dos veces durante el parto, se les pareció prudente llevarlo para observación. Allí estuvo doce horas. Todavía me parece extraño que lo haya conocido por la foto que tomó mi marido, y que mandó a la familia anunciando su nacimiento. ¡Los mensajes de enhorabuena llegaron y los he leído antes de conocerle!
Los primeros meses también fueron difíciles. Primero, en el inmediato postparto, sufrí unos dolores horribles por lo que se conoce como punción accidental de la duramadre. Estaba obligada a estar en cama todo lo que podía: no podía cambiar al bebé, me costaba masticar y comer, y me dolía mucho, pero mucho la cabeza. Luego, cuando finalmente me recuperé físicamente, mientras todos los que me rodeaban se habían incorporado a una nueva normalidad, a la realidad del bebé, me di cuenta de que me había quedado estancada en la noche de su nacimiento. Una y otra vez me volvía la sensación de que me iba a morir, y de que iba a morirme sin mirarle la cara a mi hijo. Que intentaran alejarlo de mí, aunque fuese por unos pocos minutos me producía pánico, y como no podía ni sabía expresar lo que me pasaba, y nadie tampoco parecía interesado en entenderme, a la tristeza se me empezó a sumar muchísima bronca. Y a la bronca, ansiedad. Durante meses, además, me sentía culpable porque, tal como estaba, me costaba mucho cuidarle sola a mi niño. Hoy me doy cuenta de que, más allá de cómo te sientas, cuesta mucho cuidar a un bebé, y más todavía si estás lejos de tu familia.
No soy española de origen, y todo el proceso de embarazo y del parto me pareció especialmente frío, ya sea por parte de los médicos que acompañaron el embarazo, ya sea por parte de la matrona asignada por el centro de salud, que en sus “clases” hacía una defensa acrítica de la intervención médica per se. Me llamaba la atención, y aún me sorprende la verdad, que en todas las consultas con los médicos y encuentros con la matrona nunca nadie me/nos haya preguntado cómo me/nos sentía(mos) en relación al parto y qué pensaba(mos) a su respecto. Miento, lo hizo la anestesista, en una consulta a la que fui para asegurarme de que podría usar la epidural si la necesitara, aunque no pensaba usarla. Así que por mi cuenta busqué ayuda, busqué compañía, busqué información. Empecé a leer páginas como la de El Parto es Nuestro, me anoté en clases privadas de preparación al parto, me encontré con videos como Orgasmic Birth, charlas de Michel Odent. Intenté leer todo que pude – Soledad Galván, Ibone Olza, Alba Padró. Me encantó conocer la historia de Consuelo Ruiz, y leer sus relatos.
Era de esperarse que cuando me obligaron a aceptar un parto inducido, yo pensara – como se suele decir – que a partir de ahí vendría una “cascada de intervenciones” que podría acabar en cesárea, y que al final me iban a decir que me habían salvado a mi hijo, por lo cual debería de estar agradecida. Y fue lo que pasó. Está claro que ni yo ni nadie podemos leer un futuro que no ha pasado, así que nunca sabremos qué habría ocurrido si yo hubiese seguido con el embarazo, ni tampoco podemos saber si el bebé hubiese tenido sufrimiento fetal en un parto no medicalizado. Sin embargo, eso no justifica que en mi expediente conste que me hayan hecho una maniobra de Hamilton con mi consentimiento informado (CI), porque ni me informaron, ni yo consentí nada; tampoco justifica que me hayan dicho que mareaba al personal del hospital porque creía que tenía derecho a conocer las alternativas a la inducción; ni que mi marido no estuviese a mi lado a cada prueba invasiva durante el parto; ni que hayan hecho incontables toques seguidos unos de los otros sólo para saber si estaban de acuerdo. Eso no justifica, finalmente, que no nos creyeran cuando dijimos que la epidural no funcionaba, dejándome con contracciones provocadas hasta los siete centímetros de dilatación. Me acuerdo de cada uno de los médicos y matronas que estuvieron con nosotros aquella noche y estoy convencida de que hicieron lo que creían que tenían que hacer. No les echo la culpa de que, en palabras de mi marido, hayamos tenido un parto “traumático”. Pero cuando, barajando las causas de la taquicardia del bebé, levantaron la hipótesis de que me hubiese tomado por error, justamente aquél día, dos pastillas de Euthyrox, sin ni siquiera cogitar que a lo mejor la taquicardia era por la inducción, cuando la distorsión de la realidad llega a este nivel es que tenemos un problema grave con el paradigma médico vigente.
Como muchas mujeres, no tuve el parto que deseé. Mi hijo nació hace más de un año, y solamente ahora soy capaz de escribir sobre, y describir, lo que me/nos ha pasado sin romperme a llorar. Y escribo porque creía, y creo, que no estamos condenadas por un sistema patriarcal a parir con dolor, ni físico, ni emocional, y que el parto puede ser un momento que empodera a la mujer y a la pareja, y al cual recuerdas con amor. Sea como sea que nazca tu hijo va a ser un momento milagroso y te va a parecer lo más lindo que hayas vivido nunca. Pero este momento puede ser, además, respetado. Agradezco haberlo sabido de antemano. Agradezco haber leído muchos relatos de parto – historias de empoderamiento, historias de dolor, historias de vida. Me produjeron unas expectativas que no se cumplieron, pero este es el juego del conocimiento. A veces parece que uno pierde. Por más difícil que parezca, sin embargo, el conocimiento es el único camino para el cambio. La mía es una historia más. Ojalá le pueda servir a alguien.
Gracias a Ana, a Bea, a Carmen, a Isa y, claro, a Anna.
Valeria,
Vigo, a 1 de marzo de 2019.